Mostrando entradas con la etiqueta Thriller. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Thriller. Mostrar todas las entradas

LA MARCA DE LUPERCUS

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Aquella noche Andrés, un joven profesor de secundaria experto en antropología y ocultismo, volvió a su apartamento tras pasar el día de excursión con sus alumnos. Lo primero que hizo fue encender su ordenador y escribir el siguiente texto:

“Como hacía buen tiempo, tras realizar las visitas culturales de rigor decidimos pasar la tarde en la playa. Cuando vi a Helena Nóvoa (una alumna de bachillerato) en bañador, me llamó la atención algo extraño: aquella chica tenía en el hombro izquierdo una marca semejante a la cabeza de un lobo. Le pregunté si era un tatuaje, pero ella me aseguró que se trataba de una marca de nacimiento. Luego saqué mi móvil y, mientras fingía enviar un mensaje, le saqué una foto sin que ella se diera cuenta, para poder estudiar su marca con detenimiento cuando volviera a casa. Durante el viaje de vuelta me senté al lado de Ana, una compañera que lleva mucho tiempo en el instituto, y conseguí que ella me contara algunas cosas interesantes sobre la familia de Helena. Nueve meses antes de su nacimiento sus padres fueron de excursión a las montañas, donde los sorprendió una súbita riada. El presunto padre de Helena murió ahogado y su madre sobrevivió de milagro. Fue hallada inconsciente en medio del bosque, adonde había sido arrastrada por el agua. Se recuperó sin problemas y poco después descubrió que estaba embarazada. Lo curioso es que el bosque donde apareció había sido en otros tiempos un lugar sagrado, donde las antiguas sacerdotisas y hechiceras se reunían por las noches para adorar a Lupercus, el dios de los bosques. Y esa adoración incluía ofrecerle sus cuerpos a dicha divinidad, que, según la leyenda, tomaba la forma de un macho cabrío o de un lobo gigante para copular con ellas. Puede que todo esto no tenga nada que ver con la marca de Helena, pero creo que en otros tiempos menos racionalistas tanto ella como su madre habrían tenido serios problemas con la Inquisición”.

Tras redactar las líneas que hemos citado, Andrés apagó el ordenador y fue al supermercado a comprar algo para la cena. Cuando volvió a su apartamento, alguien le propinó un fuerte golpe en la cabeza, que lo dejó inconsciente durante unos minutos. Cuando recuperó el sentido, descubrió que estaba atado de pies y manos. A su lado se hallaba un hombre pálido y apuesto, que lo observaba con una mirada entre cruel y burlona. Andrés se estremeció cuando reconoció a Alberto Santos, un asesino al que había dado por muerto varios años antes. Venciendo su miedo, se dirigió al intruso con voz trémula:

-¿Qué quieres de mí?

Alberto sonrió y le respondió con fría serenidad:

-Creo que es evidente. He venido para terminar el trabajo que dejé pendiente en Sudamérica. Sabes demasiado sobre mis actividades y por eso vas a morir esta misma noche. Pero quiero que sufras un poco antes de morir, como sufrí yo la última vez que nos vimos. Por cierto, ¿quién es la chica de la foto?

-¿De qué foto hablas?

-He estado revisando tu celular mientras estabas inconsciente. Me refiero a una foto de esta misma tarde, donde aparece una chica en bikini. Supongo que será una de tus alumnas. ¿Acaso eres uno de esos profesores pervertidos que tienen fantasías húmedas con sus pupilas?

Aquella acusación carecía de fundamento, pero Andrés decidió mentir:

-¡Pues así es! Sé que está mal, pero no puedo remediarlo. Estoy enamorado de esa chica.

-¡Qué interesante! Entonces supongo que querrás despedirte de ella antes de morir. ¿Qué tal si te traigo su cabeza? Así te marcharás bien acompañado al Infierno.

-¡Jamás te diré dónde vive!

-Ni falta que hace. Seguro que en tu agenda escolar tienes los datos de todos tus alumnos, incluidas sus fotos y direcciones.

Tras encontrar la dirección de Helena, Alberto dejó a Andrés en el apartamento bien atado y amordazado, robó un coche y se dirigió a una casa situada en las afueras de la ciudad. Cuando llegó allí, forzó la puerta trasera y entró en la casa armado con un cuchillo. La madre de Helena estaba preparando la cena en la cocina, mientras su hija escuchaba música en su habitación. Alberto subió las escaleras sin que ninguna de las dos se percatase de que había un intruso en la casa. Cuando entró en el cuarto de la muchacha, se arrojó sobre ella, le tapó la boca y se dispuso a degollarla. Pero entonces algo que no era humano (ni tampoco un animal ordinario) entró en el cuarto por la ventana y se marchó pocos segundos después, dejando atrás el cadáver ensangrentado de Alberto. Helena resultó ilesa, pero sintió tanto miedo que se desmayó y luego no pudo recordar lo que había visto.

Las autoridades no consiguieron encontrar ni identificar al misterioso ser que había matado a Alberto. Solo Andrés hubiera podido dar una explicación al respecto, pero optó por callarse. De todas formas, nadie podría creer que Lupercus había matado a Alberto para salvar a su hija, tal como él mismo había planeado.

SUCEDIÓ EN EL OESTE

 


Texto: Fontenla. Imagen: Pixabay.

Nos hallamos en cierto lugar del Salvaje Oeste a finales del siglo XIX.

Cuando Daniel recobró la conciencia tras un largo desmayo, estaba tumbado sobre una cómoda cama, en una habitación sencilla, pero bastante acogedora. Recordaba vagamente que había sido mordido por una serpiente, cuyo veneno, aunque no mortal para el hombre, lo había dejado fuera de combate durante varias horas. A su lado se hallaban una mujer muy hermosa y una niña, que lo miraban con una mezcla de preocupación y alivio. Adivinando que ellas le habían salvado la vida, Daniel les dijo:

Nunca podré agradecerles lo que han hecho por mí. Permitan que me presente. Me llamo Daniel Hunter y soy oriundo de la lejana Nueva Inglaterra.

La mujer sonrió y le dijo:

Yo me llamo Lara Grant y esta de aquí es mi hija Rachel. Su caballo está en el establo, esperando a que tenga fuerzas para cabalgar de nuevo. Sentimos no poder atenderlo como es debido, pero estamos solas en el rancho. Mi marido murió de pulmonía el pasado invierno y todos nuestros jornaleros se encuentran en el campo, cuidando del ganado.

Entonces Rachel, venciendo su timidez, le preguntó a Daniel:

¿Es usted un cazador de recompensas, señor Hunter?

Podría decirse que soy un cazador, pero nunca me quedo con la recompensa.

Temiendo que la niña pudiera incomodar a Daniel con sus preguntas, Lara le dijo que fuera a buscar agua al pozo. Cuando Rachel salió al patio, un hombre desaliñado, con barba de tres días y la ropa desgarrada por los colmillos de los coyotes, la atrapó e intentó amordazarla, pero no pudo evitar que profiriese un sonoro grito. Lara y Daniel acudieron rápidamente, pero el intruso sacó un revólver y les dijo:

Si intentan cualquier cosa, le volaré la cabeza a la niña.

Daniel reconoció a John Morton, un peligroso bandido muy capaz de cumplir sus amenazas, pero mantuvo la calma y le dijo, mientras lo encañonaba con su propio revólver:

Será mejor que te rindas, Morton. Sé que tu arma está descargada.

Aquello era cierto, así que Morton soltó a la niña y huyó al bosque. Daniel lo dejó marchar, pues no hubiera sido noble disparar sobre un hombre indefenso que, de todas formas, no llegaría muy lejos.

Rachel, agradecida, abrazó a su salvador y le dijo:

Señor Hunter, usted no es un cazador de recompensas, sino un caballero andante.

Quizás soy un caballero… pero nunca me quedo con la princesa.

Dicho esto, Daniel se separó suavemente de Rachel y se marchó en silencio.

¿Y cómo supo Daniel que el revólver de Morton estaba descargado? La respuesta es muy sencilla. ¿Sabes cuál es?


EL AVATAR

 

Texto de Francisco Javier Fontenla, basado en clásicos de la novela policial. Imagen de Pixabay.

Hans Larsen era un adolescente norteamericano de carácter sencillo y buen corazón, aunque en las profundidades de su Yo había algo que ni él mismo comprendía. Cuando Hans era pequeño, sus padres lo habían llevado a la consulta de un prestigioso psicólogo, con la esperanza de que este le curase su terrible fobia a los perros. Aquel psicólogo lo hipnotizó para ayudarlo a recordar el hecho traumático que le había provocado aquella fobia, pero el resultado fue sorprendente: al parecer, aquel suceso no había tenido lugar en la vida actual de Hans, sino en otra vida anterior. Y, desde entonces, el muchacho empezó a tener extraños sueños, durante los cuales recordaba cosas que, aparentemente, no le habían sucedido a él, sino a sus avatares de épocas pasadas.

Por otra parte, Hans estaba secretamente prendado de Lucy, una atractiva compañera de clase que destacaba en el club de teatro, y, como buen enamorado tímido, había adquirido la costumbre de pasear solo por lugares agrestes. Una tarde estival, mientras caminaba por el campo, encontró un cadáver ensangrentado. Cuando se acercó para echar un vistazo, le pareció que se trataba de Martha Howard, la adinerada madre adoptiva de Lucy. Como le daba miedo quedarse allí, salió corriendo en busca de ayuda, pero resbaló y cayó por un terraplén. Al caer se llevó un golpe en la cabeza, que despertó a una de sus identidades del pasado. Entonces tuvo lugar una extraña conversación dentro de su mente:

¡Ay, qué dolor de cabeza! Me siento como si me hubiera pegado el monstruo de la Rue Morgue.

¡Oiga! ¿Quién es usted y qué está haciendo dentro de mi cabeza?

-Soy tu Yo de hace doscientos años. Me presento: mi nombre es Augusto Dupin, caballero y detective. ¿No has leído los relatos que me dedicó mi desdichado cronista y amigo Edgar Allan Poe?

Pues no.

¡Típica ignorancia de un joven del siglo XXI! En fin, será mejor que busquemos a los agentes de la ley.

Hans tuvo que caminar hasta la ciudad, pues allí su móvil no tenía cobertura. Tras examinar el cadáver, la policía ratificó que se trataba, efectivamente, de la señora Martha Howard. John Howard, segundo marido de la víctima y padrastro de Lucy, hubiera sido un sospechoso ideal, pues la muerte de su mujer le proporcionaba una sustanciosa herencia. Pero tenía una buena coartada, pues estaba jugando al golf con unos amigos cuando Hans descubrió el cadáver. Y, según el forense, la víctima llevaba poco tiempo muerta, por lo que no hubiera podido asesinarla antes de ir al campo de golf.

Cuando Hans volvió a la ciudad, se encerró en su cuarto, tras pedirles a sus padres que no lo molestaran, con la excusa de que estaba muy afectado. Entonces volvió a oír en su mente la voz de Monsieur Dupin:

Creo que ya he resuelto el caso. Examinando atentamente tus recuerdos, descubrí un elemento discordante en la escena del crimen. Me refiero a las moscas.

Pues yo no recuerdo que allí hubiera ninguna mosca.

¡Ese es precisamente el elemento discordante! Estamos en verano y un cadáver abandonado en medio del campo tendría que haberlas atraído rápidamente. De hecho, cuando la policía llegó allí había bastantes por los alrededores, pero cuando viste el cuerpo por primera vez no había ni una sola. Eso me sugiere una idea que, con un poco de suerte, podremos corroborar en breve.

Aquella misma noche John Howard y su hijastra Lucy abandonaron la comisaría, tras reconocer el cadáver y prestar declaración. Cuando llegaron al parking subterráneo, la muchacha besó con pasión a su padrastro y le dijo:

—¡Felicidades, John! Gracias al imbécil de Hans, tu plan ha salido perfectamente.

Sí, cariño. Ya tengo los documentos falsos y los billetes que nos permitirán huir del país antes de que tengan pruebas contra nosotros.

Pero entonces alguien que se hallaba oculto tras una columna se plantó delante de ellos y les dijo:

Buenas noches, soy el imbécil del que hablaban.

Lucy gritó, sorprendida y furiosa:

¡Hans! ¿Qué haces aquí?

¿No es obvio, guapa? Espiaros para comprobar que mis sospechas (es decir, las sospechas de Monsieur Dupin) eran ciertas. Ya lo veo claro: una buena actriz, que conocía mis costumbres y los sitios por donde solía pasear, se hizo pasar por su madre muerta, para darle una coartada a su cómplice. Mientras yo corría en busca de ayuda, te largaste sin ser vista por nadie. Usted, Mister Howard, mató a su esposa cuando volvió de jugar al golf y se la llevó al lugar donde yo había encontrado a Lucy, pensando que no me daría cuenta del cambiazo. Pero en eso se equivocó completamente. Por cierto, he grabado en mi móvil lo que acaban de decir y también les he hecho una foto muy comprometedora.

Howard, furioso, se arrojó sobre Hans, pero este, aprovechando los conocimientos de “savate” (boxeo francés) transmitidos por Monsieur Dupin, esquivó fácilmente su acometida y le propinó un fuerte golpe en la mandíbula, que lo dejó sin sentido. Hecho esto, Hans le dijo a la sorprendida Lucy:

¿Cómo pudiste ayudar al asesino de la mujer que te adoptó cuando te quedaste huérfana?

Ella no me recogió por caridad, sino para lavar su mala conciencia por haber provocado la ruina de mis verdaderos padres. Yo, en cambio, lo hice todo por amor. Si tú me amaras de verdad, lo entenderías y me dejarías escapar.

Yo quizás lo haría, Lucy. Pero dentro de mi mente hay alguien que tiene otras ideas al respecto.

Mientras la muchacha y su padrastro eran detenidos por la policía, Hans volvió solo a su casa. Viendo que estaba muy triste, Dupin le dijo:

Consuélate, hombre. En el fondo siempre has sabido que esa chica no era buena para ti, ¿verdad?

Aun así, yo la amaba… pese a que hace quinientos años hizo que sus perros me devoraran por haberla visto desnuda.

LA INSPIRACIÓN (CUENTO)

 

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Un día del año 1830 cierta prostituta fue estrangulada en las afueras de Nueva York. Varios testigos vieron huir al asesino, pero no pudieron distinguir su rostro, aunque advirtieron que iba uniformado como los cadetes de West Point. Las investigaciones efectuadas por los agentes de la ley dejaron constancia de que aquel día todos los cadetes tenían una coartada irrefutable, con solo dos excepciones. Uno de los posibles sospechosos era el joven Jack Marlowe, muchacho de buena familia y expediente intachable. El otro era un individuo de costumbres disolutas y mente algo desequilibrada, al que sus escasos amigos solían llamar Eddy. Con semejantes antecedentes, no es de extrañar que este último se convirtiera en el blanco de todas las sospechas. O, mejor dicho, de casi todas, pues uno de sus compañeros había hecho buenas migas con él y creía en su inocencia. Así pues, Robert Reynolds decidió investigar el caso por su cuenta, para echarle una mano a su amigo Eddy antes de que alguien decidiera ahorcarlo.

Aquella noche consiguió salir de la academia sin que su fuga fuera advertida y se acercó a la ciudad, concretamente al depósito de cadáveres. Tras sobornar al guardia, examinó el cadáver de la desdichada prostituta y, tras hacerse con una buena lupa, examinó atentamente las marcas que los dedos asesinos habían dejado en su cuello. Tras una larga observación, se guardó la lupa en el bolsillo y se dijo:

A juzgar por la posición de las marcas, quien asesinó a esta desgraciada debía de tener unas manos bastante grandes. Las de Eddy son más o menos como las mías (lo sé porque nos hemos echado unos cuantos pulsos). Las de Marlowe no sé cómo serán, nunca me he fijado en ese detalle. Pero él es un hombre bastante alto y fuerte, así que lo lógico sería pensar que tiene unas manos grandes.

Pero aquel era un indicio demasiado vago para satisfacer a Reynolds. Además, Marlowe no era de los que frecuentan la compañía de las prostitutas y, desde luego, no estaba loco. ¿Qué razón podía tener para matar a una desconocida? Entonces Reynolds decidió acercarse al barrio donde se había cometido el crimen y, tras otro soborno, pudo hablar con una compañera de la víctima. Esta no tenía ni idea de quién podía haber estrangulado a la pobre Betty, así que Reynolds optó por preguntarle directamente:

¿Le habló alguna vez su amiga de un cadete llamado Marlowe?

La apenada prostituta caviló en silencio durante unos segundos y luego dijo:

Creo que no. Recuerdo que hace pocos días Betty mencionó a un tal Marlowe, con el cual se había acostado varias veces. Pero, por lo que dijo de él, debía de ser un pez más gordo que un simple cadete. Además, lo mencionó precisamente para decir que había muerto.

Como aquella línea de investigación parecía cerrada, Reynolds se despidió de la prostituta con una generosa propina y volvió a West Point antes de que alguien notara su ausencia. Una vez allí, buscó a un veterano ordenanza llamado Seymour. Este era un hombre astuto, que, sin ser amigo de nadie, conocía los entresijos de todo el mundo. Normalmente era un tipo discreto, pero Reynolds obtuvo el placer de su conversación a cambio de unos cuantos dólares. Tras asegurarse de que nadie los escuchaba, le preguntó:

Seymour, ¿sabe si recientemente ha fallecido algún pariente del cadete Marlowe?

En efecto. Y me extraña que usted lo haya descubierto, porque es un asunto del cual se ha hablado muy poco por estos lares. El hermano mayor de Marlowe murió la semana pasada, después de que se disparara por accidente la pistola que estaba limpiando. Ya sabe: la típica tontería que se cuenta para ocultar un suicidio.

¿Y qué motivo podía tener ese hombre para suicidarse?

Según tengo entendido, iba a casarse con una señorita de alta alcurnia, pero el compromiso se rompió bruscamente pocos días antes de la boda. Al parecer, ese individuo quiso comer entremeses antes del banquete nupcial y hubo un entremés que no mantuvo la boca cerrada. No sé si me entiende.

Reynolds entendía perfectamente y pensó que la pobre Betty había sido un entremés demasiado parlanchín. Si el hermano de Jack Marlowe se había suicidado por culpa de sus habladurías, entonces ya había un móvil para el asesinato. El cadete Marlowe podía ser un hombre irreprochable en muchos aspectos, pero en varias ocasiones había manifestado un carácter arrogante y vengativo, incapaz de perdonar.

Tras unas palabras de Reynolds con el jefe de policía, se procedió al arresto de Jack Marlowe, quien consiguió escapar antes del interrogatorio. Aquella fuga se consideró un indicio evidente de culpabilidad y así Eddy dejó de ser sospechoso. Este abrazó a su amigo Reynolds con lágrimas en los ojos y le dijo:

¡Muchas gracias, Robert! No sabes cuánto te debo.

No exageres, Eddy. De todas formas, no había ninguna prueba contra ti.

No me refiero a eso. Ya sabes que quiero ser escritor cuando abandone esta maldita academia. Y tú me has inspirado la creación de un nuevo género literario.

Varios años después Eddy, cuyo nombre completo era Edgar Allan Poe, creó la literatura de misterio.


ARTEMISA, LA CÓLERA DE LA NOCHE

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: "Artemisa dos Santos, a Cólera da Noite", obra de Carlos Miranda.

Dedicado a Carlos Miranda.

En la historia de Lagina interviene una taumaturga portuguesa a la cual ella misma teme desde hace siglos, a causa de la implacable ferocidad que ha definido su trayectoria en el mundo de las artes oscuras. Artemisa dos Santos se convirtió en la Cólera de La Noche cuando pereció en un auto de fe celebrado en Lisboa a mediados del siglo XVI, tras haberse comprobado su íntimo vínculo con fuerzas oscuras tan antiguas como el surgimiento del Caos. La bruja más siniestra del Reino de Portugal había subyugado su espíritu a la voluntad de seres inmateriales, desconocidos e incomprensibles para la gente común, con el fin de cobrar venganza contra todas aquellas personas que desde muy temprana edad habían convertido su vida en un infierno.

Transcurrido el segundo aniversario de su nacimiento, Artemisa fue abandonada por sus padres en un bosque próximo a Lisboa. Ambos progenitores eran ladrones itinerantes de la peor calaña y los cuidados que requería la niña suponían un lastre para sus actividades delictivas. Hasta entonces la habían conservado con ellos porque la mendicidad era otro de sus muchos oficios y los recién nacidos siempre estimulan la caridad de las gentes piadosas (y también la de otras gentes que quizás no eran tan piadosas, pero que no reparaban en gastar una moneda con tal de ver los pechos de una madre joven y lozana amamantando a su hija). Sin embargo, alimentar a una criatura que ya ha dejado atrás la lactancia se había convertido en un gasto oneroso, superior a los beneficios que obtenían pidiendo limosna en los pórticos de las iglesias.

Aquella misma noche dos oficiales de la guardia real encontraron a la pequeña mientras recorrían el bosque siguiendo el rastro de unos bandoleros. Aquellos hombres resolvieron entregársela a las monjas del convento más cercano y, al cumplir los doce años, Artemisa fue enviada a la hacienda de los Cardoso, una familia aristocrática que necesitaba renovar su numerosa servidumbre. Así fue como empezó la peor época de su breve vida, pues, aunque había conocido muchas privaciones y maltratos durante su estancia en el convento, esta había sido un recorrido por los Campos Elíseos en comparación con lo que le aguardaba en la hacienda.

Apenas cumplidos los veintidós años, la muchacha degolló al jefe de dicha familia con la ayuda de uno de los guardias, que pertenecía en secreto a un círculo clandestino de avezados nigromantes. Aquel hombre llevaba varios años adoctrinándola discretamente y, como en medio de su maldad aún conservaba ciertos valores morales, se indignó al presenciar los tormentos que sufría la pobre criada a manos de sus arrogantes y lascivos señores. Entonces, además de suministrarle un cuchillo bien afilado, le transmitió conocimientos esotéricos para que, cuando llegase el momento idóneo, pudiera desatar una maldición contra los descendientes de sus maltratadores.

Después de asesinar al señor Cardoso, la joven huyó de la finca para integrarse formalmente en la cofradía de hechiceros. Pero solo permaneció un par de años en ese grupo, porque, transcurrido ese plazo, aniquiló a todos sus miembros (incluyendo a su mentor) en un ataque de ira. El detonante fue un intento de violación por parte de otro neófito, lo cual revivió el recuerdo de los abusos padecidos en la casa de los Cardoso.

Cuando consiguió recuperar el control de su mente y de su magia, Artemisa no sintió el menor remordimiento por la masacre que había cometido, pues un odio ardiente, hijo del dolor y de la vergüenza, se había adueñado de todo su ser, no permitiéndole otro vínculo con la realidad que un irrefrenable deseo de venganza.

Pronto inició una guerra sin cuartel contra las clases pudientes del reino, sin distinguir entre culpables e inocentes ni reparar en los “daños colaterales” que sus acciones pudieran provocarle al pueblo llano. Como a lo largo de su vida solo había conocido la crueldad y la lujuria, creía firmemente que no se merecía el amor de nadie, ni siquiera el de aquellos padres que la habían abandonado en un bosque infestado de alimañas (apenas podía recordar sus rostros, pero también había tramado una cruenta venganza contra ellos).

Embriagada por el incesante furor de su guerra contra la Humanidad entera, Artemisa olvidó cualquier otro sentimiento, incluso la prudencia, y un día del año 1547 fue capturada por soldados de la guardia real. Aprovechando que perdía todos sus poderes al amanecer y que se hallaba extenuada tras haber cometido una nueva masacre, aquellos hombres la amarraron y se la entregaron a un tribunal eclesiástico, que no tardó en dictar una sentencia de muerte en la hoguera. Como declinó una última oportunidad para arrepentirse de sus culpas, no le concedieron el privilegio de ser estrangulada y murió quemada viva a los veintisiete años de edad, riendo a carcajadas mientras el fuego devoraba su carne mortal.

Pero el espíritu de Artemisa no pasó mucho tiempo en el otro mundo. Gracias a su profundo nexo con los seres de las tinieblas primordiales, pasó de ser un alma en pena a convertirse en una poderosa entidad sobrenatural, que gozaba aterrorizando a todos aquellos que tenían el infortunio de cruzarse en su camino.

Una noche de otoño del año 1550 la hechicera Lagina, que se creía la única señora de la noche en las tierras ibéricas, se internó en cierto bosque de las Hurdes extremeñas, un agreste territorio situado entre los reinos de Portugal y de Castilla, con el fin de realizar ciertos ritos de brujería. Entonces tuvo la mala suerte de posar sus ojos sobre una silueta purpúrea, al mismo tiempo silenciosa y amenazante, que se acercaba hacia ella en medio de las tinieblas.

Por primera vez en cientos de años, Lagina se vio paralizada por el miedo y ni siquiera pudo formular uno de sus hechizos, pues aquel terror paralizante la había privado incluso de la respiración. Desperdició todas sus fuerzas intentando imponerse al poderío de Artemisa, la Cólera de La Noche, pero pronto comprendió que se hallaba acorralada e impotente frente al poder de aquella entidad espectral.

Entonces otra figura misteriosa, que llevaba varias horas siguiendo el rastro de la bruja, surgió de las sombras, con la intención de matar a Lagina mientras estaba indefensa. Sin embargo, Artemisa no podía permitir que nadie le disputara una presa y, desatando una fuerza invisible, golpeó brutalmente al recién llegado, haciendo que su cuerpo impactara contra el tronco de un alcornoque. Pese a ser casi invulnerable, el vampiro Hecateo se quedó aturdido durante algún tiempo, pues había sufrido un ataque excesivamente violento.

Mientras sus dos enemigos estaban distraídos luchando entre ellos, Lagina consiguió recuperar el dominio de sus propios poderes, pero apenas consiguió contrarrestar la terrible fuerza de Artemisa. Los más terribles hechizos solo podían ralentizar unos instantes el implacable movimiento de aquel espectro purpúreo, que no dejaba de acercarse a la aterrorizada hechicera, lenta pero inexorablemente.

Para fortuna para la hermosa griega, el manto rosado de la aurora hizo su aparición en el firmamento antes de que Artemisa hubiera conseguido alcanzarla. Como ni los espectros ni los vampiros pueden hacer frente a la petulancia de Helios, tanto Artemisa como Hecateo se vieron obligados a huir. Ambos eran seres de las tinieblas, cuya única morada posible era la oscuridad de la noche. Así pues, le dejaron el camino libre a la hechicera más poderosa de Grecia, a la beldad de los infiernos mediterráneos… a Lagina, la hermosa sacerdotisa inmortal. 


VAMPIROS REALES

Texto: Sabine Baring-Gould, traducido por Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Michael Wagener relata una horrible historia acaecida en Hungría, suprimiendo el apellido de su protagonista, al tratarse de una persona ligada a cierta familia que aún goza de gran influencia en el país húngaro. Esta historia demuestra cómo un hecho trivial puede dar lugar a una pasión terrible y desproporcionada.

Elizabeth era amiga de vestirse bien para mayor deleite de su esposo e invertía la mitad de día en sus arreglos de tocador. En cierta ocasión, una de sus doncellas le dijo que había algo incorrecto en su atuendo y, como recompensa por esa observación, su ama, poco amiga de recibir semejantes críticas, le propinó una buena paliza. La sangre saltó de la nariz de la doncella y salpicó el rostro de la dama. Cuando se hubo limpiado las manchas de sangre, Elizabeth vio que su cutis se había vuelto mucho más blanco, transparente y hermoso en los puntos donde había recibido las salpicaduras.

Entonces Elizabeth tomó la determinación de bañarse en sangre humana para prolongar su belleza. Dos ancianas y un tal Fitzko la asistieron en su propósito. Este monstruo solía matar a sus desafortunadas víctimas, mientras las ancianas se ocupaban de recoger su sangre, en la cual Elizabeth se bañaba hasta las cuatro de la madrugada. Después de sus abluciones parecía más hermosa que antes.

Ella continuó con este hábito tras la muerte de su marido en el año 1604, con el fin de ganar nuevos pretendientes. Las desdichadas muchachas que eran atraídas al castillo con promesas de una buena colocación, eran encerradas en una celda, donde sus cuerpos eran golpeados hasta que se hinchaban. Con frecuencia Elizabeth torturaba ella misma a sus víctimas, a veces les cambiaba sus ropas cuando estaban empapadas de sangre y luego reanudaba sus crueldades. Los cuerpos hinchados eran posteriormente cortados con navajas. En ocasiones las chicas eran quemadas y luego descuartizadas, pero casi todas eran golpeadas hasta la muerte. Al final la crueldad de Elizabeth se hizo tan obsesiva que se dedicaba a clavarles agujas a quienes se sentaban a su lado en los carruajes, especialmente si eran personas de su mismo sexo. Una de sus sirvientas fue desnudada completamente, untada con miel y expulsada de su mansión. Cuando ella estaba enferma, no podía olvidar su sadismo y mordía a quienes se acercaban a su lecho de enferma, como si se hubiera convertido en una bestia salvaje.

Causó la muerte de un total de 650 muchachas, algunas de las cuales fueron asesinadas en el territorio neutral de Tscheita, donde ella había hecho construir una celda con ese propósito. Otras murieron en diferentes localidades. La muerte y la sed de sangre se habían convertido en verdaderas necesidades para ella.

Cuando finalmente los padres de las niñas desaparecidas ya no pudieron ser engatusados más tiempo, el castillo fue registrado y los indicios de los crímenes no tardaron en ser descubiertos. Sus cómplices fueron ejecutados y a ella la encerraron durante el resto de su vida*.

Otro caso igualmente llamativo es el del Mariscal de Retz. Se trataba de un hombre educado, erudito, cortesano y buen comandante militar. Pero repentinamente se apoderó de él un deseo de matar y destruir, mientras leía a Suetonio en su biblioteca. Se dejó llevar por el impulso, convirtiéndose en uno de los mayores monstruos de crueldad que el mundo haya engendrado**.

*Wagener y Baring-Gould creen ingenuamente que así terminó la historia de Elizabeth, pero Sara Lena y sus lectores sabemos que no fue exactamente así.

**Mientras que Elizabeth Báthory fue, junto con Vlad Tepes, la principal inspiración del mito de Drácula, Gilles de Retz, más pederasta e infanticida que vampiro, dio lugar a la leyenda del malvado Barbazul.

SUEÑOS MALDITOS (MARISELA RIQUELME)

 

Texto: Marisela Riquelme. Imagen: Pixabay.

Otra noche infernal, cada vez que cierro mis ojos comienza el tormento y aparecen estos sueños malditos. Ayer combatí con una gran serpiente, que con ensañamiento comprimió mi cuello. Desperté y sentí que me asfixiaba. Incluso derramé sangre por mi boca, creo que apreté demasiado los dientes. Espero sobrevivir esta noche.

Esto es extraño, pero parezco estar despierta, estoy en un gran salón junto a dos de mis amigas. Todo parece tranquilo, hay muchas personas sonriendo y otras caminando por un pasillo. Macarena no deja de beber y Clara fue a curiosear por los alrededores. Siento una gran presión en el pecho, sé que hay algo más, esta quietud me aterra. A mi izquierda caminan tres hombres uno tras otro y están entrando en un cuarto. No sé si seguirlos o buscar una salida de este lugar. Ya no lo resisto, no puedo quedarme aquí, quiero ver qué está ocurriendo. Espero que nadie me vea, presiento que algo no está bien.

Sabía que había algo siniestro. Este cuarto está oscuro, solo lo iluminan las velas, hay un mesón rectangular con copas de metal sobre él. Lo rodean cinco hombres con capuchas que cubren hasta sus ojos, cada uno lleva un cuchillo en sus manos. Pero esto es más terrible de lo que creí ¡Oh, por Dios! Tienen a una mujer, parece estar sedada y la están subiendo al mesón. ¡No! ¡No puede ser! La están atando de manos y pies, es extraño, uno de ellos está diciendo unas palabras, pero no logro entender qué significan. ¡Oh, no, no! Están tomando sus cuchillos, moriré, sáquenme de aquí, esta es una pesadilla maldita, ¡por favor! No quiero seguir viendo esto, ¡no lo soporto! Esos infelices están cortando las muñecas de esa mujer, otros su yugular. ¡Por Dios! El último está abriendo su pecho…pero ¿qué hacen? Están recogiendo la sangre que cae en sus copas. ¡Esto es inhumano! La están bebiendo…

Necesito salir de aquí. ¿Dónde está Clara? Iré por Macarena, debemos irnos al precio que sea. ¡Maldita sea, me vio uno de ellos! Debo correr, me está siguiendo, no sé qué me ocurre, siento que no avanzo... ¡Por fin! 

—¡Maca, vámonos de aquí! Suelta esa copa.

—Tatiana, no seas aguafiestas.

—Maca, ¿qué es eso?  ¡Por Dios, estás bebiendo sangre!

—Estoy bien, ¡déjame!

Que conste, te lo advertí, te asesinarán, aquí están ocurriendo cosas terribles. Ya no lo soporto. ¿Dónde está Clara?  No entiendo, pareciera que hubiera más pasillos… ¿Qué sucede? Todo da vueltas en mi cabeza. 

—¡Clara! ¡Clara! Enloqueceré, maldita angustia, quiero despertar. Esto no es real, esto no es real…

¡Pero esto no puede ser! ¿Por qué estoy nuevamente aquí? Esta vez dentro de este maldito cuarto. ¡La escena se repite! ¿Por qué nadie me oye? ¡Por favor, quiero salir de este lugar! Pero ¿qué es esto? ¿Clara? ¿Por qué estoy vestida como ellos? ¿Qué hago con este cuchillo? ¡Oh, qué he hecho! ¿Por qué tengo sangre en mis manos? ¿Qué es lo que tengo en mi boca?  ¡Por Dios, qué hago con esta copa! ¡Sáquenme de aquí! 

¡He vuelto, qué alivio! Desperté no lo puedo creer, ¡estoy viva! Fue uno más de esos sueños malditos. Pero ¿qué hago aquí en la cocina? Ay, este dolor que siento… ¿Por qué me sangran las muñecas? ¿Y este cuchillo? Siento que me desvanezco, mi cuerpo se enfría, creo que ya no respi…


TREN HACIA EL ESTE (ÓSCAR RIVERA)

 

Texto: Óscar Rivera. Imagen: Pixabay.

Diez años atrás.

Un pistolero y ladrón de bancos muy temido y peligroso, al que apodaban el Tuerto, había entrado con dos hombres más a la cabaña de una familia. Un hombre, una mujer y una niña de catorce años se encontraban bendiciendo sus alimentos para cenar. El Tuerto abrió la puerta y los tres se acercaron lentamente a la mesa. Sus acompañantes se situaron detrás de la mujer y la niña. Él en cambio, se sentó a un extremo de la mesa frente al padre de la niña, fijó su fría mirada en el hombre y, sin mediar palabra, desenfundó sus armas y apuntó hacia la mujer y su hija. 

—¡Por favor, no les hagas daño! Ellas no tienen nada que ver en esto. Nuestras deudas fueron saldadas hace mucho tiempo —dijo el hombre.

—¡Aún me debes una vida! Jamás olvidaré lo que hiciste y lo recordaré hasta el día en que muera —respondió el Tuerto.

Entonces, dejó de apuntar a ellas y dirigió sus pistolas hacia el hombre. El padre le lanzó una mirada suplicante, pero él, le disparó varias veces en presencia de su mujer y su hija. La mujer corrió hacia la víctima y, mientras abrazaba su cuerpo ensangrentado y agonizante, empezó a llorar de forma inconsolable, temblando de rabia y de miedo. La joven, viendo a su padre muerto sobre el piso, se abalanzó sobre el asesino y acometió contra él, con todas sus fuerzas.

—¡Maldito cobarde! ¡Maldito!, ¡Eres un maldito! Algún día nos volveremos a encontrar y te arrepentirás de lo que acabas de hacer. Para entonces, estaré preparada y vengaré su muerte —le gritaba, llorando invadida por la furia y el dolor.

El Tuerto le sonrió con una mueca preñada de maldad y sarcasmo. Luego les dijo a sus cómplices que la sostuvieran. El Tuerto sacó una navaja de su bota y, sujetando la cabeza de la adolescente, le hizo una incisión en el rostro. Seguidamente, los tres bandidos abandonaron la cabaña sin apartar su mirada de ella.

Tras la muerte de su padre, la niña se fue a vivir con su abuelo paterno, el viejo sheriff del condado, que era un cazador experimentado y tenía sangre india en las venas. El anciano solía llevarla consigo a las montañas, donde le enseñó a rastrear la caza y, sobre todo, a manejar todo tipo de armas, incluyendo el arco y las flechas. Con el paso del tiempo ella llegó a ser tan diestra como él en el uso de las armas.

...

Lone Pine (Alabama Hills), California. Diez años después.

Tras su máscara plateada, un jinete solitario, miró hacia abajo desde el otro lado de la colina. Observó atentamente a unos hombres que cabalgaban muy unidos, pero no eran de la región. Llevaban sombreros de alas anchas, botas con espuelas, largas chaparreras, lazos y hermosos revólveres de plata y oro. Los notó ansiosos y con actitud sospechosa. Al otro lado de la colina, se veía venir un tren que viajaba hacia el este a media velocidad. Su chimenea humeante dejaba una estela negra a su paso y los ecos de su silbato, se escuchaban en todo el valle. Traía algunos vagones con carga, otros con pasajeros y otros cuantos con sus puertas selladas. A medida que el tren se acercaba, los vaqueros aceleraban el paso de sus caballos. Se ubicaron a ambos lados de los rieles, entonces, el enmascarado supo que algo malo iba a pasar. Se montó en su hermoso caballo blanco y, al galope siguió la dirección del tren ocultándose entre rocas y colinas, sin dejar de observar a los extranjeros con sus binóculos. Quería descubrir cuáles eran sus intenciones. Días antes de que el Tuerto fuera enjuiciado, el ayudante del sheriff, quien estaba asociado con su banda, informó a sus cómplices de que el tren que lo trasladaba también llevaba al este un importante cargamento de oro. Los Capuchas Negras, como se hacían llamar, conociendo esa información, idearon un plan para liberar a su jefe y, de paso, hurtar el oro del tren.

Mientras miraba el paisaje y conducía su locomotora, el maquinista silbaba alegremente una popular melodía texana. Ignoraba lo que transportaba, pues no se lo habían comunicado por motivos de seguridad. Al Tuerto, lo llevaban encadenado en uno de los vagones sellados, bien custodiado y encerrado en una celda incorporada al coche hecha con barrotes de acero y numerosos candados. En otro de los vagones, se hallaba el oro, que debía ser entregado en el banco principal del pueblo de Laredo. El forajido fue informado del cargamento por el ayudante del sheriff minutos antes de ser trasladado. El tren se acercaba a un túnel, donde los hombres del Tuerto planearon abordarlo.

El maquinista los vio, y alertado por su instinto, aceleró la marcha para evadirlos.

—Si logro llegar al túnel, los perderé y todo estará bien —pensó para sí mismo.

Los hombres que bloqueaban la entrada al túnel montados en sus caballos, al ver que el tren venía a toda marcha, tuvieron que apartarse. Dando vuelta, rodearon la colina al galope para alcanzarlo al otro lado. Para cuando ellos llegaron, el jinete fantasma ya se hallaba escondido tras unas rocas cercanas al lugar, vigilando sus movimientos. Después de observarlos durante el trayecto, se dio cuenta de que sus intenciones no eran buenas. Preparó su escopeta, un arco y flechas que llevaba en su espalda y dos pistolas de oro puro que había heredado de su abuelo, el comisario Johnson, recordado en el condado por ser un sheriff recto y justiciero. Algunos integrantes de la cuadrilla alcanzaron el tren y saltaron de sus caballos para abordarlo. Una vez llegaron al techo, brincando de coche en coche, se desplazaron hasta el vagón donde llevaban al prisionero. Dispararon a las cadenas y los candados de seguridad que impedían el acceso al vagón e ingresaron matando a varios de los guardias. Una vez tuvieron el control de la situación, exigieron al jefe de los guardias que les ordenara a sus hombres abrir la celda. Sin más opciones, dio la orden. Se abrió la puerta y aquella mirada fría y aterradora del Tuerto vio de nuevo la luz. Sus hombres obligaron a los guardias a quitarle los candados y grilletes y, cuando fue liberado, dieron muerte a todos los guardias. 

Uno de sus hombres llevaba atado su caballo corriendo cerca al vagón. El Tuerto, realizó algunos movimientos para estirarse y después saltó del tren sobre su caballo.

—¡Ahora, vamos por el botín! No podemos perder más tiempo. Estamos cerca a la frontera, si el tren la cruza estamos perdidos —dijo a sus hombres.

—Jim, ve al frente y obliga al conductor a detener el tren —ordenó a uno de sus pistoleros.

James Cassidy, quien estaba al mando de la operación, se dirigió al coche que contenía el oro seguido de otros tres bandidos. Acercándose al vagón, dinamitaron las puertas por fuera haciéndolas volar. Los guardias que custodiaban el vagón, murieron al instante por la explosión. El Tuerto fue el primero en entrar, desenfundó sus pistolas y disparó a los candados que aseguraban las cajas fuertes, pero todavía debía descubrir las claves para abrirlas y extraer los lingotes.

El tren no se detenía, y el jinete enmascarado se acercaba cada vez más. Cuando el tren cruzó el túnel, se situó detrás de ellos, aprovechando el ruido que hacía el galope de sus caballos confundiéndolo con el suyo. Sacó su arco y usando sus flechas, fue eliminando en silencio a los bandidos que, uno a uno, caían de sus caballos sin llamar la atención de los que estaban adelante. El Tuerto no había notado su presencia ni se había dado cuenta de que solo quedaban él y Jim seguían con vida. Tenía su mente centrada en encontrar las claves de las cajas fuertes para poder hacerse con el oro.

El jinete enmascarado avanzó hacia la locomotora y cuando logró alcanzarla, pudo ver al maquinista forcejeando y luchando por su vida con el bandido. Este lo tenía contra uno de los costados, casi asfixiado y a punto de matarlo. De inmediato, acudió en su ayuda disparando una flecha certera desde su caballo.

—Mantén la velocidad y no te detengas por nada. Yo me encargaré del resto —le gritó al conductor.

Trepó a la cabina, subió al techo y, saltando de coche en coche, pudo llegar al vagón donde estaba su verdadero objetivo. Una vez allí, se lanzó sobre el Tuerto con la agilidad de un gato salvaje y los dos cayeron al suelo. Forcejearon durante unos segundos, dando lugar a un intercambio de golpes que dejó extenuados a ambos contendientes. El jinete intentó sacar una pistola, pero su oponente era superior en el combate cuerpo a cuerpo y consiguió sujetarlo antes de que pudiera usar el arma. Tras reducir a su misterioso adversario, el Tuerto lo encañonó con su revólver y le preguntó:

—¿Quién eres? ¿A caso me conoces? ¿Tienes algo contra mí?

—Me llamo Jane, te conozco más de lo que crees. Y no te equivocas, sí tengo una cuenta que saldar contigo —exclamó el jinete.

El Tuerto, al escuchar su voz femenina, le quitó su máscara y al instante pudo reconocer el rostro de Jane Johnson, en el cual aún se distinguía la cicatriz que él mismo le había infligido diez años atrás, aunque ya muy tenue.

El Tuerto emitió un hondo suspiro y le dijo:

—Comprendo perfectamente tus deseos de venganza. Yo también vi morir a mi padre siendo muy joven. Ahora, conocerás mi historia. Un día, mientras yo estaba alimentando los caballos que guardábamos en el establo, escuché unas voces desconocidas fuera de la casa. Eso me pareció muy extraño, pues nadie solía visitarnos. Como no estaba armado y tenía miedo, solo observé escondido detrás de un árbol. Vi cómo unos hombres desconocidos entraron en la cabaña, golpearon a mi padre y lo ataron a una silla obligándolo a ver cómo uno de ellos abusaba de mi madre. Jamás olvidaré la expresión de sus rostros. No pude contener mis lágrimas al ver la impotencia de mi padre y el dolor de mi madre indefensa. Consumado el acto, ahí sentado, le rociaron petróleo y le prendieron fuego. A ella, la golpearon dejándola inconsciente y se la llevaron en un caballo. Cuando se fueron, corrí lo más rápido que pude para ayudar a mi padre, pero ya estaba muerto. Entonces salí del rancho antes de que el fuego me atrapara. Impulsado por la sed de venganza, emprendí la búsqueda de esos hombres que arruinaron nuestras vidas. Tiempo después, supe que mi madre había muerto mientras daba a luz a una niña, fruto de ese acto de horror. Dediqué varios años de mi vida a planear mi venganza. Para poder sobrevivir, durante mucho tiempo tuve que hacer muchas cosas, algunas buenas y otras muy malas, que me convirtieron en quien soy ahora. Participé en numerosos tiroteos y asaltos. En uno de ellos, al dinamitar la puerta de un banco, tropecé mientras intentaba alejarme de la explosión y una esquirla alcanzó mi ojo izquierdo. Desde entonces todo el mundo empezó a llamarme el Tuerto y hasta yo mismo opté por olvidarme de mi verdadero nombre, aunque nunca pude olvidar mi sed de venganza. Tras catorce años de búsqueda infructuosa, encontré trabajo en una granja, cuyos capataces eran miembros de la banda que había matado a mi padre y deshonrado a mi madre. Primero me gané su confianza, luego los atrapé uno por uno, los torturé y los maté lentamente. Sentí un cierto alivio, pero una espina muy profunda me seguía mortificando el alma continuamente. Ahora debía encontrar al jefe de la banda quien era el dueño de la granja. Su paradero me fue revelado por uno de los capataces a los que yo había matado. Averigüé dónde vivía y entonces fui a devolverle la visita. Al entrar en su casa, me encontré una hermosa familia, que compartía cristianamente su mesa. Allí estaba él, con su mujer y su hija. Había dejado atrás su pasado criminal convirtiéndose en un hombre de bien, respetado por todo el pueblo, pero eso no amortiguó el odio que me carcomía por dentro. Resurgieron en mi mente los recuerdos de aquel día y sentí cómo lágrimas de rabia inundaban mis ojos. Sentí desprecio al verlo tan feliz con una familia, habiéndome negado el derecho a tener la mía. Lo que ocurrió después, ya lo sabes tan bien como yo.  

El Tuerto terminó su relato y entonces Jane gritó furiosa:

—¡Eres despreciable! ¡Y además un mentiroso! Mi padre era un hombre bueno, no un forajido como tú.

—Eso fue después de que asesinara a mi padre y ultrajara mi madre, o mejor, a nuestra madre, y aunque te cueste aceptarlo, ese fue nuestro destino, que tú y yo seamos hermanos. Entiendo lo que sientes, pero eso no cambiará las cosas. Tu padre era un villano, igual que nosotros dos —replicó el tuerto.

—¡Te equivocas! Yo no soy una ladrona ni una asesina, no me parezco a ti en nada. Yo hago el bien. Llevo la justicia a los débiles y hago que la ley castigue a los que se lo merecen, como tú mismo.

—¿Quieres matarme, Jane? ¿Eso quieres? Hazlo, saca tu arma y dispara. No dudes, pon tu pistola en mi frente y hala el gatillo. Mátame y cobra tu venganza. Vamos, dispara y mátame de una vez.

Jane, llorando y llena de odio por la ironía de sus palabras, desenfundó sus pistolas y le disparó en ambas piernas. El bandido cayó al piso sangrando y enmudeció aterrorizado. No pensó que ella fuera capaz de hacer algo así, sabiendo que era su hermano. Luego ella le dijo, con la voz alterada por su ira incontenible:

—No te mataré de un balazo en la cabeza, sería premiar tu crueldad y tu cobardía sin dolor. Pero lo haré lentamente y sin piedad. Tendrás tiempo suficiente para revivir en tu memoria, las imágenes de todas esas personas a quienes les cegaste y arruinaste la vida. Te cobraré una a una cada lágrima que derramé y todo lo que he sufrido desde aquel día. Tal vez fluya la misma sangre que nos corre por las venas, pero en mi interior palpita el corazón recto de mi padre y predomina la dignidad de mi madre. Con la autoridad que me otorga la ley a la que represento, hoy haré justicia y pediré a Dios por tu perdón, porque de mi parte, nunca lo tendrás. Ahora, espero que tengas las agallas de morir mirándome a los ojos, como miraste a mi padre el día que lo asesinaste.

Jane se acercó al Tuerto y, tras registrar sus ropas, encontró en una de sus botas la misma navaja con la cual le había marcado el rostro diez años antes. Lo agarró del cabello, empujó su cabeza hacia atrás y, mirándolo fijamente a los ojos, le cortó el cuello. Luego, sin apartar su mirada de él para ver cómo se desangraba lentamente, se fue acercando lentamente hacia la puerta del vagón. Cuando el Tuerto hubo exhalado su último suspiro, Jane Johnson dirigió una mirada al cielo. Luego saltó sobre la grupa de su corcel blanco y regresó a su pueblo sin mirar atrás, con el corazón pleno de orgullo por haber cumplido con su deber y honrado el recuerdo de su padre.


23/02/2022 Oscar Rivera – Kcriss. Con la participación especial de Javier Fontenla. Derechos de autor reservados. © Prohibida su copia y/o difusión a través de cualquier medio impreso o virtual, sin la autorización del autor intelectual. 

Entrada destacada

Sara Lena Tenorio

Mi nombre es Sara Lena, nací un día de primavera en la ciudad de México, soy autora de dos libros que forman una saga que, aunque ya está p...