Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.
Hace muchos años, cuando aún éramos estudiantes universitarios, mi prima
Ángela y yo decidimos hacerle una visita a nuestro tío don Faustino, que era
misionero en una remota aldea de los Andes. Con nosotros llegó otra cooperante,
una chica muy simpática que se llamaba Eva y que, según nos contó ella misma,
era estudiante de Medicina. Su labor consistía en atender a los enfermos y en
mejorar las condiciones higiénicas de los aldeanos, mientras que Ángela y yo ayudábamos
a nuestro tío dando clases en la pequeña escuela misional. Se decidió que los
hombres dormiríamos en la casa parroquial, mientras que las chicas lo harían en
un viejo almacén, donde se habían instalado camas para ellas.
En aquel pueblo circulaban muchas leyendas y los
aldeanos temían a una bruja llamada María Humala. Esta había sido una mujer muy
bella, pero una tarde, mientras recogía agua en el río, fue violada por un
desconocido y desde entonces ya no volvió a ser la misma. Dejó de hablar y su
cuerpo sufrió un rápido deterioro, hasta adquirir un aspecto horrible.
Finalmente huyó de la aldea y se fue a vivir al monte, como un animal salvaje.
Los indios, aunque ya llevaban bastante tiempo sin verla, decían que rondaba
por los alrededores durante las noches sin luna y la consideraban una especie
de vampiro. Don Faustino pensaba que aquella pobre mujer, en el caso de que
hubiera existido realmente, había perdido la razón a causa del trauma o de
alguna enfermedad venérea.
Una mañana
advertí que Ángela estaba muy pálida y que habían
aparecido unas extrañas marcas violáceas en su cuello. Yo conocía bien a mi prima
y sabía que sería inútil preguntarle nada al respecto, así que decidí hablar
con Eva. Esta me reveló que la noche anterior Ángela había sufrido un ataque de
sonambulismo, durante el cual había salido del almacén y caminado dormida por
los alrededores del pueblo, hasta que Eva la encontró y se la llevó de vuelta a
su cama. Posiblemente algún murciélago hematófago había aprovechado la oportunidad
para chuparle la sangre, lo cual explicaba su palidez y las marcas en el
cuello. Eva me prometió que en lo sucesivo vigilaría bien a Ángela para que no
se repitieran incidentes semejantes.
Entonces llegó la noche en la que conocí el
verdadero significado del miedo. Me hallaba acostado en el dormitorio que
compartía con don Faustino, quien dormía como un bendito. Yo, en cambio, estaba
desvelado, lo cual me permitió oír un ruido extraño procedente del almacén
donde dormían las chicas. Me levanté sin despertar al misionero y, cuando
llegué allí, vi que Ángela había desaparecido, mientras que Eva estaba atada y
amordazada sobre su cama. Cuando le quité la mordaza, me dijo que Ángela se
había levantado en aparente estado de trance y la había atado para que no
pudiera detenerla. Como no podía gritar, Eva había llamado mi atención dándole
una patada a la silla que había al lado de su cama. La desaté y salimos en
busca de Ángela. La encontramos desmayada entre los arbustos, con la ropa
enrojecida por la sangre que le manaba del cuello. Agachada a su lado, en
ademán de lamer la sangre, se hallaba el ser más horrendo que había visto en mi
vida. Era una anciana esquelética y harapienta, de aspecto tan repulsivo que no
parecía un ser vivo, sino una momia revivida por algún hechizo infernal. Cuando
aquella bruja fue consciente de nuestra presencia, nos dedicó una mirada
colérica y un grito semejante al rugido de una fiera. Luego, con una agilidad
impensable en un ser tan decrépito, huyó hacia el bosque. Yo dejé a Ángela en manos de Eva e intenté
atrapar a la anciana, pero, mientras corría entre los arbustos, un tigrillo se
abalanzó sobre mí y me arañó el rostro con sus garras. Cuando me repuse, tanto
el felino como la bruja habían desaparecido en las tinieblas de la noche. Sentí
miedo y decidí volver al pueblo antes de que otra fiera (o algo peor) pudiera
atacarme.
Como Ángela había perdido mucha sangre y estaba muy débil, al día
siguiente tuvimos que trasladarla al hospital más cercano. Don Faustino y yo
nos quedamos varios días con ella, esperando a que los médicos le dieran el
alta, mientras Eva se ocupaba de la misión. Cuando recobró la conciencia,
Ángela nos dijo que no recordaba nada de aquella noche, salvo una dulce voz
femenina que le había hablado en sus sueños, ordenándole ir a donde no quería
ir y hacer lo que no quería hacer. Los médicos no se atrevieron a decir qué
animal o criatura podía haberle causado las heridas del cuello, pero lo
importante es que estas, una vez curadas y desinfectadas, se desvanecieron más
rápidamente de lo normal. Para los indios estaba claro que María Humala,
aquella siniestra bruja de los Andes, había manipulado a Ángela con un hechizo
para atraerla hacia su guarida. Y la verdad es que ni don Faustino ni yo nos
atrevimos a contradecirlos.
Pero las sorpresas aún no habían terminado.
Cuando por fin pudimos volver al pueblo, los indios nos comunicaron que Eva
había desaparecido sin dejar rastro y que sus esfuerzos para encontrarla habían
resultado inútiles. En un primer momento, todos nos temimos que hubiera sido
asesinada por María Humala, pero pronto empezaron a atormentarme sospechas que
hasta entonces ni siquiera se me habían ocurrido. Si realmente hubiera sido
María Humala quien había mordido a Ángela, ¿por qué no tenía ni una sola mancha
de sangre en sus labios? Pensándolo bien, era bastante improbable que aquella
decrépita bruja pudiera morder a alguien, pues seguramente ya no le quedaban
dientes en la boca. Entonces me pregunté si María era realmente un vampiro o si
había sido usada por el verdadero demonio para desviar nuestras sospechas.
Fuera como fuera, nunca más volvimos a saber
nada de Eva y la ONG con la cual supuestamente cooperaba negó haberla conocido
nunca.
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3 comentarios:
Este relato es fantásticamente, fantástico. Maestro Fontenla, admiro su capacidad para imaginar este tipo de historias. No sé si las obras que ha leído de otros autores, tenga alguna influencia en usted para crear estos cuentos tan terroríficos y entretenidos.
Cómo se lo he dicho antes, ya quisiera yo aprender a escribir Así. Es un placer leer sus historias y aprender a conocer cada vez más, sobre este género. Un abrazo, un millar de bendiciones y muchísimos éxitos.
Gracias por compartir su talento con nosotros.
Muchas gracias por tus palabras, Óscar, siempre son un estímulo para seguir escribiendo. :)
Siempre es un placer para mí leer a mis maestros. Gracias y un millar de bendiciones. 🤗🤗🤗🙏🙏🙏
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