La primera navidad de Mircia


Texto de: Peter Winchester. Imagen de Pixabay.

Mircia tenía cinco años, delgada, de piel pálida, ojos azules, cabello largo, lacio y negro como la noche. Vivía con su padre y algunos sirvientes en un gran castillo que se encontraba en una colina a las afueras del pueblo. Una noche estaba sentada, apoyada en la ventana y veía con tristeza los adornos navideños del pueblo, ella nunca había tenido una navidad. Su padre decía que esas fiestas no eran para ellos. Ella no lo comprendía, ¿por qué no podía festejar? Todos se veían tan felices en esa época. Los adornos, la cena y en especial los obsequios le llamaban la atención a la pequeña Mircia.

Esa noche como de costumbre, estaba cenando junto a su padre en el gran comedor; la mesa era enorme, había unas armaduras a los lados, los candelabros eran de oro y unas cuantas velas iluminaban el lugar de manera tenue. Su padre también era delgado de piel pálida, de cabello negro, serio, de mirada fría, usaba traje negro con camisa roja. Cuando acabaron de cenar, Mircia tomo valor y miró a su padre con timidez.

—Padre.

—Dime hija.

—¿Podemos poner un árbol de navidad? —preguntó temerosa.

Su padre la miró con frialdad.

—¡Cuántas veces te tengo que decir que esas festividades no son para nosotros! —dijo enojado.

—Pero papá, ¿por qué? Si todos se ven tan felices.

—Entiende que no y deja de estar viendo a los habitantes del pueblo.

—Pero papá yo…

 —¡Basta! ¡Te he dicho mil veces que no!

El padre de Mircia se levantó y se retiró del comedor. Cabizbaja, la pequeña se fue a su recámara, se dejó caer sobre la cama y empezó a llorar.

—No entiendo por qué no puedo pasar una navidad como cualquier persona, ¡no es justo!

Pocos minutos después se quedó dormida. De pronto el sonido de unos cascabeles hizo que Mircia se despertara, se levantó y salió de su habitación. El sonido provenía del gran salón del castillo. Mircia se detuvo frente de las enormes puertas de cedro, lentamente abrió una de las puertas, entró y quedó impresionada. El gran salón estaba totalmente adornado, había listones de colores y coronas navideñas en las paredes, cascabeles colgaban del techo, una alfombra blanca en el piso y un gran árbol con cientos de adornos en el centro del gran salón. Mircia se acercó al árbol de navidad y detrás de éste salió un hombre regordete vestido de rojo, Mircia se detuvo y miró con gran curiosidad al hombre.

—Hola Mircia, ¿cómo estás?

—Bien —respondió tímida— ¿cómo sabes mi nombre?

—Yo me sé el nombre de todos los niños del mundo.

—¿Tú eres San Nicolás?

El hombre sonrió.

—Eres muy inteligente.

San Nicolás sacó de su costal rojo un regalo.

—Feliz navidad Mircia.

Mircia emocionada agarró el regalo.

—¡Gracias!

—¡Mircia! —gritó furioso su padre.

Mircia dio media vuelta y miró a su padre, él miró de reojo como estaba adornado el castillo. La pequeña Mircia corrió emocionada hacia su padre.

—¡Mira papá! San Nicolás me trajo un regalo y ve que bonito está adornado el castillo.

—Regresa ese regalo, ya te he dicho que no celebraremos la navidad.

—Pero papá —dijo Mircia mientras veía a su padre con lágrimas en los ojos.

—No se enoje con si hija, yo coloque los adornos y le di el regalo, pensé que por ser tan buena niña merecería un poco de alegría —dijo San Nicolás.

El padre de Mircia vio como su hija sostenía ese regalo con tanta ilusión.

—Esta bien, si tanto lo deseas, celebraremos la navidad —dijo el padre de Mircia y le acarició la cabeza.

—¡Gracias papá! —dijo Mircia y lo abrazó.

—Pronto va a amanecer, será mejor que te duermas.

—Si papá, —Mircia dio media vuelta corrió hacía San Nicolás y le dio un abrazo— Muchas gracias.

—De nada pequeña.

Mircia se fue corriendo a su recámara.

Cuando se encontraron solos, el padre de Mircia se acercó a San Nicolás.

—¿Por qué lo hizo? ¿Usted sabe que somos y qué es lo que tengo que hacer para sobrevivir? —preguntó el padre de Mircia.

—Si, pero ella no tiene la culpa de eso, al final es una niña y todo niño merece una feliz navidad, aunque sea una vampiro.

San Nicolás agarró su costal, una neblina lo cubrió y desapareció.

En su recámara Mircia abrió su regalo, era un murciélago de felpa, lo abrazó feliz y se acostó en su cama para dormir.

Autor: Pedro Zavaleta Flores.

Seudónimo: Peter Winchester.

Este cuento fue seleccionado por el jurado interno del blog El legado de Sara Lena y Fontenla, para participar en el concurso de "cuentos oscuros de navidad".

Si aún no te has enterado del concurso te recomiendo que veas la invitación en vídeo y consulta las bases (dándole clic a cada uno de los enlaces anteriores).


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Los cuentos preseleccionados para el concurso son los siguientes:



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3 comentarios:

B.K dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Realmente curioso leer en el cuento dos facetas totalmente diferentes,pero encajan muy bien.

KIDIA dijo...

Sencillamente hermoso, ¡me encantó! Felicitaciones 👏 👏 👏

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