Decía el escritor
mexicano Alfonso Reyes que la novela policial debe considerarse el género de
nuestra época, pues es el que tiene más lectores y el de aparición más
reciente. Pero el propio Reyes admitía que, pese a ser un género literario
nacido en tiempos modernos, tenía antecedentes que se remontaban a los mismos
orígenes de la literatura.
Incluso en el Antiguo
Testamento el profeta Daniel ejerce de detective en varias ocasiones, que
podemos resumir aquí.
Un día el rey
Nabucodonosor de Babilonia le dijo que los ídolos de cierto santuario cobraban
vida por la noche para comerse los alimentos que recibían como ofrenda. Pero
Daniel entró en el santuario y dejó el suelo cubierto de ceniza. A la mañana
siguiente entró acompañado por el rey y vio huellas en el suelo. Estas llevaban
a un habitáculo, del cual los sacerdotes del templo salían por las noches para
robar las ofrendas y comérselas, engañando así a los devotos.
En otra ocasión dos
viejos verdes difamaron a una mujer llamada Susana, a la cual acusaron de haber
cometido un grave pecado bajo la sombra de un árbol. Daniel interrogó a los dos
ancianos por separado, pero, en vez de centrarse en el presunto pecado de
Susana, lo que hizo fue preguntarle a cada uno de ellos bajo qué especie de
árbol había tenido lugar el pecado. Como no hubo concordancia en las
respuestas, Daniel descubrió que los viejos mentían y, en vez de castigar a
Susana, les dio su merecido a ambos difamadores.
Otro detective
antiguo fue el sabio griego Arquímedes. Según una conocida tradición, aplicó su
famoso principio para descubrir que una corona, presuntamente hecha de oro
puro, en realidad había sido fabricada combinando distintos metales. Al tener
estos una densidad diferente de la que correspondía al oro puro, era posible
advertir el engaño cuando se sumergía la corona en un recipiente lleno de agua.
En el campo literario
la narrativa policial no aparece como género hasta bien entrado el siglo XIX,
pero anteriormente ya se escribían historias que tenían como punto de partida
un crimen misterioso. Por ejemplo, podemos recordar “El sapo”, cuento del
italiano Giovanni Boccaccio (siglo XIV). Este relato nos habla de un hombre que
muere súbitamente tras meterse una hierba en la boca, mientras estaba en el
campo con su novia y unos amigos. Estos acusan a la chica de asesinato y el
juez, para reconstruir los hechos, le ordena a la acusada que se meta una
hierba semejante en la boca. Entonces la pobre muchacha muere rápidamente,
igual que su presunta víctima. Después se descubre que el causante de ambas
muertes había sido un sapo, que estaba escondido debajo de la tierra y que
desde allí transmitía su veneno a las hierbas del campo. El cuento finaliza con
los ciudadanos quemando al sapo y con la rehabilitación póstuma de la
desdichada joven.
En el siglo XVIII
aparecen obras que, sin pertenecer estrictamente a la literatura policial,
reflejan un interés más o menos morboso por el mundo del crimen, como las
biografías de célebres delincuentes escrituras por el no menos célebre Daniel
Defoe.
Pero es en el año
1841 cuando nace la novela policíaca tal como la conocemos hoy, con todos sus
elementos básicos. Poco después de que dos excelentes precursores llamados
Balzac y Dickens hubieran publicado obras con elementos de intriga (“Un affaire
tenebreuse” y “Barnaby Rudge”, respectivamente), el maestro Edgar Allan Poe
creó la semilla del género: “Los crímenes de la Rue Morgue”, novela corta que
presenta al caballero francés Auguste Dupin, primer detective amateur de la
literatura universal. Esta obra presenta por primera vez elementos que el
género repetirá hasta convertirlos en tópicos: el crimen misterioso cometido en
un cuarto cerrado, el amigo del detective que narra la historia, el examen del
lugar de los hechos en busca de indicios, el jefe de policía con poca cabeza,
el inocente injustamente acusado, los testimonios contradictorios y el carácter
excéntrico del detective, que en ocasiones llega a ser, como diría El canto del
loco, “un poquito insoportable”. Claro que también faltan otras cosas, como el
nutrido grupo de sospechosos e incluso el criminal propiamente dicho (pues
finalmente el responsable de las muertes resultará ser… bueno, mejor evitemos
spoilers). Pero todo eso llegará poco después, con Wilkie Collins y, sobre
todo, con Sherlock Holmes: el inmortal detective de sir Arthur Conan Doyle,
creado en buena medida a imagen y semejanza de un personaje real (cierto
profesor Bell), pero que sin duda también le debe mucho al Dupin de Poe.
Texto de Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.