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EL CONDE MAGNUS (M. R. JAMES)

El señor Wraxall fue un viajero inglés de mediados del siglo XIX, que llegó a Suecia en busca de materiales para escribir un libro. Una vez allí, se interesó por una vieja familia de la ciudad de Raback, los señores De La Gardie. Decidió estudiar sus crónicas y no tardó en interesarse por uno de sus antepasados, el conde Magnus, que había mandado edificar la mansión familiar y sobre quien circulaban rumores tan extraños como inquietantes. El conde, que había vivido durante el siglo XVII, era famoso por su severidad con los cazadores furtivos. La crueldad de sus castigos llegó a ser legendaria y se decía que aún acechaba desde su tumba en el mausoleo de la iglesia. Más concretamente, se hablaba de dos campesinos que habían osado cazar en sus propiedades un siglo después de su muerte. Entonces se oyeron terribles gritos en el bosque y una risa diabólica procedente de la tumba del conde, así como el sonido de una puerta. A la mañana siguiente el párroco encontró a los dos furtivos. Uno de ellos se había vuelto loco y el otro estaba muerto. A este último le habían arrancado toda la carne del rostro, dejando sus huesos a la vista.

El señor Wraxall no tardó en conocer las leyendas que circulaban sobre el conde, incluyendo el rumor de que había efectuado la Peregrinación Negra, es decir, un viaje a la ciudad palestina de Chorazin, sobre la cual Dios había arrojado su maldición, tal como puede leerse en las Escrituras. Pero resultaba difícil explicar lo que dicha Peregrinación significaba exactamente. Y tampoco estaba claro qué compañero se había traído el conde en su viaje de vuelta. Por otra parte, el señor Wraxall se sentía cada vez más interesado por el mausoleo donde reposaba el conde y finalmente obtuvo permiso para entrar en él, acompañado por el diácono. Allí encontró varios monumentos y tres sarcófagos de cobre, uno de los cuales pertenecía al conde. En los laterales de dicho sarcófago vio varias escenas grabadas. En una de ellas, particularmente terrorífica, se veía cómo un hombre huía frenéticamente a través del bosque. Sus perseguidores eran un ser más bien pequeño, de cuyo cuerpo se desprendía un tentáculo semejante al de una medusa, y un hombre alto cubierto por una capa. El sarcófago estaba sellado por tres grandes clavos de acero, uno de los cuales se había caído al suelo. El señor Wraxall recordó que había oído un sonido metálico el día anterior, mientras paseaba cerca del mausoleo. Entonces había pensado, de una forma algo morbosa, que le hubiera gustado conocer al conde Magnus.

La fascinación del viajero se incrementó y se hizo con la llave del mausoleo, al cual le dedicó una segunda visita (en esta ocasión entró él solo). Llamó su atención que otro clavo estuviera a punto de desprenderse del sarcófago. Al día siguiente decidió irse de Raback, no sin antes hacerle una última visita a la tumba del conde, a modo de despedida. Una vez más volvió a sentir el absurdo deseo de conocer al conde. Vio, asustado, que solo quedaba un clavo en el sarcófago y que este se caía al suelo haciendo un ruido metálico. Luego oyó algo más, un sonido semejante a un crujido de bisagras. Le pareció que la tapa del sarcófago empezaba a elevarse lentamente, así que huyó aterrorizado, sin acordarse de cerrar la puerta del mausoleo.

Durante su retorno a Inglaterra Wraxall empezó a sentir una extraña inquietud hacia los demás pasajeros del barco. Lo ponían especialmente nervioso dos personas que siempre iban cubiertas por sendas capas. Tenía la sensación de que lo seguían y lo vigilaban. De los veintiocho pasajeros del barco solo veintiséis acudían al comedor. Los dos ausentes eran, precisamente, aquellos dos individuos, uno de los cuales era un hombre alto, mientras que su compañero era más bien bajo. Cuando desembarcó en Harwich, el señor Wraxall tomó un carruaje, desde el cual vio dos figuras encapuchadas en un cruce del camino. Finalmente se alojó en una pequeña casa rural y empezó a escribir sus notas de forma frenética. Dos días después fue encontrado muerto. Durante la investigación siete miembros del jurado se desmayaron tras ver lo que quedaba de su cuerpo. La casa donde murió permaneció deshabitada durante medio siglo. Después fue demolida y entonces se encontró el manuscrito del difunto señor Wraxall en una alacena olvidada.

Fuentes del texto: Montague Rhodes James (Cuentos de fantasmas de un anticuario) y H. P. Lovecraft (El horror sobrenatural en la literatura). Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LA PRUEBA

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Nos encontramos en una mansión húngara a finales del siglo XIX. Aquella casa pertenecía al señor Nagasdy, un hombre rico de origen desconocido, que llevaba poco tiempo viviendo en la región. Nadie sabía cómo había hecho su fortuna, pero era un hombre demasiado poderoso para preocuparse por los rumores de sus vecinos.

Uno de sus criados era un niño de catorce años llamado Férenc, que trabajaba en las fincas y dormía en un rincón de la cocina. Aquella noche Férenc se levantó de su lecho poco antes de la medianoche, robó las llaves del guardia, que dormía como un bendito, y le abrió las puertas de la casa a una muchachita de su edad, que era muy hermosa y tenía la piel tan blanca como las nieves de los Cárpatos. Aquella niña le dio las gracias y una moneda de oro. Luego le preguntó dónde podía encontrar un buen cuchillo. Férenc respondió:

Hay muchos cuchillos en la cocina. Pero no sé para qué necesitas uno. Yo pensaba que solo querías pasar la noche con el señor Gábor (el tal Gábor era un criado muy guapo, que fornicaba por las noches con las chicas de la comarca).

Ni siquiera sé quién es ese hombre. Yo estoy aquí para matar al señor Nagasdy.

¿A mi amo? ¿Acaso estás loca?

Debería estarlo después de todo el daño que me hizo. Hace tres años él y sus hombres entraron en mi casa, abusaron de mí y asesinaron a mi padre. Pero esta noche voy vengarme degollándolo mientras duerme.

Entonces aparecieron varios hombres armados, dirigidos por el dueño de la casa. Nagasdy había recibido aquella noche un mensaje anónimo, que lo advirtió del peligro que corría. Dijo:

Así que estás aquí, señorita Anna Lugosi. No has cambiado nada desde la visita que te hice hace tres años.

Anna dijo con voz fría:

Ciertamente nada ha cambiado desde entonces, Anton Nagasdy. Aquel día te juré que vengaría a mi padre y aquí estoy.

Lástima que no puedas hacerlo. ¡Venga, chicos! Atrapad a esa pequeña zorra y también a ese traidor de Férenc. Luego haced con ellos lo que hacemos con todos los espías.

Uno de los hombres de Nagasdy intentó agarrar a Anna, pero esta, que era muy rápida, consiguió huir y desapareció entre las tinieblas de la noche. Por el contrario, Férenc fue atrapado sin remedio. Uno de sus captores hizo ademán de degollarlo allí mismo, pero Nagasdy le ordenó llevarlo al monte, donde sería fácil hacer desaparecer su cadáver. Entonces el muchacho, bien atado y amordazado, fue subido a un carro y trasladado al lugar más oscuro del bosque. Pero de pronto aparecieron varios lobos, que asustaron a los caballos. El cochero no pudo contenerlos y el carro acabó en las frías aguas del río.

Cuando Férenc recobró la conciencia, Anna estaba a su lado y sus ojos brillaban como dos llamas de fuego helado. El muchacho apenas tuvo fuerzas para decir:

Tú... no eres humana.

Ya no. Hace tres años le ofrecí mi alma a Satanás a cambio de que me convirtiera en un vampiro, pues de otro modo nunca podría vengar a mi padre. Juré que no descansaría hasta beber la sangre de todos sus asesinos, empezando por Nagasdy. Pero no puedo matar a ningún hombre bueno, pues si lo hiciera me iría al Infierno de inmediato. Como existía la pequeña posibilidad de que Nagasdy se hubiera reformado durante los últimos años, decidí ponerlo a prueba. Yo misma lo avisé del peligro que corría, para ver cómo reaccionaba, pero, evidentemente, no superó el examen, ya que sigue siendo un asesino. Perdona el chapuzón, no podía rescatarte de otro modo. El carro había sido utilizado para transportar productos de la huerta y aún olía a ajo, lo cual me impedía aproximarme. Tuve que llamar a los lobos, para que espantaran a los caballos y el carro quedara bien lavado en el río. Ahora ya no te necesito para entrar en la casa de Nagasdy, de modo que aquí se separan nuestros caminos. Pero antes de nada un beso para que me perdones.

Anna besó la boca de Férenc con sus labios fríos y se marchó. Él no volvió a ver a la niña vampiro, pero recordó aquel beso durante toda su vida.


LA MARCA DE LUPERCUS

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Aquella noche Andrés, un joven profesor de secundaria experto en antropología y ocultismo, volvió a su apartamento tras pasar el día de excursión con sus alumnos. Lo primero que hizo fue encender su ordenador y escribir el siguiente texto:

“Como hacía buen tiempo, tras realizar las visitas culturales de rigor decidimos pasar la tarde en la playa. Cuando vi a Helena Nóvoa (una alumna de bachillerato) en bañador, me llamó la atención algo extraño: aquella chica tenía en el hombro izquierdo una marca semejante a la cabeza de un lobo. Le pregunté si era un tatuaje, pero ella me aseguró que se trataba de una marca de nacimiento. Luego saqué mi móvil y, mientras fingía enviar un mensaje, le saqué una foto sin que ella se diera cuenta, para poder estudiar su marca con detenimiento cuando volviera a casa. Durante el viaje de vuelta me senté al lado de Ana, una compañera que lleva mucho tiempo en el instituto, y conseguí que ella me contara algunas cosas interesantes sobre la familia de Helena. Nueve meses antes de su nacimiento sus padres fueron de excursión a las montañas, donde los sorprendió una súbita riada. El presunto padre de Helena murió ahogado y su madre sobrevivió de milagro. Fue hallada inconsciente en medio del bosque, adonde había sido arrastrada por el agua. Se recuperó sin problemas y poco después descubrió que estaba embarazada. Lo curioso es que el bosque donde apareció había sido en otros tiempos un lugar sagrado, donde las antiguas sacerdotisas y hechiceras se reunían por las noches para adorar a Lupercus, el dios de los bosques. Y esa adoración incluía ofrecerle sus cuerpos a dicha divinidad, que, según la leyenda, tomaba la forma de un macho cabrío o de un lobo gigante para copular con ellas. Puede que todo esto no tenga nada que ver con la marca de Helena, pero creo que en otros tiempos menos racionalistas tanto ella como su madre habrían tenido serios problemas con la Inquisición”.

Tras redactar las líneas que hemos citado, Andrés apagó el ordenador y fue al supermercado a comprar algo para la cena. Cuando volvió a su apartamento, alguien le propinó un fuerte golpe en la cabeza, que lo dejó inconsciente durante unos minutos. Cuando recuperó el sentido, descubrió que estaba atado de pies y manos. A su lado se hallaba un hombre pálido y apuesto, que lo observaba con una mirada entre cruel y burlona. Andrés se estremeció cuando reconoció a Alberto Santos, un asesino al que había dado por muerto varios años antes. Venciendo su miedo, se dirigió al intruso con voz trémula:

-¿Qué quieres de mí?

Alberto sonrió y le respondió con fría serenidad:

-Creo que es evidente. He venido para terminar el trabajo que dejé pendiente en Sudamérica. Sabes demasiado sobre mis actividades y por eso vas a morir esta misma noche. Pero quiero que sufras un poco antes de morir, como sufrí yo la última vez que nos vimos. Por cierto, ¿quién es la chica de la foto?

-¿De qué foto hablas?

-He estado revisando tu celular mientras estabas inconsciente. Me refiero a una foto de esta misma tarde, donde aparece una chica en bikini. Supongo que será una de tus alumnas. ¿Acaso eres uno de esos profesores pervertidos que tienen fantasías húmedas con sus pupilas?

Aquella acusación carecía de fundamento, pero Andrés decidió mentir:

-¡Pues así es! Sé que está mal, pero no puedo remediarlo. Estoy enamorado de esa chica.

-¡Qué interesante! Entonces supongo que querrás despedirte de ella antes de morir. ¿Qué tal si te traigo su cabeza? Así te marcharás bien acompañado al Infierno.

-¡Jamás te diré dónde vive!

-Ni falta que hace. Seguro que en tu agenda escolar tienes los datos de todos tus alumnos, incluidas sus fotos y direcciones.

Tras encontrar la dirección de Helena, Alberto dejó a Andrés en el apartamento bien atado y amordazado, robó un coche y se dirigió a una casa situada en las afueras de la ciudad. Cuando llegó allí, forzó la puerta trasera y entró en la casa armado con un cuchillo. La madre de Helena estaba preparando la cena en la cocina, mientras su hija escuchaba música en su habitación. Alberto subió las escaleras sin que ninguna de las dos se percatase de que había un intruso en la casa. Cuando entró en el cuarto de la muchacha, se arrojó sobre ella, le tapó la boca y se dispuso a degollarla. Pero entonces algo que no era humano (ni tampoco un animal ordinario) entró en el cuarto por la ventana y se marchó pocos segundos después, dejando atrás el cadáver ensangrentado de Alberto. Helena resultó ilesa, pero sintió tanto miedo que se desmayó y luego no pudo recordar lo que había visto.

Las autoridades no consiguieron encontrar ni identificar al misterioso ser que había matado a Alberto. Solo Andrés hubiera podido dar una explicación al respecto, pero optó por callarse. De todas formas, nadie podría creer que Lupercus había matado a Alberto para salvar a su hija, tal como él mismo había planeado.

CHICA FANTASMA

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Mark era un niño que había nacido con el don de ver fantasmas, aunque lo mantenía en secreto para todo el mundo, incluso para su propia familia. Cuando llegó al instituto, se hizo amigo de Berenice, una chica que se había suicidado varios años antes y cuya alma no podía descansar en paz. A Mark le daba mucha pena verla tan triste y sola, así que durante los recreos se sentaba con ella en cierto banco del patio, que los demás estudiantes evitaban porque allí siempre se notaba una extraña corriente de aire frío.

Una mañana Berenice vio a Mark algo preocupado y le preguntó:

¿Qué te pasa, Mark? Estás un poco raro… como si hubieras visto un fantasma.

Mark no pilló la ironía y respondió:

Es que mi amiga Eva y yo hemos quedado para dar un paseo por el bosque en plan novios, pero tengo miedo de meter la pata.

No te preocupes, seguro que todo sale genial.

Oye, Bere, ¿por qué no vienes con nosotros? Así podrás aconsejarme en plan celestina lo que debo hacer para quedar bien.

Ay, no sé… Las historias de amor no son precisamente lo mío.

¡Porfa, Bere! Sabes que confío en ti en plan hermana mayor.

Bueno, vale… Pero, por favor, deja de decir “en plan” cada dos por tres. Es como si yo siempre estuviera diciendo “qué pasa, tronco” en plan años noventa.

Oye, guapa, tú también acabas de decir “en plan”.

¡Ay, sí! Como decía mi abuela, todo se contagia menos la hermosura.

...

Aquella tarde, mientras Mark y Eva paseaban por el bosque acompañados por el espíritu de Berenice, aparecieron dos desconocidos, que golpearon a Mark hasta dejarlo inconsciente y raptaron a Eva. Cuando el muchacho recobró la conciencia, ya era casi de noche y a su lado solo estaba Berenice. Esta le dijo:

¡Por fin despiertas, Mark! Me tenías preocupada, estabas más pálido que yo.

Yo estoy bien. ¿Pero dónde está Eva?

Esos hombres la encerraron en una casa abandonada. Tuve que poseer el cuerpo de una lechuza para seguirlos.

¿De verdad puedes hacer eso?

¡Pues claro que sí! Todos los fantasmas podemos poseer un cuerpo vivo durante un rato.

Yo, en cambio, ni siquiera puedo llamar a la policía. Esos tipos me han robado el móvil y tardaré horas en llegar a casa.

No te preocupes, tengo una idea. Espérame aquí.

Dicho esto, Berenice desapareció en la oscuridad del bosque, pero volvió poco después acompañada por el espíritu de Bram el Poderoso, un fiero caudillo celta cuyo túmulo funerario se hallaba cerca de allí. Berenice le dijo al sorprendido Mark:

Estuve hablando con el rey Bram, quien accedió a ayudarnos, pues una buena acción lo ayudará a descansar en paz.

Antes de que Mark pudiera decir ni mu, el fantasma de Bram entró en su cuerpo, otorgándole destreza y valor. Cuando llegó a la casa abandonada, se enfrentó a los secuestradores de Eva, que estaba atada y amordazada en un rincón. Gracias al arrojo que le había transmitido Bram y a un palo que usó como bastón de combate, consiguió noquear rápidamente a uno de los criminales. El otro secuestrador intentó clavarle un cuchillo en la espalda, pero Berenice lo avisó a tiempo, lo cual le permitió esquivar la cuchillada y derribar a su segundo adversario. A continuación, desató a Eva y huyó con ella por el bosque, dejando atrás a los frustrados criminales.

...

Tiempo después, mientras Eva abrazaba a sus preocupados padres, Mark vio que Berenice estaba muy triste y le preguntó:

Bere, ¿por qué no te has ido al Cielo con Bram? Tú también has hecho una buena acción.

Berenice sonrió tristemente y dijo:

Nada puede borrar los errores que se cometieron en vida. Lo que retenía al espíritu del rey Bram en su tumba no era el peso de sus pecados, sino el maleficio de una bruja. Yo tuve que asumir su maldición para liberar su alma de modo que pudiera ayudarnos.

¿Y qué será de ti ahora?

Estaré doblemente condenada. Seré menos que un fantasma: ya no podrás verme ni oírme, ni siquiera te acordarás de mí. Pero yo nunca te olvidaré. ¡Hasta siempre, querido Mark!

¡No digas eso, Bere! ¡Tú siempre serás mi mejor amiga!

Entonces Eva, sorprendida por el grito de Mark, se acercó a él y le preguntó:

¿Con quién hablabas, Mark? Aquí no hay nadie.

Mark se quedó pasmado durante unos segundos y luego dijo:

No… no sé. Pensé que había alguien aquí, pero… ya no me acuerdo.

...

Era cierto: Mark había perdido todos sus recuerdos de Berenice, quien se dirigió al bosque llorando de tristeza. Se dijo a sí misma, mientras sus ojos muertos derramaban lágrimas espectrales:

Espero que Mark sea muy feliz con Eva. Pero yo estaré sola para siempre.

Entonces apareció delante de ella el alma de Bram. Berenice le preguntó sorprendida:

¿Pero usted no se había marchado al Otro Mundo, rey Bram?

Sí, pero he vuelto para saldar mi deuda contigo. Cuando llegué al Cielo, encontré un alma pura que deseaba conocerte, así que decidí guiarla hasta ti.

No lo entiendo. ¿Quién querría conocer a alguien como yo?

Entonces apareció el espíritu de un niño pequeño, que abrazó sonriendo a la sorprendida Berenice. Esta, atónita, le preguntó a Bram:

¿Pero quién es este niño?

El guerrero sonrió con una dulzura muy poco habitual en él y le dijo:

Es el alma del bebé que llevabas en tu vientre cuando moriste. Ahora debo volver al Más Allá, pero creo que él prefiere quedarse contigo. ¡Hasta siempre, amiga mía!

Berenice, llorando de nuevo (pero esta vez de alegría), abrazó al bebé, que también parecía muy feliz en los brazos de su mamá, y le dijo:

¡Mi niño! ¡Nunca más estaremos solos!

Y así, del mismo modo que algunos conocen la desgracia sin necesidad de ir al Infierno, en esta ocasión alguien encontró la felicidad sin necesidad de ir al Cielo.

LAS BRUJAS EN LA LITERATURA

 

Texto de Francisco Javier Fontenla, imagen de Pixabay.

Aunque la bruja es un personaje legendario que todos conocemos desde nuestra primera infancia, su origen está envuelto en el mayor de los misterios. En realidad, ni siquiera podemos afirmar que el aquelarre y el culto al Diablo hayan existido nunca, pues las desdichadas mujeres acusadas de brujería eran capaces de confesar cualquier cosa para librarse de la tortura, aun cuando la confesión podía acarrearles la muerte. Aquí solo vamos a tratar el tema desde un punto de vista estrictamente literario.

Posiblemente en el mito de la brujería confluyen dos factores contrapuestos: por un lado, la presunta sacralización de la mujer-sacerdotisa en los cultos paganos; por otro, su más que presunta demonización por parte de las religiones monoteístas. Como consecuencia inevitable de esa doble influencia, las brujas literarias responden a distintos arquetipos, muy diferentes entre sí e incluso antagónicos.

Tenemos en primer lugar el arquetipo de la bruja buena y sabia, heredera directa de las antiguas sacerdotisas paganas, que aparece en las leyendas europeas y en los cuentos tradicionales bajo la denominación de “maga” o de “hada madrina” (muy diferente de las verdaderas hadas, más interesadas en robar niños que en ayudar a las personas necesitadas). En otras historias más modernas la bruja buena aparece como tal y no disfrazada de “hada” (estoy pensando en las entrañables Flora y Schierke, personajes del conocido manga “Berserk”, obra del recientemente fallecido autor japonés Kentaro Miura).

Luego tenemos a la bruja fea y malvada, que vive con su gato negro en una cabaña del bosque y cuyos hábitos incluyen lindezas como preparar pócimas infernales, devorar niños, volar al aquelarre en una escoba y hechizar a las princesas. Este es el arquetipo más frecuente en los cuentos tradicionales (pensemos en la perversa anfitriona de Hansel y Gretel o en Baba Yaga, la bruja del folclore ruso, que vive en una cabaña con patas de gallo y que para volar utiliza un mortero en lugar de una escoba). Estas hechiceras poco agraciadas ya aparecen en obras clásicas de la literatura latina, como la “Farsalia” de Lucano o “El asno de oro” de Lucio Apuleyo, lo cual demuestra que son personajes anteriores al cristianismo y que ya eran temidas por los antiguos paganos. En algunas leyendas reciben rasgos propios de los vampiros o de los licántropos, pues chupan la sangre de los niños, devoran cadáveres o se convierten en animales untándose el cuerpo con una pócima suministrada por el Diablo. Por ejemplo, en un cuento del escritor español Gustavo Adolfo Bécquer varias brujas se convierten en gatos para entrar en una casa a través de la chimenea. Otros autores importantes que las han hecho aparecer en sus obras son William Shakespeare (en su tragedia “Macbeth”) y Miguel de Cervantes (en su novela corta “El coloquio de los perros”, aunque el escritor español trata a sus brujas con cierto escepticismo y sin atribuirles verdaderos poderes sobrenaturales).

Un término medio entre ambos arquetipos es la hechicera hermosa y malvada, que posee una gran sabiduría y una irresistible capacidad de seducción, pero también un corazón sumamente frío y cruel (sin embargo, en algunos casos su aparente malicia también puede interpretarse como un mecanismo de defensa frente a los abusos de la sociedad patriarcal). Estas hechiceras ya aparecen en la mitología griega (recordemos a Medea y a Circe), reaparecen en la literatura fantástica del siglo XIX (la Ligeia de Poe, sin ser una bruja propiamente dicha, se parece mucho a ellas en su misteriosa sabiduría) y su influjo se deja ver en algunas historias de la literatura “pulp” estadounidense, especialmente dentro del género de “espada y brujería” (Conan el Bárbaro se encuentra con una hermosa hechicera inmortal en “Clavos rojos”, último relato escrito por Robert E. Howard antes de su suicidio). En algunos casos este arquetipo se mezcla con el anterior (por ejemplo, en la historia de Blancanieves o en la película “La bruja”, dirigida por Robert Eggers y protagonizada por Anya Taylor-Joy).

SANGRE EN LOS ANDES

 

Hace algunos años, cuando aún éramos estudiantes universitarios, mi prima Ángela y yo aprovechamos la festividad de Todos los Santos para hacerle una visita a nuestro tío abuelo don Faustino, que era misionero franciscano en una aldea de los Andes. Con nosotros llegó Eva Mourelos, una chica muy guapa y simpática que, según nos contó ella misma, había sido enviada a la misión por una prestigiosa ONG médica de inspiración católica. Se decidió que los hombres dormiríamos en la casa parroquial, mientras que las chicas lo harían en un viejo almacén, donde se habían instalado dos camas para ellas. Ángela y Eva estuvieron de acuerdo, pues habían hecho buenas migas y estaban encantadas de compartir habitación. 

Los indios del lugar temían a una hechicera de las montañas llamada María Humala, que según la leyenda salía de su cueva durante la Noche de Difuntos en busca de sangre humana, pero a nosotros las supersticiones locales no nos quitaban el sueño. Sin embargo, la mañana del dos de noviembre advertí que Ángela estaba muy pálida y que habían aparecido unas extrañas marcas violáceas en su cuello. Ella no recordaba nada, pero era posible que algún murciélago hematófago le hubiera chupado la sangre mientras dormía. Eva, al verme preocupado, me prometió que en lo sucesivo cerraría a cal y canto las ventanas del almacén, para que no se repitieran incidentes semejantes.

A la medianoche siguiente me despertó un ruido procedente del exterior. Entonces me levanté procurando no despertar a don Faustino, que dormía como un bendito, cogí mi linterna y salí a echar un vistazo. El causante del ruido había sido un tigrillo o gato montés sudamericano, que huyó a la selva nada más verme. Respiré aliviado y antes de volver a mi lecho decidí acercarme al almacén, para comprobar si Eva había cumplido su promesa de cerrar las ventanas. Cuando llegué allí, vi que la puerta estaba abierta de par en par. Ángela yacía inconsciente sobre su cama, pálida como una muerta y con el cuello ensangrentado, mientras que Eva había desaparecido sin dejar rastro. Mi prima se recuperó gracias a los cuidados que le prodigó don Faustino, pero todos sus recuerdos de aquella noche se habían desvanecido para siempre. En cuanto a Eva, nunca más volvimos a saber de ella. Los indios creen que la bruja María Humala entró en el almacén, desangró a Ángela mientras dormía y raptó a Eva para devorarla en su gruta, pero yo tengo otra teoría aún más inquietante. He dicho que no volvimos a saber de Eva, pero en realidad nunca habíamos sabido de ella nada más que lo que había querido contarnos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LA CASA ENCANTADA

 

Cuando empecé a trabajar como profesor de secundaria, fui destinado al instituto de cierta villa gallega, en cuyas inmediaciones se erguían las ruinas de una vieja casa señorial, conocida en el lugar como "la casa encantada". El Día de Fieles Difuntos, mientras hacía la guardia de recreo en el patio, se me acercó Ana Vázquez, una niña algo misteriosa que siempre parecía triste y apenas hablaba con nadie. Pensé que iba a preguntarme alguna duda relacionada con la asignatura de Lengua, pero cuando estuvo a mi lado me dijo en voz baja, como si quisiera confiarme un secreto:
Javi, sé que vives cerca de la casa encantada. Por favor, nunca entres allí de noche, especialmente en estas fechas, y, si lo haces, no apagues la luz. Las tinieblas son peligrosas.
Yo intenté pedirle explicaciones, pero entonces sonó el timbre y Ana se fue corriendo a su clase. No volví a verla en toda la mañana y me pasé el resto del día pensando en sus extrañas palabras. Si ella no me hubiera dicho nada, seguramente nunca se me habría ocurrido visitar aquel viejo caserón, pero yo siempre he sido muy amigo de hacer lo contrario de lo que me dicen (Poe atribuía esa actitud al “demonio de la perversidad”, aunque quizás “estupidez” sería un término más adecuado), así que al anochecer fui allí para curiosear un poco. Cuando penetré en el lóbrego interior del edificio sin más iluminación que la linterna de mi móvil, me encontré con Iria, una atractiva compañera del instituto, que estaba llorando desconsolada en un rincón. Según me contó ella misma, había ido al caserón en busca de soledad tras reñir con su novio. Yo intenté consolarla, una cosa llevó a otra y poco después estábamos los dos cariñosamente abrazados. Entonces ella me pidió que apagara la linterna, pues, si alguien veía la luz desde la calle, podría entrar para echar un vistazo y arruinar nuestra intimidad. Yo hice lo que me pedía y entonces sentí cómo su suave piel adquiría un repulsivo tacto viscoso, mientras su dulce voz se convertía en una diabólica carcajada. Yo salí corriendo de aquella casa maldita y, aunque todo se quedó en un susto y unos cuantos arañazos, no me detuve para tomar aliento hasta que estuve bien lejos de allí. 
Aún hoy ignoro qué había realmente en la casa encantada, pero sí sé que no volveré allí para averiguarlo. Quizás Ana hubiera podido decirme algo, pero no quise quedar como un tonto delante de una alumna, así que decidí olvidarme del tema y pensar que todo había sido un mal sueño. Tal vez solo fue eso, pero todas las noches, durante las horas más oscuras de la madrugada, vuelvo a oír esa risa malévola que me persigue desde entonces.
Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

EL FANTASMA DEL BOSQUE NEVADO (CUENTO)

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay-Kellepics.

Ayumi era una chica japonesa de catorce años, más bien tímida, que al salir del instituto solía tomar el metro para volver a su casa, situada en las afueras de la ciudad. Una fría noche de invierno la estación estaba casi desierta, salvo por unos jóvenes de mal aspecto y por dos ancianos sin hogar que dormían arrimados a las paredes. Los chicos se enteraron de que Ayumi iba sola y empezaron a molestarla, pero entonces uno de los vagabundos despertó y los amenazó con una espada de madera, como las que se emplean en el arte del kendo. Los gamberros huyeron y Ayumi le dio las gracias al vagabundo, que dijo llamarse Temura.

Ayumi le dijo:

Me gusta su espada, Temura-San. Mi hermano mayor también es bueno en kendo, pero a mí mis padres no me dejan practicar artes marciales, porque piensan que son cosa de chicos.

El señor Temura suspiró y dijo a su vez:

Ya veo. Pensar que las niñas siempre deben ser princesas es un error muy común, que a veces tiene malas consecuencias. Escucha, Ayumi-chan: ahora que empiezan las vacaciones de invierno, ¿quieres que te enseñe algo de kendo? Podríamos practicar en el bosque, sin que se enteren tus padres.

Ayumi aceptó. Aquella misma noche entró en el cuarto de su hermano y le dijo con voz inocente:

—Onii-chan (hermanito), ¿podrías prestarme tu espada de kendo? Es que mis amigas y yo queremos hacer un cosplay del manga Takeda Yousuke no bouken (Las aventuras del ronin Yosuke Takeda) y necesitamos armas de la época de los samuráis.

Últimamente el hermano de Ayumi había abandonado la práctica del kendo para centrarse en sus estudios, así que no tuvo ningún inconveniente en prestarle su espada. Durante los días siguientes Ayumi se inició en la práctica del kendo, bajo las sabias directrices del bondadoso señor Temura. Como era una chica sana y atlética (formaba parte del club de gimnasia rítmica del instituto), solo le faltaba algo de destreza y no tardó en adquirla. 

Pero una tarde Ayumi, que ya era una buena espadachina, no encontró al señor Temura cuando llegó al bosque. Lo buscó por todas partes, pero no pudo encontrarlo. Aun así, siguió yendo al bosque todas las tardes, con la esperanza de que su maestro volviera algún día.

Fue entonces cuando unas niñas que jugaban al escondite en el bosque volvieron aterrorizadas a sus casas y aseguraron que habían visto un fantasma. Como es natural, casi nadie se tomó en serio sus palabras y, como su miedo era demasiado evidente para ser fingido, sus padres pensaron que las había asustado algún animal salvaje con la silueta deformada por la niebla. De todas formas, este extraño suceso hizo que la gente recordara una vieja leyenda, recogida por un erudito en su libro sobre el folclore local. Muchos años antes, en el santuario del bosque vivía un sacerdote con su nieta, que era una muchacha muy hermosa, pero de frágil salud. Como no tenía dinero para comprar medicinas, el sacerdote, que era experto en artes marciales, viajó a la ciudad para participar en un torneo y, a pesar de su avanzada edad, obtuvo los mayores premios gracias a su destreza. Mientras él estaba en la ciudad, unos hombres asaltaron el santuario y violaron a su nieta. Esta, traumatizada, dejó de hablar y de comer, hasta que murió aquel mismo invierno, mientras los primeros copos de nieve caían sobre el bosque y teñían de blanco el tejado del templo. El sacerdote, sintiéndose culpable por haberla dejado sola, se suicidó. Según la leyenda, su fantasma volvía al bosque cuando caían las nieves del invierno. Y, si entonces encontraba alguna niña sola y desamparada, pensaba que era su nieta y se la llevaba al Más Allá, para así aliviar su soledad.

Pero Ayumi no creía en fantasmas y siguió yendo al bosque por las tardes, aunque cada día tenía menos esperanzas de reencontrarse con su querido maestro. Una tarde vio unas huellas recientes sobre la nieve e, impulsada por la curiosidad, las siguió hasta llegar a una choza situada en lo más profundo del bosque. Aquella cabaña parecía abandonada desde hacía muchos años, pero de todas formas Ayumi decidió penetrar en su interior para refugiarse del frío. Nada más entrar, vio que en el suelo había varias mochilas llenas de dinero, sin duda el botín de un robo reciente. Entonces apareció el ladrón, que llevaba el rostro cubierto con una máscara espantosa, de la cual se servía para espantar a posibles intrusos. Aquel individuo intentó agarrar a Ayumi, pero esta, a pesar del susto, no se dejó atrapar. Recordando las enseñanzas de Temura-San, consiguió esquivar al criminal y propinarle un doloroso golpe en el vientre. Luego huyó de la choza, dejando a su adversario postrado por el dolor.

Días después, al volver del instituto, Ayumi fue abordada por uno de los viejos vagabundos que se refugiaban en la estación. Este le dijo:

Vi tu foto en el periódico, eres la chica que ayudó a la policía a encontrar al atracador del banco. No me sorprende: ya me pareciste muy valiente cuando tú sola hiciste huir a unos vándalos.

Muchas gracias, pero eso no es cierto. Quien se enfrentó a ellos fue Temura-San, el hombre que entonces dormía con usted en la estación.

¿Temura-San? Jamás había oído ese nombre. Y aquella noche aquí solo dormía yo.

Cuando llegó a su casa, Ayumi buscó su ejemplar del libro donde se narraba la leyenda del sacerdote fantasma. Tachó la última línea y la corrigió escribiendo con un lápiz:

“Y, si encontraba alguna niña sola y desamparada, hacía por ella lo que no había podido hacer por su nieta.”



LEYENDA ÁRABE DE VAMPIROS

Texto: Sabine Baring-Gould. Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

A principios del siglo XV vivía en Bagdad un anciano mercader, cuyos negocios le habían proporcionado una gran fortuna y que tenía un único hijo, al cual amaba tiernamente. Resolvió casar a su vástago con la hija de otro mercader: una muchacha de considerable fortuna, pero carente de todo atractivo personal. Abul-Hassan, el hijo del mercader, vio un retrato de la dama y le pidió a su padre que aplazara la boda, pues necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Pero lo que hizo fue enamorarse de otra muchacha, que era hija de un erudito, y no dejó en paz a su padre hasta que este le permitió casarse con su amada. El viejo mercader se resistió todo lo que pudo, pero, viendo que su hijo estaba resuelto a casarse con la hermosa Nadilla y que había rechazado completamente a la fea hija del mercader, hizo lo que suelen hacer los padres en semejantes circunstancias: dio su brazo a torcer.

La boda se celebró con gran esplendor y después vino una feliz luna de miel, que hubiera sido aún más dichosa de no ser por un pequeño detalle, que acabaría teniendo graves consecuencias. Abul-Hassan se percató de que su esposa abandonaba el lecho nupcial cuando pensaba que su esposo estaba dormido y no volvía hasta una hora antes del alba. Impelido por la curiosidad, una noche Hassan se hizo el dormido y vio cómo su esposa se levantaba para salir de la habitación, como hacía habitualmente. La siguió discretamente y vio cómo entraba en un cementerio. La luz lunar le mostró cómo se introducía en un sepulcro y decidió seguirla. Una vez dentro, se encontró con una escena espeluznante. Una horda de vampiros se había reunido con los despojos de las tumbas que habían violado y se estaban dando un festín con la carne de cadáveres largo tiempo enterrados*. Su propia esposa, que nunca cenaba en casa, estaba participando en el horrible banquete. Cuando pudo huir sin llamar la atención, Abul-Hassan volvió a su habitación.

No le dijo nada a su esposa hasta que a la noche siguiente llegó la hora de la cena. Ella se resistió a probarla y entonces él exclamó lleno de ira:

¡Claro, reservas tu apetito para tus banquetes con los vampiros!

Nadilla se quedó callada, palideció y tembló. Luego se dirigió a su alcoba sin pronunciar una sola palabra. A medianoche se levantó para atacar a su esposo con uñas y dientes. Lo hirió en la garganta y, tras abrirle una vena, intentó sorber su sangre, pero Abul-Hassan se levantó de un salto, la derribó y la mató de un golpe. La enterraron al día siguiente, pero tres días después, a medianoche, reapareció y atacó nuevamente a su esposo, en un segundo intento de chuparle la sangre. Él consiguió zafarse de ella y a la mañana siguiente abrió su tumba, quemó su cadáver y arrojó las cenizas al río Tigris**.

*El ghoul o vampiro de las leyendas árabes, además de beber sangre, es aficionado a comer restos de cadáveres humanos.

**Ecos de esta leyenda pueden apreciarse en el cuento "Vampirismus" del célebre autor alemán E. T. A. Hoffmann, quien en su versión elimina o reduce los elementos más fantásticos de la historia.


EL PACTO (CUENTO)

Texto: Javier Fontenla, basado en la novela Drácula de Bram Stoker. Imagen: Pixabay.

Aquella noche Marlene, una hermosa niña de catorce años, se acercó a un viejo cementerio, abandonado desde hacía muchos años. Allí se encontró con un hombre de aspecto aterrador, cuya palidez espectral contrastaba con la fúnebre negrura de sus ropajes y con el fuego infernal de sus pupilas. Pese a ser una niña valiente, Marlene no pudo reprimir un estremecimiento al comprender que se hallaba ante Drácula, el príncipe de los vampiros. Aunque Drácula había sido destruido a finales del siglo XIX, tal como lo contó Bram Stoker en su famosa novela, una vez cada cien años podía volver de la tumba durante la Noche de Walpurgis. El vampiro estaba sediento de sangre tras un siglo de ayuno, pero no se atrevió a atacar a Marlene, pues esta llevaba en la mano un crucifijo de plata. Entonces la miró con rabia y le dijo:

¿Qué buscas aquí, niña?

Quiero ofrecerte un pacto. Te dejaré beber mi sangre si antes haces algo por mí.

¿A qué te refieres?

Hace cosa de un año el general Oleg Bazarov se hizo con el poder en toda Rusia y le declaró la guerra a Occidente. Sus misiles arrasaron nuestras ciudades y mataron a toda mi familia. Ahora sus tropas están terminando el trabajo y destruirán el mundo si nadie las detiene. Pero solo tú podrías hacerlo.

Drácula examinó a Marlene con ojos inquisitivos y dijo:

Creo que aceptaré tu propuesta, pues deseo beber tu sangre y, por otra parte, no me interesa que los mortales se destruyan entre ellos. Esta misma noche mataré a ese Bazarov, pero luego volveré por ti. Te advierto que, si intentas huir de mí incumpliendo tu promesa, te convertirás en una perjura y tu crucifijo ya no podrá protegerte. En ese caso, te buscaré y luego no solo beberé tu sangre, sino que además te daré la peor de las muertes imaginables.

No te preocupes, te prometo que estaré esperándote aquí mismo. De todas formas, prefiero morir desangrada antes que ser torturada y violada por los soldados de Bazarov.

Drácula le dedicó una fría sonrisa a Marlene y, tras convertirse en murciélago, se marchó volando hacia el este.

Cerca de Odesa se hallaba la base militar desde la cual el general Bazarov tiranizaba a su pueblo y coordinaba la destrucción de Occidente. Allí se sentía a salvo, mientras sus enemigos y sus propios hombres morían en los campos de batalla de toda Europa, pues las medidas de seguridad de aquella base eran virtualmente perfectas.

Los centinelas vieron, aterrorizados, cómo una nube negra que vagaba por el cielo nocturno se convertía en un ejército de murciélagos. No tardó en cundir el pánico en toda la base, mientras aquellos murciélagos atacaban a los guardias con una saña infernal. Se ordenó cerrar las puertas del búnker antes de que entraran los murciélagos, aunque ello supusiera abandonar a los soldados que se hallaban en el exterior. Unos guardias estaban intentando cerrar la puerta trasera cuando apareció ante ellos un hombre demacrado, que llevaba uniforme de coronel. El recién llegado les dijo con un tono al mismo tiempo autoritario y suplicante:

¡Maldita sea, déjenme entrar! Ustedes no pueden impedirle la entrada a alguien de mi rango.

Los soldados dejaron entrar al caporal y luego cerraron la puerta, justo a tiempo para impedir que los murciélagos penetraran en el búnker. Entonces Drácula se quitó el uniforme que le había arrebatado a una víctima de los murciélagos y se encaminó hacia el corazón del búnker, dejando atrás los cadáveres desangrados de unos cuantos soldados. No tardó mucho en atrapar al general Bazarov, que se quedó paralizado de terror cuando el vampiro clavó en él su mirada hipnótica y le dijo:

Ahora usted se halla bajo mi poder, así que va a hacer todo lo que yo le mande: primero va a ordenar una retirada general de sus tropas, que esta misma noche deberán volver a Rusia sin causar más daños en los países invadidos. Y luego se pegará un tiro en la cabeza.

Tras asegurarse de que Bazarov había cumplido sus órdenes, Drácula volvió al cementerio y se presentó ante Marlene. Entonces esta le dijo:

Pronto podrás beber mi sangre, pero te ruego que antes me permitas devolver esta cruz a la iglesia donde la encontré. No está lejos de aquí y te juro que habré vuelto antes del alba.

Drácula asintió y dijo:

Está bien. Después de todo, no me gustaría que esa maldita cruz se quedara tirada cerca de mi tumba. Puedes irte, pero no tardes en volver o iré a buscarte.

Marlene no tardó en volver, ya sin el crucifijo. Cuando la vio a su merced, Drácula hizo ademán de hincar sus colmillos en el cuello de la indefensa niña. Pero se detuvo en el último momento, tras percibir un olor desagradable, y gritó furioso:

¡Te has untado el cuello con agua bendita! ¿Por eso querías ir a la iglesia, pequeña tramposa?

Marlene se mantuvo serena y respondió:

No soy una tramposa. Yo le ofrezco mi sangre, tal como le había prometido. No es culpa mía si ahora usted decide rechazarla.

Esto solo atrasa tu destino. Cuando se seque el agua…

Para entonces ya será de día.

Drácula advirtió que se acercaba el amanecer y, sabiéndose vencido, dejó que Marlene se marchara sin hacerle daño. Luego volvió a su tumba con una sonrisa en los labios. En realidad, él siempre había sabido cuál era el plan de Marlene, pero un caballero no puede exigirle nada a una dama en apuros. Lo que pasa es que, cuando el caballero es un vampiro, debe disimular para no manchar su diabólica reputación.


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