LA HISTORIA DE EOS

 


Texto: Javier Fontenla. Autor del collage pictórico: Carlos Miranda, a partir de cuadros de Jules-Louis-Philippe Coignet y J. W. Waterhouse.

Esto sucedió en una época olvidada de la Antigüedad. Entonces vivía en Asia Menor un poderoso guerrero llamado Hecateo, cuya esposa Casandra había muerto a causa de una misteriosa enfermedad. Poco después del funeral, Eos, la única hija del matrimonio, empezó a mostrar síntomas de la misma enfermedad que había matado a su madre. Un día Hecateo, desesperado, abandonó la ciudad, supuestamente para ir en peregrinaje al templo de Apolo, donde rezaría por la curación de su amada hija.

Lagina, una bruja que odiaba a Hecateo y a toda su familia, aprovechó la ausencia del guerrero para vengar una vieja afrenta. Se puso en contacto con unos rufianes y les dijo:

-Raptad a la niña mientras su padre está fuera y llevadla a la lejana Cólquide. A su rey le encantará tener como esclava a la hija del general que le ha infligido tantas derrotas.

-Sí, pero cuando su padre se entere irá a buscarla.

-No podrá, pues le he tendido una trampa mortal. Y antes de acabar con él le haré creer que su hija está muerta, para que la desesperación anule sus facultades.

Lagina robó el cadáver de una niña fallecida pocos días antes y usó la magia para alterar sus rasgos, haciéndolos idénticos a los de Eos. A la noche siguiente le mostró el cadáver a Hecateo y le aseguró que ella misma había asesinado a su hija, dando así inicio a una venganza que duraría siglos. Pero esa es la historia de Hecateo y aquí estamos contando la de Eos.

La pobre muchacha fue encerrada en la bodega de un barco, que partió rumbo a la lejana Cólquide.  Pero durante el trayecto la nave fue atacada por unos piratas especialmente feroces, cuyo líder era una mujer llamada Deyanira. Cuando esta encontró a Eos, le preguntó:

-¿Qué hace una chiquilla como tú en un barco como este? ¿Eres una esclava?

Aunque débil y asustada, Eos no había perdido su orgullo y respondió:

-¡Yo no soy ninguna esclava! Estoy aquí porque esos hombres me secuestraron, pero no se hubieran atrevido a hacerlo si mi padre hubiera estado conmigo. Me llamo Eos y soy la hija del general Hecateo.

Muchos años antes Hecateo le había salvado la vida a Deyanira, quien podía ser despiadada, pero no desagradecida. Le dedicó a Eos una sonrisa y le dijo:

-En ese caso, te devolveré a tu casa lo antes posible. Y además lo haré gratis.
Ignorando las protestas de sus subordinados, que sin duda hubieran preferido usar a Eos como mercancía, Deyanira ordenó poner rumbo a la ciudad donde vivía Hecateo, una vez que los vientos fueron favorables. Pero al llegar allí supo que el general había desaparecido misteriosamente durante su viaje de peregrinación. En la ciudad se daba por hecho que había muerto y el nuevo líder del ejército era uno de sus rivales más enconados. Deyanira pensó:

-No le haría ningún favor a Eos devolviéndola a esta ciudad, donde ya no tiene ningún pariente vivo. Además, el nuevo general del ejército sería capaz de matarla solo porque lleva la sangre de su viejo enemigo. Será mejor que me la lleve conmigo.

Eos lloró durante días al saber que había perdido a su padre, pero Deyanira, generalmente poco maternal, la trató con mucho cariño y finalmente consiguió que la aceptara como amiga. Aunque el paso del tiempo consiguió aliviar en parte la tristeza de Eos, no sucedió lo mismo con el mal que la aquejaba, pues este era cada vez más fuerte y todo parecía indicar que la niña no viviría mucho tiempo.
Mientras tanto, uno de los piratas decidió robar un precioso colgante que Eos siempre llevaba consigo, incluso cuando dormía. La niña lo había heredado de su madre, a quien se lo había regalado su “querida amiga” Lagina con ocasión de su matrimonio. Aquella joya tenía como adorno una extraña piedra preciosa, distinta de todas las gemas conocidas y que sin duda alcanzaría un buen precio en los mercados de Asia. Mientras Deyanira y sus compañeros dormían tras una noche de borrachera, el pirata entró furtivamente en el camarote de Eos. Su idea era amordazar a la niña, arrancarle el colgante del cuello y huir del barco en un bote antes de que los demás se despertaran. Tal como había planeado, le tapó la boca a Eos para ahogar sus gritos y le palpó el pecho en busca del colgante. Pero entonces fue él quien emitió un sonoro grito, que despertó a toda la tripulación del barco. El pirata, viéndose acorralado, intentó huir llevándose a Eos como rehén, pero sus fuerzas le fallaron y se desplomó pálido como un muerto. Cuando Deyanira se acercó para rematarlo, vio que una enorme araña se había adherido a su antebrazo derecho y que le estaba chupando la sangre con avidez, hinchándose a medida que absorbía el preciado jugo. Tras aplastar a la araña y poner fin a la agonía del traidor, Deyanira abrazó a la asustada Eos para tranquilizarla. Y entonces comprendió que la niña nunca había estado enferma: aquella araña, que de día parecía una piedra preciosa, se despertaba por las noches para suministrarle pequeñas dosis de veneno mientras dormía, tal como había hecho antes con su madre. Cuando el pirata tocó al arácnido, este, furioso o asustado, le propinó una picadura más profunda y prolongada de lo habitual, cuyos efectos fueron fulminantes.

Al día siguiente Deyanira y Eos, ya recuperada del susto, emprendieron un largo viaje hacia la costa cimeria, donde algunos años después la muchacha se casó con el hijo de su protectora, dando inicio a una larga estirpe de grandes héroes.


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