LITERATURA FANTÁSTICA: NORMAS Y EXCEPCIONES


Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Se le atribuye a H. G. Wells, el padre de la fantasía científica junto con Jules Verne, la llamada "ley Wells": en un buen relato fantástico debía suceder un único hecho "imposible" y todo lo demás tenía que ser completamente realista. Seguir esta norma aumenta la verosimilitud del relato y lo hace más digerible para la escéptica época actual. Sin embargo, no se aplica, por ejemplo, en las novelas de Tolkien, donde hay prácticamente de todo (dragones, elfos, anillos mágicos y un largo etcétera). 

Otro conocido escritor inglés de la época postvictoriana, el cuentista M. R. James, promulgó las tres normas básicas que, según su criterio, debía seguir una buena historia de fantasmas:

1-La trama debe estar ambientada en un entorno que le resulte familiar al lector, para que este pueda identificarse con los personajes y compartir su miedo. Así pues, James ambienta sus historias en el mundo moderno, aunque no renuncia completamente a los escenarios góticos ni a los grimorios medievales. Por otra parte, sus protagonistas son personas muy normales y bastante escépticas, que se meten inadvertidamente en la boca del lobo y no se enteran del peligro que corren hasta que es demasiado tarde. Pero esta norma no fue aplicada por los grandes maestros de la novela gótica, desde Walpole hasta Bécquer, que ambientaban sus terrores en épocas pretéritas y lugares exóticos.

2-El fantasma debe ser una entidad maligna, pues de otro modo no provocaría miedo. Esta es una norma bastante lógica, aunque también hay en la literatura fantasmas buenos, como los que aparecen en el “Cuento de Navidad” de Dickens o en "El fantasma de Canterville" de Oscar Wilde.

3-Hay que evitar el abuso de terminología ocultista que hacían algunos autores de la época victoriana, aficionados a la teosofía y al espiritismo. Sin embargo, hubo maestros del terror, como Algernon Blackwood y Arthur Machen, que reflejaron sus creencias ocultistas en sus cuentos con notable éxito. 

Otra norma promulgada por James aparte de las tres anteriores es la de que al final del relato siempre debe existir cierta ambigüedad respecto a lo sucedido, de modo que no pueda descartarse por completo la explicación racional. Pero eso no sucede, por ejemplo, en las historias de Carmilla y Drácula, donde no hay ninguna duda de que los vampiros son reales. 

Para acabar, Tolkien dijo que no hay que explicar todos los misterios, pues, según sus palabras, incluso en las eras mitológicas debe haber enigmas. Respecto a esta norma no conozco ninguna excepción y, si la hay, seguro que es un error. Congratulations, maestro Tolkien.

 


No hay comentarios:

Entrada destacada

Sara Lena Tenorio

Mi nombre es Sara Lena, nací un día de primavera en la ciudad de México, soy autora de dos libros que forman una saga que, aunque ya está p...