Texto: Javier Fontenla. Imagen: cuadro de Sophie Anderson en dominio público (fuente: Wikimedia Commons).
Muerta
Blancanieves, el cuervo de la madrastra se posó sobre su cuerpecillo exánime y
les dijo así a los ocho enanitos (sí, ocho, han leído bien):
-Nunca,
nunca más la veréis/ y por su causa sufriréis.
Siete de los
ocho enanitos, mudos y cabizbajos, se pusieron a llorar en silencio, pero el
octavo enanito, que siempre había querido a Blancanieves con un amor profundo y
sincero (aunque no completamente platónico), le dijo al cuervo en medio de sus
sollozos:
-Nunca,
nunca más la veremos/ ¡pero jamás la olvidaremos!
El cuervo se
burló de él con un graznido y se fue con su malvada dueña.
Un año
después volvió al lugar donde el cuerpo incorrupto de Blancanieves yacía dentro
de un sarcófago de cristal. Siete de los ocho enanitos nunca pasaban por allí,
no porque hubieran olvidado a su amiga, sino porque no querían reavivar sus
penas atormentándose sin sentido. Pero el octavo enanito pasaba allí todo el
tiempo que le permitían sus quehaceres, velando día y noche el cuerpo de su
amada, siempre triste y lloroso como el primer día. El cuervo se fijó en él y
le dijo:
-Nunca,
nunca más la verás/ y por su causa sufrirás.
Sin dejar de
sollozar, el enanito le respondió:
-Nunca,
nunca más la veré/ ¡pero siempre la recordaré!
El cuervo se
burló de él con un graznido y se fue.
Pasó otro
año y el ave de mal agüero visitó una vez más el sarcófago de Blancanieves. Vio
que el enanito fiel seguía allí y le dijo:
-Nunca,
nunca más la verás/ y por su causa sufrirás.
El enanito,
aunque tenía lágrimas en los ojos, le dedicó al cuervo una triste sonrisa y le
dijo:
-Nunca,
nunca más la veré/ ¡pero para siempre la amaré!
Tan profundo
y poderoso era el amor reflejado por aquellas palabras que incluso el
endurecido corazón del cuervo sintió un estremecimiento al oírlas. En vez de
burlarse del enanito y marcharse, como había hecho en otras ocasiones, se quedó
inmóvil y empezó a llorar, más conmovido por la abnegación del enanito que por
el triste destino de Blancanieves.
Entonces
apareció el hada buena del bosque y le dijo al enanito:
-Buen
enanito, tu amor es tan grande y puro que en verdad no puede quedar sin premio.
Así pues, te concedo el don de despertar a Blancanieves.
Apenas hubo
pronunciado el hada estas palabras, el enanito enamorado despertó a
Blancanieves con la fuerza de su amor (hoy se dice que los enanitos solo eran
siete porque uno de ellos cuenta como príncipe). A continuación, el hada le
dijo al cuervo:
-Pájaro
sarcástico y agorero, tu malvada dueña ha muerto y, como castigo por haberte
burlado dos veces del enanito, estarás doblemente condenado. En primer lugar, a
partir de hoy vagarás sin rumbo por toda la eternidad. Y, en segundo lugar,
para que nadie te vea más que como pájaro de mal agüero y emisario del Averno,
solo podrás pronunciar las palabras tristes con las cuales intentaste minar el
amor del enanito. Pero, como hoy has llorado por él, te concedo una gracia que
aliviará en parte tu condena: algún día te encontrarás con un gran poeta de un
país lejano, que te hará inmortal en sus versos, para que tu recuerdo no sea
olvidado NUNCA MÁS.