Nos hallamos en el estado norteamericano de Minnesota
hacia el año 1870. Cierta familia procedente de New Jersey se había establecido
en una próspera granja de la pradera, situada a poca distancia del pueblo
cercano. El propietario de la plantación vivía con su esposa, con su hija Irene
y con un joven jornalero llamado Daniel Hunter. Este último era un muchacho de
catorce o quince años, que había llegado a Minnesota procedente de Nueva
Inglaterra y que soñaba con fundar su propio rancho en el Far West. Irene, que
por aquel entonces era una niña de once años, estaba algo enamoriscada del
joven Daniel y, contradiciendo la etimología de su propio nombre, no dejaba en
paz al pobre muchacho. Afortunadamente, Daniel era un chico de buen corazón y
bastante servicial, capaz de sobrellevar los caprichos y las niñerías de Irene
con un estoicismo realmente admirable. Y no es que ella fuera tonta, todo lo
contrario: tenía una ágil inteligencia y una gran capacidad de observación.
Además, cantaba muy bien (de hecho, soñaba con ser artista) y la dulzura de sus
rasgos indicaba que algún día se convertiría en una mujer realmente bella.
Un día unos niños que jugaban en un bosquecillo
cercano encontraron muerta a la joven y hermosa Nelly Desmond, que era sobrina
política del influyente juez Wilson. Aunque debía de llevar poco tiempo muerta
(aquellos mismos niños habían hablado con ella pocos minutos antes), tenía el
rostro exageradamente lívido, como si hubiera sufrido una hemorragia masiva.
Sin embargo, su ropa estaba intacta y su cuerpo no presentaba heridas de
consideración, dejando aparte dos pequeñas incisiones en el cuello. Grey Elk,
un indio que a veces se acercaba al pueblo para vender sus pieles, se hallaba
agachado junto al cadáver, chupando la sangre que manaba de aquellas pequeñas
heridas. Al ver a los niños, les dirigió una mirada siniestra y huyó
rápidamente, desapareciendo entre las sombras del bosque.
No tardó mucho en difundirse la noticia de que Nelly
había sido asesinada por un vampiro. El reverendo Van Houten acusó públicamente
al fugitivo Grey Elk de ser un emisario de Satán, al que los indios idólatras
adoraban en secreto durante sus cónclaves nocturnos. El juez Wilson, enfurecido
por la muerte de su querida sobrina, ofreció una sustanciosa recompensa a quien
le trajera la cabeza del indio, pero nadie pudo encontrarlo. Aunque los
aldeanos registraron minuciosamente los campos y bosques de la región, Grey Elk
había desaparecido sin dejar rastro, lo cual parecía demostrar que tenía
poderes sobrenaturales.
Aquella noche Irene tuvo una buena excusa para no
alejarse de Daniel. Su padre estaba con los rastreadores y su madre se había
ido a casa de los Desmond, así que le dijo:
-Dan, ¿puedes quedarte conmigo hasta que vuelvan mis
padres? Es que me da miedo estar sola (en realidad, Irene era una chica que no
le tenía miedo a nada).
Dan, algo malhumorado porque la ausencia de su patrón
lo había obligado a trabajar más de lo normal, le dijo:
-No sé por qué tienes miedo. Nadie podría entrar aquí,
pues todo está bien cerrado.
-Un vampiro sí podría entrar.
-De eso nada. Los vampiros no pueden entrar en un
hogar cristiano si nadie les abre la puerta.
-¿Y tú cómo sabes eso, Dan?
Él optó por no responder, pues lo había leído en un
libro del profesor Van Helsing y el amor a la lectura era un secreto inconfesable
para un futuro vaquero. Viendo que Daniel no le hacía caso, Irene decidió acostarse,
pero no pudo dormir, porque se le había ocurrido una idea inquietante. Tras dar
muchas vueltas en la cama, se levantó y se dijo:
-Creo que he descubierto la verdad. Pero, si se lo
digo a papá o a Daniel, todo el mundo pensará que han sido ellos quienes han
resuelto el misterio. Iré a hablar directamente con el juez. ¡Así Daniel
aprenderá a respetarme!
Irene se escapó de casa por una ventana y, olvidándose
de su presunto miedo, caminó sola por la pradera hasta que llegó a la casa del
juez, que estaba cerca. Este la recibió sorprendido por su inesperada visita y
ella le dijo:
-Señor juez, creo que Grey Elk no es el asesino de su
sobrina. Alguien le inyectó en el cuello un veneno capaz de detener la
circulación de la sangre. Grey Elk la encontró cuando ya estaba muerta, pero
pensó que podría salvarla chupándole las heridas, como hacen los indios cuando
los muerde una serpiente. Si huyó fue porque pensó que nadie se creería su
versión de los hechos.
-Pero, si no fue él, ¿entonces quién mató a Nelly?
-Eso no lo sé. Habría que ver a quién podría
interesarle su muerte. Si investigamos, no tardaremos en descubrirlo.
El juez asintió, agarró a Irene y le tapó la boca con
la mano. Él mismo había matado a su sobrina, quien lo había amenazado con
revelarles a sus padres que él la acosaba sexualmente. Para ello había usado un
guante armado con dos púas envenenadas, pero a Irene pensaba matarla de otra
forma más convencional, para luego hacer desaparecer su cadáver. Entonces una
sombra bajó del desván y mató al juez de una cuchillada en la espalda. Grey Elk
había pensado, con buen criterio, que lo buscarían en todas partes salvo en el
desván del hombre que había puesto precio a su cabeza. El indio le dijo a la
asustada Irene:
-Eres una niña muy lista, pero deberías aprender a
desconfiar de todo el mundo.
Irene Adler aprendió bien la lección.
Las metamorfosis del vampiro (Charles Baudelaire)
El extraño Yousef (Sara Lena)
La leyenda de María Humala (Javier Fontenla)
La leyenda de Lamia (Javier Fontenla)
4 comentarios:
Entretenida lectura. Me ha atrapado desde el comienzo y hasta me puse en los zapatos de Irene. Nunca debe subestimar de la sagacidad de un niño. Siempre suelen tener la razón y lo prueban con facilidad. Felicitaciones maestro Fontenla. Abrazo paisa con admiración. 🤗🤗🤗
Desde el ordenador no consigo poner el emoticón del abrazo, pero muchos abrazos para ti también, de todas formas. :)
Gracias maestro. Igualmente, reciba los míos de corazón de poeta, con mucho cariño y admiración.
Muchísimas gracias por todo. :) (siento no poder poner un emoticón, pero creo que se entiende igual)
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