LOS GATOS DE ULTHAR (H. P. LOVECRAFT)

 

Texto original: H. P. Lovecraft. Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Se dice que en Ulthar, más allá del río Skai, nadie puede matar a un gato. Los gatos son ciertamente animales misteriosos, familiarizados con las cosas extrañas que nosotros no podemos ver. En ellos reside el espíritu del antiguo Egipto y recuerdan historias de viejas ciudades olvidadas. Son parientes del rey de la selva y conocen los más siniestros secretos de la misteriosa África. Son más viejos que la Esfinge y recuerdan lo que ella ha olvidado.

Antes de que la prohibición de matar gatos hubiera sido promulgada, vivía en Ulthar cierta pareja de ancianos, cuya principal fuente de placer era atrapar y matar a los pequeños felinos de la vecindad. No se sabe por qué lo hacían, pero seguramente utilizaban medios muy peculiares para acabar con sus víctimas, a juzgar por los extraños sonidos que se oían durante la noche. Los cazadores de gatos eran dos viejos de rostro taciturno, que vivían en una cabaña pequeña y lúgubre. Sus vecinos no se atrevían a decirles nada, pues, si bien aborrecían a los dos ancianos, también les tenían miedo. Cuando perdían a sus mascotas y oían sonidos extraños después del anochecer, se limitaban a lamentarse impotentes, agradeciéndole al Destino que no hubieran sido sus hijos las víctimas de aquellos viejos sádicos. El caso es que los habitantes de Ulthar eran gentes sencillas e ignoraban muchas cosas.

Cierto día llegó allí una caravana de extraños vagabundos procedentes del Sur. Eran gentes de tez oscura y no tenían ninguna relación con las otras tribus nómadas que solían acercarse a Ulthar. Se establecieron en el bazar, donde se dedicaban a anunciarle el porvenir a quien les entregase una moneda de plata. No se sabe de dónde venían, pero se dice que rezaban a extraños dioses y que pintaban en los flancos de sus carruajes figuras humanas con cabeza de gato o de halcón. Su líder llevaba sobre la cabeza un curioso tocado, con dos cuernos entre los cuales se veía una representación del disco solar.

Uno de los miembros de aquella singular caravana era un niño huérfano, cuyo único amigo era un pequeño gato negro. Tras haber perdido a su familia durante una epidemia, solo le había quedado aquella mascota para consolarlo de sus desdichas. Un niño puede encontrar un gran placer en la compañía de un gatito negro. Así pues, aquel muchacho, al que sus compañeros llamaban Menes, sonreía a menudo mientras jugaba con el pequeño felino cerca de su carruaje.

El tercer día después de la llegada de los nómadas a Ulthar, Menes no pudo encontrar a su gatito. Algunos vecinos de la ciudad que se habían acercado al bazar le hablaron de los dos ancianos y de los sonidos que se oían por las noches. Después de oír aquellos rumores, la tristeza de Menes dio paso al ensimismamiento y luego a la oración. Alzó sus brazos, se dirigió al sol y empezó a rezar en una lengua desconocida. Entonces algunos vecinos creyeron ver extrañas formas en las nubes, semejantes a las figuras híbridas que adornaban los carruajes de los vagabundos. Pero, después de todo, no es raro que las personas imaginativas se dejen impresionar por los caprichos de la Naturaleza.

Aquella noche los nómadas abandonaron Ulthar para no volver nunca más. Y los vecinos de la ciudad se sintieron preocupados al advertir que todos sus gatos habían desaparecido. El viejo patriarca Kranon maldijo a los vagabundos, pensando que se habían llevado todos los gatos de Ulthar para vengar la desaparición del gatito de Menes. En cambio, el magistrado Nith culpó a los dos ancianos de aquella extraña desaparición. Pero nadie osó acercarse a su cabaña para investigar si realmente eran ellos los culpables. Atal, el hijo del posadero, juró que había visto a los gatos de la ciudad dando vueltas en torno a aquella lúgubre choza, con tanta solemnidad como si estuvieran realizando una especie de ritual desconocido. Sin embargo, los vecinos no prestaron atención a las palabras del niño.

Las gentes de Ulthar se retiraron a sus casas y al día siguiente vieron que todos sus gatos habían vuelto, aunque parecían más gordos que antes. Como hasta entonces ningún gato había vuelto vivo de la choza donde vivían los dos ancianos, las sospechas recayeron nuevamente sobre los nómadas de piel oscura. Fuera como fuera, aquellos gatos no quisieron probar bocado durante varios días y se limitaron a yacer perezosamente, tendidos junto al fuego o bajo los rayos del sol.

Una semana después los vecinos se percataron de que por las noches ya no se veía ninguna luz en la choza de los dos ancianos. De hecho, nadie los había visto durante los últimos días. Venciendo el temor que le inspiraba aquella siniestra pareja, el patriarca se acercó a la cabaña para investigar qué les había sucedido, acompañado por el herrero y por el picapedrero. Tras echar abajo la frágil puerta de la choza, penetraron en su interior y encontraron dos esqueletos tirados en el suelo.

Circularon muchos rumores entre los vecinos de Ulthar. Se habló de los dos ancianos, de la caravana de vagabundos, del pequeño Menes, del gatito negro y de las extrañas formas que habían adoptado las nubes. Y fue entonces cuando las autoridades de Ulthar prohibieron para siempre hacerles daño a los gatos.

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