
Nos hallamos en cierta localidad portuaria de Nueva Inglaterra hacia el
año 1920. La solitaria casa del Viejo Capitán rara vez recibía visitas, pero
aquella tarde un joven escritor llamó a su puerta. Aunque poca gente conocía
íntimamente al Viejo Capitán, se decía que había vivido muchas experiencias
extraordinarias a lo largo de su ajetreada vida. El joven escritor quería
entrevistarse con él, guiado por la esperanza de que pudiera sugerirle el
germen de alguna historia interesante. Afortunadamente, el anciano resultó ser
una persona mucho más amable de lo que su visitante se había imaginado. Al
joven escritor también le agradó descubrir que la casa estaba llena de gatos,
pues él, al igual que su vetusto anfitrión, sentía cierta debilidad por los
pequeños felinos. El Viejo Capitán no solo los trataba con cariño, sino que
además hablaba con ellos como si pudieran entenderlo y les daba nombres de persona,
que al parecer se correspondían con los de sus antiguos compañeros de
navegación. Tras rehusar un vaso de ginebra y aceptar un té con pastelillos, el
escritor le pidió al anciano que le hiciera un breve resumen de su vida. El
capitán sonrió y dijo:
—Lo cierto es que he vivido bastantes aventuras emocionantes. Nací en el
seno de una familia distinguida, pero la Guerra Civil y el cólera aunaron sus
esfuerzos para dejarme huérfano a una edad muy temprana. Por ese motivo tuve
que dejar la escuela y embarcarme como grumete cuando aún no había cumplido los
doce años. Durante mi larga vida como marinero he navegado por lugares remotos
y extraños. Nunca me he casado, pero sí he mantenido relaciones amorosas con
varias mujeres de distintas razas. Curiosamente, a los veinticinco años, siendo
ya primer oficial de un barco mercante, aún era completamente virgen. Entonces
los monzones nos obligaron a buscar cobijo en cierta isla oriental, habitada
por una tribu de costumbres matriarcales. Por algún motivo le caí en gracia a
la princesa de la isla, que era una chica tan bella como caprichosa. Intentó
seducirme, pero yo, que en aquella época aún no estaba acostumbrado a tratar
con mujeres, rechacé sus intentos con cierta brusquedad. Aquella noche encontré
una cobra entre las ropas de mi cama y comprendí que la había ofendido. Al día
siguiente le ofrecí mis disculpas a la princesa y me excusé diciéndole que
estaba casado (como “prueba” de ello le mostré una vieja foto de mi madre).
Ella no debió de quedar muy satisfecha con mis explicaciones, pues mientras
dormía la siesta encontré una araña venenosa en mi cama. Finalmente accedí a
acostarme con la princesa y al anochecer encontré un hermoso gatito jugando en
mi camarote. Aquel cachorro pertenecía a una especie endémica de la isla y
poseer uno se consideraba un gran honor entre los nativos. Comprendí que la
princesa por fin había quedado satisfecha y acepté su regalo con verdadero
placer. Poco después abandoné la isla y no volví a verla nunca más. Por lo que
sé, murió hace algunos años y hoy gobierna la isla su hija mayor, de quien se
dice que tiene los ojos azules. A veces he sentido la tentación de visitarla,
pero nunca me he atrevido, pues no me gustaría tener que elegir entre cometer
un incesto o encontrarme con otro bicho venenoso en mi cama. En cuanto al gato,
fue mi mejor amigo durante los doce años que vivió. Todos los felinos de mi
casa son descendientes suyos y han heredado sus cualidades.
En aquel punto la narración del anciano marinero fue interrumpida por
las sirenas de un vehículo policial. Pocos segundos después el comisario en
persona llamó a la puerta del Viejo Capitán, quien aquella tarde recibió más
visitas de las que solía recibir en un año entero. El comisario se dirigió a él
en voz alta, pues ignoraba la presencia del joven escritor:
—Capitán, varias niñas han desaparecido misteriosamente mientras jugaban
en el bosque y, a juzgar por ciertos indicios, cabe pensar que han sido
raptadas. Mis hombres ya están peinando la zona, pero le agradeceríamos que nos
prestase su ayuda una vez más.
El comisario se marchó y entonces el joven escritor se dirigió al
anciano:
—Disculpe mi ignorancia, capitán, pero no acierto a comprender cómo podría
usted ayudar en este asunto.
—En realidad, serán mis gatos quienes harán el trabajo. Olvidé decirle que poseen
cualidades fuera de lo normal. Mientras esperamos su retorno, le contaré cómo descubrí en Arabia las ruinas de una ciudad sin nombre o, si lo prefiere, le hablaré de los vestigios prehistóricos que encontré durante mi última visita al África central.
…
En el interior de una fábrica abandonada tres niñas atadas, amordazadas
e indefensas se hallaban a merced del maníaco que las había raptado. Aquel
psicópata ya estaba a punto de degollarlas cuando creyó oír un sonido extraño
procedente del exterior. Salió del edificio armado con un cuchillo, pero nunca
más volvió. En cambio, diez minutos después entraron en la fábrica varios
gatos, que se relamían y bostezaban como si se hubieran dado un buen banquete.
Los felinos rompieron a mordiscos las ataduras de las niñas, que huyeron de
allí a toda prisa, sin prestarle atención a un esqueleto que yacía entre los
arbustos, sin una sola brizna de carne sobre sus huesos.
…
Aquella noche el Viejo Capitán despidió al joven escritor y le dijo:
—Espero que haya obtenido algún provecho literario de nuestro encuentro,
señor Lovecraft.
Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.