Aunque la bruja es un personaje legendario que todos conocemos desde
nuestra primera infancia, su origen está envuelto en el mayor de los misterios.
En realidad, ni siquiera podemos afirmar que el aquelarre y el culto al Diablo
hayan existido nunca, pues las desdichadas mujeres acusadas de brujería eran
capaces de confesar cualquier cosa para librarse de la tortura, aun cuando la
confesión podía acarrearles la muerte. Aquí solo vamos a tratar el tema desde
un punto de vista estrictamente literario.
Posiblemente en el mito de la brujería confluyen dos factores
contrapuestos: por un lado, la presunta sacralización de la mujer-sacerdotisa
en los cultos paganos; por otro, su más que presunta demonización por parte de las
religiones monoteístas. Como consecuencia inevitable de esa doble influencia,
las brujas literarias responden a distintos arquetipos, muy diferentes entre sí
e incluso antagónicos.
Tenemos en primer lugar el arquetipo de la bruja buena y sabia, heredera
directa de las antiguas sacerdotisas paganas, que aparece en las leyendas
europeas y en los cuentos tradicionales bajo la denominación de “maga” o de “hada
madrina” (muy diferente de las verdaderas hadas, más interesadas en robar niños
que en ayudar a las personas necesitadas). En otras historias más modernas la
bruja buena aparece como tal y no disfrazada de “hada” (estoy pensando en las
entrañables Flora y Schierke, personajes del conocido manga “Berserk”, obra del
recientemente fallecido autor japonés Kentaro Miura).
Luego tenemos a la bruja fea y malvada, que vive con su gato negro en
una cabaña del bosque y cuyos hábitos incluyen lindezas como preparar pócimas
infernales, devorar niños, volar al aquelarre en una escoba y hechizar a las
princesas. Este es el arquetipo más frecuente en los cuentos tradicionales
(pensemos en la perversa anfitriona de Hansel y Gretel o en Baba Yaga, la bruja
del folclore ruso, que vive en una cabaña con patas de gallo y que para volar
utiliza un mortero en lugar de una escoba). Estas hechiceras poco agraciadas ya
aparecen en obras clásicas de la literatura latina, como la “Farsalia” de
Lucano o “El asno de oro” de Lucio Apuleyo, lo cual demuestra que son
personajes anteriores al cristianismo y que ya eran temidas por los antiguos
paganos. En algunas leyendas reciben rasgos propios de los vampiros o de los
licántropos, pues chupan la sangre de los niños, devoran cadáveres o se
convierten en animales untándose el cuerpo con una pócima suministrada por el
Diablo. Por ejemplo, en un cuento del escritor español Gustavo Adolfo Bécquer
varias brujas se convierten en gatos para entrar en una casa a través de la
chimenea. Otros autores importantes que las han hecho aparecer en sus obras son
William Shakespeare (en su tragedia “Macbeth”) y Miguel de Cervantes (en su
novela corta “El coloquio de los perros”, aunque el escritor español trata a
sus brujas con cierto escepticismo y sin atribuirles verdaderos poderes
sobrenaturales).
Un término medio entre ambos arquetipos es la hechicera hermosa y
malvada, que posee una gran sabiduría y una irresistible capacidad de
seducción, pero también un corazón sumamente frío y cruel (sin embargo, en
algunos casos su aparente malicia también puede interpretarse como un mecanismo
de defensa frente a los abusos de la sociedad patriarcal). Estas hechiceras ya
aparecen en la mitología griega (recordemos a Medea y a Circe), reaparecen en
la literatura fantástica del siglo XIX (la Ligeia de Poe, sin ser una bruja propiamente
dicha, se parece mucho a ellas en su misteriosa sabiduría) y su influjo se deja
ver en algunas historias de la literatura “pulp” estadounidense, especialmente
dentro del género de “espada y brujería” (Conan el Bárbaro se encuentra con una
hermosa hechicera inmortal en “Clavos rojos”, último relato escrito por Robert
E. Howard antes de su suicidio). En algunos casos este arquetipo se mezcla con
el anterior (por ejemplo, en la historia de Blancanieves o en la película “La
bruja”, dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Anya Taylor-Joy).
No hay comentarios:
Publicar un comentario