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EL CONDE MAGNUS (M. R. JAMES)

El señor Wraxall fue un viajero inglés de mediados del siglo XIX, que llegó a Suecia en busca de materiales para escribir un libro. Una vez allí, se interesó por una vieja familia de la ciudad de Raback, los señores De La Gardie. Decidió estudiar sus crónicas y no tardó en interesarse por uno de sus antepasados, el conde Magnus, que había mandado edificar la mansión familiar y sobre quien circulaban rumores tan extraños como inquietantes. El conde, que había vivido durante el siglo XVII, era famoso por su severidad con los cazadores furtivos. La crueldad de sus castigos llegó a ser legendaria y se decía que aún acechaba desde su tumba en el mausoleo de la iglesia. Más concretamente, se hablaba de dos campesinos que habían osado cazar en sus propiedades un siglo después de su muerte. Entonces se oyeron terribles gritos en el bosque y una risa diabólica procedente de la tumba del conde, así como el sonido de una puerta. A la mañana siguiente el párroco encontró a los dos furtivos. Uno de ellos se había vuelto loco y el otro estaba muerto. A este último le habían arrancado toda la carne del rostro, dejando sus huesos a la vista.

El señor Wraxall no tardó en conocer las leyendas que circulaban sobre el conde, incluyendo el rumor de que había efectuado la Peregrinación Negra, es decir, un viaje a la ciudad palestina de Chorazin, sobre la cual Dios había arrojado su maldición, tal como puede leerse en las Escrituras. Pero resultaba difícil explicar lo que dicha Peregrinación significaba exactamente. Y tampoco estaba claro qué compañero se había traído el conde en su viaje de vuelta. Por otra parte, el señor Wraxall se sentía cada vez más interesado por el mausoleo donde reposaba el conde y finalmente obtuvo permiso para entrar en él, acompañado por el diácono. Allí encontró varios monumentos y tres sarcófagos de cobre, uno de los cuales pertenecía al conde. En los laterales de dicho sarcófago vio varias escenas grabadas. En una de ellas, particularmente terrorífica, se veía cómo un hombre huía frenéticamente a través del bosque. Sus perseguidores eran un ser más bien pequeño, de cuyo cuerpo se desprendía un tentáculo semejante al de una medusa, y un hombre alto cubierto por una capa. El sarcófago estaba sellado por tres grandes clavos de acero, uno de los cuales se había caído al suelo. El señor Wraxall recordó que había oído un sonido metálico el día anterior, mientras paseaba cerca del mausoleo. Entonces había pensado, de una forma algo morbosa, que le hubiera gustado conocer al conde Magnus.

La fascinación del viajero se incrementó y se hizo con la llave del mausoleo, al cual le dedicó una segunda visita (en esta ocasión entró él solo). Llamó su atención que otro clavo estuviera a punto de desprenderse del sarcófago. Al día siguiente decidió irse de Raback, no sin antes hacerle una última visita a la tumba del conde, a modo de despedida. Una vez más volvió a sentir el absurdo deseo de conocer al conde. Vio, asustado, que solo quedaba un clavo en el sarcófago y que este se caía al suelo haciendo un ruido metálico. Luego oyó algo más, un sonido semejante a un crujido de bisagras. Le pareció que la tapa del sarcófago empezaba a elevarse lentamente, así que huyó aterrorizado, sin acordarse de cerrar la puerta del mausoleo.

Durante su retorno a Inglaterra Wraxall empezó a sentir una extraña inquietud hacia los demás pasajeros del barco. Lo ponían especialmente nervioso dos personas que siempre iban cubiertas por sendas capas. Tenía la sensación de que lo seguían y lo vigilaban. De los veintiocho pasajeros del barco solo veintiséis acudían al comedor. Los dos ausentes eran, precisamente, aquellos dos individuos, uno de los cuales era un hombre alto, mientras que su compañero era más bien bajo. Cuando desembarcó en Harwich, el señor Wraxall tomó un carruaje, desde el cual vio dos figuras encapuchadas en un cruce del camino. Finalmente se alojó en una pequeña casa rural y empezó a escribir sus notas de forma frenética. Dos días después fue encontrado muerto. Durante la investigación siete miembros del jurado se desmayaron tras ver lo que quedaba de su cuerpo. La casa donde murió permaneció deshabitada durante medio siglo. Después fue demolida y entonces se encontró el manuscrito del difunto señor Wraxall en una alacena olvidada.

Fuentes del texto: Montague Rhodes James (Cuentos de fantasmas de un anticuario) y H. P. Lovecraft (El horror sobrenatural en la literatura). Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LAS BRUJAS EN LA LITERATURA

 

Texto de Francisco Javier Fontenla, imagen de Pixabay.

Aunque la bruja es un personaje legendario que todos conocemos desde nuestra primera infancia, su origen está envuelto en el mayor de los misterios. En realidad, ni siquiera podemos afirmar que el aquelarre y el culto al Diablo hayan existido nunca, pues las desdichadas mujeres acusadas de brujería eran capaces de confesar cualquier cosa para librarse de la tortura, aun cuando la confesión podía acarrearles la muerte. Aquí solo vamos a tratar el tema desde un punto de vista estrictamente literario.

Posiblemente en el mito de la brujería confluyen dos factores contrapuestos: por un lado, la presunta sacralización de la mujer-sacerdotisa en los cultos paganos; por otro, su más que presunta demonización por parte de las religiones monoteístas. Como consecuencia inevitable de esa doble influencia, las brujas literarias responden a distintos arquetipos, muy diferentes entre sí e incluso antagónicos.

Tenemos en primer lugar el arquetipo de la bruja buena y sabia, heredera directa de las antiguas sacerdotisas paganas, que aparece en las leyendas europeas y en los cuentos tradicionales bajo la denominación de “maga” o de “hada madrina” (muy diferente de las verdaderas hadas, más interesadas en robar niños que en ayudar a las personas necesitadas). En otras historias más modernas la bruja buena aparece como tal y no disfrazada de “hada” (estoy pensando en las entrañables Flora y Schierke, personajes del conocido manga “Berserk”, obra del recientemente fallecido autor japonés Kentaro Miura).

Luego tenemos a la bruja fea y malvada, que vive con su gato negro en una cabaña del bosque y cuyos hábitos incluyen lindezas como preparar pócimas infernales, devorar niños, volar al aquelarre en una escoba y hechizar a las princesas. Este es el arquetipo más frecuente en los cuentos tradicionales (pensemos en la perversa anfitriona de Hansel y Gretel o en Baba Yaga, la bruja del folclore ruso, que vive en una cabaña con patas de gallo y que para volar utiliza un mortero en lugar de una escoba). Estas hechiceras poco agraciadas ya aparecen en obras clásicas de la literatura latina, como la “Farsalia” de Lucano o “El asno de oro” de Lucio Apuleyo, lo cual demuestra que son personajes anteriores al cristianismo y que ya eran temidas por los antiguos paganos. En algunas leyendas reciben rasgos propios de los vampiros o de los licántropos, pues chupan la sangre de los niños, devoran cadáveres o se convierten en animales untándose el cuerpo con una pócima suministrada por el Diablo. Por ejemplo, en un cuento del escritor español Gustavo Adolfo Bécquer varias brujas se convierten en gatos para entrar en una casa a través de la chimenea. Otros autores importantes que las han hecho aparecer en sus obras son William Shakespeare (en su tragedia “Macbeth”) y Miguel de Cervantes (en su novela corta “El coloquio de los perros”, aunque el escritor español trata a sus brujas con cierto escepticismo y sin atribuirles verdaderos poderes sobrenaturales).

Un término medio entre ambos arquetipos es la hechicera hermosa y malvada, que posee una gran sabiduría y una irresistible capacidad de seducción, pero también un corazón sumamente frío y cruel (sin embargo, en algunos casos su aparente malicia también puede interpretarse como un mecanismo de defensa frente a los abusos de la sociedad patriarcal). Estas hechiceras ya aparecen en la mitología griega (recordemos a Medea y a Circe), reaparecen en la literatura fantástica del siglo XIX (la Ligeia de Poe, sin ser una bruja propiamente dicha, se parece mucho a ellas en su misteriosa sabiduría) y su influjo se deja ver en algunas historias de la literatura “pulp” estadounidense, especialmente dentro del género de “espada y brujería” (Conan el Bárbaro se encuentra con una hermosa hechicera inmortal en “Clavos rojos”, último relato escrito por Robert E. Howard antes de su suicidio). En algunos casos este arquetipo se mezcla con el anterior (por ejemplo, en la historia de Blancanieves o en la película “La bruja”, dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Anya Taylor-Joy).

LEYENDA ÁRABE DE VAMPIROS

Texto: Sabine Baring-Gould. Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

A principios del siglo XV vivía en Bagdad un anciano mercader, cuyos negocios le habían proporcionado una gran fortuna y que tenía un único hijo, al cual amaba tiernamente. Resolvió casar a su vástago con la hija de otro mercader: una muchacha de considerable fortuna, pero carente de todo atractivo personal. Abul-Hassan, el hijo del mercader, vio un retrato de la dama y le pidió a su padre que aplazara la boda, pues necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Pero lo que hizo fue enamorarse de otra muchacha, que era hija de un erudito, y no dejó en paz a su padre hasta que este le permitió casarse con su amada. El viejo mercader se resistió todo lo que pudo, pero, viendo que su hijo estaba resuelto a casarse con la hermosa Nadilla y que había rechazado completamente a la fea hija del mercader, hizo lo que suelen hacer los padres en semejantes circunstancias: dio su brazo a torcer.

La boda se celebró con gran esplendor y después vino una feliz luna de miel, que hubiera sido aún más dichosa de no ser por un pequeño detalle, que acabaría teniendo graves consecuencias. Abul-Hassan se percató de que su esposa abandonaba el lecho nupcial cuando pensaba que su esposo estaba dormido y no volvía hasta una hora antes del alba. Impelido por la curiosidad, una noche Hassan se hizo el dormido y vio cómo su esposa se levantaba para salir de la habitación, como hacía habitualmente. La siguió discretamente y vio cómo entraba en un cementerio. La luz lunar le mostró cómo se introducía en un sepulcro y decidió seguirla. Una vez dentro, se encontró con una escena espeluznante. Una horda de vampiros se había reunido con los despojos de las tumbas que habían violado y se estaban dando un festín con la carne de cadáveres largo tiempo enterrados*. Su propia esposa, que nunca cenaba en casa, estaba participando en el horrible banquete. Cuando pudo huir sin llamar la atención, Abul-Hassan volvió a su habitación.

No le dijo nada a su esposa hasta que a la noche siguiente llegó la hora de la cena. Ella se resistió a probarla y entonces él exclamó lleno de ira:

¡Claro, reservas tu apetito para tus banquetes con los vampiros!

Nadilla se quedó callada, palideció y tembló. Luego se dirigió a su alcoba sin pronunciar una sola palabra. A medianoche se levantó para atacar a su esposo con uñas y dientes. Lo hirió en la garganta y, tras abrirle una vena, intentó sorber su sangre, pero Abul-Hassan se levantó de un salto, la derribó y la mató de un golpe. La enterraron al día siguiente, pero tres días después, a medianoche, reapareció y atacó nuevamente a su esposo, en un segundo intento de chuparle la sangre. Él consiguió zafarse de ella y a la mañana siguiente abrió su tumba, quemó su cadáver y arrojó las cenizas al río Tigris**.

*El ghoul o vampiro de las leyendas árabes, además de beber sangre, es aficionado a comer restos de cadáveres humanos.

**Ecos de esta leyenda pueden apreciarse en el cuento "Vampirismus" del célebre autor alemán E. T. A. Hoffmann, quien en su versión elimina o reduce los elementos más fantásticos de la historia.


VAMPIRAS

 

Texto de Francisco JavierFontenla, imagen de Pixabay.

Antes de nada, un pequeño apunte lingüístico. Cuando yo estaba en la escuela (allá por la Prehistoria), se consideraba que el femenino oficial de “vampiro” era “vampiresa”, pero actualmente la RAE acepta y recomienda el uso de “vampira”, quedando el término “vampiresa” para referirse a las típicas y tópicas mujeres fatales del cine.

Seguramente la historia del vampirismo comienza con la leyenda de Lilith, la primera mujer de Adán según ciertas tradiciones hebreas (su nombre también es mencionado en el Libro de Isaías). Por lo visto, Lilith salió algo rebelde y se unió a los demonios (tras su "divorcio" Dios tuvo que crear a Eva, para que Adán no se quedara soltero). Lilith chupaba la sangre de los niños y también la de los hombres que conseguía seducir con su eterna belleza. En ocasiones entraba en los dormitorios de las parejas que hacían el amor durante la noche, para robar el esperma que quedaba entre las ropas de la cama y hacer con él espíritus impuros, semejantes a los íncubos y súcubos de la Europa medieval. Lilith reaparece en varias obras literarias, entre ellas el Fausto de Goethe.

Los antiguos griegos creían en las empusas, monstruos femeninos que adoptaban la apariencia de mujeres hermosas para seducir a los incautos, con el propósito de chuparles la sangre mientras dormían. Era posible reconocer a una empusa porque tenía pies de cabra, pero sus amantes solían fijarse en otras partes de su anatomía, de modo que no descubrían el engaño hasta que era demasiado tarde.

Lamia fue convertida en serpiente por la maldición de Hera, después de haber mantenido relaciones amorosas con Zeus. Pero podía adoptar una apariencia agradable, que aprovechaba para seducir a los hombres y matarlos, igual que hacían las empusas. En cierta ocasión conoció a un filósofo griego llamado Menipo, que se enamoró de ella. Pero Apolonio de Tiana, maestro y amigo de Menipo, desconfiaba de aquella misteriosa mujer. Cuando se celebró el banquete nupcial, Apolonio acudió como invitado y reveló la naturaleza demoníaca de Lamia. Según una tradición recogida por el escritor Filóstrato, le dijo a Menipo las siguientes palabras: “estás abrazando a una serpiente”. Entonces Lamia, sabiendo que no podía engañar a un hombre tan sabio como Apolonio, desapareció para siempre. Su leyenda inspiró a grandes poetas, como Goethe y John Keats.

Los romanos creían que ciertas brujas (las “striges”) podían adoptar la forma de lechuzas o comadrejas para entrar en las casas y chuparles la sangre a los niños. Esa leyenda pervivió hasta tiempos relativamente recientes en las “meigas chuchonas” gallegas y en las guaxas o guajonas del norte de España.

Estas viejas leyendas, unidas a la figura real de la asesina húngara Elizabeth Báthory, dieron lugar a buena parte da literatura vampírica que floreció en Europa durante el siglo XIX, coincidiendo con el movimiento romántico y con el decadentismo. Este subgénero nace con dos obras de poesía narrativa donde aparecen vampiras: La novia de Corinto de Goethe y Christabel de Samuel Taylor Coleridge. Luego vinieron Lamia de Keats, Vampirismus de Hoffmann, La muerta enamorada de Gautier, Carmilla de Le Fanu, Las flores del mal de Baudelaire, Thanatopía de Rubén Darío y Drácula, la célebre novela de Bram Stoker, donde Jonathan Harker se encuentra con tres sensuales vampiras. Todas estas hijas de la noche son hermosas y saben seducir a los hombres antes de dejarlos sin sangre, igual que hacían las lamias y empusas de la mitología clásica. Un caso particular es el de Carmilla, que muestra claras tendencias lésbicas, motivo por el cual ciertas adaptaciones de la novela no pudieron estrenarse en España, tras haber sido vetadas por la censura franquista. Carmilla reaparece en obras de ficción modernas, como Vampire Hunter D: Bloodlust o Castlevania.

Para terminar este artículo, no podemos olvidar El legado, la gran novela de Sara Lena Jiménez Tenorio, que nos cuenta, entre otras muchas cosas, la historia de Elizabeth Báthory, quien quizás todavía nos acecha desde las sombras.

LOS GATOS DE ULTHAR (H. P. LOVECRAFT)

 

Texto original: H. P. Lovecraft. Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Se dice que en Ulthar, más allá del río Skai, nadie puede matar a un gato. Los gatos son ciertamente animales misteriosos, familiarizados con las cosas extrañas que nosotros no podemos ver. En ellos reside el espíritu del antiguo Egipto y recuerdan historias de viejas ciudades olvidadas. Son parientes del rey de la selva y conocen los más siniestros secretos de la misteriosa África. Son más viejos que la Esfinge y recuerdan lo que ella ha olvidado.

Antes de que la prohibición de matar gatos hubiera sido promulgada, vivía en Ulthar cierta pareja de ancianos, cuya principal fuente de placer era atrapar y matar a los pequeños felinos de la vecindad. No se sabe por qué lo hacían, pero seguramente utilizaban medios muy peculiares para acabar con sus víctimas, a juzgar por los extraños sonidos que se oían durante la noche. Los cazadores de gatos eran dos viejos de rostro taciturno, que vivían en una cabaña pequeña y lúgubre. Sus vecinos no se atrevían a decirles nada, pues, si bien aborrecían a los dos ancianos, también les tenían miedo. Cuando perdían a sus mascotas y oían sonidos extraños después del anochecer, se limitaban a lamentarse impotentes, agradeciéndole al Destino que no hubieran sido sus hijos las víctimas de aquellos viejos sádicos. El caso es que los habitantes de Ulthar eran gentes sencillas e ignoraban muchas cosas.

Cierto día llegó allí una caravana de extraños vagabundos procedentes del Sur. Eran gentes de tez oscura y no tenían ninguna relación con las otras tribus nómadas que solían acercarse a Ulthar. Se establecieron en el bazar, donde se dedicaban a anunciarle el porvenir a quien les entregase una moneda de plata. No se sabe de dónde venían, pero se dice que rezaban a extraños dioses y que pintaban en los flancos de sus carruajes figuras humanas con cabeza de gato o de halcón. Su líder llevaba sobre la cabeza un curioso tocado, con dos cuernos entre los cuales se veía una representación del disco solar.

Uno de los miembros de aquella singular caravana era un niño huérfano, cuyo único amigo era un pequeño gato negro. Tras haber perdido a su familia durante una epidemia, solo le había quedado aquella mascota para consolarlo de sus desdichas. Un niño puede encontrar un gran placer en la compañía de un gatito negro. Así pues, aquel muchacho, al que sus compañeros llamaban Menes, sonreía a menudo mientras jugaba con el pequeño felino cerca de su carruaje.

El tercer día después de la llegada de los nómadas a Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito. Algunos vecinos de la ciudad que se habían acercado al bazar le hablaron de los dos ancianos y de los sonidos que se oían por las noches. Después de oír aquellos rumores, la tristeza de Menes dio paso al ensimismamiento y luego a la oración. Alzó sus brazos, se dirigió al sol y empezó a rezar en una lengua desconocida. Entonces algunos vecinos creyeron ver extrañas formas en las nubes, semejantes a las figuras híbridas que adornaban los carruajes de los vagabundos. Pero, después de todo, no es raro que las personas imaginativas se dejen impresionar por los caprichos de la Naturaleza.

Aquella noche los nómadas abandonaron Ulthar para no volver nunca más. Y los vecinos de la ciudad se sintieron preocupados al advertir que todos sus gatos habían desaparecido. El viejo patriarca Kranon maldijo a los vagabundos, pensando que se habían llevado todos los gatos de Ulthar para vengar la desaparición del gatito de Menes. En cambio, el magistrado Nith culpó a los dos ancianos de aquella extraña desaparición. Pero nadie osó acercarse a su cabaña para investigar si realmente eran ellos los culpables. Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a los gatos de la ciudad dando vueltas en torno a aquella lúgubre choza, con tanta solemnidad como si estuvieran realizando una especie de ritual desconocido. Sin embargo, los vecinos no prestaron atención a las palabras del niño.

Las gentes de Ulthar se retiraron a sus casas y al día siguiente vieron que todos sus gatos habían vuelto, aunque parecían más gordos que antes. Como hasta entonces ningún gato había vuelto vivo de la choza donde vivían los dos ancianos, las sospechas recayeron nuevamente sobre los nómadas de piel oscura. Fuera como fuera, aquellos gatos no quisieron probar bocado durante varios días y se limitaron a yacer perezosamente, tendidos junto al fuego o bajo los rayos del sol.

Una semana después los vecinos se percataron de que por las noches ya no se veía ninguna luz en la choza de los dos ancianos. De hecho, nadie los había visto durante los últimos días. Venciendo el temor que le inspiraba aquella siniestra pareja, el patriarca se acercó a la cabaña para investigar qué les había sucedido, acompañado por el herrero y por el picapedrero. Tras echar abajo la frágil puerta de la choza, penetraron en su interior y encontraron dos esqueletos tirados en el suelo.

Circularon muchos rumores entre los vecinos de Ulthar. Se habló de los dos ancianos, de la caravana de vagabundos, del pequeño Menes, del gatito negro y de las extrañas formas que habían adoptado las nubes. Y fue entonces cuando las autoridades de Ulthar prohibieron para siempre hacerles daño a los gatos.

LA CANCIÓN DE LOS MURCIÉLAGOS (ROBERT E. HOWARD)

Texto: Robert Ervin Howard (1906-1936). Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Cuando la oscuridad se cierne sobre los montes y las estrellas emiten un resplandor espectral, los murciélagos vienen volando desde el valle y desde el río. Dan vueltas y más vueltas mientras entonan una canción infernal: “Una vez fuimos reyes, gobernábamos un mundo embrujado y todo nos pertenecía. La diadema del poder coronaba nuestras cabezas, pero entonces el rey Salomón nos convirtió en bestias y destruyó nuestra gloria.” Siguieron dando vueltas en torno al sol poniente, hasta que su vuelo fantasmal se desvaneció en la noche. ¿Qué fue su canción sino el murmullo de unas alas moviéndose bajo las estrellas? ¿O acaso fue el lamento de una horda de fantasmas, que aún hablan en susurros de su olvidada grandeza?


EL REY DE LOS ELFOS (GOETHE)

Adaptación de Francisco Javier Fontenla, a partir de la versión francesa de Gerard de Nerval. Imagen: "Lagina en dimensiones ocultas" de C. M. Edits.

¿Quién cabalga tan tarde entre la noche y el viento? Son un hombre y su hijo, que busca protección y calor entre los brazos de su padre.

Hijo mío, ¿por qué ocultas tu rostro con miedo?

Papá, ¿es que tú no ves al rey de los elfos, con su corona y su manto?

Hijo mío, eso no es más que un jirón de niebla.

Ven conmigo, querido niño. Jugaremos juntos a bonitos juegos. Hay hermosas flores en la orilla del río y mi madre tiene muchos vestidos teñidos de oro.

Papá, ¿tú no oyes lo que me está diciendo el rey de los elfos?

Tranquilo, hijo mío. Es solo un soplo de viento que pasa murmurando entre las hojas secas.

Ven conmigo, hermoso niño. Mis hijas te esperan ahí: ellas que danzan en la noche y que ahora esperan la ocasión de jugar contigo.

Papá, ¿no ves a las hijas del rey de los elfos escondidas entre las sombras?

Hijo mío, yo solo veo unos arbustos encanecidos por la nieve.

Yo te amo, pequeño. Tu belleza me ha seducido. Si no vienes conmigo por las buenas, vendrás por las malas.

¡Papá, papá! ¡El rey de los elfos me ha agarrado y me está haciendo daño!

El padre se asusta y apura a su caballo, mientras agarra con fuerza a su hijo, que no para de gemir. Cuando llegó a su hogar, el niño había muerto entre sus brazos.


OMNE TRINUM EST PERFECTUM

 

Decían los antiguos que “omne trinum est perfectum”, es decir, que todo lo articulado en tres partes presenta una forma perfecta. Naturalmente, este dicho, influido por el pitagorismo y por la doctrina cristiana de la Santísima Trinidad, es discutible, pero lo cierto es que muchos escritores, deliberadamente o no, lo han aplicado a la estructura de sus obras. Y el Frankenstein de Mary Shelley no es una excepción, si nos fijamos en ciertos aspectos de la novela:

a) Presenta tres personajes principales, que en alguna ocasión también ejercen de narradores: el capitán Walton, Víctor y la criatura sin nombre. La narración de Walton contiene la de Víctor, que a su vez contiene la de la criatura, como si de muñecas rusas se tratara. Además, entre estos personajes existen muchas semejanzas: los tres se dejan llevar por sus pasiones, intentan alcanzar lo imposible y fracasan en el intento.

b) La narración puede dividirse en tres partes, que además forman una especie de triángulo inscrito en una circunferencia: inicio (las aventuras del capitán Walton en el Ártico), nudo (las aventuras, o mejor dicho desventuras, de Víctor y de su criatura) y desenlace (retorno al espacio inicial, el Polo Norte y el barco del capitán Walton, con lo cual culmina el triángulo y se cierra el círculo).

c) El monstruo comete tres grandes crímenes (los asesinatos de William, Henry y Elizabeth), tras cada uno de los cuales Víctor emprende un viaje (a las cumbres de los Alpes, a Irlanda y a Siberia).

d) Tres personajes femeninos mueren injustamente: primero Justine, luego la criatura hembra y finalmente Elizabeth.

Como conclusión, hay muchos motivos por los cuales Frankenstein puede considerarse una novela perfecta. Y, desde el punto de vista esotérico, el uso (consciente o inconsciente) de la estructura trinitaria es uno de ellos.

Por supuesto, hay muchas más obras literarias que recurren a una estructura trinitaria, especialmente La divina comedia y El señor de los anillos, además de Los tres mosqueteros (todos sabemos que los tres mosqueteros, en realidad, eran cuatro, pero sí fueron tres los libros que les dedicó Alejandro Dumas: Los tres mosqueteros, Veinte años después y El vizconde de Bragelonne, que en sus versiones cinematográficas suele titularse El hombre de la máscara de hierro). Virgilio, el poeta romano al que se le atribuye la frase latina que encabeza este artículo, escribió precisamente tres grandes obras: las Églogas, las Bucólicas y la Eneida (por otra parte, este último poema forma una trilogía temática con la Ilíada y la Odisea de Homero, al narrar la historia de los troyanos que consiguieron huir de su ciudad natal, después de que esta fuera arrasada por los griegos). 

Dentro de la literatura fantástica y de misterio, podemos recordar las tres historias que Poe le dedicó a su único personaje recurrente, el caballero detective Augusto Dupin, mientras que relatos tan conocidos como El espejo y la máscara de Borges, La pata de mono de W. W. Jacobs, La llamada de Cthulhu de Lovecraft, Los ojos verdes de Bécquer o Un escándalo en Bohemia de Conan Doyle se dividen en tres partes. Cuestiones estructurales aparte, el número tres abunda en los cuentos tradicionales (los tres deseos que concede el genio, las tres pruebas o los tres acertijos que debe superar el héroe, los tres cerditos, los tres ositos...), pero también aparece en obras tan futuristas como las de Isaac Asimov, con sus famosas "tres leyes robóticas", y en esa versión siniestra de los cuentos de hadas que es Los tres impostores de Arthur Machen. 

Dado que hemos empezado este artículo hablando de Frankenstein, lo terminaremos comentando el papel del número tres en Drácula, la otra obra clásica del género fantástico. Aunque la famosa novela de Bram Stoker incluye muchos episodios, su historia puede dividirse en tres arcos argumentales (la estancia de Jonathan Harker en el castillo de Transilvania, la historia de Lucy Westenra y la persecución contra Drácula, dirigida por Van Helsing y con Mina Harker como personaje principal). Además, el número tres parece ser el predilecto de Drácula, quien tiene tres amantes en su castillo y se busca otras tres en Inglaterra. Me refiero a Lucy, a Mina y a cierta misteriosa chica, de la cual solo sabemos que el conde la estaba observando con atención (y probablemente con malas intenciones) cuando los Harker volvieron a Gran Bretaña. Pero también la dulce e inocente Lucy parece ser partidaria de las relaciones poliamorosas y del número tres, pues tiene ese mismo número de pretendientes y se lamenta de no poder casarse con todos ellos, aunque, como buena dama victoriana, finalmente se quedará con el más “honorable” y enviará a los otros dos a la “friendzone” (otra cosa es que su historia de amor con Arthur no esté destinada a terminar de la mejor forma posible, pero esa es otra historia).

Texto de Javier Fontenla, imagen de Pixabay.

BRUMAS Y LLUVIAS (CHARLES BAUDELAIRE)


Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Otoños, inviernos y primaveras cubiertas de fango, soporíferas estaciones, tenéis mi amor y mi gratitud, por envolver mi corazón y mi alma en un sudario de niebla y en un vago ataúd. En esta inmensa llanura, donde soplan los vientos más fríos y las largas noches oprimen las veletas de los tejados, mi alma vuela mejor que nunca con sus dos alas de cuervo. Para un frío corazón lleno de delirios fúnebres, y sobre el cual desde hace largo tiempo se amontonan los hielos, nada es tan dulce como estas pálidas tinieblas de las estaciones frías que reinan en nuestros climas (excepto aletargar el dolor en la compañía de un lecho casual, durante una noche sin luna).




LA VIDA ANTERIOR (CHARLES BAUDELAIRE)

Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Hace mucho tiempo yo vivía bajo vastos pórticos que los soles marinos teñían con mil llamas y cuyos pilares, enhiestos y majestuosos, hacían parecer basálticas cavernas cuando caía la noche. Las olas, que hacían oscilar los reflejos del firmamento, mezclaban de forma solemne y mística los acordes de su rica música con los colores del crepúsculo reflejados en mis ojos. Fue allí donde viví entre voluptuosas calmas, rodeado por el azul, por las olas, por los esplendores y por esclavos desnudos, impregnados de aromas, que refrescaban mi frente con sus palmas, y cuyo único afán era profundizar el doloroso secreto que me hacía languidecer.

Texto original:

J’ai longtemps habité sous de vastes portiques
Que les soleils marins teignaient de mille feux,
Et que leurs grands piliers, droits et majestueux,
Rendaient pareils, le soir, aux grottes basaltiques.

Les houles, en roulant les images des cieux,
Mêlaient d’une façon solennelle et mystique
Les tout-puissants accords de leur riche musique
Aux couleurs du couchant reflété par mes yeux.


C’est là que j’ai vécu dans les voluptés calmes,
Au milieu de l’azur, des vagues, des splendeurs
Et des esclaves nus, tout imprégnés d’odeurs,

Qui me rafraîchissaient le front avec des palmes,
Et dont l’unique soin était d’approfondir
Le secret douloureux qui me faisait languir.


¿ES FRANKENSTEIN UNA NOVELA FEMINISTA?

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay. Advertencia: como es lógico, en este artículo resulta inevitable incluir algunos "spoilers" de la novela.

Sabemos que Mary Shelley (al igual que su madre, la pensadora Mary Wollstonecraft) fue una temprana feminista, lo cual nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión: ¿Frankenstein puede considerarse una novela feminista? A simple vista, parece que no. Los tres personajes más importantes de la novela (Víctor, la criatura sin nombre, el capitán Walton) son de sexo masculino, mientras que los personajes femeninos (Elizabeth, Justine, etc.) apenas son algo más que víctimas pasivas de las circunstancias. Sin embargo, el trágico destino de esas mujeres puede implicar una críptica (y, en cierto modo, sarcástica) rebelión contra el tratamiento que recibían los personajes femeninos en la novela inglesa de la época. Dejando aparte a Jane Austen, los escritores de novelas sentimentales del siglo XVIII presentaban mujeres virtuosas y modositas que, tras muchos sufrimientos, alcanzaban la felicidad como premio por sus buenas cualidades, que siempre incluían la sumisión a las normas sociales y a los criterios masculinos (títulos como Pamela o la virtud recompensada, de Richardson, son bastante elocuentes en ese sentido). Pues bien, en la novela de Mary Shelley las mujeres también son bondadosas, cariñosas, sumisas y resignadas, piensan más en los demás (o sea, en los hombres) que en sí mismas y asumen con mansedumbre las peores jugarretas del Destino. ¿Y qué recompensa reciben por sus virtudes? Siempre una muerte trágica y prematura: la madre de Víctor fallece a causa de una enfermedad contraída mientras cuidaba abnegadamente a su familia, Justine es ejecutada por un crimen que no había cometido (sin que Víctor, que estaba convencido de su inocencia, hiciera demasiado por salvarla) y Elizabeth paga con su propia vida por los errores de su esposo, en los cuales ella no tenía ninguna responsabilidad. 

El único personaje femenino que muestra cierta rebeldía es un personaje secundario y algo desconectado de la trama principal. Me refiero a la joven musulmana Safi, que desafía la voluntad de su padre para ir en busca de su amado Félix (puede establecerse cierto paralelismo entre su historia y los problemas que tuvo Mary con su propio padre, el filósofo ácrata William Godwin, a raíz de las relaciones amorosas que ella mantuvo con Percy Shelley cuando este aún estaba casado con Harriet, su primera esposa). Sin embargo, incluso la rebeldía de Safi tiene un punto de abnegación y "sacrificio por amor" (pasa de ser una joven rica a vivir pobremente con la familia de Félix en una humilde cabaña del bosque y, en todo caso, sigue dependiendo de un hombre).

A otro personaje femenino (el monstruo femenino que estaba fabricando Víctor para satisfacer los requerimientos de su primera criatura) ni siquiera se le da la oportunidad de existir: la mujer-monstruo es destruida antes de nacer y de poder hacer cualquier cosa, buena o mala. Sufre el desprecio de Víctor, que da por hecho que va a ser malvada, e incluso el del propio monstruo, quien da por hecho que, de haber nacido, ella lo hubiera amado y habría asumido su plan de huir a la selva sudamericana, como si no pudiera tener otros sentimientos ni otros proyectos que los que a él mismo le convenían. 

Como conclusión, podemos decir que, si bien sería exagerado calificar Frankenstein de “novela feminista” en el sentido más estricto y reivindicativo del término, en sus páginas subyace una protesta de la autora contra el desprecio que sufrían las mujeres (y en buena medida siguen sufriendo) tanto en la sociedad como en la literatura de la época.


LOS PATOS SALVAJES (LEYENDA JAPONESA)

Leyenda japonesa recogida por Lafcadio Hearn en su antología Kwaidan. Versión de Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pexels.

A finales del siglo XIX vivía en Japón un cazador llamado Sonjo, que una tarde se internó en el bosque y se ocultó entre los arbustos que crecían a la vera del río Akanuma, con la esperanza de cazar algunas aves silvestres antes de que cayera la noche. Entonces pasó por allí una hermosa pareja de oshidoris o patos de los mandarines. En la cultura japonesa esas aves simbolizan el amor y la fidelidad conyugal, pero eso significaba muy poco para Sonjo, quien no dudó en dispararle una flecha al macho, matándolo en el acto. En cambio, no pudo capturar a la hembra, que consiguió esconderse entre los juncos.

Aquella noche Sonjo tuvo un extraño sueño. Creyó ver que aparecía a su lado una hermosa mujer con lágrimas en los ojos. Aquella misteriosa dama entonó con voz llorosa la letra de una triste canción: “Bajo la luz del crepúsculo lo invité a reunirse conmigo. Pero ahora su alma duerme sola en las tenebrosas orillas del río Akanuma. ¡Ay, no puedo expresar tanto dolor!”

Tras terminar su cántico, la mujer se dirigió a Sonjo y le dijo con voz preñada de amargura: “Tú no sabes, ni puedes saber, cuánto mal me has hecho. Pero mañana, cuando te acerques a las orillas del Akanuma, lo sabrás. ¡Te aseguro que lo sabrás!” Dicho esto, la dama se sumió en un llanto desgarrador y su cuerpo se desvaneció en la nada. 

Aquel extraño sueño seguía presente en el ánimo de Sonjo cuando se despertó a la mañana siguiente. Recordando las misteriosas frases pronunciadas por la mujer del sueño, decidió acercarse a las orillas del río Akanuma, pues deseaba saber qué significaban exactamente sus palabras. Cuando llegó allí, vio a la hembra oshidori nadando sola sobre la superficie del río. Cuando ella vio al cazador, en vez de escapar como había hecho la tarde anterior, miró a Sonjo de una forma muy extraña. Luego se clavó el pico en su propio pecho, hasta desgarrarse la carne, y murió desangrada ante la estupefacta mirada de Sonjo. Cuando este se hubo recuperado de la impresión, sacó su cuchillo y se afeitó la cabeza usando las aguas del río como espejo. Luego fue al pueblo, vendió sus armas y compró una túnica de monje. Pasó el resto de su vida predicando el amor y la compasión hacia todo ser vivo.

 



UN POEMA DE BÉCQUER

Poema: Gustavo Adolfo Bécquer, poeta romántico español nacido el 17 de febrero de 1836. Imagen: Carlos Miranda. Presentación: Javier Fontenla.

El fin de la semana del amor coincide con el aniversario del nacimiento de Gustavo Adolfo Domínguez Bastida, más conocido como Gustavo Adolfo Bécquer, el principal poeta romántico español. Aunque su vida fue breve y su obra poética escasa, Bécquer inauguró la lírica española moderna tratando temas relacionados con su propia experiencia vital, entre los cuales destacan los siguientes: la esencia de la poesía (la cual, antes de ser traducida al lenguaje humano, es una fuerza enigmática que reside en la belleza y en el misterio de las cosas), la pasión amorosa ("Hoy la tierra y los cielos me sonríen, / hoy llega al fondo de mi alma el sol, / hoy la he visto, la he visto y me ha mirado... / ¡hoy creo en Dios!"), el fracaso amoroso ("Pero mudo y absorto y de rodillas, / como se adora a Dios ante su altar, / como yo te he querido...; desengáñate, / así... ¡no te querrán!": o sea, "cambiaste un Rolex por un Casio" en versión siglo XIX), la tristeza ("En donde esté una piedra solitaria / sin inscripción alguna, / donde habite el olvido, / allí estará mi tumba.") y el extraño mundo de los sueños ("Yo no sé si este mundo de visiones / vive fuera o va dentro de nosotros, / pero sé que conozco a muchas gentes / a quienes no conozco").


No digáis que agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.

Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas;
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista;

mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías;
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!

Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista;

mientras la humanidad, siempre avanzando
no sepa a do camina;
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!

Mientras sintamos que se alegra el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;

mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan;
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!

Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran;
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira;

mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas;
mientras exista una mujer hermosa
¡habrá poesía!

EL LAGO DE LA PESADILLA (H. P. LOVECRAFT)

 

Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Hay un lago en el remoto Zan, allende las tierras de los hombres, donde se consume en horrible soledad un espíritu anciano y desolado, un espíritu viejo e impío, cargado con el peso de una pavorosa melancolía, mientras respira los vapores pestilentes que emanan de las aguas densas y estancadas. Sobre las orillas arcillosas se deslizan criaturas decadentes y repulsivas, bajo el vuelo de extrañas aves que nunca han sido vistas por ojos mortales. Durante el día brilla un sol crepuscular sobre aguas cristalinas que nadie ha contemplado, pero por la noche los lívidos rayos lunares se sumergen en los abismos que bostezan en su sima. Solo las pesadillas han revelado qué escenas iluminan esos rayos; qué escenas, demasiado viejas para los ojos humanos, yacen sumergidas en una noche eterna, pues allí solo reposan las sombras de una raza silenciosa. Una medianoche, emponzoñada por hedores malsanos, vi en mis sueños aquel lago, mientras en el cielo púrpura brillaba una luna gibosa. Pude ver sus orillas pantanosas y las criaturas venenosas que se ocultan en ellas: lagartos y serpientes retorciéndose agonizantes, cadáveres putrefactos de cuervos y murciélagos, así como necrófagos que se alimentaban de sus despojos. Y mientras la siniestra luna relucía en las alturas, ahuyentando del cielo a las estrellas, vi iluminarse las espesas aguas del lago y emerger las cosas que custodia el abismo. En las profundidades se veían las torres de una ciudad olvidada, con sus oscuras cúpulas y sus paredes cubiertas de musgo, torres tapizadas de algas y salones vacíos, templos abandonados y bóvedas terroríficas, así como calles de oro sin brillo, de las cuales vi cómo surgía una horda de sombras informes, una espantosa horda que parecía agitarse en una danza siniestra, alrededor de sepulcros que yacían a la vera de caminos nunca hollados. Un remolino se alzó de aquellas tumbas y rompió la espesa quietud de las aguas, mientras las letales sombras de la superficie aullaban bajo la sardónica faz de la luna. Entonces el lago se hundió en su propio lecho, absorbido por las simas de la muerte, mientras de la tierra limosa recién emergida se elevaban vapores hediondos de malsano origen. Sobre la ciudad se movían las monstruosas sombras danzantes, cuando, de repente, se abrieron ruidosamente las lápidas de los sepulcros. Ningún oído podría escuchar ni ninguna lengua contar qué horror enloquecedor sobrevino a continuación. Veo ese lago, esa luna sinuosa, esa ciudad y las criaturas que la habitan. Cuando estoy despierto, rezo para que esa orilla no vuelva a sumergirse nunca más en el lago de las pesadillas.




EXPERIENCIAS INQUIETANTES DE ESCRITORES

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Ninfas y sátiro, de William-Adolphe Bouguereau (fuente: Wikimedia Commons).

Es sabido que leer o escribir cuentos fantásticos no implica necesariamente creer en lo sobrenatural. Resulta significativo que la literatura de terror naciera a finales del siglo XVIII, precisamente cuando el pensamiento racionalista vivía una época de auge. Aquellos escépticos lectores y escritores de novela gótica, con toda seguridad, hubieran podido adoptar como lema esta famosa frase de Madame du Deffand: “yo no creo en fantasmas, pero les tengo miedo”. Desde entonces ha habido posturas muy diferentes entre los artífices de fantasías literarias, desde las creencias espiritistas de Conan Doyle hasta el materialismo científico de Lovecraft, pasando por el catolicismo de Tolkien. Pero, dejando aparte sus creencias o increencias, algunos de esos autores nos han legado relatos verídicos de experiencias personales, que, si bien admiten una explicación racional (sugestión, alucinaciones, etc.), pueden considerarse turbadoras. Para este artículo he seleccionado tres de esas experiencias: una de Algernon Blackwood (el hecho verídico que inspiró su cuento de fantasmas La casa vacía), otra de Lovecraft (una experiencia infantil que contrasta con el ateísmo de su edad adulta) y finalmente una tercera de Robert Ervin Howard (relativa a la génesis de Conan el Bárbaro). Que cada lector extraiga sus propias conclusiones al respecto.

Permanecí en vela para ver un fantasma, con una mujer a mi lado cuyo rostro arrugado se estiró de repente como la cara de un niño, asustándome más que el espectro que nunca llegué a ver en realidad.

Algernon Blackwood, cita extraída de un artículo de Eldiario.es.

A los siete u ocho años yo era un auténtico pagano, tan embriagado con la belleza de Grecia que alcancé una semicreencia en los viejos dioses y los espíritus naturales. Llegué a construir literalmente, altares a Pan, Apolo y Atenea, y a vigilar los bosques y los campos en el atardecer con la esperanza de sorprender a las dríadas y a los sátiros. Una vez creí firmemente haber sorprendido a una especie de criaturas selváticas, danzando bajo los robles otoñales; una especie de «experiencia religiosa», tan auténtica en su género como los éxtasis subjetivos de un cristiano. Si un cristiano me dice que ha «sentido» la realidad de su Jesús o Yahvé, puedo contestarle que yo he VISTO al Pan de pezuñas hendidas y a los hermanos de la hespérica Phäethusa.

H. P. Lovecraft, cita extraída de la página web El hombre aproximativo.

Si bien no llegó tan lejos como para creer que los relatos están inspirados por espíritus o poderes ocultos (aunque me opongo a negar nada categóricamente), en ocasiones me he preguntado si es posible que ciertas fuerzas desconocidas del pasado o del presente —o incluso del futuro— actúen a través del pensamiento y de los actos de hombres vivos. Esto se me ocurrió especialmente mientras escribía las primeras historias de la serie de Conan. Recuerdo que no se me había ocurrido ninguna idea en varios meses y me sentía absolutamente incapaz de escribir algo publicable. Entonces dio la impresión de que de repente ese Conan empezaba a crecer en mi cabeza sin grandes esfuerzos por mi parte, e inmediatamente comenzó a fluir un aluvión de relatos de mi pluma —o, mejor dicho, de mi máquina de escribir— casi sin dificultad. No tenía la sensación de estar creando, sino de estar contando cosas que habían ocurrido. Un episodio sucedía a otro con tal rapidez que apenas podía mantener el ritmo. Durante varias semanas no hice más que escribir las aventuras de Conan. El personaje tomó plena posesión de mi mente y no me permitió hacer otra cosa que escribir su historia. Cuando intenté deliberadamente escribir sobre otros temas, no pude hacerlo. No pretendo dar a esto una explicación esotérica o secreta, sino que me limito a los hechos. Hasta el día de hoy sigo escribiendo los relatos de Conan con más energía y lucidez que los de mis otros personajes. Pero probablemente llegue el momento en que de pronto me sienta incapaz de escribir de manera convincente acerca de Conan. Esto ha ocurrido anteriormente con casi todos mis personajes; de repente me siento incapaz de concebir una sola idea, como si aquel hombre hubiera estado agazapado detrás de mí guiándome en el trabajo y de improviso se diera media vuelta y se marchara, dejándome solo en busca de otro personaje.

Robert Ervin Howard, cita extraída de una carta de Howard a C. A. Smith, publicada por Sprague de Camp en el prólogo de Conan. Traducción extraída de Lectulandia.


EL LAGO (EDGAR ALLAN POE)

Texto: Edgar Allan Poe, adaptado por Javier Fontenla. 

Imagen: Carlos Miranda.

Durante los años primaverales de mi juventud, no había en todo el ancho mundo lugar que pudiera disputarle mi amor a la adorable soledad de un lago salvaje, rodeado por oscuras rocas y altos pinos que se cernían sobre sus orillas.

Pero, cuando la noche tendía su velo por doquier y el viento murmuraba sus místicas canciones, entonces se despertaba en mí el temor hacia aquel lago solitario.

Sin embargo, aquel temor no era miedo, sino un escalofrío placentero, una sensación que no podría expresar o definir a cambio de ningún tesoro ni de ningún amor, aunque ese amor fuese el tuyo.

La muerte residía en sus letales ondas y sus remolinos custodiaban una tumba para aquel que buscara un remedio a sus tristes pensamientos, para aquel cuya alma solitaria pudiera hallar un Edén en aquel lago tenebroso.

(Nota del traductor: Se dice que este poema de Poe fue inspirado por el lago Drummond, situado en el estado de Virginia. Según una leyenda local, dicho lago está embrujado por los espíritus de dos jóvenes indios: una muchacha que murió el día de su boda y su novio, que se arrojó al agua tras ver al espíritu de su amada remando sobre su superficie.)


LOS TRES MOSQUETEROS DE WEIRD TALES


Reedito este artículo como doble homenaje a Clark Ashton Smith (nacido el viernes 13 de enero de 1899) y a Robert Ervin Howard (nacido el 22 de enero de 1906)
Texto: Javier Fontenla. Imagen: Thor golpeando a la serpiente gigante, de Johann Heinrich Fuseli.

En la América de los años veinte y treinta se produjo la eclosión de las revistas pulp, que por poco precio (eran los tiempos de la Gran Depresión) ofrecían a sus lectores relatos sin demasiadas pretensiones literarias, pero que respondían perfectamente a los gustos de la época. Cada revista se especializaba en un género concreto: la aventura, los detectives, la ciencia-ficción y, en el caso de Weird Tales (expresión traducible por “Cuentos Extraños”), la fantasía oscura. El escritor norteamericano Lyon Sprague de Camp llamó en cierta ocasión “los tres mosqueteros de Weird Tales” a los autores de la revista que más recordamos actualmente (aunque en su época no siempre fueron los más exitosos).

Quizás el más importante de los tres fue Howard Phillips Lovecraft (1890-1937), maestro de la literatura macabra y en sus últimos años también importante autor de ciencia-ficción. A pesar de ser un devoto admirador de Poe y de los novelistas góticos, Lovecraft tuvo el mérito de renovar el género macabro con la creación de una mitología particular, centrada en libros malditos, cultos ancestrales y lugares embrujados. En el mundo lovecraftiano acechan las sombras de dioses terribles, que gobernaron el mundo hace millones de años, mucho antes de que existiera la Humanidad, y que esperan desde las tinieblas el momento adecuado para recuperar su hegemonía. El protagonista típico de Lovecraft es un erudito o investigador, demasiado amigo de meterse donde no lo llaman... y que acaba pagando con creces su exceso de curiosidad. Probablemente las obras más conocidas de Lovecraft son La llamada de Cthulhu y El horror de Dunwich, ambas publicadas precisamente en Weird Tales.

Robert Ervin Howard (1906-1936) apenas vivió treinta años (se suicidó con un revólver por no poder asumir la muerte de su madre), pero tuvo tiempo de escribir numerosos relatos, entre los cuales destacan aquellos que pertenecen al género fantástico. Al igual que Lovecraft, con quien mantuvo una intensa relación epistolar, Howard escribió cuentos de terror y fantasía oscura, pero sus protagonistas no suelen ser investigadores demasiado curiosos, sino poderosos guerreros de tiempos pasados, capaces de enfrentarse con valor a todos los horrores que encuentran en su camino. Esa mezcla de terror y aventuras puede apreciarse en las historias de su personaje más famoso, Conan el Bárbaro, un guerrero prehistórico destinado a convertirse en un icono de la cultura popular, así como en el principal referente de un nuevo género: la fantasía heroica, también llamada “espada y brujería”.

Clark Ashton Smith (1899-1961) es actualmente el menos conocido de estos autores, a pesar de sus indudables méritos literarios. Al contrario que Lovecraft y Howard, Smith, más interesado en la poesía y en las artes plásticas que en la narrativa, no aportó grandes novedades al género fantástico ni creó ningún mito de la cultura popular, pero poseía una singular imaginación macabra y un envidiable estilo literario. Tal como dijo de Camp, “desde Poe nadie había amado un cadáver putrefacto tanto como él”. Su morbosa fantasía le permitió crear mundos fantásticos de maravilla y terror, algunos ambientados en un pasado remoto (Hiperbórea, Averoigne…) y otros en un futuro igualmente lejano (Zothique). En esos mundos pueden encontrarse toda clase de horrores (demonios y monstruos prehistóricos en Hiperbórea, vampiros y licántropos en Averoigne, nigromantes y muertos vivientes en Zothique, etc.). Al igual que Howard, Smith mantuvo relaciones epistolares con Lovecraft y también recibió su influencia en algunos de sus relatos (para ser exactos, fue una influencia mutua, pues Lovecraft incorporó a su mitología particular dioses y libros prohibidos inventados por Smith).


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