Este es un cuento de fantasía heroica, que pretende servir de homenaje al creador del género, Robert E. Howard, quien de seguir vivo hoy mismo celebraría su cumpleaños. Texto de Francisco Javier Fontenla. Imagen extraída de Pixabay.
Cuentan las crónicas que hace miles de años la remota península cimeria servía de refugio a feroces guerreros, que vivían de la piratería y solo temían a su reina, la valerosa Walerya. Esta nunca había querido compartir su trono con ningún hombre, pero tenía un hijo llamado Daurus y había adoptado a una niña huérfana, que se llamaba Eos y era hija de su viejo amigo, el general griego Hecateo. Por aquel entonces Daurus y Eos apenas habían llegado a la adolescencia y, aunque en el fondo se querían mucho, también tenían sus peleas y sus rifirrafes. Debemos tener en cuenta que Daurus siempre había vivido entre piratas de costumbres primitivas, mientras que Eos descendía de la aristocracia griega y se había criado en un entorno mucho más refinado.
En cierta ocasión los dos niños caminaban solos por las orillas de un caudaloso río, mientras mantenían esta edificante conversación:
-¡Eres un tonto,
Daurus! ¡Y yo más tonta aún por acompañarte! Pensé que me ibas a enseñar algo
bonito, como flores o pájaros, y no esas cosas horribles que llevas en el
zurrón.
-¡Oye, perdona! Mis
“cosas horribles” son mucho más bonitas que tú… ¡cara de pedorra!
-¡A que te las hago
tragar, subnormal profundo!
De pronto aparecieron
tres exploradores de un ejército enemigo, que atraparon fácilmente a los desprevenidos muchachos. Uno de ellos agarró el zurrón del indefenso Daurus y lo abrió para ver
qué contenía. Entonces surgieron de su interior varias serpientes, que cayeron
al suelo silbando y retorciéndose. Aunque eran totalmente inofensivas, su mera
visión fue suficiente para asustar a los sorprendidos asaltantes, que soltaron
a sus jóvenes prisioneros en un acto reflejo. Daurus aprovechó aquella
oportunidad para hacerse con la espada del hombre que tenía más cerca y
clavársela en el vientre. Los otros dos individuos se olvidaron de las
serpientes e intentaron vengar a su camarada. Pero Eos le hizo la zancadilla a
uno de ellos, que al caer también desequilibró a su compañero. Daurus actuó con
rapidez y los mató antes de que pudieran levantarse.
Pero el peligro aún no
había terminado. Eos y Daurus vieron cómo un barco lleno de guerreros se
dirigía a la aldea de los piratas cimerios, con el evidente propósito de
asaltarla. En aquella época la aldea estaba casi desguarnecida, pues sus
mejores hombres y la misma Walerya habían partido hacia el sur en una
expedición de saqueo contra las islas griegas. Para colmo de males, aquellos enemigos no llevaban
armaduras, sino pieles de animales salvajes, lo cual quería decir que eran
berserkers. Daurus, que generalmente era un chico muy valiente, palideció al
verlos y le dijo a Eos:
-Los berserkers son los
guerreros más peligrosos del mundo. Antes de entrar en combate toman una pócima
que los hace invulnerables. Mientras luchan, no hay espada ni lanza que pueda
detenerlos. Ni siquiera el fuego les hace daño.
Eos examinó el barco
enemigo y le dijo al asustado Daurus:
-Eso no es cierto.
Ninguna pócima puede volver invulnerable a un hombre. Lo que hace esa droga es
impedir que sientan dolor. De ese modo, pueden seguir luchando hasta el final
de la batalla, aunque estén heridos de muerte.
-¿Cómo lo sabes?
-Veo huecos en las
bancadas de los remeros. Eso significa que algunos berserkers han muerto en
batallas anteriores.
-Pero, de todas formas,
no podremos vencerlos.
-Pues yo creo que sí.
Ahora debemos ir a la aldea y avisar a los guardias. Mientras tanto, te
contaré mi plan.
El barco de los
berserkers no tardó mucho en llegar a las cercanías de la aldea, pero sus
ocupantes no desembarcaron hasta que la pócima empezó a hacer efecto,
convirtiéndolos en auténticas máquinas de matar, tan salvajes como lobos
hambrientos. Pronto vieron a unos pocos guerreros cimerios, que los esperaban
con sus lanzas delante de las puertas de la aldea, pero no se amilanaron, sino
que aceleraron su marcha, impulsados por una incontenible sed de sangre. Y así
fue como cayeron en la trampa, pues cuando se hallaban bajo los efectos de la
pócima ganaban fuerza y resistencia, pero perdían toda su inteligencia. Aquellos
supuestos guerreros que parecían aguardarlos no eran más que espantapájaros
armados con palos, mientras que los verdaderos defensores de la aldea permanecían escondidos entre los matorrales. Cuando los berserkers estuvieron a
su alcance, los cimerios se arrojaron sobre ellos desde ambos lados, atacándolos
con las únicas armas capaces de detenerlos: grandes mazas de metal, con las
cuales podían romperles los huesos de un solo golpe. Los berserkers no sabían
responder a un ataque por sorpresa, así que fueron rápidamente masacrados.
Cuando terminó el
combate, Daurus se acercó a Eos y le preguntó:
-Ahora que tenemos
tiempo para hablar, ¿cómo es posible que una niña cursi como tú sepa tanto de
estrategia?
Ella sonrió y le dijo:
-Cuando era pequeña estaba
casi siempre enferma y no podía salir a jugar con mis amigas. Mi padre no quería dejarme sola y hasta recibía a sus subordinados en
mi cuarto. A mí no me interesaban sus historias de batallas, pero, como no
tenía otra cosa que hacer, ponía la oreja mientras hablaban y así aprendí
algunas cosas.
Cuentan las crónicas que Daurus nunca más volvió a llamarla “cara de pedorra”.
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