Hace algunos años, cuando aún éramos estudiantes universitarios, mi prima Ángela y yo aprovechamos la festividad de Todos los Santos para hacerle una visita a nuestro tío abuelo don Faustino, que era misionero franciscano en una aldea de los Andes. Con nosotros llegó Eva Mourelos, una chica muy guapa y simpática que, según nos contó ella misma, había sido enviada a la misión por una prestigiosa ONG médica de inspiración católica. Se decidió que los hombres dormiríamos en la casa parroquial, mientras que las chicas lo harían en un viejo almacén, donde se habían instalado dos camas para ellas. Ángela y Eva estuvieron de acuerdo, pues habían hecho buenas migas y estaban encantadas de compartir habitación.
Los indios del lugar temían a una hechicera de las
montañas llamada María Humala, que según la leyenda salía de su cueva durante la Noche de Difuntos en busca de sangre humana, pero a nosotros
las supersticiones locales no nos quitaban el sueño. Sin embargo, la mañana del dos de noviembre advertí que Ángela estaba muy
pálida y que habían aparecido unas extrañas marcas violáceas en su cuello. Ella
no recordaba nada, pero era posible que algún murciélago hematófago le hubiera
chupado la sangre mientras dormía. Eva, al verme preocupado, me prometió que en
lo sucesivo cerraría a cal y canto las ventanas del almacén, para que no se
repitieran incidentes semejantes.
A la medianoche siguiente me despertó un ruido
procedente del exterior. Entonces me levanté procurando no despertar a don
Faustino, que dormía como un bendito, cogí mi linterna y salí a echar un
vistazo. El causante del ruido había sido un tigrillo o gato montés
sudamericano, que huyó a la selva nada más verme. Respiré aliviado y antes de
volver a mi lecho decidí acercarme al almacén, para comprobar si Eva había
cumplido su promesa de cerrar las ventanas. Cuando llegué allí, vi que la
puerta estaba abierta de par en par. Ángela yacía inconsciente sobre su cama,
pálida como una muerta y con el cuello ensangrentado, mientras que Eva había
desaparecido sin dejar rastro. Mi prima se recuperó gracias a los cuidados que
le prodigó don Faustino, pero todos sus recuerdos de aquella noche se habían
desvanecido para siempre. En cuanto a Eva, nunca más volvimos a saber de ella.
Los indios creen que la bruja María Humala entró en el almacén, desangró a
Ángela mientras dormía y raptó a Eva para devorarla en su gruta, pero yo tengo
otra teoría aún más inquietante. He dicho que no volvimos a saber de Eva, pero
en realidad nunca habíamos sabido de ella nada más que lo que había querido
contarnos.
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