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ÉRASE UNA VEZ (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Una vez, hace muchos años, una niña llamada Caperucita Roja caminaba por el bosque entonando una cancioncilla popular, mientras se dirigía hacia un viejo castillo situado en la cumbre de una colina. Aunque Caperucita pasaba por ser una niña más simpática y alegre que inteligente, poseía, al igual que otros habitantes de aquel país encantado, el don de hablar con los animales. Un pajarillo se acercó a ella y le preguntó:

¿Adónde vas, Caperucita? Este camino no lleva al pueblo ni a la casa de tu abuelita.

Voy al castillo. He oído rumores de que esta noche el conde va a celebrar una fiesta y, aunque yo no soy de sangre noble, seguro que no le negará la invitación a una chica tan linda y simpática como yo.

Vale, pero no seas tan confiada como la otra vez, cuando aquel hombre lobo estuvo a punto de comeros a tu abuelita y a ti.

¡Qué tontería! En ningún castillo dejarían entrar a un hombre lobo.

No, pero tampoco a leñadores que te salven en el último momento.

¡Bah, si pasa algo el señor conde me protegerá!

El pajarillo, que había oído hablar de Barbazul y de la condesa Báthory, sabía que no todos los condes protegen a las niñas, pero decidió callar para no asustar a su amiga y, tras despedirse de ella, se marchó volando a su nido, pues ya faltaba poco para el anochecer. De hecho, ya volaban los murciélagos cuando Caperucita llegó a las puertas del castillo. Tal como había previsto, los guardias (que, por lo demás, no parecían muy simpáticos) le abrieron las puertas, pero, para su decepción, el interior del castillo le pareció mucho más lóbrego y sucio de lo que había imaginado. Por otra parte, allí no había nadie, salvo ratas, arañas y murciélagos… o al menos eso parecía, pues de pronto la niña sintió una mano dura y fuerte sobre su hombro derecho. Se volvió para ver quién la había tocado y palideció de miedo cuando reconoció a su viejo enemigo, el hombre lobo del bosque. Aunque se hallaba bajo su forma humana, ella no podría olvidar jamás aquella voz engañosamente amable:

Buenas noches, querida. Percibí tu aroma mientras deambulaba por el bosque y te he seguido hasta aquí.

¿Pero usted no estaba muerto?

Una simple hacha no puede matar definitivamente a un licántropo. Solo la plata y la decapitación pueden hacerlo. Tú, en cambio, puedes morir muy fácilmente, tienes una carne muy tierna.

Entonces hizo su aparición un hombre alto y apuesto, de rostro adusto pero noble, que iba vestido completamente de negro y blandía un impresionante revólver. El hombre lobo soltó a Caperucita y se encaró con el recién llegado, mientras maldecía a la niña para sus adentros:

La pequeña zorra había visto a ese tipo antes que yo y se las arregló para hacerme confesar mis debilidades. Ahora él sabe cómo puede matarme para siempre, pero no le pondré las cosas fáciles.

Cuando el combate entre el hombre lobo y el pistolero desconocido parecía inevitable, surgió de las tinieblas el amo del castillo, el cual no era otro que el conde Drácula. Este saludó a sus variopintos huéspedes con una sonrisa diabólica y una voz espectral:

Bienvenidos a mi humilde morada, amigos míos. Me temo que los he engañado haciendo correr los rumores de que esta noche iba a celebrarse aquí una fiesta. Lo que sí habrá es un festín de sangre para mí y para mis servidores.

Dicho esto, el conde chasqueó los dedos y los guardias del castillo se convirtieron en enormes sabuesos, más feroces que los lobos del bosque y más negros que la misma noche. El hombre lobo se olvidó del pistolero y, tras adoptar rápidamente su forma de bestia, se arrojó sobre los sabuesos, pero, a pesar de sus afilados colmillos y de sus poderosas zarpas, no consiguió hacerles el menor daño. En cambio, los perros lo destrozaron en un santiamén, convirtiéndolo en un montón de carne ensangrentada. El pistolero hizo ademán de disparar sobre los sabuesos, pero Caperucita se acercó a él y le dijo en voz baja:

Esos no son perros de verdad. Si lo fueran, podría entender su lenguaje, pero sus ladridos y gruñidos no me dicen nada.

Entonces solo pueden ser espíritus infernales, de modo que sería inútil lanzar un ataque físico contra ellos. Por eso el licántropo no pudo herirlos, pero yo sí sé cómo detenerlos.

El pistolero recitó unos pocos versículos de la Biblia, que se sabía de memoria, y los perros infernales se desvanecieron en la nada como espectros sorprendidos por la luz del alba. Drácula, sorprendido y asustado por el inesperado giro de los acontecimientos, huyó del castillo convertido en murciélago. El pistolero le dijo a Caperucita:

Llevo años persiguiendo a ese vampiro y, por lo que veo, nuestra lucha aún no ha acabado. Puedes volver a tu casa tranquilamente, pues nuestro amigo el licántropo tardará mucho tiempo en regenerarse. Y muchas gracias por tu ayuda, de no ser por ti ahora estaría peor que él.

Muchas gracias a usted, señor. Por cierto, ¿puedo saber cómo se llama?

Mi nombre es Hunter, Daniel Hunter.

Dicho esto, Daniel Hunter se despidió de Caperucita y se fue montado en un caballo negro.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Diseñada por Freepik (www.freepik.es).


HAMELÍN (MICRORRELATO)

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

La desaparición simultánea de doce menores coincidió con la del excéntrico artista Michael Armitage, un músico y pintor de cierta fama en círculos esotéricos. Esa extraña coincidencia (por llamarla de alguna forma) provocó inevitablemente que las sospechas recayeran sobre él, especialmente cuando los agentes encargados de registrar su domicilio encontraron el último cuadro que había pintado: en él se distinguía al propio Armitage caracterizado como el flautista de Hamelín, seguido por exactamente doce niños y niñas de rostros difusos, pero cuyas ropas coincidían con las que llevaban los desaparecidos. Sin embargo, todo intento de encontrar al presunto secuestrador y a sus víctimas fracasó estrepitosamente, pese a la ardua labor de distintos cuerpos policiales. Era como si se los hubiese tragado la tierra… o, más bien, como si se los hubiera tragado el cuadro, hipótesis un tanto inverosímil para el juez de instrucción.

EL EXTRAÑO CASO DE LA SOBRINA RAPTADA


Mick era un adolescente británico que sentía verdadera devoción por las historias de misterio, tanto en los libros y cómics como en la vida real. Un día su compañera de clase Sonia Rogers fue raptada por un experto en disfraces, que se hizo pasar por su tío, el famoso investigador de lo paranormal Sir Michael Rogers, y se la llevó del colegio en un vehículo con matrícula falsa. Cuando se descubrió que aquel hombre era un impostor y que el verdadero Sir Michael estaba en el extranjero, la policía activó un dispositivo de búsqueda que no obtuvo el menor resultado. Entonces Mick, sinceramente preocupado por la suerte de Sonia, decidió emprender sus propias investigaciones.

Aquella misma noche intentó contactar con Nanoc, un presunto hacker estadounidense al que había conocido en un foro de Internet y que, al parecer, tenía acceso a todas las fuentes de información imaginables. Mientras esperaba la respuesta de Nanoc, Mick recibió una llamada de otra compañera de clase, Megan Malcolm, quien le dijo que lo estaba esperando en una calle próxima a su casa. Aunque sorprendido por aquel inesperado requerimiento, Mick bajó corriendo, pues era demasiado caballeroso para desairar a una dama (Megan lo era en el sentido más estricto del término, pues por sus venas corría sangre azul). Tal como le había dicho, la muchacha lo estaba esperando en el coche de sus padres, acompañada por Jason, su chófer y guardaespaldas. Ella le mandó entrar en el vehículo y le dijo sin más preámbulos:

Hace poco has intentado contactar con Nanoc, ¿verdad?

Mick no pudo contener un grito de sorpresa al oír estas palabras, pues en teoría nadie conocía su relación con aquel misterioso hacker.

¡Espera! ¿Cómo sabes eso? ¿Es que has hackeado mi ordenador?
He hackeado muchos ordenadores, porque resulta que yo soy Nanoc.
¿Cómo? Pero...

Ahora te lo explico. Se supone que una señorita no debería pasar su tiempo libre buscando información prohibida en la Deep Web, así que me inventé una personalidad falsa de típico nerd americano. Pero, siendo un chico tan listo, deberías haber deducido que Nanoc no podía ser americano. Si sus horas de conexión coincidían con las tuyas, era bastante inverosímil que viviera en un lugar con un huso horario diferente.

Bueno, eso es verdad. Pero ahora lo más importante es encontrar a Sonia antes de que le pase algo malo. ¿Sabes dónde la tienen?

Nanoc lo sabe todo, colega. Según mis pesquisas, la mantienen oculta en la vieja mansión de Charretiere Manor. El problema es que, como he obtenido esa información ilegalmente, no puedo presentársela a las autoridades.

Entonces debemos actuar nosotros mismos.

Exacto. ¡Jason, llévanos a Charretiere Manor lo más deprisa que puedas!

Tal como había descubierto Megan, la Vieja Orden, una peligrosa secta esotérica que se reunía ocasionalmente en Charretiere Manor, había raptado a Sonia, para usarla como rehén e impedir que su tío publicara un libro sobre las prácticas diabólicas de la organización.

Mientras el coche se acercaba rápidamente a su destino, Megan accedió a Internet a través de su sofisticado ordenador portátil y dijo:
Para ser miembros de algo llamado la Vieja Orden, han protegido la mansión con un sistema de seguridad muy moderno. ¡Lástima que alguien esté a punto de hackearlo!

La astuta muchacha anuló hábilmente el sistema de alarma, así como las videocámaras del jardín, y el coche no fue detectado hasta penetró en el recinto. Los sectarios, sorprendidos por aquella inesperada intrusión, no pudieron impedir que Jason consiguiera rescatar a Sonia, quien todavía se hallaba inconsciente a causa de los narcóticos suministrados por su falso tío. Mick propuso trasladarla a la clínica del doctor Marlowe, que se hallaba cerca y abría por las noches. Allí la muchacha podría recibir los auxilios médicos que necesitara, mientras sus rescatadores ideaban alguna forma de hablar con la policía sin reconocer el allanamiento de una propiedad privada.
Tras detener el vehículo junto a la clínica, Jason tomó a Sonia en sus fuertes brazos y entró con ella en el edificio, seguido por Megan y Mick. El doctor Marlowe, previamente avisado, los estaba esperando en el vestíbulo. Intentó inyectarle a la desmayada Sonia una jeringuilla que ya tenía preparada, pero antes de que pudiera hacerlo Mick se arrojó sobre él, arrebatándole la jeringuilla de la mano y el falso bigote de la cara. Mientras Jason se ocupaba de inmovilizar al impostor, Mick le dijo a la sorprendida Megan:

Un consejo de Hércules Poirot: para reconocer a un experto en disfraces, tienes que fijarte en sus orejas. Conozco al doctor Marlowre de toda la vida y sé cómo son sus orejas.

Dicho esto, le dedicó a su amiga una sonrisa pícara, traducible por “ser hacker está bien, pero leer novelas policíacas también sirve para algo”.

 Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL EXTRAÑO CASO DE MI CORAZÓN Y TUS LATIDOS

 

Al salir del colegio Mick se dirigió a la parada del autobús, como hacía todas las tardes. Una vez allí, le llamó la atención una muchacha de su edad, que se entretenía tocando una flauta (la música era “My heart, your beats”, tema de la serie animada “Ángel beats”). Aquella chica no llevaba el uniforme de su colegio y era muy linda. Tocaba tan bien que Mick, pese a ser normalmente tímido con las chicas guapas, se acercó a ella para felicitarla. De ese modo empezaron a hablar y no tardaron en hacerse amigos. Junto a ella Mick sentía latir su corazón de una forma que no había conocido hasta entonces, ni siquiera cuando estaba cerca de Sarah, la chica más linda del colegio. La desconocida dijo llamarse Diana y, cuando Mick le preguntó dónde vivía, ella apartó la mirada y respondió así:

La verdad es que no soy de esta ciudad. Vine aquí en busca de cierta persona, con la cual tengo una cuenta pendiente desde hace trece años. Pero hoy, cuando se ponga el sol, todo habrá terminado.

Mientras Diana decía esto, Mick se sintió un tanto confuso. Trece años antes ella tenía que ser un bebé. ¿Con quién podía tener una cuenta pendiente desde entonces? Nuestro amigo quiso pedirle una aclaración, pero entonces lo llamó al móvil su hermana, que le preguntó en tono airado cuándo pensaba volver a casa. El pobre muchacho, francamente asustado (porque su hermana era terrible cuando se enfadaba y, para más inri, aquella tarde sus padres no estarían en casa para defenderlo), tuvo que despedirse de Diana y así acabó la conversación.

Cuando llegó a casa, Mick se encerró en su cuarto para esquivar la furia de su hermana. A última hora de la tarde encendió la radio para escuchar un partido de fútbol, pero lo que llamó su atención fue una noticia de última hora. Una chica de catorce años llamada Samantha Howard había desaparecido tras robarles un revólver a sus padres adoptivos. Según el locutor, Samantha había nacido en la misma ciudad donde vivía Mick, aunque había sido adoptada por una familia londinense cuando era pequeña, después de que su madre, la enfermera Laura Howard, perdiera la vida en un extraño accidente doméstico. La policía pensó que había sido asesinada e investigó a un cardiólogo del hospital, que días antes había tenido un serio enfrentamiento con la desaparecida. Sin embargo, aquel médico tenía una buena coartada, de modo que resultó imposible probar nada contra él.

Mick recordó que el cardiólogo más prestigioso de la ciudad era precisamente uno de sus vecinos, el doctor Isaac Wilson, que vivía con su perro en una casa cercana. Entonces se le ocurrió una idea inquietante: la misteriosa Diana podría ser Samantha Howard bajo un nombre falso. ¿Habría venido a la ciudad para vengarse del doctor Wilson? Mick se preguntó si debía hablar con la policía, pero luego pensó que sus conjeturas eran demasiado endebles. De todas formas, decidió acercarse a la casa del doctor para asegurarse de que todo iba bien.

Cuando llegó a su destino, el muchacho se percató de que algo iba mal y, como no tenía tiempo para pedir ayuda, entró en el jardín saltando la valla. Entonces descubrió que una de sus teorías era correcta y otra falsa. Tal como había temido, allí estaba Samantha Howard, apuntando con un revólver al indefenso y asustado doctor Wilson. Pero aquella muchacha, desde luego, no era la misteriosa Diana que había conocido pocas horas antes.

Samantha le estaba gritando a Wilson:

¡Confiesa que mataste a mi madre, hijo de perra!

El doctor, tras algunos titubeos, respondió:

Yo no había pensado hacerle nada. Ella, en cambio, quería hundir mi carrera denunciándome por acoso sexual. Aquella noche estaba muy nervioso, no pude conciliar el sueño hasta la última hora de la madrugada... Entonces tuve una pesadilla terrible, en la que descendía al Infierno y allí hacía un pacto diabólico: la muerte de tu madre a cambio de mi alma. Al despertarme pensé que solo había sido un sueño, pero luego descubrí con horror que se había hecho realidad. ¡No fue algo deliberado, te lo juro!

¿Cómo esperas que me crea ese cuento? ¡Voy a matarte ahora mismo!

Entonces Mick intervino y agarró los brazos de Samantha, un segundo antes de que pudiera disparar. Wilson aprovechó la oportunidad para arrojarse sobre ella, arrancarle el arma de las manos y propinarle un fuerte golpe en la cabeza. La muchacha cayó al suelo sin sentido y Wilson hizo ademán de rematarla con el revólver. Mick se interpuso y le dijo:

¡Por favor, doctor! ¿No ve que está indefensa?

¡Me da igual, Mick! Como es menor, no pueden meterla en la cárcel y, si no la mato, estaré en peligro mientras viva.

En aquel preciso momento se puso el sol y alguien dijo con voz fría:

Eso ya no importa, Isaac. Ha llegado el momento de pagar.

Mick se volvió y vio, sorprendido, que Diana estaba allí, mirando al doctor Wilson con ojos gélidos. El doctor palideció al verla y sus manos temblaron, pero pronto se repuso y se dirigió a la recién llegada sin miedo aparente:

Así que al fin has venido, Diana. Poder contemplar tu belleza una vez más casi me sirve de consuelo. Dime, ¿qué debo hacer ahora?

Tienes un arma en la mano. Y para mí no existen las casualidades.

Wilson le dedicó una sonrisa de asentimiento y se pegó un tiro en la sien. Mick, aterrorizado, le preguntó a Diana:

¿Quién eres tú? ¿Y qué significa todo esto?

Ella, siempre serena, respondió:

¿Es que no se lo oíste decir? Hizo un pacto y antes o después tenía que pagar el precio.

¡No! ¡Tú no puedes ser…!

Diana sonrió con dulzura y le dijo:

¿Y por qué no, Mick? ¿Acaso preferirías que tuviera cuernos y rabo, como en los cuentos? Ahora debo irme. Espero que seas muy feliz en tu vida, para lo cual será mejor que nunca más volvamos a vernos. ¡Hasta siempre!

Dicho esto, Diana desapareció como un fantasma, dejando a Mick sumido en un caos emocional. Segundos antes el perro del doctor Wilson había oído un sonido imperceptible para los seres humanos: mientras Diana se despedía de Mick, el corazón de la niña infernal había emitido un latido de tristeza.

 Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


ANIA, LA NIÑA DEL BOSQUE

 

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Carla era una niña muy imaginativa, a la cual le gustaba pasear por el bosque para estar sola con sus sueños y fantasías. Un día conoció allí a Ania, una chica solitaria y algo misteriosa, que pronto se convirtió en su mejor amiga. Ania no iba al colegio ni tenía otros amigos en la villa, pero parecía conocer todos los secretos de la Naturaleza y, mientras paseaban juntas por el bosque, le contaba a Carla muchas cosas sobre los animales y los árboles, cuentos de hadas y viejas leyendas que hasta los más ancianos habían olvidado. A veces Carla le prestaba su flauta y entonces Ania tocaba una música tan misteriosa como ella misma, en la cual parecían resonar los rumores de las hojas y los silbidos del viento.

Una noche la casa de Carla fue asaltada por una banda de atracadores, formada por dos hombres y una mujer, todos ellos bien armados. El padre de Carla, que trabajaba en el banco de la villa, fue encañonado por el líder de los asaltantes, quien le dijo:

Ahora vamos a ir los dos al banco y usted abrirá la oficina para mí. Mientras tanto, mis compañeros se quedarán aquí, “cuidando” de su mujer y de su hija. Si obedece todas mis órdenes, no tiene por qué pasarles nada malo, pero si se niega a colaborar o intenta cualquier tontería…

La mujer que formaba parte de la banda sacó un rollo de cinta adhesiva e hizo ademán de atar a las rehenes, pero Carla aprovechó una distracción de su captora para huir de la casa. Uno de los asaltantes salió en su persecución y creyó oír sus pasos entre la maleza, pero, cuando enfocó su linterna hacia el lugar de donde procedía el rumor, vio disgustado que solo se trataba de un animal salvaje. Su compañera le dijo:

Será mejor olvidarse de la niña y vigilar a la mujer. De todas formas, el pueblo está muy lejos y esa cría no podrá atravesar el bosque ella sola.

Mientras tanto, Carla temblaba de miedo escondida entre los helechos. Sabía que debía ir al pueblo para pedir ayuda, pero la noche era muy oscura y, tal como había dicho aquella mujer, no podría llegar a tiempo si nadie la ayudaba. Ya estaba a punto de echarse a llorar cuando sintió que había alguien a su lado. Pensó que se trataba de su perseguidor e intentó gritar, pero entonces oyó una voz dulce que ella conocía muy bien:

Tranquila, Carla. Soy Ania.

¡Ania! ¿Qué estás haciendo aquí a estas horas?

Eso no importa. Supe que estabas en problemas y vine aquí para ayudarte. Toma mi mano y sígueme. No tengas miedo, yo conozco bien el bosque y estoy acostumbrada a caminar de noche.

Carla y Ania se internaron juntas en la espesura, siguiendo un sendero medio devorado por los helechos. La primera estaba muerta de miedo y pensó que los robles, agitados por el viento nocturno, le hablaban en tono hostil, amenazándola con terribles castigos por invadir el santuario de los viejos espíritus del bosque. Durante un momento se sintió paralizada por el pánico, pero Ania la abrazó con fuerza y le dijo:

Carla, si quieres ayudar a tu familia, debes superar tus miedos y seguir adelante. En la vida siempre debemos proseguir nuestro camino… aunque nos cueste, aunque nos duela, aunque a veces tengamos que dejar atrás las cosas que amamos (a Ania se le quebró la voz cuando dijo estas últimas palabras, pero Carla estaba demasiado nerviosa para advertirlo).

Entonces los robles se callaron y Carla solo oyó el silbido del viento deslizándose entre las ramas. Pensó que todo había sido una ilusión y siguió adelante, sin soltar la mano de Ania. Aún sentía una vaga inquietud, pero se dijo a sí misma: “Ella tiene razón, no puedo ser una niña miedosa para siempre. Se lo debo a mi familia y también a Ania.”

Cuando llegaron al cuartel de la Guardia Civil, Ania se separó de Carla, diciendo que debía volver con su familia. Los agentes actuaron con rapidez y eficacia, de modo que todos los delincuentes fueron arrestados sin que los padres de Carla sufrieran el menor daño. Posteriormente el sargento la llevó a su casa y, cuando se despidieron, le dijo:

Has sido muy valiente, Carlita. Esta noche has dejado de ser una niña.

Mientras Carla caminaba por el jardín, se percató de que allí estaba Ania, que la miraba con una cara muy triste y lágrimas en los ojos. Le preguntó por qué estaba llorando y ella le respondió:

Como dijo ese hombre, esta noche has dejado de ser una niña y ya no podremos ser amigas nunca más. Yo no soy más que una loba del bosque y solo era una chica en tu imaginación de niña. Ahora todas tus fantasías infantiles se desvanecerán para siempre y mi recuerdo desaparecerá con ellas, como desaparecerá el de los espíritus del bosque. ¡Hasta siempre, querida Carla, y que seas muy feliz en tu vida!

Carla intentó abrazar a Ania, pero esta huyó al bosque y desapareció en la noche. En aquel mismo momento Carla olvidó todos sus recuerdos de Ania y se sintió muy triste sin saber por qué, mientras un aullido melancólico resonaba en el cielo nocturno.



OJOS DE GATO (MICRORRELATO FANTÁSTICO)

 

Cuando su querida gatita murió, la pequeña Ana hizo un hechizo para que sus espíritus estuvieran siempre juntos. Al enterarse, su abuela se enfadó mucho y la envió a un internado. Una vez en su nuevo colegio, Ana se hizo amiga de una niña llamada Carlota. Cierta noche la gobernanta oyó voces en la habitación de Ana y entró para llamarle la atención, pues las visitas nocturnas estaban terminantemente prohibidas. Pero cuando entró no vio a nadie más que a la propia Ana.

¿Se puede saber con quién estabas hablando hace un rato?

Con Carlota, que vino a visitarme.

¡Eso es imposible! ¡Duérmete ya y déjate de tonterías!

Nadie le había contado a Ana que Carlota había muerto pocas horas antes. Y tampoco nadie le había contado a la gobernanta que los gatos pueden ver a los muertos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL FANTASMA DEL BOSQUE (VERSIÓN EXTENDIDA)

 

Según la leyenda, en aquel bosque japonés acechaba el espíritu de un anciano sacerdote, que había muerto de tristeza tras perder a su única nieta y que desde entonces vagaba por la espesura durante las noches de invierno.

Cierto día una niña llamada Ayumi fue raptada por un desconocido, que se la llevó a una cabaña del bosque. El criminal encerró a su víctima y la dejó sola en la cabaña, mientras él volvía a la ciudad para comprar provisiones. Pero resulta que algunas tablas de la pared habían sido destrozadas en su parte inferior por los hocicos de los jabalíes, gracias a lo cual Ayumi consiguió huir. Sin embargo, su situación no había mejorado mucho, pues no podía acercarse a la carretera sin riesgo de que él volviera a capturarla, así que se vio obligada a atravesar el bosque.

Entonces se puso el sol y empezó a silbar un viento frío como el aliento de la muerte. Ayumi, perdida entre los árboles, sintió mucho miedo cuando la débil luz lunar le permitió distinguir una sombra que se acercaba a ella. Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo al ver que aquella sombra no era su secuestrador ni tampoco un animal salvaje, sino un anciano andrajoso, que le dijo con una sonrisa en la boca:

No tengas miedo, pequeña. Te ayudaré a volver con tu familia.

Muchas gracias, ojisan. ¿Pero no es usted el fantasma del bosque?

Sí y no. Sí, porque así es como me llaman desde que vivo en el monte. Y no, porque todavía soy un hombre de carne y hueso.

¿Y entonces por qué dicen que es usted un fantasma?

Porque creen que tengo poderes mágicos. Cuando no quiero que alguien me moleste, me vuelvo invisible como un espíritu, usando una vieja técnica ninja que aprendí en mi juventud.

¿Pero es posible hacer eso?

Bueno, en todo caso es más posible que ver caminar a un muerto. ¿No crees?

Sí, tiene razón.

El viejo y Ayumi llegaron a la ciudad poco antes del amanecer. La niña quiso darle las gracias a su nuevo amigo, pero entonces se dio cuenta de que estaba sola. El anciano había desaparecido sin dejar más rastro que un papel, donde ponía: “Perdóname por marcharme sin despedirme, pero va a salir el sol y tengo que volver al Más Allá. En realidad, sí soy un fantasma, pero no te lo dije para que no me tuvieras miedo”. El fantasma no se marchó solo al Más Allá: el secuestrador de Ayumi había sufrido un ataque al corazón, tras haber visto a la niña caminando por el bosque en compañía de un esqueleto.

Texto: Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.


VAMPIROS Y FELINOS (MICRORRELATO)

Aquella noche Helene Belfort, la niña vampiro, vagaba por una tenebrosa calle de las afueras. La oscuridad era su refugio, pero también su maldición, y a  veces echaba de menos tener amigos con los que jugar. En realidad, antes de convertirse en vampiro había sido una niña introvertida, más amiga de leer o de tocar el piano que de relacionarse con los demás, pero los Piscis (Helene lo era) nunca han destacado por su coherencia. Entonces se encontró con un gatito abandonado, lo acarició y le dijo: “Tranquilo, no voy a hacerte daño, esta noche intentaré ser buena”. Pero veinticuatro segundos después: “Lo siento, gatito, no puedo resistir la sed”. Aquella noche Helene volvió a ejercer de vampiro (y de Piscis), pero podemos decir en su honor que no bebió la sangre del gatito, sino la de quienes lo habían abandonado.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DEL AVENTURERO (MICRORRELATO)

Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. He hollado las tumbas donde reposa una dinastía maldita y he caminado entre los mausoleos de los reyes atlantes, cuyas criptas embrujadas custodian secretos más viejos que el mundo. He surcado mares prohibidos, donde el tiburón blanco se desliza entre los abismos, y he desembarcado en islas desconocidas, donde el Mal acecha bajo las ruinas de templos impíos. Me he sumergido en las tinieblas de los hipogeos estigios y he empuñado una espada cimeria, que despertó recuerdos olvidados en mi alma. En un país lejano he sostenido la mirada de una niña misteriosa, cuyos ojos eran carmesíes como las llamas del Infierno y tristes como los cielos del otoño. Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. ¿Pasado mañana cuántos ayeres recordaré?

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


LA MUÑEQUITA

Annie sentía cómo su pobre alma infantil se disolvía en la pálida nada del olvido, como un copo de nieve fundiéndose sobre las aguas de una charca fría y oscura. La muerte no perdona a nadie, ni siquiera a las niñas inocentes que apenas habían empezado a vivir. Pero la muñequita de trapo que sostenía entre sus manos trémulas parecía decirle, con sus tristes ojos negros: “no tengas miedo, Annie, tu espíritu siempre vivirá dentro de mí”. Annie murió, pero desde entonces los ojos de su muñequita brillan con un misterioso resplandor y le dicen, a quien sepa interpretar sus miradas, que en el trapo también puede vivir un alma.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

VAMPIRISMO SIN FANTASÍA (ARTÍCULO)

 

El título de este artículo puede parecer una contradicción, puesto que el vampirismo se considera uno de los temas básicos del género fantástico. De hecho, es habitual que las historias de vampiros, siguiendo el modelo establecido por Polidori en “El vampiro” y seguido por Bram Stoker en “Drácula”, incluyan elementos fantásticos de origen sobrenatural, aunque en algunos casos pueden acercarse a la ciencia-ficción (en “Soy leyenda”, de Richard Matheson, los vampiros no son fantasmas ni muertos vivientes, sino las víctimas de una pandemia apocalíptica). Sin embargo, aquí vamos a presentar algunas historias de vampiros en las cuales no intervienen elementos fantásticos ni de ciencia-ficción (advertimos que en algunos casos resulta inevitable contar sus desenlaces).

En “Vampirismus”, de E. T. A. Hoffmann, aparece una mujer vampiro que, en vez de chupar la sangre de los vivos, va por las noches al cementerio, donde profana las tumbas para devorar la carne de los muertos (más que un vampiro propiamente dicho, parece un “gul” o demonio necrófago de las leyendas árabes). Pero, dejando aparte sus hábitos alimenticios y su vida nocturna, no parece tener ninguno de los poderes sobrenaturales normalmente atribuidos a los vampiros, además de que es una mujer viva y no una muerta viviente.
“Berenice”, de Edgar Allan Poe, incluye algunos elementos típicos de la literatura vampírica (la persona aparentemente muerta que revive en la tumba, la necrofilia…), pero en este relato no sucede nada sobrenatural, siendo el terror de carácter puramente psicológico. La “resurrección” de Berenice en su tumba se explica porque, en realidad, ella nunca había estado muerta, simplemente había sufrido un ataque de catalepsia.

El relato “Olalla”, de Robert Louis Stevenson, está ambientado en la España rural durante la época de las guerras napoleónicas. El protagonista-narrador es un oficial británico que se hospeda en la casa de unos hidalgos empobrecidos. Allí se enamora de la hermosa Olalla, pero luego descubre que todos los miembros de su familia están, en mayor o menor medida, sometidos a una extraña enfermedad genética, provocada por largos siglos de aislamiento y endogamia. A causa de esta dolencia, la madre de Olalla pierde la razón cuando ve sangre y se convierte en una especie de vampiro, llegando a atacar al oficial cuando este se hace una pequeña herida en el brazo. Los campesinos supersticiosos consideran que la familia está maldita, pero el relato sugiere que, en realidad, la “maldición” tiene unas causas puramente biológicas, sin ninguna relación con lo sobrenatural.

“El Horla”, de Guy de Maupassant, parece un típico relato de terror fantástico y ciencia-ficción, con un ser invisible, quizás procedente del espacio exterior, que absorbe la energía física y mental de sus víctimas. Pero en el relato existe cierta ambigüedad, que nos permite interpretarlo en un sentido realista: quizás el Horla no es más que una alucinación provocada por la enfermedad mental que sufre el narrador de la historia (curiosamente, parece ser que el propio Maupassant sufrió un trastorno semejante durante sus últimos años de vida).

“El almohadón de pluma”, del uruguayo Horacio Quiroga, se aleja de la típica literatura vampírica, pues el monstruo que absorbe la sangre de su víctima hasta matarla no es ningún fantasma, sino un parásito que se oculta en su cama: sin duda, es algo difícil de creer, pero no sobrenatural. Y tampoco podemos decir que el cuento de Quiroga se aleje mucho de la realidad: en aquellos tiempos era frecuente que las personas enfermaran y murieran por culpa de los ácaros que vivían en sus lechos.

Finalmente, el manga y anime “Hitsuji no Uta”, de Kei Toume, presenta una historia semejante a la de “Olalla”, pero ambientada en el Japón actual y con preponderancia de lo dramático sobre lo terrorífico. Los protagonistas son dos hermanos sometidos a una extraña enfermedad genética, que les provoca una irresistible sed de sangre. La historia no es abiertamente macabra y se centra en lo psicológico, con algunas pinceladas de romanticismo trágico. En todo caso, resulta encomiable que sepa tratar temas escabrosos (como el incesto, el suicidio o los traumas infantiles) sin caer en un "fan-service" de mal gusto, que tanto abunda últimamente en las producciones japonesas.

Texto: Javier Fontenla.  Imagen: Pixabay.

 


TRES MICRORRELATOS OSCUROS


1-Colores:

En el castillo embrujado los colores estaban alterados: los días eran negros y las noches rojas.

2-Avatar:

El vampiro fue destruido, pero su espíritu se reencarnó en su castillo. Desde entonces sus piedras son rojas y sus contornos yermos, pues sus cimientos beben la sangre de la Tierra.

3-La ciudad que duerme: 

Bajo las aguas del mar salvaje y azul, una ciudad olvidada duerme su sueño eterno. Sombras siniestras se deslizan entre sus torres y algo terrible, más viejo que el abismo, acecha a quienes osen perturbar su letargo. Incluso quienes sueñan con ella se despiertan con el alma desgarrada por fauces invisibles.

Textos: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL CUADRO (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Texto: Fontenla. Imagen: Pixabay.

Tas la misteriosa desaparición del doctor Guy Arlington, sus herederos decidieron vender la vieja casa familiar (que, según sus propias palabras, “les causaba malos sueños”), así como sacar a pública subasta la mayoría de los muebles y objetos de arte legados por el desaparecido. Sin embargo, uno de los cuadros era tan extraño y siniestro que sólo un joven artista llamado Frederick Fenton se atrevió a pujar por él. Se trataba de una pintura al óleo, de colores fríos y tenebrosos, que representaba un islote desnudo, en medio de un mar cuyas aguas tenían un matiz extrañamente verdoso. Sobre aquel islote se veían diez pequeñas figuras humanas, demasiado diminutas para que pudieran distinguirse sus rasgos personales, pero cuyas posturas parecían reflejar un estado de agitación, por no decir de pánico, seguramente provocado por algo grande y terrible que surgía de la niebla para amenazar a los indefensos náufragos del islote. Sin embargo, lo que acechaba tras la niebla no se discernía bien, sino que era algo informe, de aspecto indefinido y, precisamente por ello, mucho más inquietante que cualquier monstruo de facciones nítidas. Por lo demás, aquel cuadro parecía obra de un artista de mucho talento, aunque carecía de firma y ni los responsables de la subasta ni los herederos de Arlington pudieron satisfacer la curiosidad de Fenton respecto a la identidad del autor. Si su autoría era un misterio, lo mismo podía decirse de su título y de su origen, pues Arlington nunca había dado explicaciones al respecto.

Una vez en su humilde apartamento de Chelsea, Fenton colgó el cuadro en su dormitorio, sobre la cabecera de su cama, y, como ya era de noche, no tardó en acostarse, pues al día siguiente debía madrugar para asistir a una exposición de sus propias obras. El joven Fenton siempre había sido propenso a las ensoñaciones extrañas, pero aquella noche sus pesadillas fueron realmente atroces y varias veces hubo de despertarse, con la frente bañada en sudor y el corazón palpitante, sin poder conciliar un sueño tranquilo hasta bien entrada la madrugada. Durante las noches siguientes se repitieron aquellas pesadillas intolerables, cuya fuente primordial parecía ser la turbadora imagen del cuadro, aunque los recuerdos de Fenton al respecto eran bastante vagos y no tardaban en desvanecerse. Preocupado por su estabilidad psíquica, Fenton llegó a plantearse si no sería mejor deshacerse del cuadro causante de sus pesadillas, pero finalmente rechazó esa opción, en parte por parecerle sumamente cobarde y, sobre todo, porque de poco le serviría vender el cuadro si el recuerdo del mismo permanecía grabado en su memoria. Y es que Fenton tenía una de esas mentes complicadas e hipersensibles que se aferran obsesivamente a aquellas imágenes o sensaciones que más les gustaría olvidar. Pero, como las secuelas de tantas noches en vela estaban empezando a tener efectos desastrosos sobre la ya de por sí delicada situación personal del artista, finalmente tomó la determinación de consumir calmantes antes de dormir. Las primeras dosis que tomó fueron bastante moderadas y no le sirvieron de nada. Luego decidió aumentar las dosis, llegando a rozar extremos que cualquier médico consideraría peligrosos, pero tampoco obtuvo los resultados que esperaba. Muy al contrario, fue peor el remedio que la enfermedad, pues ahora ya no se despertaba en plena noche, pero eso solo servía para que sus pesadillas fueran más largas y tuvieran unos efectos psíquicos más demoledores. Finalmente, el ya desesperado Fenton decidió arriesgarse y sustituyó los calmantes por verdaderos narcóticos, que podía conseguir de forma clandestina a través de un círculo de artistas bohemios, con los que estaba ligeramente relacionado (curiosamente, el desaparecido doctor Arlington también había formado parte de dicho círculo, pero Fenton ignoraba esta coincidencia). Aquella noche tomó, mezclada con el agua que siempre bebía antes de acostarse, una fuerte dosis de una droga casi desconocida y no tardó en conciliar el sueño. Pero las pesadillas volvieron de nuevo y esta vez fueron peores que nunca. Ahora Fenton ya no podía despertarse gritando de terror, pues la droga se lo impedía, y no solo debía enfrentarse una vez más a la pesadilla, sino que esta vez tendría que sufrirla hasta el final. Y no todas las pesadillas tienen un final. Varios días después, unos amigos de Fenton, extrañados porque este había dejado de asistir a sus reuniones y no contestaba a sus mensajes, le preguntaron por él a su casero. Este, que también llevaba varios días sin saber del artista, no pudo decirles nada, pero los llevó a la puerta de su apartamento. Como nadie respondió a sus llamadas, el casero abrió la puerta con su propia llave y entraron, pero no hallaron a Fenton. Todas sus cosas estaban allí, todas salvo él mismo. Nunca más se volvió a saber de Fenton, cuya desaparición sigue siendo un misterio aparentemente irresoluble. El casero decidió alquilar el apartamento a otra persona y las escasas posesiones personales del artista desaparecido fueron enviadas a la casa de sus padres. Hoy, en el desván de la casa familiar de los Fenton, permanece olvidado un mudo testigo de hechos asombrosos: un cuadro sumamente extraño, donde algo siniestro surge de la bruma para amenazar a once pequeñas figuras humanas atrapadas en un islote.


HIDDEN (ESCONDIDO)

Texto: Javier Fontenla, basado libremente en obras de Poe y Stevenson. Imagen: Pixabay.

Esto sucedió en un pequeño pueblo de la costa escocesa durante el invierno del año 1945.

Aquella noche el anciano doctor Malcolm, que llevaba medio siglo enclaustrado en la localidad, oyó que alguien llamaba a su puerta. Fue a mirar quién era y se encontró con una hermosa niña de tez pálida, a la que no recordaba haber visto anteriormente. Aquella misteriosa muchacha llevaba en sus manos un gato negro al que le habían arrancado un ojo. Malcolm le dijo a la niña:

Creo que te has confundido, cariño. Yo soy médico, no veterinario.

Ya lo sé, pero es que no sabía dónde acudir. Por favor, doctor Malcolm, cure a mi gatito. Le pagaré lo que me pida.

Malcolm sonrió y dijo:

Tranquila, guapa, no te cobraré nada por esto.

Malcolm desinfectó y vendó la herida del gato, que se mantuvo tranquilo en todo momento, sin que hiciera falta anestesiarlo. Una vez efectuada la cura, el doctor le dijo a la niña:

Tienes un gato muy educado. ¿Puedo saber qué le pasó?

Un borracho le arrancó el ojo con un cortaplumas.

Pues deberías denunciarlo.

Ya no vale la pena. Por cierto, doctor Malcolm, aún no me he presentado. Me llamo Diana.

Muy bien. Pero no deberías andar sola a estas horas de la noche. Hay borrachos que no se conforman con maltratar animales. Si me dices dónde vives, te acompañaré a tu casa.

Yo ya no vivo en ninguna parte.

Antes de que Malcolm pudiera preguntarle a Diana qué había querido decir, dos forasteros entraron en la casa forzando la puerta. Aquellos individuos golpearon al doctor hasta dejarlo inconsciente, pero no vieron a Diana ni a su gato. Y estaban demasiado centrados en su misión para reparar en algo extraño: que en una casa sin niños hubiera una muñeca y un gato de peluche.

Los intrusos salieron poco después, llevándose el cuaderno de notas del doctor Malcolm, que contenía información muy valiosa para los servicios secretos alemanes. Al contrario que los vecinos del pueblo, los nazis sabían quién era realmente Malcolm y necesitaban sus conocimientos científicos para torcer el curso de la guerra.

El doctor Malcolm habría muerto asfixiado por el humo de su chimenea, si Diana no lo hubiera despertado a tiempo. Cuando el médico se despertó, pudo ver cómo la niña acariciaba a su gato y le decía:

Ya puedes cambiar de forma, Plutón.

Entonces el felino se convirtió en una luciérnaga luminosa, salió por una ventana y desapareció en la oscuridad. Aunque no era un novato en el mundo de lo extraño, Malcolm se quedó sin palabras al presenciar aquella incomprensible metamorfosis. Diana sonrió y le dijo:

Plutón murió colgado de una rama en el año 1843. Ahora solo es un emisario del Infierno, al igual que yo, doctor Malcolm… ¿O prefiere que lo llame por su verdadero nombre, doctor Henry Jekyll?

Pero…

No lo niegue, doctor. Su abogado lo ayudó a fingir su propia muerte y le encontró un refugio en este lugar tan apartado. Pero esta noche usted va a morir de verdad. Lo lamento, pero no puedo evitarlo. Yo solo soy una mensajera de la Muerte. Esta noche debo llevarme su alma al Infierno.

¿Y me has salvado de morir asfixiado solo para decirme eso?

También quería entregarle (o, mejor dicho, devolverle) este objeto, por si desea hacerle un último favor a su patria antes de morir. Siento no habérselo dado antes, pero temía que los alemanes se lo arrebataran.

Malcolm (seguiremos llamándolo así) gritó sorprendido cuando vio el pequeño frasco que Diana se había sacado del bolsillo.

¿De dónde has sacado ese mejunje? Hace décadas que lo destruí.

Le recuerdo que vengo del Infierno. Allí hay muchas cosas que en este mundo ya no existen… como yo misma.

El doctor asintió resignado y bebió el contenido del frasco. Poco después tuvo lugar una segunda metamorfosis dentro de aquella casa. El apacible y bondadoso doctor se transformó en un monstruo deforme. Se trataba de la misma criatura que había aterrorizado Londres bajo el falso nombre de Míster Hyde, pero tras largos años de ausencia se había vuelto mucho más fuerte e implacable.

Los nazis se hallaban en el puerto, intentando robar un bote pesquero. Si conseguían llegar a mar abierto, serían recogidos por un submarino, que los llevaría a Alemania con su valioso botín. Pero entonces apareció Míster Hyde, que se arrojó sobre ellos, armado con un garrote y bramando como un toro enfurecido. Los nazis sacaron sus pistolas automáticas y dispararon sobre él, pero el monstruo estaba demasiado furioso para sentir el dolor y siguió adelante.

Cuando Diana llegó allí, Hyde agonizaba sobre un charco de sangre. A su lado yacían los cadáveres destrozados de los nazis y el libro de notas había caído al mar, perdiéndose para siempre. Diana se dijo en voz baja:

Supongo que con un alma será suficiente.

Al día siguiente unos pescadores encontraron el cadáver del doctor, cuya alma humana podría descansar en paz, pues Diana solo se había llevado la de Míster Hyde.


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