Aquella
noche Helene Belfort, la niña vampiro, vagaba por una tenebrosa calle de las
afueras. La oscuridad era su refugio, pero también su maldición, y a veces echaba de menos tener amigos con los que jugar. En realidad, antes de convertirse en vampiro había sido una niña introvertida, más amiga de leer o de tocar el piano que de relacionarse con los demás, pero los Piscis (Helene lo era) nunca han destacado por su coherencia. Entonces se encontró
con un gatito abandonado, lo acarició y le dijo: “Tranquilo, no voy a hacerte
daño, esta noche intentaré ser buena”. Pero veinticuatro segundos después: “Lo
siento, gatito, no puedo resistir la sed”. Aquella noche Helene volvió a ejercer
de vampiro (y de Piscis), pero podemos decir en su honor que no bebió la sangre
del gatito, sino la de quienes lo habían abandonado.
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VAMPIROS Y FELINOS (MICRORRELATO)
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