Cuento
fantástico. Texto de Francisco Javier Fontenla. Imagen de Pexels.
Verónica
era una estudiante universitaria que para pagarse los estudios tenía que
trabajar en un bar los fines de semana. Una noche entró en el local un joven de
aspecto desaliñado, que pidió un café, pagó con una moneda mugrosa (seguramente
la única que tenía) y se quedó dormido en la mesa. El encargado le ordenó a
Verónica que lo echara, pero esta, que tenía buen corazón, intentó interceder
por él:
-Fuera
hace mucho frío y seguramente no tiene dónde pasar la noche.
-Ese
no es mi problema. Si tanto te importa, llévatelo a tu casa, pero yo no lo
quiero aquí.
Viendo
que su jefe se mantenía inflexible, Verónica se acercó al joven, introdujo disimuladamente
un billete de diez euros en el bolsillo de su andrajosa gabardina y le dijo:
-Perdona,
pero es que vamos a cerrar.
El
pordiosero sonrió y le dijo:
-Lo comprendo. Muchas gracias por avisarme.
Tras decir esto, el vagabundo salió del local y desapareció en la oscuridad.
El
bar cerró poco después de medianoche y Verónica, cuya generosidad la había
dejado sin dinero para el taxi, optó por irse a pie, pues su jefe seguía de mal
humor y no se atrevió a pedirle un préstamo. En la calle hacía frío y había
mucha niebla, así que apuró el paso, pero cuando ya estaba lejos del bar se
percató de que alguien la seguía. Verónica se asustó, pues últimamente habían
desaparecido varias chicas en aquella ciudad. Al ver un bar abierto, entró
pensado que allí estaría a salvo de su misterioso perseguidor. Pero aquel
establecimiento también estaba a punto de cerrar, tal como le dijo la chica que
limpiaba la barra. Verónica le explicó su problema y entonces la camarera, que
dijo llamarse Alba, le dijo:
-Tranquila,
puedo llevarte a tu casa en mi coche, sin ningún problema. Pero primero voy a
enviarle un mensaje a mi hermano, para decirle que voy a llegar un poco tarde.
Verónica
le dio las gracias a Alba y, cuando esta hubo cerrado el bar, las dos se
dirigieron al garaje donde supuestamente se hallaba el coche. Pero entonces
apareció un hombre robusto, que agarró con fuerza a Verónica y le tapó la boca
con la mano. Alba, en vez de ayudarla, sonrió y le dijo en voz baja:
-Ironías
de la vida, nena: por huir de un chico malo, has caído en manos de otro peor.
Este es mi hermano y le encanta violar bomboncitos como tú. Luego tendremos que
matarte para que no nos denuncies, pero al menos no morirás virgen.
El
captor de Verónica la arrastró hacia un rincón oscuro, sin prestar atención a
sus desesperados forcejeos ni a sus inútiles intentos de pedir auxilio. Pero
entonces apareció un enorme lobo negro de ojos llameantes. Alba, aterrorizada
por la súbita aparición del animal, huyó gritando como una loca. Su hermano
soltó a Verónica y se enfrentó a la bestia con una navaja, pero un lobo gigante
no es lo mismo que una chica indefensa, así que terminó con la garganta
destrozada.
Verónica se había desmayado a causa del miedo y ya era casi de
día cuando recobró la conciencia. El cadáver del violador seguía allí, de bruces
sobre un charco de sangre, pero el lobo había desaparecido. Alguien había
dejado allí un billete de diez euros y un papel escrito a mano:
“Perdona que te siguiera, pero quería devolverte tu billete. Los
lobos no necesitamos dinero.”
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