DIPLOMACIA (LEYENDA JAPONESA)

 

Texto: Leyenda japonesa recogida por Lafcadio Hearn en su obra Kwaidan. Adaptación de Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Se había dispuesto que la ejecución tuviera lugar en el jardín. El reo fue conducido allí y lo pusieron de rodillas frente a una hilera de piedras, como las que suelen verse en los jardines japoneses. El samurái encargado de ejecutar la sentencia acudió a contemplar los preparativos. Entonces el condenado le dijo:

Honorable señor, el delito por el cual voy a morir fue cometido sin malicia. El karma me hizo necio y por eso he cometido tantos errores a lo largo de mi vida. Pero no es justo matar a un hombre solo porque ha sido estúpido. Y las injusticias se pagan. Si usted me mata, mi espíritu volverá del Más Allá para cobrar venganza.

Entonces se creía que, si una persona moría con el corazón lleno de resentimiento, su fantasma podía volver al mundo para atormentar a los responsables de su muerte. El samurái lo sabía, pero replicó con tranquilidad:

Nos asustaremos cuando te veamos volver del Infierno, pero ahora mismo nos resulta difícil creer que puedas cumplir tus amenazas. ¿Tendrías la bondad de mostrarnos cuán grande es tu ira?

¡Por supuesto que sí!

Bien, ahora mismo voy a decapitarte con mi espada. Enfrente de ti hay una piedra. Cuando te haya cortado la cabeza, intenta morderla con toda tu rabia. Si lo consigues, tal vez aprenderemos a temerte.

¡Pues claro que la morderé! ¡La morderé, la mor...!

En ese preciso instante el samurái decapitó al reo con un tajo fulgurante. El hombre se desplomó y, mientras la sangre manaba del cuello cortado, su cabeza rodó sobre la arena, hasta morder la piedra que había señalado el samurái. Luego se quedó inerte.

Nadie se atrevió a decir nada, pero los asistentes miraron al samurái con miedo en los ojos. Sin embargo, el guerrero se mantuvo tranquilo y, tras lavar la hoja de su espada, dio por terminada la ceremonia de ejecución.

Durante varios meses los criados del castillo vivieron aterrorizados ante la posibilidad de que el muerto volviera para atormentarlos. Nadie ponía en duda que este intentaría cumplir su promesa de venganza y, a causa del miedo, todos creían ver y oír cosas que ni siquiera existían. El silbido del viento cuando se deslizaba entre los bambúes y el temblor de las sombras en el jardín eran motivos de constante temor. Finalmente, le rogaron al samurái que realizara una ceremonia de penitencia para apaciguar al espíritu del difunto. Pero el guerrero les dijo:

Eso no será necesario. Puedo entender que temáis la venganza del muerto, pero en este caso ya no hay nada que temer. Solo el último deseo de un hombre puede sobrevivir a su muerte y determinar las acciones de su espíritu. Cuando yo lo desafié a manifestarnos su rabia mordiendo una piedra, hice que olvidara todos sus propósitos anteriores, incluida la venganza. Así pues, cuando murió él ya no pensaba en nosotros, sino únicamente en la piedra. Por eso no debéis tener miedo de él.

Nunca apareció ningún espíritu y el miedo no tardó en ser olvidado.

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