LA INDECISIÓN (FANTASÍA)





El frío de la madrugada sorprendió a Doña Elvira releyendo la carta del hombre al que amaba. Llevaba mucho tiempo sin tener noticias de su marido, pues él había acudido al llamado del Rey para defender sus tierras. Jamás habría podido negarse, pues, a pesar del dulce amor que le profesaba a su mujer, su noble linaje estaba ligado a la familia real desde tiempos inmemoriales. La había dejado sin saber que estaba embarazada. Aquella noticia lo habría vuelto loco de felicidad, máxime si se hubiera enterado de que el bebé era un varón. Las cartas dejaban una sensación incompleta, el pequeño ya tenía dos años y la guerra estaba ganada. Sus múltiples hazañas fueron consideradas heroicas e incluso decisivas para la victoria, gracias a lo cual tanto él como sus hombres habían obtenido el permiso real para regresar a su castillo. Solo faltaban unos días para que Antonio de Federighi, volviera a su hogar y su caballo se encaminaba hacia allí a paso ligero. 

Ella contemplaba la carta de Luis, el padre de su hijo, de quien se había despedido tiempo atrás. Se había esforzado para convertirse en la mujer abnegada que su situación social le exigía ser. Pero aquel fuerte amor, surgido en la infancia después de que él la hubiera salvado de morir ahogada, los había unido a ambos con una pasión más allá de lo imaginable. Los dos habían unido sus almas y sus cuerpos a escondidas, mientras proferían juramentos de amor eterno. A pesar del paso del tiempo y de que los dos habían contraído matrimonio con otras personas, su vieja promesa de amor seguía vigente. Ella se había  casado con Antonio, un hombre veinte años mayor que ella. La fortuna de aquel hombre salvaría de la ruina a su familia que llevaba años al borde de la quiebra. Doña Elvira se sacrificó por amor a sus padres, creyendo que con el tiempo olvidaría al hombre que se había ganado su corazón. Pero Luis, no estaba dispuesto a perderla y había enamorado  a la doncella de confianza de su amada, aquel matrimonio le había permitido permanecer al lado de su verdadero amor, en calidad de sirviente. Él descendía de un secreto linaje de hechiceros, que adoraban a Astaroth y atesoraban viejos grimorios prohibidos. Había estudiado en un sótano secreto antiguos conjuros, que lo habían ayudado a mantener oculta su relación con doña Elvira. Además, le había regalado a su amada uno de aquellos libros prohibidos, como símbolo del amor que le profesaba y sustituto del anillo de compromiso que no podía darle. El libro permanecía oculto en un hueco de la pared, pues hubiera podido acarrearle la muerte a su poseedor, por el grave delito de herejía, que en aquel tiempo, la santa inquisición perseguía con gran ferocidad. 

Doña Elvira no podía desprenderse de aquella carta comprometedora, que el mismo Luis le había entregado deslizándola bajo el quicio de la puerta. Habían procurado llevar su relación con gran sigilo y no habían levantado sospechas hasta entonces. Pero el hijo de Luis -y presunto heredero de la Casa Federighi- tenía un lunar en forma de cruz, idéntico al que se veía en la piel de su verdadero padre (al cual, por otra parte, se parecía mucho en sus facciones). Doña Elvira no se había preocupado por ello, pues ella era la única que se ocupaba de su pequeño además de la partera, quien era su cómplice y madre de Luis. Habían pensado que la guerra mantendría lejos a don Antonio durante mucho tiempo, permitiéndoles disfrutar de una felicidad indefinida. Pero él iba a volver pronto y no tardaría en advertir que aquel niño no era suyo. 

En aquella carta Luis, además de reiterarle su amor, le proponía un meticuloso plan para envenenar a su cónyuge. Pero ella aún no había decidido qué hacer con el vino emponzoñado. Consultaba su indecisión con su gata Diana, esperando que esta, de algún modo, la ayudara a salir del paso. 

Tras muchas noches de insomnio, Elvira recibió a su marido simulando el amor y la devoción que aquel encuentro requería. Luego le dio la dolorosa noticia de que su hijo había muerto dos días atrás y le mostró su pequeña tumba en el jardín del castillo. Antonio pidió que exhumaran su cuerpo para trasladarlo a la abadía, donde se hallaba la cripta familiar, pero ella dijo, entre llantos y lamentos, que no podía separarse de su hijo. 

Dos días después doña Elvira fue encontrada muerta en su alcoba. Su hermosa gata negra sostenía un alacrán muerto entre las fauces. Aquel extraño suceso ocurrió conforme lo había planeado doña Elvira. Nadie se dio cuenta del momento en el que ella misma se envenenó con el vino que Luis le había entregado, ese fue el último paso de su hechizo, para desprender su alma del cuerpo y poder migrar al interior de su amada gatita. En aquel tiempo los suicidas no tenían derecho a ser sepultados en tierra santa. Sin embargo, el cuerpo de la dama recibió la cristiana sepultura correspondiente a alguien de su linaje. Poco tiempo después, don Antonio mandó exhumar el cuerpo de su hijo, para que fuera enterrado al lado de su madre. Así fue como descubrió que en aquel pequeño ataúd solo había piedras. La esposa de Luis declaró haber visto a su marido huyendo del castillo, llevando en sus manos un pequeño bulto envuelto en telas. 

Doña Elvira había estudiado aquel texto prohibido y había aprendido a comunicarse telepáticamente con su gata. Luego había lanzado sobre el felino un conjuro que las mantendría unidas espiritualmente dentro del mismo cuerpo, para que su alma no se abismara en el Infierno por los pecados de adulterio, brujería y suicidio. 

Algunos días después el pequeño Luis Antonio encontró a una hermosa gatita y le puso por nombre Elvira. Luis, su padre, no se opuso, pues aquel hermoso animal lo ayudaba a evocar el recuerdo de su amada, a quien seguía aguardando en aquella lejana cabaña de madera. 

Arrepentida de la indecisión de no haberse fugado a tiempo con su amante, doña Elvira logró retrasar el castigo eterno que merecía, para dedicar el resto de su vida a proteger a sus seres amados de la ira de don Antonio de Federighi, quien había descubierto sus terribles pecados y había jurado venganza en contra de su hijo y de su verdadero padre, luego de exumar y mutilar el cuerpo de su difunta esposa, para arrojarlo como alimento a los cerdos.


Sara Lena

Escrito el 20 de febrero de 2021 

 Imagen de Pinterest

Inspirado en un reto del taller de escritura creativa, “Tertulias literarias”, que tengo el gusto de administrar en Whatsapp.


4 comentarios:

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Impactante, como describes paso a paso un amor sellado con juramento y roto por el destino. Esa unión que, aunque prohibida ante la sociedad por la diferencia de sus condiciones sociales, contiene un amor puro e incorruptible, pero que por un mal proceder se transformó en tragedia. Me encantó Sarita. Felicitaciones. Gracias por ser ese Pilar donde nos refugiamos y recibimos sombra, los nóveles en este mundo de la escritura. Dios te continúe bendiciendo. 👏👏👏🤗🤗🤗🙏🙏🙏

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Emocionante de principio a fin. Triste historia de amor que conlleva a suicidarse para poder estar con el ser amado, aunque en una figura diferente sin que pueda notarse su presencia. Felicitaciones maestra. Bendiciones mil.

Sara Lena dijo...

El amor más grande e incondicional era a su hijo. El asunto de los amantes, era un amor prohibido. Me alegra que te haya gustado Oscar, muchas gracias por expresarlo. Saludos desde México.

Isabel TARRILLO Carmona dijo...

Hermosa historia de amor que atrapa de inicio a fin , la energía del amor traspasa estados y dimensiones, .gracias por compartir .


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