Cuando su
querida gatita murió, la pequeña Ana hizo un hechizo para que sus espíritus estuvieran
siempre juntos. Al enterarse, su abuela se enfadó mucho y la envió a un
internado. Una vez en su nuevo colegio, Ana se hizo amiga de una niña llamada
Carlota. Cierta noche la gobernanta oyó voces en la habitación de Ana y entró
para llamarle la atención, pues las visitas nocturnas estaban terminantemente
prohibidas. Pero cuando entró no vio a nadie más que a la propia Ana.
—¿Se puede
saber con quién estabas hablando hace un rato?
—Con Carlota,
que vino a visitarme.
—¡Eso es
imposible! ¡Duérmete ya y déjate de tonterías!
Nadie le había
contado a Ana que Carlota había muerto pocas horas antes. Y tampoco nadie le
había contado a la gobernanta que los gatos pueden ver a los muertos.
Texto: Francisco
Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.
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