LA BRUJA (CUENTO FANTÁSTICO)


Texto: Francisco JavierFontenla García. Imagen: Pixabay.


Yo nací en un pequeño pueblo de la Galicia interior, donde tradicionalmente circulaban historias de brujas. Estas, según se decía, iban al bosque en ciertas fechas señaladas para celebrar sus aquelarres. Mis padres regentaban el único hotel del pueblo donde vivíamos, aunque, en realidad, recibíamos muy pocos inquilinos y nos sosteníamos gracias al restaurante. Sin embargo, un día de abril, cuando yo tenía diecisiete años, llegó al pueblo una mujer muy hermosa, que alquiló nuestra mejor habitación por el plazo de un mes. Dijo llamarse Rosa Márquez, pero no creo que ese fuera su verdadero nombre, pues un día vino un señor a traerle libros y me pareció oír que la llamaba Maite. Cuando yo no tenía que estudiar ayudaba a mis padres en el bar y, como Rosa bajaba a tomar café todas las tardes, tuve bastantes ocasiones de conversar con ella. Nos hicimos buenas amigas y, aunque Rosa no me hizo ninguna confidencia sobre su vida personal, me contó muchas cosas interesantes, pues, además de guapa y amable, era realmente culta. Yo nunca había tenido inclinaciones lésbicas y, de hecho, me gustaba un compañero de clase, pero creo que llegué a estar verdaderamente enamorada de Rosa y hasta tuve sueños eróticos con ella. Sin embargo, en el pueblo no despertaba muchas simpatías. La gente más conservadora, especialmente el cura (un anciano puritano e intransigente llamado don Fermín), la criticaba por llevar ropa provocativa y, sobre todo, por su abierto desprecio a la religión católica. Cuando alguien le propuso visitar la iglesia románica de la villa, ella sonrió y dijo con un tono despectivo: “Nunca entro en una iglesia. Soy demasiado impía para ir a misa… y respeto demasiado a Jesucristo para apreciar la belleza de lo que Él hubiera llamado cueva de ladrones”. Pronto estas palabras, convenientemente exageradas, llegaron a don Fermín, quien desde entonces no solo le juró odio eterno, sino que empezó a divulgar siniestros rumores sobre ella. En uno de sus sermones la acusó, sin nombrarla directamente, de ser una hija del Diablo. Pocos de sus feligreses le hicieron caso, pero la víspera del uno de mayo sucedió algo que la puso en el punto de mira. Aquella noche yo fui a celebrar una fiesta a la discoteca del pueblo, en compañía de mi amiga Elvira. La idea era pasar toda la noche juntas, pero me disgusté con Elvira cuando la vi coqueteando con Daniel, el chico que me gustaba. Nos enfadamos mucho y, como ya no estábamos de humor para fiestas, nos fuimos de la discoteca, cada una por su lado. Pero Elvira nunca llegaría a su casa: a la mañana siguiente apareció su cadáver en un camino de las afueras. Alguien le había cortado el cuello de una cuchillada y le había dibujado sobre la frente una cruz invertida, usando su sangre como tinta. Dado que no la habían violado ni le habían robado nada, parecía claro que se trataba de un crimen ritual. En cuanto a mí, había llegado al hotel hacia la medianoche, varias horas antes de que encontraran el cuerpo de Elvira. Como dormía en el piso superior, subí las escaleras en silencio, para no despertar a nadie. Cuando pasé frente al cuarto de Rosa vi que estaba vacío y con la puerta entreabierta. Reparé en que se había dejado su bolso sobre la mesilla de noche, cosa que una chica no suele hacer cuando sale de fiesta. Aquel extraño detalle me sugirió una idea turbadora y, aunque luché con todas mis fuerzas contra aquella idea (pues quería sinceramente a Rosa), no conseguí expulsarla de mi mente.
Al día siguiente, ya descubierto el cadáver de Elvira, hubo una fuerte agitación en el pueblo. Don Fermín fue a ver a los padres de mi amiga, teóricamente para ofrecerles consuelo, pero lo que hizo en realidad fue insinuar graves sospechas sobre la participación de Rosa en el crimen. Poco después alguien llamó a mis padres, para decirles que un pariente suyo acababa de ser ingresado a causa de un grave accidente. Mis padres pensaron que era cierto y fueron al hospital para ver al amigo supuestamente ingresado, dejándome a cargo del bar por si venía algún cliente (cosa improbable, pues a aquella hora había muy poco movimiento en la villa). Quien sí vino fue el padre de Elvira, que me preguntó de malos modos dónde estaba Rosa. Yo, asustada, le dije la verdad: que no estaba allí y que había pasado la noche fuera, aunque tendría que volver porque se había dejado sus cosas en la habitación. Luego él me obligó a abrirle el cuarto de Rosa. Examinó su bolso y encontró una navaja manchada de sangre. Para el padre de Elvira aquella era la prueba definitiva de que Rosa había asesinado a su hija y decidió esperarla en el hotel, para matarla cuando volviera por sus cosas. A mí me ató, me amordazó y me encerró en la despensa, para que no pudiera avisarla ni pedir ayuda. Pocos minutos después, oí un disparo y di a Rosa por muerta. Pero entonces ella entró en la despensa sonriendo, me acarició las mejillas y me dijo en voz baja:
-Sí, Eva, don Fermín tenía razón: soy una bruja y pasé la Noche de Walpurgis en el bosque, acompañada por demonios y espíritus que me avisan cuando alguien pretende hacerme daño. El papá de Elvira ya ha comprobado que no es fácil encontrarme desprevenida, pero no podrá contárselo a nadie (mientras decía esto me mostró una pequeña pistola). En cuanto a ti, te perdono la vida, pero te doy un consejo: la próxima vez que mates a alguien, no vuelvas a esconder tu arma en el bolso de una bruja.

3 comentarios:

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Wow, que buen texto. Una historia impresionante. Además de que mantiene al lector siempre a la espectativa, le da un giro inesperado. Nunca se me pasó por la mente que la chica hubiese sido la protagonista del crimen. Felicitaciones maestro Fontenla. Ya quiero yo aprender a darle un giro inesperado a algún relato que escriba a futuro. Me encantó. Gracias por compartir su talento con nosotros los nóbeles en este bello arte de la literatura. Abrazos Paisas para ud y si familia. 🤗🤗🤗

Javier Fontenla dijo...

Muchos abrazos también para ti y para todos los tuyos. :)

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Gracias maestro. un honor recibirlos.

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