Xela era una niña que vivía con Laura, su
madre viuda, en una casita del bosque. Pese a ser guapa, amable y estudiosa, no
tenía muchos amigos, pues casi todos sus compañeros de clase pensaban que
estaba loca o era una especie de bruja. Eso se debía a que Xela aseguraba que
en ocasiones podía ver y oír a los espíritus del bosque, así como a las almas
de los muertos. La única persona que creía en ella era su amigo Javier, un niño
al que le gustaba mucho la fantasía. Como también le gustaba Xela, el cinco de
marzo (día de su cumpleaños) le regaló una antología de los cuentos de
Lovecraft. No tuvo éxito, pues ella, pese a ser bastante aficionada a la lectura,
solo leyó un par de relatos y luego se olvidó del libro. Le dijo a su madre:
—Ese escritor no sabía nada de magia.
Mientras tanto, un peligroso presidiario
había conseguido huir de la cárcel, llevándose consigo una pistola eléctrica
que le había arrebatado a un guardia después de golpearlo.
Aquel mismo día Laura y Xela estaban en la
cocina de su casa, pelando patatas para hacer una tortilla. Laura creyó oír
algo y le dijo a su hija:
—Creo que el gato del vecino ha vuelto a entrar en casa. Voy a ver si
consigo echarlo antes de que haga otro estropicio.
Laura salió tranquilamente de la cocina,
pero entonces apareció el prófugo, que la agarró y la amenazó con su pistola.
Xela, al ver a su madre en peligro, intentó reaccionar, pero el intruso le
dijo:
—Quieta y calladita, nena, si no quieres que tu mamá sufra por tu culpa.
Ahora vais las dos a ser buenas chicas y a hacer todo lo que yo os diga.
Comprendiendo que no tenían más remedio que obedecer, madre e hija se
sometieron a las órdenes del intruso. Este las ató a ambas con unos cordones y
luego fue en busca de cinta aislante para amordazarlas. Pero, mientras estaba
distraído registrando los cajones, Xela, que de algún modo había conseguido
liberarse de sus ligaduras, se acercó a él sin hacer ruido, le arrebató la
pistola y lo dejó fuera de combate con una descarga. Luego ató al criminal
antes de que se recuperara y liberó a su madre. Cuando ya estuvo más tranquila,
Laura le preguntó a Xela:
—¿Cómo pudiste desatarte en tan poco
tiempo?
La niña sonrió y le dijo a su madre:
—Fue muy fácil, mamá. Gracias a un cuento
del libro de Lovecraft, conocí a un gran mago del siglo XX llamado Harry
Houdini, cuyo espíritu me dio unas lecciones rápidas de escapismo. Hoy he
aprendido algo: que incluso los libros que no nos gustan pueden sernos útiles
en alguna ocasión.
Y Laura también aprendió que su hija realmente podía comunicarse con los muertos.
Texto: Javier Fontenla. Fuente de imagen: Pixabay-Darksouls.
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