Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.
Un
día del año 1830 cierta prostituta fue estrangulada en las afueras de Nueva
York. Varios testigos vieron huir al asesino, pero no pudieron distinguir su
rostro, aunque advirtieron que iba uniformado como los cadetes de West Point. Las
investigaciones efectuadas por los agentes de la ley dejaron constancia de que
aquel día todos los cadetes tenían una coartada irrefutable, con solo dos
excepciones. Uno de los posibles sospechosos era el joven Jack Marlowe,
muchacho de buena familia y expediente intachable. El otro era un individuo de
costumbres disolutas y mente algo desequilibrada, al que sus escasos amigos
solían llamar Eddy. Con semejantes antecedentes, no es de extrañar que este
último se convirtiera en el blanco de todas las sospechas. O, mejor dicho, de
casi todas, pues uno de sus compañeros había hecho buenas migas con él y creía
en su inocencia. Así pues, Robert Reynolds decidió investigar el caso por su
cuenta, para echarle una mano a su amigo Eddy antes de que alguien decidiera
ahorcarlo.
Aquella
noche consiguió salir de la academia sin que su fuga fuera advertida y se
acercó a la ciudad, concretamente al depósito de cadáveres. Tras sobornar al
guardia, examinó el cadáver de la desdichada prostituta y, tras hacerse con una
buena lupa, examinó atentamente las marcas que los dedos asesinos habían dejado
en su cuello. Tras una larga observación, se guardó la lupa en el bolsillo y se
dijo:
—A
juzgar por la posición de las marcas, quien asesinó a esta desgraciada debía de
tener unas manos bastante grandes. Las de Eddy son más o menos como las mías
(lo sé porque nos hemos echado unos cuantos pulsos). Las de Marlowe no sé cómo
serán, nunca me he fijado en ese detalle. Pero él es un hombre bastante alto y
fuerte, así que lo lógico sería pensar que tiene unas manos grandes.
Pero
aquel era un indicio demasiado vago para satisfacer a Reynolds. Además, Marlowe
no era de los que frecuentan la compañía de las prostitutas y, desde luego, no
estaba loco. ¿Qué razón podía tener para matar a una desconocida? Entonces
Reynolds decidió acercarse al barrio donde se había cometido el crimen y, tras
otro soborno, pudo hablar con una compañera de la víctima. Esta no tenía ni
idea de quién podía haber estrangulado a la pobre Betty, así que Reynolds optó
por preguntarle directamente:
—¿Le
habló alguna vez su amiga de un cadete llamado Marlowe?
La
apenada prostituta caviló en silencio durante unos segundos y luego dijo:
—Creo
que no. Recuerdo que hace pocos días Betty mencionó a un tal Marlowe, con el
cual se había acostado varias veces. Pero, por lo que dijo de él, debía de ser
un pez más gordo que un simple cadete. Además, lo mencionó precisamente para
decir que había muerto.
Como
aquella línea de investigación parecía cerrada, Reynolds se despidió de la
prostituta con una generosa propina y volvió a West Point antes de que alguien
notara su ausencia. Una vez allí, buscó a un veterano ordenanza llamado
Seymour. Este era un hombre astuto, que, sin ser amigo de nadie, conocía los
entresijos de todo el mundo. Normalmente era un tipo discreto, pero Reynolds
obtuvo el placer de su conversación a cambio de unos cuantos dólares. Tras
asegurarse de que nadie los escuchaba, le preguntó:
—Seymour,
¿sabe si recientemente ha fallecido algún pariente del cadete Marlowe?
—En
efecto. Y me extraña que usted lo haya descubierto, porque es un asunto del
cual se ha hablado muy poco por estos lares. El hermano mayor de Marlowe murió
la semana pasada, después de que se disparara por accidente la pistola que
estaba limpiando. Ya sabe: la típica tontería que se cuenta para ocultar un
suicidio.
—¿Y
qué motivo podía tener ese hombre para suicidarse?
—Según
tengo entendido, iba a casarse con una señorita de alta alcurnia, pero el
compromiso se rompió bruscamente pocos días antes de la boda. Al parecer, ese
individuo quiso comer entremeses antes del banquete nupcial y hubo un entremés
que no mantuvo la boca cerrada. No sé si me entiende.
Reynolds
entendía perfectamente y pensó que la pobre Betty había sido un entremés
demasiado parlanchín. Si el hermano de Jack Marlowe se había suicidado por
culpa de sus habladurías, entonces ya había un móvil para el asesinato. El
cadete Marlowe podía ser un hombre irreprochable en muchos aspectos, pero en
varias ocasiones había manifestado un carácter arrogante y vengativo, incapaz
de perdonar.
Tras
unas palabras de Reynolds con el jefe de policía, se procedió al arresto de
Jack Marlowe, quien consiguió escapar antes del interrogatorio. Aquella fuga se
consideró un indicio evidente de culpabilidad y así Eddy dejó de ser
sospechoso. Este abrazó a su amigo Reynolds con lágrimas en los ojos y le dijo:
—¡Muchas
gracias, Robert! No sabes cuánto te debo.
—No
exageres, Eddy. De todas formas, no había ninguna prueba contra ti.
—No
me refiero a eso. Ya sabes que quiero ser escritor cuando abandone esta maldita
academia. Y tú me has inspirado la creación de un nuevo género literario.
Varios
años después Eddy, cuyo nombre completo era Edgar Allan Poe, creó la literatura
de misterio.
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