¿Confundes el Halloween con el Día de muertos?



En esta época, las calles de la mayoría de los países americanos y europeos se convierten en escenarios dignos de las más espeluznantes películas de horror. También vemos por doquier a los más aterradores monstruos creados por la literatura universal, convertidos en parte esencial de las tradiciones populares asociadas a estas fechas. Ya es una costumbre global que, durante el mes de octubre, se adornen tiendas, calles y casas con: brujas, vampiros, licántropos, muertos y algunos otros monstruos aterrradores. Este ambiente hace que se nos antoje más la lectura de novelas góticas o de cuentos sobrenaturales, como las historias de fantasmas, especialmente cuando supuestos testigos afirman la veracidad de los hechos. Muchos de los autores de la literatura clásica han abordado temas de misterio, suspense y fantasía oscura, por lo cual algunos de ellos forman parte de nuestra lista de los maestros del terror. Todo lo anterior podría estar inspirado en distintas festividades, que algunas personas confunden por su común temática macabra.


Es importante aclarar que la fiesta del 31 de octubre, llamada noche de brujas o Halloween, popularizada por la difusión de la cultura estadounidense, y el día de muertos, que se festeja en México los días 1 y 2 de noviembre, definitivamente no son lo mismo, aunque comparten algunas características en común. Ambas celebraciones se remontan a los ritos paganos que acostumbraban festejar ciertos pueblos antiguos (celtas, romanos y mexicas), hasta que sus cultos ancestrales fueron sustituidos por la religión católica.

 

El Halloween se remonta a los orígenes de Irlanda y del actual Reino Unido. Sus antiguos habitantes, que eran conocidos como gaélicos o celtas, tenían un rito pagano llamado Samhain, en el que celebraban las buenas cosechas y se cree que aquella fiesta se realizaba en honor del “Rey de los muertos”. Hacían hogueras con la paja que sobraba de las cosechas, para limpiar el terreno, aunque también tenía la función de repeler a las brujas y a las enfermedades. En los territorios celtas de la Europa continental también se celebraban ritos semejantes, algunos de los cuales han pervivido hasta la actualidad. Un caso llamativo es la Galicia rural, donde aún hoy existe la fiesta ancestral del Magosto. Durante el mes de noviembre la gente se reúne en el campo para encender hogueras y degustar los productos del otoño (el vino nuevo, la carne de los cerdos recién sacrificados y, sobre todo, las castañas recogidas en el bosque). Aunque el Magosto parezca una sencilla fiesta gastronómica, antiguamente incluía ciertas tradiciones mágicas relacionadas con el Más Allá. Por ejemplo, el estallido de las castañas que ardían en la hoguera se relacionaba con el acceso de las ánimas al Otro Mundo


En el siglo VIII la iglesia católica hizo coincidir estos ritos paganos con su propia celebración de “Todos los Santos”, fiesta religiosa en la cual se rendía honor a los santos que no tenían una fecha específica en el calendario. Inicialmente la fecha de la celebración era el 13 de mayo, pero, probablemente para ganar adeptos entre los antiguos celtas, unieron las fechas. Fue así como los ingleses e irlandeses sumaron sus tradiciones a las festividades de la iglesia católica, convirtiéndo su viejo ritual en el “All hallows eve”, que significa “víspera de todos los santos”, es decir, noche anterior a la fiesta propiamente dicha. Posteriormente la contracción del nombre derivó en la palabra “Halloween”. Dicho festejo duraba tres días, empezando el 31 de octubre.



 La colonización del continente americano hizo que algunas de las tradiciones ancestrales florecieran aún más que en sus países de origen y tal fue el caso del Halloween. En Estados Unidos, añadieron los adornos con calabazas y espantapájaros. Los niños, cuyas preces se consideraban más poderosas que las de los adultos, se reunían en torno a las casas para recitar oraciones en la que pedían por que las almas pudieran llegar al reino de los cielos. Luego esas oraciones se convirtieron en rimas y los servicios de los menores eran recompensados con dulces y pasteles, que simbolizaban a las almas que ellos liberaban del purgatorio. Pero, si después del rezo la familia se negaba a entregar las ansiadas golosinas, aquellos niños les hacían algunas travesuras, de donde nace el ahora popular “trick or treat” (dulce o trato). La idea de usar disfraces surgió como un modo de camuflaje, para que los muertos no dañaran a los niños.


El día de muertos tiene sus orígenes en la época prehispánica. Los mexicas acostumbraban realizar varios rituales para honrar a sus muertos y las celebraciones más importantes tenían lugar durante el final de las cosechas, pues era entonces cuando, según sus creencias tal como han quedado plasmadas en el Códice Florentino, se abría el Mictlán (lugar donde residían los muertos que perecían por causas naturales). El dios Mictantecuhtli aprisionaba aquellas almas y las sometía a diferentes niveles de tormento, que bien podrían compararse con las descripciones que hizo Dante del infierno católico. Según sus causas de fallecimiento, las almas podían residir en otros lugares, cada uno de ellos regido por una deidad diferente. Tlalocan, regido por el dios Tlaloc, era el destino de los que morían ahogados o atacados por fieras acuáticas, así como de los leprosos. Tonatiúh ichan,  “la casa del sol”, regida por Huitzilopochtli, era el destino de quienes morían en la guerra y de las mujeres fallecidas durante el parto. Por último estaba el Cincalco, la casa del maíz”, que servía de morada al dios Huemac. Este era el lugar adonde llegaban las almas de los niños, ya que su inocencia los ponía a salvo de todos los castigos infernales. Cada una de estas moradas del inframundo, se ubicaba en uno de los cuatro puntos cardinales y constaba de diferentes lugares específicos, donde se clasificaba a las almas según la causa de su muerte, su  edad y sus culpas. En aquellos tiempos era costumbre realizar algunos rituales semejantes a los de la iglesia católica, tal como el velatorio de los muertos, durante el cual se ofrecía un discurso resiliente de los dolidos, así como cánticos y rezos, para librar al espíritu del difunto de los castigos infernales. A las personas de alto linaje se las honraba con un ritual que duraba cuatro días y finalmente eran cremados en una pira funeraria, a la que le agregaban una cera resinosa llamada copal o copalli. Los líderes emprendían su último viaje acompañados por sus sirvientes, esclavos y perros, para que los ayudaran a superar los obstáculos del Más Allá. Los restos de la incineración se enterraban en una caja y se continuaba la ceremonia fúnebre con una serie de ritos, ofrendas y tributos. Durante el primer año eran mensuales y posteriormente se mantenían anuales, por un lapso de cuatro años, rindiendo tributos y ofrendas en las tumbas. La gente de escasos recursos era enterrada directamente, porque los rituales de incineración eran demasiado costosos. Entre las costumbres que hemos heredado está la de deshojar las flores amarillas de cempasúchil, para hacer caminos que permitieran a los espíritus reunirse con sus seres queridos, proporcionarles consuelo y ayudarlos a esquivar los tormentos infernales, tal como hacen los católicos con los rezos por las ánimas del purgatorio.


Aquellos rituales mágicos traían de regreso a las almas, al mismo tiempo que permitían una convivencia armónica entre vivos y muertos. De ese modo los difuntos eran parte activa de los principales acontecimientos de la comunidad, tales como: nacimientos, matrimonios, cosechas, cacerías y guerras. Otro rito ancestral que conservamos es el de recibir a los muertos en nuestros hogares con una ofrenda llena de coloridas y aromáticas viandas, atrayéndolos con la gastronomía que les causaba deleite en vida, colocamos sus fotos e iluminamos los caminos y altares con veladoras. De forma similar, adornamos sus tumbas. Más adelante los indígenas mexicanos sumaron sus propias tradiciones a las celebraciones de la iglesia católica, tal como habían hecho los pueblos celtas varios siglos antes. Sin embargo, en las tierras colonizadas bajo el nombre de El Virreinato de La Nueva España tuvieron lugar importantes aportes realizados por los frailes evangelizadores, que contribuyeron al ritual funerario con el tradicional pan de muerto, la quema de incienso; que servía para santificar la ofrenda dedicada a los espíritus visitantes, e incluso con el surgimiento de las calaveritas literarias; que son poesías humorísticas dedicadas a alguna persona que se topa con la muerte.


Una vez conseguida la independencia, México continuó moldeando sus tradiciones. Se añadieron peculiaridades debidas a la creatividad de algunos artistas mexicanos, como José Guadalupe Posada (1852-1913) y Diego Rivera (1886-1957). Posada creó la imagen del busto de un esqueleto vestido de forma elegante y colorida, que en su momento nació con la idea de satirizar a la alta sociedad. Él la llamó “La calavera garbancera”. Rivera retomó aquella imagen, la pintó de cuerpo completo y bautizó al emblemático esqueleto como “La Catrina”, que ahora se ha convertido en un emblema de las tradiciones mexicanas. Alrededor de 1960 se empezó a adornar la fiesta con una gran variedad de colores vivos, usando lo que conocemos como papel picado, que es papel china recortado con formas típicas de la celebración, tales como Catrinas, tumbas y cruces. Estas tradiciones paganas y católicas se amalgaman perfectamente en la actualidad, ya que en las iglesias católicas se hacen ferias, kermeses y se adornan los atrios con los elementos tradicionales de las ofrendas, aprovechando sus amplios espacios para hacer figuras artísticas, a modo de enormes tapetes con aserrín de colores. Actualmente dedicamos el 1 de Noviembre para honrar a los que murieron siendo niños y por ese motivo algunos lo denominan el día de los muertos chiquitos o “angelitos”. En cambio, el 2 de noviembre se dedica a los difuntos adultos. La tradición del día de muertos se ha enriquecido tanto que la UNESCO la declaró “Patrimonio cultural e inmaterial de la humanidad” en el año 2008. A diferencia del Halloween, es una celebración llena de alegría que no causa terror. 

   

Autora Sara Lena.

Revisado por: Javier Fontenla



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