El extraño Yousef


Texto de Sara Lena, dedicado a Bram Stoker, creador de los vampiros literarios por su reciente cumpleaños (8 de noviembre). Forma parte de la antología: Pesadillas bajo la tinta, la cual pueden adquirir de manera gratuita al costado de este blog. Imagen de Pinterest

 La mayoría de los aldeanos de aquella pequeña villa minera, estaban tratando de recuperarse de las grandes pérdidas humanas que les dejó la Revolución. Sentían  orgullo de sus tierras por la valentía de sus héroes, que les habían dejado una buena relación con los burgueses (quienes recientemente habían tomado el poder político de Francia).    

Aquel día la gente estaba terminando sus jornadas laborales. El cielo repentinamente comenzó a rugir con estruendosos relámpagos y se cubrió con oscuras nubes. El aire se sintió pesado, como si costara más trabajo respirar. El ambiente se tornaba  sombrío con la entrada del crepúsculo y las personas se apresuraban para regresar a sus casas a resguardarse de lo que parecía una gran tormenta eléctrica que se avecinaba. Mientras corrían todos despavoridos, recogiendo sus cosas, algunos vieron salir de entre la espesura del bosque a un extraño niño. El chico de unos ocho años de edad, vestía muy diferente a todos los demás, no era fácil saber su posición social pues, aunque la tela de sus ropas parecía fina, estaba roída y sucia. Su pálida piel y extensas ojeras le daban un aspecto enfermizo, razón por la que Amelie Allard, se apiadó del pequeño. La joven acababa de enviudar a causa de la guerra y vivía con sus dos pequeños gemelos, de la edad del desconocido. Ella dejó de recoger la ropa del tendedero para ir en auxilio del pequeño. Lo guareció en su cabaña y regresó a sus labores, una vecina que la había visto le advirtió que no debía confiar en los desconocidos, aquel misterioso niño era demasiado extraño como para permitir que se quedara a solas con sus pequeños. Amelie se estremeció con aquella afirmación y se apuró para terminar de acomodar la ropa en su cesta, para no retrasar más su regreso. Suspiró aliviada al entrar y ver que los tres niños jugaban alegre e inocentemente alrededor de la mesa. Continuó con sus quehaceres apenas advirtiendo la algarabía de los pequeños.

Luego vino el momento del interrogatorio, se sentaron a la mesa a compartir los alimentos, pero el pequeño desconocido se declaró satisfecho. Afirmó llamarse Yousef, haber quedado huérfano en la guerra y llevar varios días vagando en el bosque. Amelie se apresuró para acostar a sus hijos en su cama y darle al pequeño Yousef la habitación de los niños, atendiendo a todos con mucha amabilidad. Al poco tiempo cesaron los ruidos de las ramas de los árboles que habían estado chiflando por el viento. Horas después, una intensa luz roja se asomaba por la ventana de la recamara en la que dormían la viuda y sus hijos. Aquella iluminación despertó a Amelie, para contemplar horrorizada cómo ardía la madera de las paredes. Yousef apareció en la puerta e intentó entrar en aquella habitación para sacar a sus amigos, pero no lograba pasar. No había fuego en esa zona, pero algo le impedía al pequeño entrar en la habitación de sus anfitriones. Amelie corrió por la escoba que estaba a un lado de su cama, comenzó a apagar el fuego azotando la escoba y barriendo la entrada de su cuarto para disipar las llamas. Rezaba por la vida de sus hijos y la de ella. Yousef sacó a los niños rompiendo una pared con sus pequeñas manitas y Amelie salió tras ellos. Afuera estaban los vecinos, sosteniendo antorchas y liderados por un joven llamado Pierre. Se acercó a la familia a una distancia segura de las llamas que consumían rápidamente aquella casa. Mirándolos con desprecio sentenció:

 

—¡Ese niño es un demonio! Esa fuerza que todos han visto confirma nuestras sospechas, debemos lincharlos para limpiar nuestra aldea del mal.

 

 Las voces de casi todo el pueblo, gritaban a coro furiosamente:

 

— ¡Sí! Linchemos al demonio y a la familia que lo está refugiando.

 

 Amelie se colocó frente al niño diciendo que los verdaderos demonios eran las personas que se habían atrevido a prenderle fuego a su casa. Entonces gritó:

 

—¿Qué mal les hemos hecho? El soldado Allard dio la vida por todos ustedes, para darles oportunidades de salir adelante y poner a nuestra villa en una posición privilegiada. ¿Así lo agradecen? Tratando de matar a sus huérfanos y viuda. ¡Deberían sentirse avergonzados!

 

—Quítate de en medio Amelie, quien se junta con demonios le da la espalda a Dios y ustedes ya están marcados para el Diablo—. Dijo Pierre, lanzando su antorcha encendida sobre la chica.

 

En un rápido movimiento, Yousef avanzó, empujando a un lado a Amelie y atrapando la antorcha encendida por el mango. Luego miró seriamente a Pierre, con un gesto de desaprobación e inclinando de lado la cabeza. Le dijo a Amelie en voz baja.

 

—Corran hacia el bosque y no paren. Pónganse a salvo.

 

Rápidamente la chica tomó a sus hijos, uno en cada brazo y rodeó la cabaña dirigiéndose al bosque. La voz infantil de Yousef les advirtió a los atacantes que se alejaran de aquel lugar, pero los aldeanos avanzaban lentamente hacia él, ignorando a Amelie, gracias a las provocaciones del pequeño. Lo rodearon y se abalanzaron hacia el niño intentando golpearlo. Él los esquivó con facilidad, les quitó las antorchas a los fornidos hombres que estaban al frente de la turba y las arrojó al otro lado de la ruta de huída de Amelie, sobre la cabaña vecina que empezó a incendiarse de inmediato. Les dijo con una voz fuerte, que sonó como con un eco de ultratumba:

 —Esta es su última oportunidad, váyanse o mueran.

  La mayoría de los aldeanos huyeron al ver cómo se extendían las llamas, pero Pierre y diez hombres más se quedaron para enfrentarlo. Yousef entreabrió los labios dejando ver sus largos y afilados colmillos. Se lanzó sobre Pierre, saltando con mayor agilidad que la de un lince. Inmovilizó al joven entrelazando sus piernas a la altura del pecho y succionó su sangre del cuello. Brincó antes de que Pierre se desplomara en el piso, cayendo en cuclillas. Apenas tocó el suelo con las puntas de los pies. Levantó el rostro con gesto de satisfacción y dibujó una sonrisa diabólica  en su delicado rostro, mostrando sus colmillos manchados con la sangre que fluía de entre sus labios. Sus ojos refulgían en un rojo intenso. Rápidamente saltó sobre cada uno de sus atacantes, dejando en pocos minutos sus cuerpos vacíos de sangre. Arrojó, sin ninguna dificultad, cada uno de los cuerpos a las intensas llamas, frente a las miradas de algunos curiosos que no tardaron en tener la misma suerte que sus valientes representantes.

 

 Amelie y sus hijos se internaron en el bosque y escucharon aterradores gritos infernales. El bosque se iluminó por el fuego que consumía lo que hacía poco tiempo había sido un pueblo próspero. Yousef alcanzó a sus amigos en el bosque. Los niños estaban aterrorizados al ver la sangre que manchaba la blanca camisa del extraño y se abrazaron a las piernas de su madre. Amelie los tranquilizó explicándoles que gracias a aquel niño, ellos estaban a salvo. Les resultaba un gran misterio la forma en la que él había logrado salvarlos, pero definitivamente era un ángel para ellos. Yousef les explicó: 

 

—Yo no fui del todo sincero, les dije que había quedado huérfano en la guerra, pero jamás les aclaré cuándo ni dónde. Nací hace más de mil años y quedé huérfano durante la conquista de la Península Ibérica —. Amelie hizo un gesto de angustia e interrumpió a Yousef aclarando.

 

—Mi pequeño Yousef, no vamos a pedirte más explicaciones. Tienes derecho a guardar tus secretos. Tú nos salvaste la vida y eso es lo único que importa, siempre te estaremos agradecidos. 

 

—¡Gracias Amelie! Ya noté que tú también sabes guardar secretos. Reconozco el poder de una bruja que protege su espacio con magia blanca y eso fue lo que no me permitió entrar a su recámara inmediatamente cuando quise salvarlos. 

 

—Tienes razón Yousef. No fue tu aspecto sino tu nombre, de origen musulmán, el que me hizo desconfiar de ti. Me di cuenta de que mentías, pero aun así quise protegerte, no sin antes tomar las debidas precauciones. Me doy cuenta de que en realidad yo nunca te protegí a ti. Eras tú quien lo hacía con nosotros pero, ¿por qué?

 

—Hace mucho tiempo, cuando tu marido era un pequeño de la edad de tus hijos, me desenterró de una tumba en la que llevaba muchos años amarrado, dentro de un ataúd sellado. No sé cuánto tiempo había dormido, pero el ruido de la mina me despertó. Grité con desesperación y solo escuchaba a las personas huir despavoridas afirmando que este bosque estaba hechizado. Pero él escuchó mis ruegos y se las arregló para rescatarme con las herramientas que usaban en la mina. Fuimos los mejores amigos en secreto, yo habría querido acompañarlo a la guerra para protegerlo, pero él me hizo jurar que protegería a su familia si él les llegaba a faltar—. Explicó Yousef.

 

—Pero, ¿qué fue lo que te hizo salir de tu escondite justamente hoy? ¿Por qué no antes? Llevamos dos años solos.

 

—Alcancé a escuchar a Pierre hablando con sus seguidores, cuando juntaban leña. Dijeron que sospechaban que la viuda de Allard, era una bruja. Aunque en realidad no tenían pruebas. Acordaron que debían quemarte junto a tus hijos y ya estaban construyendo al otro lado del pueblo. Mi llegada solo les dio el pretexto que estaban buscando para convencer a los demás para condenarlos y adelantar sus planes.

 

—Pierre nunca me perdonó que rechazara su propuesta de matrimonio cuando éramos niños. Recientemente intentó abusar de mi tras mi viudez, pero yo lo amenacé con delatarlo ante el pueblo si me seguía acosando. Su resentimiento casi nos costó la vida.

Continuaron internándose en el bosque hasta descubrir una zona cubierta por espesas enramadas. Al abrirse paso encontraron un claro con una cabaña al fondo. 

Amelie y los tres niños se sintieron bajo la protección de una familia en aquella zona oculta. Yousef  no tardó en deleitar a sus nuevos familiares contándoles maravillosas historias, en las que algunos años atrás se encontraban dos pequeños que, aun conociendo sus diferencias, llegaron a quererse como solo los verdaderos hermanos saben hacerlo. Mientras los pocos sobrevivientes del pueblo, cubrían con aceite los árboles que rodeaban el bosque, para hacer arder a los “demonios” que habían acabado con su próspera villa y hacerlos pagar por todos sus pecados.

 


Autora. Sara Lena


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