Una navidad diferente



Texto de Sara Lena. Imagen de Pinterest


Mi padre estaba muy preocupado, porque aún no había podido comprarme mi regalo de cumpleaños ni había apartado mi pastel. Estaba a punto de cumplir siete años, pero me decía que no me preocupara, porque pronto cobraría la raya y me compraría un delicioso pastel al salir de la fábrica. Cuando llegó ese ansiado día, mi madre sacó los adornos que tenía guardados en una caja. Ella siempre los almacenaba para que al menos no faltara la alegría durante los días especiales. Recuerdo que aquel día realmente se esmeró. Llenó la sala con mis princesas favoritas e incluso hizo figuras con globos de colores. Preparó la gelatina que más me gustaba y la más deliciosa agua de horchata que podía existir.

Esperamos a mi papá llenas de ilusión, pero aún no había llegado cuando el reloj señaló la medianoche. Entonces mi madre me mandó a la cama, porque al día siguiente tenía que ir a la escuela. Al despertar vi que mi madre seguía sentada en el sillón, con las manos en el rostro. Me acerqué para apurarla y recordarle que en la escuela podrían regañarme por llegar tarde. Entonces, me di cuenta de que ella tenía el rostro hinchado y los ojos enrojecidos. Me abrazó y me dijo entre lágrimas:

—Hoy no irás, hija.

Comprendí de inmediato que le había pasado algo a mi papá. Pero mi madre no fue capaz de responder a mis preguntas, pues el llanto le quebraba la voz. Mi madre me dejó en casa de mi abuela sin decirme lo que pasaba. Desde aquel día ella pasaba todo el tiempo en el hospital y era mi abuela quien me llevaba al colegio. Como no teníamos dinero, decidimos poner un puesto de dulces frente a mi escuela. Llegábamos muy temprano, para tener todo listo media hora antes de que sonara el timbre. Me adapté a la nueva rutina y el negocio funcionaba bastante bien. Pero un día cerraron la escuela por una rara enfermedad, a la que llamaban, Coronavirus. No entendíamos lo que pasaba, pero ya no pudimos continuar con el negocio y mi abuela se puso muy triste, arrepentida de haber invertido tanto en surtir el puesto. Después mi madre regresó del hospital. Yo tenía muchas ganas de abrazarla después de tanto tiempo sin verla, pero ella me ignoró y se encerró en su antiguo cuarto, sin dejar de llorar. Mi madre había sido en otros tiempos la mujer más dulce y cariñosa del mundo, pero ya no quería hablar con nadie. Yo no entendía por qué había cambiado tanto.

Vivíamos las tres encerradas y mi madre era como un fantasma, ni siquiera probaba bocado durante las comidas. Pasaba la mayor parte del tiempo dormida o llorando, nunca hablaba de mi padre y se molestaba si yo le hacía preguntas, así que decidí dejar de hacerlo. Me sentaba sola en la sala, aunque no prendía el televisor porque ya estaba harta de oír siempre los mismos mensajes. Todos los días aparecía un señor diciendo “quédate en casa”, como si tuviéramos otra cosa que hacer.

Un día mi padre volvió a casa. Me sentí mejor porque al fin alguien hablaba conmigo, aunque no me dejara abrazarlo. Él me contó que aquel día había sufrido un asalto después de cobrar y me pidió perdón por no haber podido traerme mi pastel de cumpleaños. Se había quedado en el hospital y mi madre lo acompañó hasta que los médicos le dijeron que debía volver a casa, pues allí corría riesgo de contagiarse. La empresa de papá había cerrado y los trabajadores no habían cobrado su sueldo. Por un lado, ya no me sentía tan triste; pero no podía seguir estudiando, pues, como mi padre había perdido su empleo, no podíamos pagar la conexión a Internet. Durante los meses que siguieron mi corazón se llenó de tristeza, a causa del encierro y de las preocupaciones que atormentaban a mis padres.

Un día de principios de diciembre nos enteramos de que mi amiga Alejandra había perdido a su madre y a sus abuelos por culpa de aquella enfermedad. Cuando fuimos a darle el pésame a su familia, yo les dije que aquella Navidad no tendríamos nada que celebrar.

Pero Alejandra me dijo que debíamos recuperar la esperanza y la fe en Dios, ayudarnos en todo lo que pudiéramos y seguir adelante. Entonces recordó que su papá necesitaba una niñera de confianza, para cuidar de ella y de su hermano Daniel. Mi madre se ofreció de inmediato para el empleo y, como el padre de Alejandra era muy buena persona, me invitó a tomar clases con sus hijos. Aquella Navidad la pasamos todos juntos en su casa. No había muchos lujos, pero mi abuela y mi madre se lucieron en la cocina. Alejandra y su padre compartieron con nosotras su fe y su esperanza en Dios. Nos enseñaron el verdadero significado de la Navidad y nos dijeron que aquel año no vendría Santa Claus, porque él también había enfermado de Covid. Fue una Navidad diferente, pero aun así aquel día todos volvimos a sonreír después de tantas tristezas. Al fondo de la sala apareció una luz muy brillante y yo pensé que era la estrella de Belén, de la cual tanto me habían hablado. Me sentí tan tranquila y feliz que empecé a caminar hacia ella, pero mi padre me detuvo y me dijo que aún no era mi tiempo. Luego añadió que ya se sentía mejor, porque mi madre por fin había encontrado un empleo. Luego él entró en aquella gran luz y se desvaneció por completo.

©Autora: Sara Lena Tenorio.

Este cuento se publica en el marco del concurso de "cuentos oscuros de navidad". Aclaro que no concursará, solo se publica con fines demostrativos, tiene la finalidad de inspirar y animar a los autores para que participen.

Si aún no te has enterado del concurso, te dejo la invitación en vídeo.

Dale clic aquí para que consultes las bases del concurso.

Tal vez te interese leer los cuentos participantes en este concurso:

  1. Una navidad morta (autora Alejandra Jaime).l (autora
  2. Un fantasma de noche buena (autor Gabriel Valdovinos).
  3. Perros de montaña (autor Iván Bathysta).
  4. Navidad en el hotel (autor Oscar Kcriss).
  5. El legado de mi padre (autor Beda Kurwen).
  6. El anfitrión de noche buena (autora Marisela Riquelme).
  7. La caja de Navidad (autora Silvia Carús).
  8. La primera Navidad de Mircia (autor Peter Winchester).
  9. Un cruento destino (autor Matthew Cromwell).
  10. El pesebre más lindo del mundo (autor William Martínez "El gato").
  11. Navidad en Chapultepec (autora Alejandra Ruiz).

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4 comentarios:

Oscar Rivera-Kcriss dijo...

Este relato, es muy conmovedor. Es el real reflejo de lo que han hecho a nuestro mundo.
Muchísimas personas fallecieron, víctimas de los malos procedimientos médicos, más que por la propia enfermedad. Se está desvaneciendo el núcleo familiar por causa de las cuarentenas y el dichoso distanciamiento, obligando is a vernos con nuestros seres queridos y amigos, argumentando que es por nuestra propia seguridad y la de nuestros allegados para evitar nuevos contagios y muertes.

Excelente relato maestra Sara. Como siempre deleitándonos con tus historias.
Felicitaciones. Me en-can-tó. 🤗🤗🤗🙏🙏🙏

KIDIA dijo...

Espectacular relato, Sara, como todos tus textos. Felicitaciones 👏 👏 👏

Sara dijo...

Muchísimas gracias por sus hermosas palabras, Oscar y Vanessa. Estoy muy agradecida con ustedes por leerme y seguirme.

Marisela dijo...

Muy bueno su relato, es muy interesante, felicidades y gracias por transmitirnos sus conocimientos.

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