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ÉRASE UNA VEZ (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Una vez, hace muchos años, una niña llamada Caperucita Roja caminaba por el bosque entonando una cancioncilla popular, mientras se dirigía hacia un viejo castillo situado en la cumbre de una colina. Aunque Caperucita pasaba por ser una niña más simpática y alegre que inteligente, poseía, al igual que otros habitantes de aquel país encantado, el don de hablar con los animales. Un pajarillo se acercó a ella y le preguntó:

¿Adónde vas, Caperucita? Este camino no lleva al pueblo ni a la casa de tu abuelita.

Voy al castillo. He oído rumores de que esta noche el conde va a celebrar una fiesta y, aunque yo no soy de sangre noble, seguro que no le negará la invitación a una chica tan linda y simpática como yo.

Vale, pero no seas tan confiada como la otra vez, cuando aquel hombre lobo estuvo a punto de comeros a tu abuelita y a ti.

¡Qué tontería! En ningún castillo dejarían entrar a un hombre lobo.

No, pero tampoco a leñadores que te salven en el último momento.

¡Bah, si pasa algo el señor conde me protegerá!

El pajarillo, que había oído hablar de Barbazul y de la condesa Báthory, sabía que no todos los condes protegen a las niñas, pero decidió callar para no asustar a su amiga y, tras despedirse de ella, se marchó volando a su nido, pues ya faltaba poco para el anochecer. De hecho, ya volaban los murciélagos cuando Caperucita llegó a las puertas del castillo. Tal como había previsto, los guardias (que, por lo demás, no parecían muy simpáticos) le abrieron las puertas, pero, para su decepción, el interior del castillo le pareció mucho más lóbrego y sucio de lo que había imaginado. Por otra parte, allí no había nadie, salvo ratas, arañas y murciélagos… o al menos eso parecía, pues de pronto la niña sintió una mano dura y fuerte sobre su hombro derecho. Se volvió para ver quién la había tocado y palideció de miedo cuando reconoció a su viejo enemigo, el hombre lobo del bosque. Aunque se hallaba bajo su forma humana, ella no podría olvidar jamás aquella voz engañosamente amable:

Buenas noches, querida. Percibí tu aroma mientras deambulaba por el bosque y te he seguido hasta aquí.

¿Pero usted no estaba muerto?

Una simple hacha no puede matar definitivamente a un licántropo. Solo la plata y la decapitación pueden hacerlo. Tú, en cambio, puedes morir muy fácilmente, tienes una carne muy tierna.

Entonces hizo su aparición un hombre alto y apuesto, de rostro adusto pero noble, que iba vestido completamente de negro y blandía un impresionante revólver. El hombre lobo soltó a Caperucita y se encaró con el recién llegado, mientras maldecía a la niña para sus adentros:

La pequeña zorra había visto a ese tipo antes que yo y se las arregló para hacerme confesar mis debilidades. Ahora él sabe cómo puede matarme para siempre, pero no le pondré las cosas fáciles.

Cuando el combate entre el hombre lobo y el pistolero desconocido parecía inevitable, surgió de las tinieblas el amo del castillo, el cual no era otro que el conde Drácula. Este saludó a sus variopintos huéspedes con una sonrisa diabólica y una voz espectral:

Bienvenidos a mi humilde morada, amigos míos. Me temo que los he engañado haciendo correr los rumores de que esta noche iba a celebrarse aquí una fiesta. Lo que sí habrá es un festín de sangre para mí y para mis servidores.

Dicho esto, el conde chasqueó los dedos y los guardias del castillo se convirtieron en enormes sabuesos, más feroces que los lobos del bosque y más negros que la misma noche. El hombre lobo se olvidó del pistolero y, tras adoptar rápidamente su forma de bestia, se arrojó sobre los sabuesos, pero, a pesar de sus afilados colmillos y de sus poderosas zarpas, no consiguió hacerles el menor daño. En cambio, los perros lo destrozaron en un santiamén, convirtiéndolo en un montón de carne ensangrentada. El pistolero hizo ademán de disparar sobre los sabuesos, pero Caperucita se acercó a él y le dijo en voz baja:

Esos no son perros de verdad. Si lo fueran, podría entender su lenguaje, pero sus ladridos y gruñidos no me dicen nada.

Entonces solo pueden ser espíritus infernales, de modo que sería inútil lanzar un ataque físico contra ellos. Por eso el licántropo no pudo herirlos, pero yo sí sé cómo detenerlos.

El pistolero recitó unos pocos versículos de la Biblia, que se sabía de memoria, y los perros infernales se desvanecieron en la nada como espectros sorprendidos por la luz del alba. Drácula, sorprendido y asustado por el inesperado giro de los acontecimientos, huyó del castillo convertido en murciélago. El pistolero le dijo a Caperucita:

Llevo años persiguiendo a ese vampiro y, por lo que veo, nuestra lucha aún no ha acabado. Puedes volver a tu casa tranquilamente, pues nuestro amigo el licántropo tardará mucho tiempo en regenerarse. Y muchas gracias por tu ayuda, de no ser por ti ahora estaría peor que él.

Muchas gracias a usted, señor. Por cierto, ¿puedo saber cómo se llama?

Mi nombre es Hunter, Daniel Hunter.

Dicho esto, Daniel Hunter se despidió de Caperucita y se fue montado en un caballo negro.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Diseñada por Freepik (www.freepik.es).


UN VAMPIRO ORIENTAL (SABINE BARING-GOULD)

 

Texto: Leyenda oriental recogida por Sabine Baring-Gould. Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

A principios del siglo XV vivía en Bagdad un anciano mercader, cuyos negocios le habían producido una gran fortuna y que tenía un único hijo, al cual amaba tiernamente. Resolvió casar a su vástago con la hija de otro mercader: una muchacha de considerable fortuna, pero carente de todo atractivo personal. Abul-Hassan, el hijo del mercader, vio un retrato de la dama y le pidió a su padre que aplazara la boda, pues necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Pero lo que hizo fue enamorarse de otra muchacha, que era hija de un erudito, y no dejó en paz a su padre hasta que este le permitió casarse con su amada. El viejo mercader se resistió todo lo que pudo, pero, viendo que su hijo estaba resuelto a casarse con la hermosa Nadilla y que había rechazado completamente a la fea hija del mercader, hizo lo que suelen hacer los padres en semejantes circunstancias: dio su brazo a torcer.

La boda se celebró con gran esplendor y después vino una feliz luna de miel, que hubiera sido aún más dichosa de no ser por un pequeño detalle, que acabaría teniendo graves consecuencias. Abul-Hassan se percató de que su esposa abandonaba el lecho nupcial cuando pensaba que su esposo estaba dormido y no volvía hasta una hora antes del alba. Impelido por la curiosidad, una noche Hassan se hizo el dormido y vio cómo su esposa se levantaba para salir de la habitación, como hacía habitualmente. La siguió discretamente y vio cómo entraba en un cementerio. La luz lunar le mostró cómo se introducía en un sepulcro y decidió seguirla. Una vez dentro, se encontró con una escena espeluznante. Una horda de vampiros se había reunido con los despojos de las tumbas que habían violado y se estaban dando un festín con la carne de cadáveres largo tiempo enterrados*. Su propia esposa, que nunca cenaba en casa, estaba participando en el horrible banquete. Cuando pudo huir sin llamar la atención, Abul-Hassan volvió a su habitación.

No le dijo nada a su esposa hasta que a la noche siguiente llegó la hora de la cena. Ella se resistió a probarla y entonces él exclamó lleno de ira:

¡Claro, reservas tu apetito para tus banquetes con los vampiros!

Nadilla se quedó callada, palideció y tembló. Luego se dirigió a su alcoba sin pronunciar una sola palabra. A medianoche se levantó para atacar a su esposo con uñas y dientes. Lo hirió en la garganta y, tras abrirle una vena, intentó sorber su sangre, pero Abul-Hassan se levantó de un salto, la derribó y la mató de un golpe. La enterraron al día siguiente, pero tres días después, a medianoche, reapareció y atacó nuevamente a su esposo, en un segundo intento de chuparle la sangre. Él consiguió zafarse de ella y a la mañana siguiente abrió su tumba, quemó su cadáver y arrojó las cenizas al río Tigris**.

*El ghoul o vampiro de las leyendas árabes, además de beber sangre, es aficionado a comer restos de cadáveres humanos.

**Ecos de esta leyenda pueden apreciarse en el cuento "Vampirismus" del célebre autor alemán E. T. A. Hoffmann, quien en su versión elimina o reduce los elementos más fantásticos de la historia.

VAMPIRO (DELMIRA AGUSTINI)

En el regazo de la tarde triste
Yo invoqué tu dolor... Sentirlo era
Sentirte el corazón! Palideciste
Hasta la voz, tus párpados de cera,

Bajaron...y callaste... Pareciste
Oír pasar la Muerte... Yo que abriera
Tu herida mordí en ella -¿me sentiste?-
Como en el oro de un panal mordiera!

Y exprimí más, traidora, dulcemente
Tu corazón herido mortalmente,
Por la cruel daga rara y exquisita
De un mal sin nombre, hasta sangrarlo en llanto!
Y las mil bocas de mi sed maldita
Tendí a esa fuente abierta en tu quebranto.

¿Por qué fui tu vampiro de amargura?
¿Soy flor o estirpe de una especie oscura
Que come llagas y que bebe el llanto?

Fuente de imagen: Pixabay.

LA LAMIA (LEYENDA GRIEGA)

 

Texto: Robert Burton, adaptado por Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Cuenta Filóstrato en su libro Vida de Apolonio que un joven de veinticinco años, llamado Menipio Licio, conoció en el camino de Corinto a una hermosa dama, la cual dijo ser de origen fenicio. Esta llevó al joven a su suntuoso palacio, donde se ofreció a cantar y danzar solo para él, mientras ambos gozaban de todos los placeres que pueden proporcionar el vino y el amor. Menipio era un filósofo y había aprendido a controlar sus pasiones, pero no pudo resistir los embates del amor y decidió contraer matrimonio con la fenicia. Entre los invitados a la boda estaba el sabio Apolonio de Tiana, quien no se dejó engañar por las apariencias y vio que aquella mujer era, en realidad, una lamia (vampiro de la mitología griega, que adoptaba hermosas apariencias para seducir a los incautos y beber su sangre). Al verse descubierta, ella se echó a llorar y le rogó a Apolonio que no revelara su secreto, pero el sabio, indiferente a sus lágrimas, le dijo a Menipio  que estaba "abrazando a una serpiente"; entonces tanto ella como su palacio ilusorio se desvanecieron para siempre. 


EL CONDE MAGNUS (M. R. JAMES)

El señor Wraxall fue un viajero inglés de mediados del siglo XIX, que llegó a Suecia en busca de materiales para escribir un libro. Una vez allí, se interesó por una vieja familia de la ciudad de Raback, los señores De La Gardie. Decidió estudiar sus crónicas y no tardó en interesarse por uno de sus antepasados, el conde Magnus, que había mandado edificar la mansión familiar y sobre quien circulaban rumores tan extraños como inquietantes. El conde, que había vivido durante el siglo XVII, era famoso por su severidad con los cazadores furtivos. La crueldad de sus castigos llegó a ser legendaria y se decía que aún acechaba desde su tumba en el mausoleo de la iglesia. Más concretamente, se hablaba de dos campesinos que habían osado cazar en sus propiedades un siglo después de su muerte. Entonces se oyeron terribles gritos en el bosque y una risa diabólica procedente de la tumba del conde, así como el sonido de una puerta. A la mañana siguiente el párroco encontró a los dos furtivos. Uno de ellos se había vuelto loco y el otro estaba muerto. A este último le habían arrancado toda la carne del rostro, dejando sus huesos a la vista.

El señor Wraxall no tardó en conocer las leyendas que circulaban sobre el conde, incluyendo el rumor de que había efectuado la Peregrinación Negra, es decir, un viaje a la ciudad palestina de Chorazin, sobre la cual Dios había arrojado su maldición, tal como puede leerse en las Escrituras. Pero resultaba difícil explicar lo que dicha Peregrinación significaba exactamente. Y tampoco estaba claro qué compañero se había traído el conde en su viaje de vuelta. Por otra parte, el señor Wraxall se sentía cada vez más interesado por el mausoleo donde reposaba el conde y finalmente obtuvo permiso para entrar en él, acompañado por el diácono. Allí encontró varios monumentos y tres sarcófagos de cobre, uno de los cuales pertenecía al conde. En los laterales de dicho sarcófago vio varias escenas grabadas. En una de ellas, particularmente terrorífica, se veía cómo un hombre huía frenéticamente a través del bosque. Sus perseguidores eran un ser más bien pequeño, de cuyo cuerpo se desprendía un tentáculo semejante al de una medusa, y un hombre alto cubierto por una capa. El sarcófago estaba sellado por tres grandes clavos de acero, uno de los cuales se había caído al suelo. El señor Wraxall recordó que había oído un sonido metálico el día anterior, mientras paseaba cerca del mausoleo. Entonces había pensado, de una forma algo morbosa, que le hubiera gustado conocer al conde Magnus.

La fascinación del viajero se incrementó y se hizo con la llave del mausoleo, al cual le dedicó una segunda visita (en esta ocasión entró él solo). Llamó su atención que otro clavo estuviera a punto de desprenderse del sarcófago. Al día siguiente decidió irse de Raback, no sin antes hacerle una última visita a la tumba del conde, a modo de despedida. Una vez más volvió a sentir el absurdo deseo de conocer al conde. Vio, asustado, que solo quedaba un clavo en el sarcófago y que este se caía al suelo haciendo un ruido metálico. Luego oyó algo más, un sonido semejante a un crujido de bisagras. Le pareció que la tapa del sarcófago empezaba a elevarse lentamente, así que huyó aterrorizado, sin acordarse de cerrar la puerta del mausoleo.

Durante su retorno a Inglaterra Wraxall empezó a sentir una extraña inquietud hacia los demás pasajeros del barco. Lo ponían especialmente nervioso dos personas que siempre iban cubiertas por sendas capas. Tenía la sensación de que lo seguían y lo vigilaban. De los veintiocho pasajeros del barco solo veintiséis acudían al comedor. Los dos ausentes eran, precisamente, aquellos dos individuos, uno de los cuales era un hombre alto, mientras que su compañero era más bien bajo. Cuando desembarcó en Harwich, el señor Wraxall tomó un carruaje, desde el cual vio dos figuras encapuchadas en un cruce del camino. Finalmente se alojó en una pequeña casa rural y empezó a escribir sus notas de forma frenética. Dos días después fue encontrado muerto. Durante la investigación siete miembros del jurado se desmayaron tras ver lo que quedaba de su cuerpo. La casa donde murió permaneció deshabitada durante medio siglo. Después fue demolida y entonces se encontró el manuscrito del difunto señor Wraxall en una alacena olvidada.

Fuentes del texto: Montague Rhodes James (Cuentos de fantasmas de un anticuario) y H. P. Lovecraft (El horror sobrenatural en la literatura). Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LA PRUEBA

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Nos encontramos en una mansión húngara a finales del siglo XIX. Aquella casa pertenecía al señor Nagasdy, un hombre rico de origen desconocido, que llevaba poco tiempo viviendo en la región. Nadie sabía cómo había hecho su fortuna, pero era un hombre demasiado poderoso para preocuparse por los rumores de sus vecinos.

Uno de sus criados era un niño de catorce años llamado Férenc, que trabajaba en las fincas y dormía en un rincón de la cocina. Aquella noche Férenc se levantó de su lecho poco antes de la medianoche, robó las llaves del guardia, que dormía como un bendito, y le abrió las puertas de la casa a una muchachita de su edad, que era muy hermosa y tenía la piel tan blanca como las nieves de los Cárpatos. Aquella niña le dio las gracias y una moneda de oro. Luego le preguntó dónde podía encontrar un buen cuchillo. Férenc respondió:

Hay muchos cuchillos en la cocina. Pero no sé para qué necesitas uno. Yo pensaba que solo querías pasar la noche con el señor Gábor (el tal Gábor era un criado muy guapo, que fornicaba por las noches con las chicas de la comarca).

Ni siquiera sé quién es ese hombre. Yo estoy aquí para matar al señor Nagasdy.

¿A mi amo? ¿Acaso estás loca?

Debería estarlo después de todo el daño que me hizo. Hace tres años él y sus hombres entraron en mi casa, abusaron de mí y asesinaron a mi padre. Pero esta noche voy vengarme degollándolo mientras duerme.

Entonces aparecieron varios hombres armados, dirigidos por el dueño de la casa. Nagasdy había recibido aquella noche un mensaje anónimo, que lo advirtió del peligro que corría. Dijo:

Así que estás aquí, señorita Anna Lugosi. No has cambiado nada desde la visita que te hice hace tres años.

Anna dijo con voz fría:

Ciertamente nada ha cambiado desde entonces, Anton Nagasdy. Aquel día te juré que vengaría a mi padre y aquí estoy.

Lástima que no puedas hacerlo. ¡Venga, chicos! Atrapad a esa pequeña zorra y también a ese traidor de Férenc. Luego haced con ellos lo que hacemos con todos los espías.

Uno de los hombres de Nagasdy intentó agarrar a Anna, pero esta, que era muy rápida, consiguió huir y desapareció entre las tinieblas de la noche. Por el contrario, Férenc fue atrapado sin remedio. Uno de sus captores hizo ademán de degollarlo allí mismo, pero Nagasdy le ordenó llevarlo al monte, donde sería fácil hacer desaparecer su cadáver. Entonces el muchacho, bien atado y amordazado, fue subido a un carro y trasladado al lugar más oscuro del bosque. Pero de pronto aparecieron varios lobos, que asustaron a los caballos. El cochero no pudo contenerlos y el carro acabó en las frías aguas del río.

Cuando Férenc recobró la conciencia, Anna estaba a su lado y sus ojos brillaban como dos llamas de fuego helado. El muchacho apenas tuvo fuerzas para decir:

Tú... no eres humana.

Ya no. Hace tres años le ofrecí mi alma a Satanás a cambio de que me convirtiera en un vampiro, pues de otro modo nunca podría vengar a mi padre. Juré que no descansaría hasta beber la sangre de todos sus asesinos, empezando por Nagasdy. Pero no puedo matar a ningún hombre bueno, pues si lo hiciera me iría al Infierno de inmediato. Como existía la pequeña posibilidad de que Nagasdy se hubiera reformado durante los últimos años, decidí ponerlo a prueba. Yo misma lo avisé del peligro que corría, para ver cómo reaccionaba, pero, evidentemente, no superó el examen, ya que sigue siendo un asesino. Perdona el chapuzón, no podía rescatarte de otro modo. El carro había sido utilizado para transportar productos de la huerta y aún olía a ajo, lo cual me impedía aproximarme. Tuve que llamar a los lobos, para que espantaran a los caballos y el carro quedara bien lavado en el río. Ahora ya no te necesito para entrar en la casa de Nagasdy, de modo que aquí se separan nuestros caminos. Pero antes de nada un beso para que me perdones.

Anna besó la boca de Férenc con sus labios fríos y se marchó. Él no volvió a ver a la niña vampiro, pero recordó aquel beso durante toda su vida.


SANGRE EN LOS ANDES

 

Hace algunos años, cuando aún éramos estudiantes universitarios, mi prima Ángela y yo aprovechamos la festividad de Todos los Santos para hacerle una visita a nuestro tío abuelo don Faustino, que era misionero franciscano en una aldea de los Andes. Con nosotros llegó Eva Mourelos, una chica muy guapa y simpática que, según nos contó ella misma, había sido enviada a la misión por una prestigiosa ONG médica de inspiración católica. Se decidió que los hombres dormiríamos en la casa parroquial, mientras que las chicas lo harían en un viejo almacén, donde se habían instalado dos camas para ellas. Ángela y Eva estuvieron de acuerdo, pues habían hecho buenas migas y estaban encantadas de compartir habitación. 

Los indios del lugar temían a una hechicera de las montañas llamada María Humala, que según la leyenda salía de su cueva durante la Noche de Difuntos en busca de sangre humana, pero a nosotros las supersticiones locales no nos quitaban el sueño. Sin embargo, la mañana del dos de noviembre advertí que Ángela estaba muy pálida y que habían aparecido unas extrañas marcas violáceas en su cuello. Ella no recordaba nada, pero era posible que algún murciélago hematófago le hubiera chupado la sangre mientras dormía. Eva, al verme preocupado, me prometió que en lo sucesivo cerraría a cal y canto las ventanas del almacén, para que no se repitieran incidentes semejantes.

A la medianoche siguiente me despertó un ruido procedente del exterior. Entonces me levanté procurando no despertar a don Faustino, que dormía como un bendito, cogí mi linterna y salí a echar un vistazo. El causante del ruido había sido un tigrillo o gato montés sudamericano, que huyó a la selva nada más verme. Respiré aliviado y antes de volver a mi lecho decidí acercarme al almacén, para comprobar si Eva había cumplido su promesa de cerrar las ventanas. Cuando llegué allí, vi que la puerta estaba abierta de par en par. Ángela yacía inconsciente sobre su cama, pálida como una muerta y con el cuello ensangrentado, mientras que Eva había desaparecido sin dejar rastro. Mi prima se recuperó gracias a los cuidados que le prodigó don Faustino, pero todos sus recuerdos de aquella noche se habían desvanecido para siempre. En cuanto a Eva, nunca más volvimos a saber de ella. Los indios creen que la bruja María Humala entró en el almacén, desangró a Ángela mientras dormía y raptó a Eva para devorarla en su gruta, pero yo tengo otra teoría aún más inquietante. He dicho que no volvimos a saber de Eva, pero en realidad nunca habíamos sabido de ella nada más que lo que había querido contarnos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

EL PACTO (CUENTO)

Texto: Javier Fontenla, basado en la novela Drácula de Bram Stoker. Imagen: Pixabay.

Aquella noche Marlene, una hermosa niña de catorce años, se acercó a un viejo cementerio, abandonado desde hacía muchos años. Allí se encontró con un hombre de aspecto aterrador, cuya palidez espectral contrastaba con la fúnebre negrura de sus ropajes y con el fuego infernal de sus pupilas. Pese a ser una niña valiente, Marlene no pudo reprimir un estremecimiento al comprender que se hallaba ante Drácula, el príncipe de los vampiros. Aunque Drácula había sido destruido a finales del siglo XIX, tal como lo contó Bram Stoker en su famosa novela, una vez cada cien años podía volver de la tumba durante la Noche de Walpurgis. El vampiro estaba sediento de sangre tras un siglo de ayuno, pero no se atrevió a atacar a Marlene, pues esta llevaba en la mano un crucifijo de plata. Entonces la miró con rabia y le dijo:

¿Qué buscas aquí, niña?

Quiero ofrecerte un pacto. Te dejaré beber mi sangre si antes haces algo por mí.

¿A qué te refieres?

Hace cosa de un año el general Oleg Bazarov se hizo con el poder en toda Rusia y le declaró la guerra a Occidente. Sus misiles arrasaron nuestras ciudades y mataron a toda mi familia. Ahora sus tropas están terminando el trabajo y destruirán el mundo si nadie las detiene. Pero solo tú podrías hacerlo.

Drácula examinó a Marlene con ojos inquisitivos y dijo:

Creo que aceptaré tu propuesta, pues deseo beber tu sangre y, por otra parte, no me interesa que los mortales se destruyan entre ellos. Esta misma noche mataré a ese Bazarov, pero luego volveré por ti. Te advierto que, si intentas huir de mí incumpliendo tu promesa, te convertirás en una perjura y tu crucifijo ya no podrá protegerte. En ese caso, te buscaré y luego no solo beberé tu sangre, sino que además te daré la peor de las muertes imaginables.

No te preocupes, te prometo que estaré esperándote aquí mismo. De todas formas, prefiero morir desangrada antes que ser torturada y violada por los soldados de Bazarov.

Drácula le dedicó una fría sonrisa a Marlene y, tras convertirse en murciélago, se marchó volando hacia el este.

Cerca de Odesa se hallaba la base militar desde la cual el general Bazarov tiranizaba a su pueblo y coordinaba la destrucción de Occidente. Allí se sentía a salvo, mientras sus enemigos y sus propios hombres morían en los campos de batalla de toda Europa, pues las medidas de seguridad de aquella base eran virtualmente perfectas.

Los centinelas vieron, aterrorizados, cómo una nube negra que vagaba por el cielo nocturno se convertía en un ejército de murciélagos. No tardó en cundir el pánico en toda la base, mientras aquellos murciélagos atacaban a los guardias con una saña infernal. Se ordenó cerrar las puertas del búnker antes de que entraran los murciélagos, aunque ello supusiera abandonar a los soldados que se hallaban en el exterior. Unos guardias estaban intentando cerrar la puerta trasera cuando apareció ante ellos un hombre demacrado, que llevaba uniforme de coronel. El recién llegado les dijo con un tono al mismo tiempo autoritario y suplicante:

¡Maldita sea, déjenme entrar! Ustedes no pueden impedirle la entrada a alguien de mi rango.

Los soldados dejaron entrar al caporal y luego cerraron la puerta, justo a tiempo para impedir que los murciélagos penetraran en el búnker. Entonces Drácula se quitó el uniforme que le había arrebatado a una víctima de los murciélagos y se encaminó hacia el corazón del búnker, dejando atrás los cadáveres desangrados de unos cuantos soldados. No tardó mucho en atrapar al general Bazarov, que se quedó paralizado de terror cuando el vampiro clavó en él su mirada hipnótica y le dijo:

Ahora usted se halla bajo mi poder, así que va a hacer todo lo que yo le mande: primero va a ordenar una retirada general de sus tropas, que esta misma noche deberán volver a Rusia sin causar más daños en los países invadidos. Y luego se pegará un tiro en la cabeza.

Tras asegurarse de que Bazarov había cumplido sus órdenes, Drácula volvió al cementerio y se presentó ante Marlene. Entonces esta le dijo:

Pronto podrás beber mi sangre, pero te ruego que antes me permitas devolver esta cruz a la iglesia donde la encontré. No está lejos de aquí y te juro que habré vuelto antes del alba.

Drácula asintió y dijo:

Está bien. Después de todo, no me gustaría que esa maldita cruz se quedara tirada cerca de mi tumba. Puedes irte, pero no tardes en volver o iré a buscarte.

Marlene no tardó en volver, ya sin el crucifijo. Cuando la vio a su merced, Drácula hizo ademán de hincar sus colmillos en el cuello de la indefensa niña. Pero se detuvo en el último momento, tras percibir un olor desagradable, y gritó furioso:

¡Te has untado el cuello con agua bendita! ¿Por eso querías ir a la iglesia, pequeña tramposa?

Marlene se mantuvo serena y respondió:

No soy una tramposa. Yo le ofrezco mi sangre, tal como le había prometido. No es culpa mía si ahora usted decide rechazarla.

Esto solo atrasa tu destino. Cuando se seque el agua…

Para entonces ya será de día.

Drácula advirtió que se acercaba el amanecer y, sabiéndose vencido, dejó que Marlene se marchara sin hacerle daño. Luego volvió a su tumba con una sonrisa en los labios. En realidad, él siempre había sabido cuál era el plan de Marlene, pero un caballero no puede exigirle nada a una dama en apuros. Lo que pasa es que, cuando el caballero es un vampiro, debe disimular para no manchar su diabólica reputación.


LA CANCIÓN DE LOS MURCIÉLAGOS (ROBERT E. HOWARD)

Texto: Robert Ervin Howard (1906-1936). Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Cuando la oscuridad se cierne sobre los montes y las estrellas emiten un resplandor espectral, los murciélagos vienen volando desde el valle y desde el río. Dan vueltas y más vueltas mientras entonan una canción infernal: “Una vez fuimos reyes, gobernábamos un mundo embrujado y todo nos pertenecía. La diadema del poder coronaba nuestras cabezas, pero entonces el rey Salomón nos convirtió en bestias y destruyó nuestra gloria.” Siguieron dando vueltas en torno al sol poniente, hasta que su vuelo fantasmal se desvaneció en la noche. ¿Qué fue su canción sino el murmullo de unas alas moviéndose bajo las estrellas? ¿O acaso fue el lamento de una horda de fantasmas, que aún hablan en susurros de su olvidada grandeza?


VAMPIROS REALES

Texto: Sabine Baring-Gould, traducido por Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Michael Wagener relata una horrible historia acaecida en Hungría, suprimiendo el apellido de su protagonista, al tratarse de una persona ligada a cierta familia que aún goza de gran influencia en el país húngaro. Esta historia demuestra cómo un hecho trivial puede dar lugar a una pasión terrible y desproporcionada.

Elizabeth era amiga de vestirse bien para mayor deleite de su esposo e invertía la mitad de día en sus arreglos de tocador. En cierta ocasión, una de sus doncellas le dijo que había algo incorrecto en su atuendo y, como recompensa por esa observación, su ama, poco amiga de recibir semejantes críticas, le propinó una buena paliza. La sangre saltó de la nariz de la doncella y salpicó el rostro de la dama. Cuando se hubo limpiado las manchas de sangre, Elizabeth vio que su cutis se había vuelto mucho más blanco, transparente y hermoso en los puntos donde había recibido las salpicaduras.

Entonces Elizabeth tomó la determinación de bañarse en sangre humana para prolongar su belleza. Dos ancianas y un tal Fitzko la asistieron en su propósito. Este monstruo solía matar a sus desafortunadas víctimas, mientras las ancianas se ocupaban de recoger su sangre, en la cual Elizabeth se bañaba hasta las cuatro de la madrugada. Después de sus abluciones parecía más hermosa que antes.

Ella continuó con este hábito tras la muerte de su marido en el año 1604, con el fin de ganar nuevos pretendientes. Las desdichadas muchachas que eran atraídas al castillo con promesas de una buena colocación, eran encerradas en una celda, donde sus cuerpos eran golpeados hasta que se hinchaban. Con frecuencia Elizabeth torturaba ella misma a sus víctimas, a veces les cambiaba sus ropas cuando estaban empapadas de sangre y luego reanudaba sus crueldades. Los cuerpos hinchados eran posteriormente cortados con navajas. En ocasiones las chicas eran quemadas y luego descuartizadas, pero casi todas eran golpeadas hasta la muerte. Al final la crueldad de Elizabeth se hizo tan obsesiva que se dedicaba a clavarles agujas a quienes se sentaban a su lado en los carruajes, especialmente si eran personas de su mismo sexo. Una de sus sirvientas fue desnudada completamente, untada con miel y expulsada de su mansión. Cuando ella estaba enferma, no podía olvidar su sadismo y mordía a quienes se acercaban a su lecho de enferma, como si se hubiera convertido en una bestia salvaje.

Causó la muerte de un total de 650 muchachas, algunas de las cuales fueron asesinadas en el territorio neutral de Tscheita, donde ella había hecho construir una celda con ese propósito. Otras murieron en diferentes localidades. La muerte y la sed de sangre se habían convertido en verdaderas necesidades para ella.

Cuando finalmente los padres de las niñas desaparecidas ya no pudieron ser engatusados más tiempo, el castillo fue registrado y los indicios de los crímenes no tardaron en ser descubiertos. Sus cómplices fueron ejecutados y a ella la encerraron durante el resto de su vida*.

Otro caso igualmente llamativo es el del Mariscal de Retz. Se trataba de un hombre educado, erudito, cortesano y buen comandante militar. Pero repentinamente se apoderó de él un deseo de matar y destruir, mientras leía a Suetonio en su biblioteca. Se dejó llevar por el impulso, convirtiéndose en uno de los mayores monstruos de crueldad que el mundo haya engendrado**.

*Wagener y Baring-Gould creen ingenuamente que así terminó la historia de Elizabeth, pero Sara Lena y sus lectores sabemos que no fue exactamente así.

**Mientras que Elizabeth Báthory fue, junto con Vlad Tepes, la principal inspiración del mito de Drácula, Gilles de Retz, más pederasta e infanticida que vampiro, dio lugar a la leyenda del malvado Barbazul.

UN LEGADO PARA SELENE (RESEÑA PERSONAL DE FONTENLA)

Hace algunas semanas se publicó en Amazon Un legado para Selene, novela de fantasía oscura escrita por la autora mexicana (y principal impulsora de este blog) Sara Lena Jiménez, con la modesta colaboración de quien escribe estas líneas.

 

Texto: Fontenla. Imagen: Pixabay.


Al igual que su compatriota Guillermo del Toro, Sara Lena posee el don de mezclar armoniosamente fantasía y realidad, terror y ternura, tristeza y esperanza, tal como demuestra sobradamente en esta obra, cuya historia no responde a un argumento rígido y monolítico, sino que abarca tres planos diferentes (sobre la importancia del número tres en la novela habría mucho que decir). Cada uno de estos tres planos puede relacionarse con un carismático personaje femenino, tal como mostramos a continuación:

1-El plano “siniestro” se corresponde con un personaje al mismo tiempo legendario y real: Elizabeth Báthory, condesa húngara del siglo XVII que fue acusada de asesinar doncellas para bañarse en su sangre. Al parecer, tales crímenes se debían tanto al sadismo de Elizabeth como a ciertas creencias supersticiosas, según las cuales bañarse en sangre virgen le permitiría conservar su belleza juvenil más allá de los límites ordinarios. En este personaje confluyen dos inquietantes mitos populares, el del aristócrata perverso que hace un pacto con el Diablo (otro conocido ejemplo es Gilles de Rais, cuyos crímenes inspiraron el cuento “infantil” de Barbazul) y el del vampiro seductor que busca la inmortalidad a través de la sangre (aunque el ejemplo más conocido es, sin duda, el conde Drácula, no debemos olvidar a las numerosas vampiras de la mitología antigua: Lamia entre los griegos, Lilith entre los hebreos, Lamashtu entre los babilonios, etc.). Podemos decir que Elizabeth es la “mala” de la novela, aunque su papel en la misma es mucho más complejo que el de una simple antagonista. La sombra masculina de Elizabeth es el atormentado vampiro húngaro Janós, quien además es el narrador de la historia.

2-Un plano “heroico” se corresponde con la “chica buena” de la novela, una preadolescente mexicana llamada Selene. Es una niña tímida y con problemas de integración, que se siente incomprendida tanto en el ámbito escolar como en el familiar. Ese sentimiento de desarraigo emocional se acentuará cuando descubra una terrible verdad sobre su origen, que la llevará al borde del suicidio. Sin embargo, Selene posee un extraordinario potencial interior que, a pesar de todas las dificultades, se irá desarrollando a lo largo de la novela. Sin dejar de ser un thriller sobrenatural, la historia de Selene también tiene mucho que ver con lo que los alemanes llaman Bildunsgroman o “novela de formación”, pues nos muestra un proceso de tránsito entre la ingenuidad infantil y la madurez emocional. La sombra masculina de Selene es su amigo Alberto (quien también guarda muchos secretos en su vida, pero esa ya es otra historia, que será contada en otra ocasión).

3-El plano “mágico” se corresponde con Xóchitl Teutle, abuela materna y mentora de Selene. Xóchitl es una mujer de raza india, muy sabia y bondadosa, que ha heredado las facultades mágicas de los antiguos chamanes olmecas. Si Elizabeth es “la villana” y Selene “la buena”, en cambio Xóchitl ejerce el papel de “maestra del héroe” (en este caso, de la heroína). Se trata de un rol básico en la ficción, que se remonta al arquetipo legendario del “mago bueno” (Merlín, el hada madrina de la Cenicienta…) y que llega hasta la cultura popular moderna, encarnado en figuras tan entrañables como Gandalf, el Maestro Yoda de Star Wars o la bruja Flora del manga Berserk. La sombra masculina de Xóchitl es su hijo Mario, padre biológico de Selene, que nunca deja de velar por su hija, ni siquiera cuando la muerte se interpone entre ellos.

Para terminar mi somera presentación de Un legado para Selene, que no pretende abarcar todos los matices de esta historia tan mágica y emocionante, solo me queda mencionar un pequeño detalle: Selene celebra su cumpleaños el tres de marzo, así que si la ves aún estás a tiempo de felicitarla.


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El extraño Yousef


Texto de Sara Lena, dedicado a Bram Stoker, creador de los vampiros literarios por su reciente cumpleaños (8 de noviembre). Forma parte de la antología: Pesadillas bajo la tinta, la cual pueden adquirir de manera gratuita al costado de este blog. Imagen de Pinterest

 La mayoría de los aldeanos de aquella pequeña villa minera, estaban tratando de recuperarse de las grandes pérdidas humanas que les dejó la Revolución. Sentían  orgullo de sus tierras por la valentía de sus héroes, que les habían dejado una buena relación con los burgueses (quienes recientemente habían tomado el poder político de Francia).    

Aquel día la gente estaba terminando sus jornadas laborales. El cielo repentinamente comenzó a rugir con estruendosos relámpagos y se cubrió con oscuras nubes. El aire se sintió pesado, como si costara más trabajo respirar. El ambiente se tornaba  sombrío con la entrada del crepúsculo y las personas se apresuraban para regresar a sus casas a resguardarse de lo que parecía una gran tormenta eléctrica que se avecinaba. Mientras corrían todos despavoridos, recogiendo sus cosas, algunos vieron salir de entre la espesura del bosque a un extraño niño. El chico de unos ocho años de edad, vestía muy diferente a todos los demás, no era fácil saber su posición social pues, aunque la tela de sus ropas parecía fina, estaba roída y sucia. Su pálida piel y extensas ojeras le daban un aspecto enfermizo, razón por la que Amelie Allard, se apiadó del pequeño. La joven acababa de enviudar a causa de la guerra y vivía con sus dos pequeños gemelos, de la edad del desconocido. Ella dejó de recoger la ropa del tendedero para ir en auxilio del pequeño. Lo guareció en su cabaña y regresó a sus labores, una vecina que la había visto le advirtió que no debía confiar en los desconocidos, aquel misterioso niño era demasiado extraño como para permitir que se quedara a solas con sus pequeños. Amelie se estremeció con aquella afirmación y se apuró para terminar de acomodar la ropa en su cesta, para no retrasar más su regreso. Suspiró aliviada al entrar y ver que los tres niños jugaban alegre e inocentemente alrededor de la mesa. Continuó con sus quehaceres apenas advirtiendo la algarabía de los pequeños.

Luego vino el momento del interrogatorio, se sentaron a la mesa a compartir los alimentos, pero el pequeño desconocido se declaró satisfecho. Afirmó llamarse Yousef, haber quedado huérfano en la guerra y llevar varios días vagando en el bosque. Amelie se apresuró para acostar a sus hijos en su cama y darle al pequeño Yousef la habitación de los niños, atendiendo a todos con mucha amabilidad. Al poco tiempo cesaron los ruidos de las ramas de los árboles que habían estado chiflando por el viento. Horas después, una intensa luz roja se asomaba por la ventana de la recamara en la que dormían la viuda y sus hijos. Aquella iluminación despertó a Amelie, para contemplar horrorizada cómo ardía la madera de las paredes. Yousef apareció en la puerta e intentó entrar en aquella habitación para sacar a sus amigos, pero no lograba pasar. No había fuego en esa zona, pero algo le impedía al pequeño entrar en la habitación de sus anfitriones. Amelie corrió por la escoba que estaba a un lado de su cama, comenzó a apagar el fuego azotando la escoba y barriendo la entrada de su cuarto para disipar las llamas. Rezaba por la vida de sus hijos y la de ella. Yousef sacó a los niños rompiendo una pared con sus pequeñas manitas y Amelie salió tras ellos. Afuera estaban los vecinos, sosteniendo antorchas y liderados por un joven llamado Pierre. Se acercó a la familia a una distancia segura de las llamas que consumían rápidamente aquella casa. Mirándolos con desprecio sentenció:

 

—¡Ese niño es un demonio! Esa fuerza que todos han visto confirma nuestras sospechas, debemos lincharlos para limpiar nuestra aldea del mal.

 

 Las voces de casi todo el pueblo, gritaban a coro furiosamente:

 

— ¡Sí! Linchemos al demonio y a la familia que lo está refugiando.

 

 Amelie se colocó frente al niño diciendo que los verdaderos demonios eran las personas que se habían atrevido a prenderle fuego a su casa. Entonces gritó:

 

—¿Qué mal les hemos hecho? El soldado Allard dio la vida por todos ustedes, para darles oportunidades de salir adelante y poner a nuestra villa en una posición privilegiada. ¿Así lo agradecen? Tratando de matar a sus huérfanos y viuda. ¡Deberían sentirse avergonzados!

 

—Quítate de en medio Amelie, quien se junta con demonios le da la espalda a Dios y ustedes ya están marcados para el Diablo—. Dijo Pierre, lanzando su antorcha encendida sobre la chica.

 

En un rápido movimiento, Yousef avanzó, empujando a un lado a Amelie y atrapando la antorcha encendida por el mango. Luego miró seriamente a Pierre, con un gesto de desaprobación e inclinando de lado la cabeza. Le dijo a Amelie en voz baja.

 

—Corran hacia el bosque y no paren. Pónganse a salvo.

 

Rápidamente la chica tomó a sus hijos, uno en cada brazo y rodeó la cabaña dirigiéndose al bosque. La voz infantil de Yousef les advirtió a los atacantes que se alejaran de aquel lugar, pero los aldeanos avanzaban lentamente hacia él, ignorando a Amelie, gracias a las provocaciones del pequeño. Lo rodearon y se abalanzaron hacia el niño intentando golpearlo. Él los esquivó con facilidad, les quitó las antorchas a los fornidos hombres que estaban al frente de la turba y las arrojó al otro lado de la ruta de huída de Amelie, sobre la cabaña vecina que empezó a incendiarse de inmediato. Les dijo con una voz fuerte, que sonó como con un eco de ultratumba:

 —Esta es su última oportunidad, váyanse o mueran.

  La mayoría de los aldeanos huyeron al ver cómo se extendían las llamas, pero Pierre y diez hombres más se quedaron para enfrentarlo. Yousef entreabrió los labios dejando ver sus largos y afilados colmillos. Se lanzó sobre Pierre, saltando con mayor agilidad que la de un lince. Inmovilizó al joven entrelazando sus piernas a la altura del pecho y succionó su sangre del cuello. Brincó antes de que Pierre se desplomara en el piso, cayendo en cuclillas. Apenas tocó el suelo con las puntas de los pies. Levantó el rostro con gesto de satisfacción y dibujó una sonrisa diabólica  en su delicado rostro, mostrando sus colmillos manchados con la sangre que fluía de entre sus labios. Sus ojos refulgían en un rojo intenso. Rápidamente saltó sobre cada uno de sus atacantes, dejando en pocos minutos sus cuerpos vacíos de sangre. Arrojó, sin ninguna dificultad, cada uno de los cuerpos a las intensas llamas, frente a las miradas de algunos curiosos que no tardaron en tener la misma suerte que sus valientes representantes.

 

 Amelie y sus hijos se internaron en el bosque y escucharon aterradores gritos infernales. El bosque se iluminó por el fuego que consumía lo que hacía poco tiempo había sido un pueblo próspero. Yousef alcanzó a sus amigos en el bosque. Los niños estaban aterrorizados al ver la sangre que manchaba la blanca camisa del extraño y se abrazaron a las piernas de su madre. Amelie los tranquilizó explicándoles que gracias a aquel niño, ellos estaban a salvo. Les resultaba un gran misterio la forma en la que él había logrado salvarlos, pero definitivamente era un ángel para ellos. Yousef les explicó: 

 

—Yo no fui del todo sincero, les dije que había quedado huérfano en la guerra, pero jamás les aclaré cuándo ni dónde. Nací hace más de mil años y quedé huérfano durante la conquista de la Península Ibérica —. Amelie hizo un gesto de angustia e interrumpió a Yousef aclarando.

 

—Mi pequeño Yousef, no vamos a pedirte más explicaciones. Tienes derecho a guardar tus secretos. Tú nos salvaste la vida y eso es lo único que importa, siempre te estaremos agradecidos. 

 

—¡Gracias Amelie! Ya noté que tú también sabes guardar secretos. Reconozco el poder de una bruja que protege su espacio con magia blanca y eso fue lo que no me permitió entrar a su recámara inmediatamente cuando quise salvarlos. 

 

—Tienes razón Yousef. No fue tu aspecto sino tu nombre, de origen musulmán, el que me hizo desconfiar de ti. Me di cuenta de que mentías, pero aun así quise protegerte, no sin antes tomar las debidas precauciones. Me doy cuenta de que en realidad yo nunca te protegí a ti. Eras tú quien lo hacía con nosotros pero, ¿por qué?

 

—Hace mucho tiempo, cuando tu marido era un pequeño de la edad de tus hijos, me desenterró de una tumba en la que llevaba muchos años amarrado, dentro de un ataúd sellado. No sé cuánto tiempo había dormido, pero el ruido de la mina me despertó. Grité con desesperación y solo escuchaba a las personas huir despavoridas afirmando que este bosque estaba hechizado. Pero él escuchó mis ruegos y se las arregló para rescatarme con las herramientas que usaban en la mina. Fuimos los mejores amigos en secreto, yo habría querido acompañarlo a la guerra para protegerlo, pero él me hizo jurar que protegería a su familia si él les llegaba a faltar—. Explicó Yousef.

 

—Pero, ¿qué fue lo que te hizo salir de tu escondite justamente hoy? ¿Por qué no antes? Llevamos dos años solos.

 

—Alcancé a escuchar a Pierre hablando con sus seguidores, cuando juntaban leña. Dijeron que sospechaban que la viuda de Allard, era una bruja. Aunque en realidad no tenían pruebas. Acordaron que debían quemarte junto a tus hijos y ya estaban construyendo al otro lado del pueblo. Mi llegada solo les dio el pretexto que estaban buscando para convencer a los demás para condenarlos y adelantar sus planes.

 

—Pierre nunca me perdonó que rechazara su propuesta de matrimonio cuando éramos niños. Recientemente intentó abusar de mi tras mi viudez, pero yo lo amenacé con delatarlo ante el pueblo si me seguía acosando. Su resentimiento casi nos costó la vida.

Continuaron internándose en el bosque hasta descubrir una zona cubierta por espesas enramadas. Al abrirse paso encontraron un claro con una cabaña al fondo. 

Amelie y los tres niños se sintieron bajo la protección de una familia en aquella zona oculta. Yousef  no tardó en deleitar a sus nuevos familiares contándoles maravillosas historias, en las que algunos años atrás se encontraban dos pequeños que, aun conociendo sus diferencias, llegaron a quererse como solo los verdaderos hermanos saben hacerlo. Mientras los pocos sobrevivientes del pueblo, cubrían con aceite los árboles que rodeaban el bosque, para hacer arder a los “demonios” que habían acabado con su próspera villa y hacerlos pagar por todos sus pecados.

 


Autora. Sara Lena


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