Se le atribuye a H. G.
Wells, el padre de la fantasía científica junto con Jules Verne, la llamada
"ley Wells": en un buen relato fantástico debía suceder un único
hecho "imposible" y todo lo demás tenía que ser completamente
realista. Seguir esta norma aumenta la verosimilitud del relato y lo hace más
digerible para la escéptica época actual. Sin embargo, no se aplica, por
ejemplo, en las novelas de Tolkien, donde hay prácticamente de todo (dragones,
elfos, anillos mágicos y un largo etcétera).
Otro conocido escritor
inglés de la época postvictoriana, el cuentista M. R. James, promulgó las tres
normas básicas que, según su criterio, debía seguir una buena historia de
fantasmas:
1-La
trama debe estar ambientada en un entorno que le resulte familiar al lector,
para que este pueda identificarse con los personajes y compartir su miedo. Así
pues, James ambienta sus historias en el mundo moderno, aunque no renuncia
completamente a los escenarios góticos ni a los grimorios medievales. Por otra
parte, sus protagonistas son personas muy normales y bastante escépticas, que
se meten inadvertidamente en la boca del lobo y no se enteran del peligro que
corren hasta que es demasiado tarde. Pero esta norma no fue aplicada por los
grandes maestros de la novela gótica, desde Walpole hasta Bécquer, que
ambientaban sus terrores en épocas pretéritas y lugares exóticos.
2-El
fantasma debe ser una entidad maligna, pues de otro modo no provocaría miedo.
Esta es una norma bastante lógica, aunque también hay en la literatura fantasmas
buenos, como los que aparecen en el “Cuento de Navidad” de Dickens o en
"El fantasma de Canterville" de Oscar Wilde.
3-Hay que evitar el abuso
de terminología ocultista que hacían algunos autores de la época victoriana,
aficionados a la teosofía y al espiritismo. Sin embargo, hubo maestros del
terror, como Algernon Blackwood y Arthur Machen, que reflejaron sus creencias
ocultistas en sus cuentos con notable éxito.
Otra norma promulgada por
James aparte de las tres anteriores es la de que al final del relato siempre
debe existir cierta ambigüedad respecto a lo sucedido, de modo que no pueda
descartarse por completo la explicación racional. Pero eso no sucede, por
ejemplo, en las historias de Carmilla y Drácula, donde no hay ninguna duda de
que los vampiros son reales.
Para acabar, Tolkien dijo
que no hay que explicar todos los misterios, pues, según sus palabras, incluso
en las eras mitológicas debe haber enigmas. Respecto a esta norma no conozco
ninguna excepción y, si la hay, seguro que es un error. Congratulations, maestro
Tolkien.