EL LAGO DE LA PESADILLA (H. P. LOVECRAFT)

 

Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Hay un lago en el remoto Zan, allende las tierras de los hombres, donde se consume en horrible soledad un espíritu anciano y desolado, un espíritu viejo e impío, cargado con el peso de una pavorosa melancolía, mientras respira los vapores pestilentes que emanan de las aguas densas y estancadas. Sobre las orillas arcillosas se deslizan criaturas decadentes y repulsivas, bajo el vuelo de extrañas aves que nunca han sido vistas por ojos mortales. Durante el día brilla un sol crepuscular sobre aguas cristalinas que nadie ha contemplado, pero por la noche los lívidos rayos lunares se sumergen en los abismos que bostezan en su sima. Solo las pesadillas han revelado qué escenas iluminan esos rayos; qué escenas, demasiado viejas para los ojos humanos, yacen sumergidas en una noche eterna, pues allí solo reposan las sombras de una raza silenciosa. Una medianoche, emponzoñada por hedores malsanos, vi en mis sueños aquel lago, mientras en el cielo púrpura brillaba una luna gibosa. Pude ver sus orillas pantanosas y las criaturas venenosas que se ocultan en ellas: lagartos y serpientes retorciéndose agonizantes, cadáveres putrefactos de cuervos y murciélagos, así como necrófagos que se alimentaban de sus despojos. Y mientras la siniestra luna relucía en las alturas, ahuyentando del cielo a las estrellas, vi iluminarse las espesas aguas del lago y emerger las cosas que custodia el abismo. En las profundidades se veían las torres de una ciudad olvidada, con sus oscuras cúpulas y sus paredes cubiertas de musgo, torres tapizadas de algas y salones vacíos, templos abandonados y bóvedas terroríficas, así como calles de oro sin brillo, de las cuales vi cómo surgía una horda de sombras informes, una espantosa horda que parecía agitarse en una danza siniestra, alrededor de sepulcros que yacían a la vera de caminos nunca hollados. Un remolino se alzó de aquellas tumbas y rompió la espesa quietud de las aguas, mientras las letales sombras de la superficie aullaban bajo la sardónica faz de la luna. Entonces el lago se hundió en su propio lecho, absorbido por las simas de la muerte, mientras de la tierra limosa recién emergida se elevaban vapores hediondos de malsano origen. Sobre la ciudad se movían las monstruosas sombras danzantes, cuando, de repente, se abrieron ruidosamente las lápidas de los sepulcros. Ningún oído podría escuchar ni ninguna lengua contar qué horror enloquecedor sobrevino a continuación. Veo ese lago, esa luna sinuosa, esa ciudad y las criaturas que la habitan. Cuando estoy despierto, rezo para que esa orilla no vuelva a sumergirse nunca más en el lago de las pesadillas.




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