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LA GÉNESIS DEL MAL (CUENTO)

Louisiana, 1860: Cuando los excesos alcohólicos extinguieron la vida del acaudalado terrateniente John Marlowe, su hijo Henry se convirtió en el dueño de la plantación y en el tutor legal de su hermana Virginia. Todo pintaba bien para él, pero una conversación informal con el abogado de la familia, previa a la lectura del testamento, le deparó una desagradable sorpresa: según las disposiciones de su padre, Henry debía compartir la hacienda con Jack Dulac, un pariente pobre de la familia, recogido por el difunto señor Marlowe en su primera infancia. Pero el nuevo propietario, que siempre había sentido hacia Jack una profunda (y mutua) antipatía, sobornó al abogado para que falsificase el testamento, reduciendo la herencia de Jack a un modesto legado económico. Por otra parte, Henry le dejó claro a Jack que solo podría quedarse en la mansión familiar como intendente a su servicio, lo cual hirió hondamente su orgullo. El ofendido muchacho abandonó la plantación tras despedirse de Virginia, la única que lloró su marcha. Se estableció en la posada del pueblo cercano y, carente de un objetivo en la vida, no tardó en malgastar su herencia entregándose al juego y al alcohol. 

Una noche, mientras salía tambaleándose de una sucia taberna, se encontró con una vieja mulata, que vivía en una choza del pantano y de la cual se decía que era una bruja. Jack apenas la conocía, aunque creía recordar que había sido esclava en la plantación de los Marlowe antes de ser manumitida. Por su parte, la vieja parecía conocer muy bien a Jack, a quien le dijo sin el menor preámbulo:

Sé que has sido víctima de una injusticia, pero, si aceptas mi ayuda, yo te convertiré en el nuevo amo de la plantación.

¡Vaya! ¿Y puede saberse cuál es el precio de tu ayuda? Porque ahora mismo no tengo ni un centavo.

Pronto serás rico, pero esa no es la cuestión. Yo no quiero nada de ti, salvo que me hagas una promesa: cuando seas el dueño de la mansión, debes alejar de ti a Virginia. Envíala a un internado, cásala con alguien, haz lo que quieras con ella… pero no la mantengas cerca de ti bajo ningún concepto.

¿Pero qué tienes tú contra Virginia? Ella siempre ha sido buena con todo el mundo.

No se trata de que sea buena o mala. Mientras viva contigo alguien que se apellide Marlowe, nadie te considerará el verdadero amo.

Jack, medio borracho, asintió y prometió alejar de sí a Virginia, aunque realmente no esperaba gran cosa de aquella vieja charlatana.

Al día siguiente Henry Marlowe murió tras beber una botella de ron que alguien había envenenado. A falta de otros parientes más próximos, y teniendo en cuenta que las leyes de la época no permitían heredar a las mujeres, Jack Dulac se convirtió efectivamente en el nuevo y acaudalado propietario de la plantación. Pero, en vez de cumplir su promesa, no solo mantuvo consigo a Virginia, sino que además la convirtió en su esposa. Cuando se hizo público su compromiso, la bruja del pantano intentó acceder a la mansión para reprocharle su traición, pero los criados le vedaron el paso y la expulsaron sin demasiados miramientos.

Durante algunos meses Jack, ahora rico y respetado, vivió feliz en compañía de Virginia, quien no tardó en quedarse embarazada. Al contrario de lo que había pronosticado la bruja, nadie ponía en duda su autoridad y la relación entre los jóvenes esposos era plenamente armoniosa. Pero, cuando llegó el momento del parto, las cosas se torcieron fatalmente. El niño murió poco después de nacer y Virginia, destrozada por el dolor, sufrió una terrible depresión. Algún tiempo después encontraron su cadáver flotando en el estanque del jardín. Para poder enterrarla en tierra sagrada, se certificó que su muerte había sido accidental, pero la verdad era evidente para todos.

Jack, que ya había sufrido mucho con la pérdida de su hijo, no pudo resistir el dolor y se planteó imitar a su esposa. Pero antes de morir quería ajustar cuentas con la bruja del pantano, a la que acusaba de haberlo maldecido como castigo por su traición.

Un día se adentró en el pantano con un cuchillo en la mano. No tardó en localizar la cabaña de la bruja, que en aquel momento estaba preparando un guiso para la cena. El intruso entró discretamente en la choza y mató a la anciana, destripándola a cuchilladas antes de que ella pudiera gritar o defenderse.

Jack iba a marcharse de la cabaña cuando llamó su atención una Biblia protestante, único libro que la bruja poseía. Era una posesión bastante llamativa, pues los negros generalmente no sabían leer. Jack pensó que quizás ella la había robado y la tomó, para devolvérsela a su legítimo dueño si encontraba su nombre en alguna parte. Resulta que aquella Biblia había pertenecido al mismísimo John Marlowe, cuya firma figuraba en la primera página bajo las siguientes palabras:

“Querida Marie, ahora que eres libre ya no volveremos a vernos, pero yo nunca te olvidaré. Te prometo que cuidaré de nuestro hijo, el pequeño Jack, y, para evitarle problemas, les diré a todos que es un huérfano recogido por caridad. Por suerte, su piel, aunque morena, puede pasar por la de un hombre blanco que se ha tostado bajo el fuerte sol de Louisiana, así que nadie tiene por qué sospechar la verdad. Solo te pido que, si alguna vez te encuentras con él, no le reveles su verdadero origen”.

Jack comprendió: aquella bruja, su verdadera madre, nunca lo había maldecido. Su hijo había muerto porque, siendo el fruto de un incesto, del pecado que ella había intentado evitar sin incumplir la petición de John Marlowe, carecía de defensas naturales frente a una enfermedad de transmisión genética.

Sabiéndose reo de matricidio e incesto, quizás los dos peores pecados que puede cometer un hombre, Jack perdió el juicio y abandonó para siempre su tierra natal, enrolándose en Nueva Orleans como simple marinero. Ahora sí que estaba maldito y tendría que arrastrar su condena durante toda la eternidad, tanto en esta vida como en muchas otras.

Londres, 1888: Un mercante procedente del Caribe atracó en el puerto de East London y el cirujano, un anciano misterioso y taciturno llamado Jack (todos ignoraban o habían olvidado su apellido), le dijo al capitán que deseaba abandonar el barco para establecerse en tierra firme. Nadie lo echaría de menos, pues, aunque era un buen profesional, su mal carácter y su afición a destripar animales vivos le habían ganado la hostilidad de todos sus compañeros. Tras desembarcar, Jack se encaminó hacia el barrio de Whitechapel y no tardó en perderse entre la niebla.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

PESADILLA DE UNA NOCHE DE SAN JUAN

Texto de Francisco Javier Fontenla. Imagen de Pixabay.

Los padres de Ana y Carlos se habían ido a comer con sus parientes, como hacían habitualmente el día de San Juan, patrón del pueblo. En cambio, los niños habían preferido quedarse en casa y comer una pizza precocinada, pues aquellas reuniones familiares los aburrían soberanamente, especialmente desde que la tía Marta se empeñaba en ir a un restaurante vegano.

A media tarde Carlos entró en la habitación de Ana, que estaba tumbada en su cama, sin más ocupación que acariciar a su gatita Ligeia, y le dijo:

Ana, ¿subes conmigo al desván para jugar a policías y ladrones?

Ana suspiró resignada y subió las escaleras en compañía de su hermanito.

Una vez en el desván, Carlos, como de costumbre, asumió el papel de ladrón (pero de un ladrón muy listo, que siempre atrapaba a la agente Ana en vez de ser atrapado por ella). Ni corto ni perezoso, ató a su hermana a una silla, apretando los nudos más de lo habitual, y le puso una mordaza en la boca. Ana se sintió algo escamada al verse tan indefensa, aunque no se asustó, pues, a fin de cuentas, aquello no era más que un juego. Entonces se abrió repentinamente la puerta de un viejo armario y, para sorpresa de Ana, dentro del mueble había un niño igualmente atado y amordazado. Pero lo que realmente sorprendió (y asustó) a Ana fue que aquel niño era idéntico a Carlos… o, mejor dicho, era el verdadero Carlos. Una muchacha con el aspecto de Ana surgió de las sombras y cerró la puerta del armario donde estaba Carlos, sin que su indefensa hermana pudiera hacer nada para ayudarlo. Hecho esto, la falsa Ana se dirigió al falso Carlos y le dijo en una lengua desconocida:

El dispositivo que nos permite imitar el aspecto de los terrícolas está funcionando perfectamente. Y, si todos ellos son tan estúpidos como estos dos, los infiltrados no tardaremos en conquistar este planeta. Pero deberíamos deshacernos de los prisioneros. Sus padres no tardarán en volver y, aunque los dejemos encerrados en el desván, acabarán encontrándolos. Luego habrá que buscar una forma de esconder sus cadáveres.

El falso Carlos respondió:

No te preocupes, tengo una idea al respecto. Creo que en la planta inferior hay un horno.

Cuando los padres de Ana y Carlos volvieron a casa, se llevaron una grata sorpresa: por una vez, los vagos de sus hijos se habían molestado en hacer la cena ellos mismos. Así pues, aquella noche toda la familia pudo disfrutar de un asado de carne, que estaba realmente delicioso.

La señora de la casa le preguntó a Ana dónde habían comprado aquella carne tan rica y la muchacha le respondió tranquilamente, mientras le daba un pequeño trozo a su gata:

No hizo falta comprarla. Es la carne de dos extraterrestres imbéciles, que querían encender el horno para asarnos a nosotros. Pero Ligeia se dio cuenta a tiempo y los asó a ellos con el fuego del infierno.

Por desgracia para los invasores, aquella era una familia de hechiceros. Y Ligeia era su demonio familiar. 

NYAPP (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Karl quería participar en un concurso de cuentos de miedo, que había convocado el instituto donde estudiaba con ocasión de la Noche de Walpurgis, pero, dado que no se le ocurría ninguna idea interesante, decidió recurrir a la ayuda de la inteligencia artificial. Así de paso probaría NyApp, un nuevo sistema de IA generativa que le habían recomendado encarecidamente. El cuento resultante, cuyo protagonista despertaba a un dios maligno al leer en voz alta una frase escrita en cierto libro prohibido, no era especialmente original y recordaba demasiado a Lovecraft, pero aun así ganó el concurso, gracias a que tampoco había demasiada competencia. La profesora de Literatura le pidió a Karl que leyera “su” cuento delante de sus compañeros, a lo que el orgulloso ganador accedió con visible satisfacción. Pero, cuando pronunció la frase fatal que figuraba en el cuento, tanto él como su profesora y sus compañeros se vieron atrapados por tentáculos invisibles surgidos de la nada, como si la ficción se hubiera convertido en realidad. Nadie volvió a verlos nunca más.

En tiempos antiguos había adoptado la apariencia de un hombre enjuto y siniestro, de piel oscura como el azabache y vestiduras rojas como la sangre. Posteriormente reapareció como un monstruo indescriptible, como una cabra negra de ojos refulgentes, como un misterioso sabio de rasgos orientales… Pero Nyarlathotep, dios del caos, también podía reencarnarse en una IA generativa para adaptarse a los tiempos modernos.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

ÉRASE UNA VEZ (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Una vez, hace muchos años, una niña llamada Caperucita Roja caminaba por el bosque entonando una cancioncilla popular, mientras se dirigía hacia un viejo castillo situado en la cumbre de una colina. Aunque Caperucita pasaba por ser una niña más simpática y alegre que inteligente, poseía, al igual que otros habitantes de aquel país encantado, el don de hablar con los animales. Un pajarillo se acercó a ella y le preguntó:

¿Adónde vas, Caperucita? Este camino no lleva al pueblo ni a la casa de tu abuelita.

Voy al castillo. He oído rumores de que esta noche el conde va a celebrar una fiesta y, aunque yo no soy de sangre noble, seguro que no le negará la invitación a una chica tan linda y simpática como yo.

Vale, pero no seas tan confiada como la otra vez, cuando aquel hombre lobo estuvo a punto de comeros a tu abuelita y a ti.

¡Qué tontería! En ningún castillo dejarían entrar a un hombre lobo.

No, pero tampoco a leñadores que te salven en el último momento.

¡Bah, si pasa algo el señor conde me protegerá!

El pajarillo, que había oído hablar de Barbazul y de la condesa Báthory, sabía que no todos los condes protegen a las niñas, pero decidió callar para no asustar a su amiga y, tras despedirse de ella, se marchó volando a su nido, pues ya faltaba poco para el anochecer. De hecho, ya volaban los murciélagos cuando Caperucita llegó a las puertas del castillo. Tal como había previsto, los guardias (que, por lo demás, no parecían muy simpáticos) le abrieron las puertas, pero, para su decepción, el interior del castillo le pareció mucho más lóbrego y sucio de lo que había imaginado. Por otra parte, allí no había nadie, salvo ratas, arañas y murciélagos… o al menos eso parecía, pues de pronto la niña sintió una mano dura y fuerte sobre su hombro derecho. Se volvió para ver quién la había tocado y palideció de miedo cuando reconoció a su viejo enemigo, el hombre lobo del bosque. Aunque se hallaba bajo su forma humana, ella no podría olvidar jamás aquella voz engañosamente amable:

Buenas noches, querida. Percibí tu aroma mientras deambulaba por el bosque y te he seguido hasta aquí.

¿Pero usted no estaba muerto?

Una simple hacha no puede matar definitivamente a un licántropo. Solo la plata y la decapitación pueden hacerlo. Tú, en cambio, puedes morir muy fácilmente, tienes una carne muy tierna.

Entonces hizo su aparición un hombre alto y apuesto, de rostro adusto pero noble, que iba vestido completamente de negro y blandía un impresionante revólver. El hombre lobo soltó a Caperucita y se encaró con el recién llegado, mientras maldecía a la niña para sus adentros:

La pequeña zorra había visto a ese tipo antes que yo y se las arregló para hacerme confesar mis debilidades. Ahora él sabe cómo puede matarme para siempre, pero no le pondré las cosas fáciles.

Cuando el combate entre el hombre lobo y el pistolero desconocido parecía inevitable, surgió de las tinieblas el amo del castillo, el cual no era otro que el conde Drácula. Este saludó a sus variopintos huéspedes con una sonrisa diabólica y una voz espectral:

Bienvenidos a mi humilde morada, amigos míos. Me temo que los he engañado haciendo correr los rumores de que esta noche iba a celebrarse aquí una fiesta. Lo que sí habrá es un festín de sangre para mí y para mis servidores.

Dicho esto, el conde chasqueó los dedos y los guardias del castillo se convirtieron en enormes sabuesos, más feroces que los lobos del bosque y más negros que la misma noche. El hombre lobo se olvidó del pistolero y, tras adoptar rápidamente su forma de bestia, se arrojó sobre los sabuesos, pero, a pesar de sus afilados colmillos y de sus poderosas zarpas, no consiguió hacerles el menor daño. En cambio, los perros lo destrozaron en un santiamén, convirtiéndolo en un montón de carne ensangrentada. El pistolero hizo ademán de disparar sobre los sabuesos, pero Caperucita se acercó a él y le dijo en voz baja:

Esos no son perros de verdad. Si lo fueran, podría entender su lenguaje, pero sus ladridos y gruñidos no me dicen nada.

Entonces solo pueden ser espíritus infernales, de modo que sería inútil lanzar un ataque físico contra ellos. Por eso el licántropo no pudo herirlos, pero yo sí sé cómo detenerlos.

El pistolero recitó unos pocos versículos de la Biblia, que se sabía de memoria, y los perros infernales se desvanecieron en la nada como espectros sorprendidos por la luz del alba. Drácula, sorprendido y asustado por el inesperado giro de los acontecimientos, huyó del castillo convertido en murciélago. El pistolero le dijo a Caperucita:

Llevo años persiguiendo a ese vampiro y, por lo que veo, nuestra lucha aún no ha acabado. Puedes volver a tu casa tranquilamente, pues nuestro amigo el licántropo tardará mucho tiempo en regenerarse. Y muchas gracias por tu ayuda, de no ser por ti ahora estaría peor que él.

Muchas gracias a usted, señor. Por cierto, ¿puedo saber cómo se llama?

Mi nombre es Hunter, Daniel Hunter.

Dicho esto, Daniel Hunter se despidió de Caperucita y se fue montado en un caballo negro.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Diseñada por Freepik (www.freepik.es).


HAMELÍN (MICRORRELATO)

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

La desaparición simultánea de doce menores coincidió con la del excéntrico artista Michael Armitage, un músico y pintor de cierta fama en círculos esotéricos. Esa extraña coincidencia (por llamarla de alguna forma) provocó inevitablemente que las sospechas recayeran sobre él, especialmente cuando los agentes encargados de registrar su domicilio encontraron el último cuadro que había pintado: en él se distinguía al propio Armitage caracterizado como el flautista de Hamelín, seguido por exactamente doce niños y niñas de rostros difusos, pero cuyas ropas coincidían con las que llevaban los desaparecidos. Sin embargo, todo intento de encontrar al presunto secuestrador y a sus víctimas fracasó estrepitosamente, pese a la ardua labor de distintos cuerpos policiales. Era como si se los hubiese tragado la tierra… o, más bien, como si se los hubiera tragado el cuadro, hipótesis un tanto inverosímil para el juez de instrucción.

EL EXTRAÑO CASO DE LA SOBRINA RAPTADA


Mick era un adolescente británico que sentía verdadera devoción por las historias de misterio, tanto en los libros y cómics como en la vida real. Un día su compañera de clase Sonia Rogers fue raptada por un experto en disfraces, que se hizo pasar por su tío, el famoso investigador de lo paranormal Sir Michael Rogers, y se la llevó del colegio en un vehículo con matrícula falsa. Cuando se descubrió que aquel hombre era un impostor y que el verdadero Sir Michael estaba en el extranjero, la policía activó un dispositivo de búsqueda que no obtuvo el menor resultado. Entonces Mick, sinceramente preocupado por la suerte de Sonia, decidió emprender sus propias investigaciones.

Aquella misma noche intentó contactar con Nanoc, un presunto hacker estadounidense al que había conocido en un foro de Internet y que, al parecer, tenía acceso a todas las fuentes de información imaginables. Mientras esperaba la respuesta de Nanoc, Mick recibió una llamada de otra compañera de clase, Megan Malcolm, quien le dijo que lo estaba esperando en una calle próxima a su casa. Aunque sorprendido por aquel inesperado requerimiento, Mick bajó corriendo, pues era demasiado caballeroso para desairar a una dama (Megan lo era en el sentido más estricto del término, pues por sus venas corría sangre azul). Tal como le había dicho, la muchacha lo estaba esperando en el coche de sus padres, acompañada por Jason, su chófer y guardaespaldas. Ella le mandó entrar en el vehículo y le dijo sin más preámbulos:

Hace poco has intentado contactar con Nanoc, ¿verdad?

Mick no pudo contener un grito de sorpresa al oír estas palabras, pues en teoría nadie conocía su relación con aquel misterioso hacker.

¡Espera! ¿Cómo sabes eso? ¿Es que has hackeado mi ordenador?
He hackeado muchos ordenadores, porque resulta que yo soy Nanoc.
¿Cómo? Pero...

Ahora te lo explico. Se supone que una señorita no debería pasar su tiempo libre buscando información prohibida en la Deep Web, así que me inventé una personalidad falsa de típico nerd americano. Pero, siendo un chico tan listo, deberías haber deducido que Nanoc no podía ser americano. Si sus horas de conexión coincidían con las tuyas, era bastante inverosímil que viviera en un lugar con un huso horario diferente.

Bueno, eso es verdad. Pero ahora lo más importante es encontrar a Sonia antes de que le pase algo malo. ¿Sabes dónde la tienen?

Nanoc lo sabe todo, colega. Según mis pesquisas, la mantienen oculta en la vieja mansión de Charretiere Manor. El problema es que, como he obtenido esa información ilegalmente, no puedo presentársela a las autoridades.

Entonces debemos actuar nosotros mismos.

Exacto. ¡Jason, llévanos a Charretiere Manor lo más deprisa que puedas!

Tal como había descubierto Megan, la Vieja Orden, una peligrosa secta esotérica que se reunía ocasionalmente en Charretiere Manor, había raptado a Sonia, para usarla como rehén e impedir que su tío publicara un libro sobre las prácticas diabólicas de la organización.

Mientras el coche se acercaba rápidamente a su destino, Megan accedió a Internet a través de su sofisticado ordenador portátil y dijo:
Para ser miembros de algo llamado la Vieja Orden, han protegido la mansión con un sistema de seguridad muy moderno. ¡Lástima que alguien esté a punto de hackearlo!

La astuta muchacha anuló hábilmente el sistema de alarma, así como las videocámaras del jardín, y el coche no fue detectado hasta penetró en el recinto. Los sectarios, sorprendidos por aquella inesperada intrusión, no pudieron impedir que Jason consiguiera rescatar a Sonia, quien todavía se hallaba inconsciente a causa de los narcóticos suministrados por su falso tío. Mick propuso trasladarla a la clínica del doctor Marlowe, que se hallaba cerca y abría por las noches. Allí la muchacha podría recibir los auxilios médicos que necesitara, mientras sus rescatadores ideaban alguna forma de hablar con la policía sin reconocer el allanamiento de una propiedad privada.
Tras detener el vehículo junto a la clínica, Jason tomó a Sonia en sus fuertes brazos y entró con ella en el edificio, seguido por Megan y Mick. El doctor Marlowe, previamente avisado, los estaba esperando en el vestíbulo. Intentó inyectarle a la desmayada Sonia una jeringuilla que ya tenía preparada, pero antes de que pudiera hacerlo Mick se arrojó sobre él, arrebatándole la jeringuilla de la mano y el falso bigote de la cara. Mientras Jason se ocupaba de inmovilizar al impostor, Mick le dijo a la sorprendida Megan:

Un consejo de Hércules Poirot: para reconocer a un experto en disfraces, tienes que fijarte en sus orejas. Conozco al doctor Marlowre de toda la vida y sé cómo son sus orejas.

Dicho esto, le dedicó a su amiga una sonrisa pícara, traducible por “ser hacker está bien, pero leer novelas policíacas también sirve para algo”.

 Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL EXTRAÑO CASO DE MI CORAZÓN Y TUS LATIDOS

 

Al salir del colegio Mick se dirigió a la parada del autobús, como hacía todas las tardes. Una vez allí, le llamó la atención una muchacha de su edad, que se entretenía tocando una flauta (la música era “My heart, your beats”, tema de la serie animada “Ángel beats”). Aquella chica no llevaba el uniforme de su colegio y era muy linda. Tocaba tan bien que Mick, pese a ser normalmente tímido con las chicas guapas, se acercó a ella para felicitarla. De ese modo empezaron a hablar y no tardaron en hacerse amigos. Junto a ella Mick sentía latir su corazón de una forma que no había conocido hasta entonces, ni siquiera cuando estaba cerca de Sarah, la chica más linda del colegio. La desconocida dijo llamarse Diana y, cuando Mick le preguntó dónde vivía, ella apartó la mirada y respondió así:

La verdad es que no soy de esta ciudad. Vine aquí en busca de cierta persona, con la cual tengo una cuenta pendiente desde hace trece años. Pero hoy, cuando se ponga el sol, todo habrá terminado.

Mientras Diana decía esto, Mick se sintió un tanto confuso. Trece años antes ella tenía que ser un bebé. ¿Con quién podía tener una cuenta pendiente desde entonces? Nuestro amigo quiso pedirle una aclaración, pero entonces lo llamó al móvil su hermana, que le preguntó en tono airado cuándo pensaba volver a casa. El pobre muchacho, francamente asustado (porque su hermana era terrible cuando se enfadaba y, para más inri, aquella tarde sus padres no estarían en casa para defenderlo), tuvo que despedirse de Diana y así acabó la conversación.

Cuando llegó a casa, Mick se encerró en su cuarto para esquivar la furia de su hermana. A última hora de la tarde encendió la radio para escuchar un partido de fútbol, pero lo que llamó su atención fue una noticia de última hora. Una chica de catorce años llamada Samantha Howard había desaparecido tras robarles un revólver a sus padres adoptivos. Según el locutor, Samantha había nacido en la misma ciudad donde vivía Mick, aunque había sido adoptada por una familia londinense cuando era pequeña, después de que su madre, la enfermera Laura Howard, perdiera la vida en un extraño accidente doméstico. La policía pensó que había sido asesinada e investigó a un cardiólogo del hospital, que días antes había tenido un serio enfrentamiento con la desaparecida. Sin embargo, aquel médico tenía una buena coartada, de modo que resultó imposible probar nada contra él.

Mick recordó que el cardiólogo más prestigioso de la ciudad era precisamente uno de sus vecinos, el doctor Isaac Wilson, que vivía con su perro en una casa cercana. Entonces se le ocurrió una idea inquietante: la misteriosa Diana podría ser Samantha Howard bajo un nombre falso. ¿Habría venido a la ciudad para vengarse del doctor Wilson? Mick se preguntó si debía hablar con la policía, pero luego pensó que sus conjeturas eran demasiado endebles. De todas formas, decidió acercarse a la casa del doctor para asegurarse de que todo iba bien.

Cuando llegó a su destino, el muchacho se percató de que algo iba mal y, como no tenía tiempo para pedir ayuda, entró en el jardín saltando la valla. Entonces descubrió que una de sus teorías era correcta y otra falsa. Tal como había temido, allí estaba Samantha Howard, apuntando con un revólver al indefenso y asustado doctor Wilson. Pero aquella muchacha, desde luego, no era la misteriosa Diana que había conocido pocas horas antes.

Samantha le estaba gritando a Wilson:

¡Confiesa que mataste a mi madre, hijo de perra!

El doctor, tras algunos titubeos, respondió:

Yo no había pensado hacerle nada. Ella, en cambio, quería hundir mi carrera denunciándome por acoso sexual. Aquella noche estaba muy nervioso, no pude conciliar el sueño hasta la última hora de la madrugada... Entonces tuve una pesadilla terrible, en la que descendía al Infierno y allí hacía un pacto diabólico: la muerte de tu madre a cambio de mi alma. Al despertarme pensé que solo había sido un sueño, pero luego descubrí con horror que se había hecho realidad. ¡No fue algo deliberado, te lo juro!

¿Cómo esperas que me crea ese cuento? ¡Voy a matarte ahora mismo!

Entonces Mick intervino y agarró los brazos de Samantha, un segundo antes de que pudiera disparar. Wilson aprovechó la oportunidad para arrojarse sobre ella, arrancarle el arma de las manos y propinarle un fuerte golpe en la cabeza. La muchacha cayó al suelo sin sentido y Wilson hizo ademán de rematarla con el revólver. Mick se interpuso y le dijo:

¡Por favor, doctor! ¿No ve que está indefensa?

¡Me da igual, Mick! Como es menor, no pueden meterla en la cárcel y, si no la mato, estaré en peligro mientras viva.

En aquel preciso momento se puso el sol y alguien dijo con voz fría:

Eso ya no importa, Isaac. Ha llegado el momento de pagar.

Mick se volvió y vio, sorprendido, que Diana estaba allí, mirando al doctor Wilson con ojos gélidos. El doctor palideció al verla y sus manos temblaron, pero pronto se repuso y se dirigió a la recién llegada sin miedo aparente:

Así que al fin has venido, Diana. Poder contemplar tu belleza una vez más casi me sirve de consuelo. Dime, ¿qué debo hacer ahora?

Tienes un arma en la mano. Y para mí no existen las casualidades.

Wilson le dedicó una sonrisa de asentimiento y se pegó un tiro en la sien. Mick, aterrorizado, le preguntó a Diana:

¿Quién eres tú? ¿Y qué significa todo esto?

Ella, siempre serena, respondió:

¿Es que no se lo oíste decir? Hizo un pacto y antes o después tenía que pagar el precio.

¡No! ¡Tú no puedes ser…!

Diana sonrió con dulzura y le dijo:

¿Y por qué no, Mick? ¿Acaso preferirías que tuviera cuernos y rabo, como en los cuentos? Ahora debo irme. Espero que seas muy feliz en tu vida, para lo cual será mejor que nunca más volvamos a vernos. ¡Hasta siempre!

Dicho esto, Diana desapareció como un fantasma, dejando a Mick sumido en un caos emocional. Segundos antes el perro del doctor Wilson había oído un sonido imperceptible para los seres humanos: mientras Diana se despedía de Mick, el corazón de la niña infernal había emitido un latido de tristeza.

 Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


ANIA, LA NIÑA DEL BOSQUE

 

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Carla era una niña muy imaginativa, a la cual le gustaba pasear por el bosque para estar sola con sus sueños y fantasías. Un día conoció allí a Ania, una chica solitaria y algo misteriosa, que pronto se convirtió en su mejor amiga. Ania no iba al colegio ni tenía otros amigos en la villa, pero parecía conocer todos los secretos de la Naturaleza y, mientras paseaban juntas por el bosque, le contaba a Carla muchas cosas sobre los animales y los árboles, cuentos de hadas y viejas leyendas que hasta los más ancianos habían olvidado. A veces Carla le prestaba su flauta y entonces Ania tocaba una música tan misteriosa como ella misma, en la cual parecían resonar los rumores de las hojas y los silbidos del viento.

Una noche la casa de Carla fue asaltada por una banda de atracadores, formada por dos hombres y una mujer, todos ellos bien armados. El padre de Carla, que trabajaba en el banco de la villa, fue encañonado por el líder de los asaltantes, quien le dijo:

Ahora vamos a ir los dos al banco y usted abrirá la oficina para mí. Mientras tanto, mis compañeros se quedarán aquí, “cuidando” de su mujer y de su hija. Si obedece todas mis órdenes, no tiene por qué pasarles nada malo, pero si se niega a colaborar o intenta cualquier tontería…

La mujer que formaba parte de la banda sacó un rollo de cinta adhesiva e hizo ademán de atar a las rehenes, pero Carla aprovechó una distracción de su captora para huir de la casa. Uno de los asaltantes salió en su persecución y creyó oír sus pasos entre la maleza, pero, cuando enfocó su linterna hacia el lugar de donde procedía el rumor, vio disgustado que solo se trataba de un animal salvaje. Su compañera le dijo:

Será mejor olvidarse de la niña y vigilar a la mujer. De todas formas, el pueblo está muy lejos y esa cría no podrá atravesar el bosque ella sola.

Mientras tanto, Carla temblaba de miedo escondida entre los helechos. Sabía que debía ir al pueblo para pedir ayuda, pero la noche era muy oscura y, tal como había dicho aquella mujer, no podría llegar a tiempo si nadie la ayudaba. Ya estaba a punto de echarse a llorar cuando sintió que había alguien a su lado. Pensó que se trataba de su perseguidor e intentó gritar, pero entonces oyó una voz dulce que ella conocía muy bien:

Tranquila, Carla. Soy Ania.

¡Ania! ¿Qué estás haciendo aquí a estas horas?

Eso no importa. Supe que estabas en problemas y vine aquí para ayudarte. Toma mi mano y sígueme. No tengas miedo, yo conozco bien el bosque y estoy acostumbrada a caminar de noche.

Carla y Ania se internaron juntas en la espesura, siguiendo un sendero medio devorado por los helechos. La primera estaba muerta de miedo y pensó que los robles, agitados por el viento nocturno, le hablaban en tono hostil, amenazándola con terribles castigos por invadir el santuario de los viejos espíritus del bosque. Durante un momento se sintió paralizada por el pánico, pero Ania la abrazó con fuerza y le dijo:

Carla, si quieres ayudar a tu familia, debes superar tus miedos y seguir adelante. En la vida siempre debemos proseguir nuestro camino… aunque nos cueste, aunque nos duela, aunque a veces tengamos que dejar atrás las cosas que amamos (a Ania se le quebró la voz cuando dijo estas últimas palabras, pero Carla estaba demasiado nerviosa para advertirlo).

Entonces los robles se callaron y Carla solo oyó el silbido del viento deslizándose entre las ramas. Pensó que todo había sido una ilusión y siguió adelante, sin soltar la mano de Ania. Aún sentía una vaga inquietud, pero se dijo a sí misma: “Ella tiene razón, no puedo ser una niña miedosa para siempre. Se lo debo a mi familia y también a Ania.”

Cuando llegaron al cuartel de la Guardia Civil, Ania se separó de Carla, diciendo que debía volver con su familia. Los agentes actuaron con rapidez y eficacia, de modo que todos los delincuentes fueron arrestados sin que los padres de Carla sufrieran el menor daño. Posteriormente el sargento la llevó a su casa y, cuando se despidieron, le dijo:

Has sido muy valiente, Carlita. Esta noche has dejado de ser una niña.

Mientras Carla caminaba por el jardín, se percató de que allí estaba Ania, que la miraba con una cara muy triste y lágrimas en los ojos. Le preguntó por qué estaba llorando y ella le respondió:

Como dijo ese hombre, esta noche has dejado de ser una niña y ya no podremos ser amigas nunca más. Yo no soy más que una loba del bosque y solo era una chica en tu imaginación de niña. Ahora todas tus fantasías infantiles se desvanecerán para siempre y mi recuerdo desaparecerá con ellas, como desaparecerá el de los espíritus del bosque. ¡Hasta siempre, querida Carla, y que seas muy feliz en tu vida!

Carla intentó abrazar a Ania, pero esta huyó al bosque y desapareció en la noche. En aquel mismo momento Carla olvidó todos sus recuerdos de Ania y se sintió muy triste sin saber por qué, mientras un aullido melancólico resonaba en el cielo nocturno.



OJOS DE GATO (MICRORRELATO FANTÁSTICO)

 

Cuando su querida gatita murió, la pequeña Ana hizo un hechizo para que sus espíritus estuvieran siempre juntos. Al enterarse, su abuela se enfadó mucho y la envió a un internado. Una vez en su nuevo colegio, Ana se hizo amiga de una niña llamada Carlota. Cierta noche la gobernanta oyó voces en la habitación de Ana y entró para llamarle la atención, pues las visitas nocturnas estaban terminantemente prohibidas. Pero cuando entró no vio a nadie más que a la propia Ana.

¿Se puede saber con quién estabas hablando hace un rato?

Con Carlota, que vino a visitarme.

¡Eso es imposible! ¡Duérmete ya y déjate de tonterías!

Nadie le había contado a Ana que Carlota había muerto pocas horas antes. Y tampoco nadie le había contado a la gobernanta que los gatos pueden ver a los muertos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL FANTASMA DEL BOSQUE (VERSIÓN EXTENDIDA)

 

Según la leyenda, en aquel bosque japonés acechaba el espíritu de un anciano sacerdote, que había muerto de tristeza tras perder a su única nieta y que desde entonces vagaba por la espesura durante las noches de invierno.

Cierto día una niña llamada Ayumi fue raptada por un desconocido, que se la llevó a una cabaña del bosque. El criminal encerró a su víctima y la dejó sola en la cabaña, mientras él volvía a la ciudad para comprar provisiones. Pero resulta que algunas tablas de la pared habían sido destrozadas en su parte inferior por los hocicos de los jabalíes, gracias a lo cual Ayumi consiguió huir. Sin embargo, su situación no había mejorado mucho, pues no podía acercarse a la carretera sin riesgo de que él volviera a capturarla, así que se vio obligada a atravesar el bosque.

Entonces se puso el sol y empezó a silbar un viento frío como el aliento de la muerte. Ayumi, perdida entre los árboles, sintió mucho miedo cuando la débil luz lunar le permitió distinguir una sombra que se acercaba a ella. Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo al ver que aquella sombra no era su secuestrador ni tampoco un animal salvaje, sino un anciano andrajoso, que le dijo con una sonrisa en la boca:

No tengas miedo, pequeña. Te ayudaré a volver con tu familia.

Muchas gracias, ojisan. ¿Pero no es usted el fantasma del bosque?

Sí y no. Sí, porque así es como me llaman desde que vivo en el monte. Y no, porque todavía soy un hombre de carne y hueso.

¿Y entonces por qué dicen que es usted un fantasma?

Porque creen que tengo poderes mágicos. Cuando no quiero que alguien me moleste, me vuelvo invisible como un espíritu, usando una vieja técnica ninja que aprendí en mi juventud.

¿Pero es posible hacer eso?

Bueno, en todo caso es más posible que ver caminar a un muerto. ¿No crees?

Sí, tiene razón.

El viejo y Ayumi llegaron a la ciudad poco antes del amanecer. La niña quiso darle las gracias a su nuevo amigo, pero entonces se dio cuenta de que estaba sola. El anciano había desaparecido sin dejar más rastro que un papel, donde ponía: “Perdóname por marcharme sin despedirme, pero va a salir el sol y tengo que volver al Más Allá. En realidad, sí soy un fantasma, pero no te lo dije para que no me tuvieras miedo”. El fantasma no se marchó solo al Más Allá: el secuestrador de Ayumi había sufrido un ataque al corazón, tras haber visto a la niña caminando por el bosque en compañía de un esqueleto.

Texto: Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.


VAMPIROS Y FELINOS (MICRORRELATO)

Aquella noche Helene Belfort, la niña vampiro, vagaba por una tenebrosa calle de las afueras. La oscuridad era su refugio, pero también su maldición, y a  veces echaba de menos tener amigos con los que jugar. En realidad, antes de convertirse en vampiro había sido una niña introvertida, más amiga de leer o de tocar el piano que de relacionarse con los demás, pero los Piscis (Helene lo era) nunca han destacado por su coherencia. Entonces se encontró con un gatito abandonado, lo acarició y le dijo: “Tranquilo, no voy a hacerte daño, esta noche intentaré ser buena”. Pero veinticuatro segundos después: “Lo siento, gatito, no puedo resistir la sed”. Aquella noche Helene volvió a ejercer de vampiro (y de Piscis), pero podemos decir en su honor que no bebió la sangre del gatito, sino la de quienes lo habían abandonado.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DEL AVENTURERO (MICRORRELATO)

Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. He hollado las tumbas donde reposa una dinastía maldita y he caminado entre los mausoleos de los reyes atlantes, cuyas criptas embrujadas custodian secretos más viejos que el mundo. He surcado mares prohibidos, donde el tiburón blanco se desliza entre los abismos, y he desembarcado en islas desconocidas, donde el Mal acecha bajo las ruinas de templos impíos. Me he sumergido en las tinieblas de los hipogeos estigios y he empuñado una espada cimeria, que despertó recuerdos olvidados en mi alma. En un país lejano he sostenido la mirada de una niña misteriosa, cuyos ojos eran carmesíes como las llamas del Infierno y tristes como los cielos del otoño. Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. ¿Pasado mañana cuántos ayeres recordaré?

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


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