La corta noche de la vida

Homenaje a H. P. Lovecraft.


Texto e imagen de Juan Ernesto Moreno Soto. Temática: Horror y fantasía oscura.


Pulvis et umbra sumus

Horacio


La búsqueda había terminado, al fin habían alcanzado la cima de esa gigantesca cordillera helada que misteriosamente no podía ser localizada por satélite, y ahora se encontraban frente al vetusto puente colgante que los llevaría a las terribles montañas que circundaban la mítica meseta de Leng. 

La organización los había enviado con una misión, y en los últimos días habían perdido entre la nieve a siete miembros de la expedición, pero su profesionalismo, que rayaba en el fanatismo, los alentaba a continuar pese a todas las vicisitudes. En lo alto, el sol callaba, dando paso a una oscuridad extraña.

El silencio era espectral, y la belleza majestuosa de la naturaleza se mezclaba con el miedo y la incertidumbre de los integrantes del equipo científico, que sabían perfectamente el verdadero peligro en que se encontraban. Una sábana nívea lo dominaba todo, y en el horizonte, un manto púrpura comenzaba a cubrir el cielo. El viento frío lastimaba los rostros preocupados, el ruido de muchas botas era lo único que se escuchaba, eso, y lo que parecía ser una campana lejana.

En un punto inaccesible entre Khangphu Kang y Tongshanjiabu, buscaron el templo secreto. El equipo del doctor del Toro lo encontró después de varios días, y el primero en descender a rapel por esa grieta en la montaña fue Robertson, del equipo de seguridad. Una borrasca comenzó a inundarlo todo, y la blancura gélida les recordaba lo frágiles que eran, en comparación con la vastedad y soledad de ese lugar que solo conocían los nativos ancestrales de Buthan.

El grupo de asalto de la organización había desmantelado sin piedad a la secta H29 y había recuperado información importante para la localización del “dispositivo”. Pero el doctor del Toro no estaba nada tranquilo, ignoraba lo que se encontraba en ese misterioso mausoleo, pero tenía certeza de una cosa, era más antiguo que la humanidad. 

Los ominosos libros, recopilados a través de un sinnúmero de viajes, le habían advertido de la gravedad de la situación, tanto el prohibido Necronomicón, como el rarísimo Libro de las maravillas de oriente, de Castoriadis Hardna,  El libro de las heridas y los Textos apócrifos de Ilión, documentaban imaginerías demenciales sobre la creación de la humanidad, y sobre lo que yace detrás del velo de la realidad. Ahora, gracias al análisis de esos textos arcanos, estaban a las puertas de descubrir lo que ningún ser humano moderno había visto.

  La radio transmitió desde la hendidura en la roca:

-Doctor del Toro -decía Robertson- Será mejor que baje, encontramos algo, algo dentro del templo, no sabemos… baje, doctor.

El doctor se deslizó por la grieta, descendió cerca de quince metros y luego caminó por una senda iluminada por el equipo de seguridad. La fisura en la montaña era húmeda, el agua se filtraba desde la superficie cubriéndolo todo. El que la entrada fuera una línea horizontal, en una de las mesetas que coronaban la cúspide, había permitido que pasara inadvertida durante tanto tiempo, de hecho, si no fuera por los testimonios que arrancaron a través de la tortura, nunca hubieran tenido idea del lugar exacto. 

El doctor del Toro llegó al fondo de la cueva, que se abría de manera sorprendente, dando lugar a una enorme bóveda rocosa, los demás geólogos, físicos, astrónomos y biólogos de su equipo lo seguían de cerca. Un templo colapsado se encontraba en el lugar, su apariencia implicaba una horrible antigüedad. La madera petrificada y la mampostería eran de una arquitectura paleolítica, y unas estatuas deformes  exigían silencio a través de sus figuras retorcidas. Esas manos esculpidas en granito tapaban sus bocas y en sus miradas se podía leer, a través de miles de años, el pánico.

Los mercenarios contratados por la organización iluminaban con sus lámparas el interior del templo, a lo que parecía ser una estatua, pero que al acercarse, se percataron de que no era tal. Un redondel de piedra, plagado de calaveras rotas, la rodeaba. 

Uno de los ex militares estaba arrodillado, murmuraba. El doctor del Toro se acercó para escuchar, ya que Williams era uno de sus guardias más confiables, veterano de Irak y Afganistán, le había demostrado con los años ser el hombre más duro que había conocido, y ahora temblaba, diciendo: “En el principio ya existía la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Por medio de él, Dios hizo todas las cosas; nada de lo que existe fue hecho sin él. En él estaba la vida, y la vida era la luz de la humanidad”. 

En ese abismo atemporal, yacía un antiquísimo dios olvidado, una figura humanoide y seca, como momificada por los miles de años transcurridos, su tamaño era el doble de cualquier ser humano, y aunque su cráneo y sus extremidades parecían normales, unas manos con veinte dedos cada una, se entrelazaban formando lo que sería el origen arcano del signo budista. Acuclillada, la forma física de ese ser estaba como empotrada a la pared de la caverna, y de su espalda sobresalían varias protuberancias muy largas, que en otros tiempos, cuando la carne y los fluidos vitales corrieron por su cuerpo, tal vez hayan sido patas como de araña, o alas.

Muy tarde comprendió el doctor del Toro que eran simples fantasmas, y que ese dios extraño era el que los creaba, al imaginarlos en sus sueños, era el que mantenía a toda la materia existiendo a partir de su pensamiento y su voluntad. Él había soñado con la caída de Troya y Constantinopla, con la larga marcha de miles de vikingos ante el árbol quemado de Thor, con las visiones del gran monarca de la ciudad en el lago, con la misericordia del monje que viajó al país de Arges, con la cañada que arrebata cosas que dejan destrozados los corazones y con el manto cósmico que cubre el cielo, Él había imaginado todo esto, había puesto las ideas que llevaron al hombre a volar y a alcanzar la luna, la idea de construir un artefacto que lanzado desde los cielos incinerara ciudades, y también las cosas pequeñas, los pequeños bichos y las flores.

Ahora que lo habían despertado, comenzaría el principio del fin, pues los dioses se aburren rápidamente de sus artilugios y, como demiurgos infinitos, son veleidosos y no toleran las interrupciones.

Autor: Ernesto Moreno

RRSS del autor:

  • https://facebook.com/juan.e.morenosoto
  • https://horrorescofreferens.blogspot.com/
Este texto participa en el concurso de cuentos Lovecraftianos, en seguida enlisto los otros participantes.





Horror, weird y fantasía oscura.

Nacionalidad: Mexicana.

Biografía: Es egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la

Universidad Nacional Autónoma de México.

Sus trabajos literarios versan sobre temas de horror,

fantasía oscura y lo weird.

Es parte del Círculo Lovecraftiano&horror y ha participado

en ponencias, conversatorios, charlas y talleres sobre el tema

de la literatura de horror, sus relatos han ganado premios y han sido

publicados en diversas páginas electrónicas del tema.

Actualmente escribe cuatro columnas sobre

horror en distintas revistas electrónicas.

Face

RR



1 comentario:

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Muy buen texto. Una historia bastante fantástica y con un argumento bastante lógico. Me gustó. Felicitaciones Ernesto.

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