Texto: Javier Fontenla. Imagen: "Artemisa dos Santos, a Cólera da Noite", obra de Carlos Miranda.
Dedicado a Carlos Miranda.
En la historia de Lagina interviene una taumaturga portuguesa a la cual
ella misma teme desde hace siglos, a causa de la implacable ferocidad que ha definido su
trayectoria en el mundo de las artes oscuras. Artemisa dos Santos se convirtió
en la Cólera de La Noche cuando pereció en un auto de fe celebrado en Lisboa a
mediados del siglo XVI, tras haberse comprobado su íntimo vínculo con fuerzas
oscuras tan antiguas como el surgimiento del Caos. La bruja más siniestra del
Reino de Portugal había subyugado su espíritu a la voluntad de seres
inmateriales, desconocidos e incomprensibles para la gente común, con el fin de
cobrar venganza contra todas aquellas personas que desde muy temprana edad
habían convertido su vida en un infierno.
Transcurrido el segundo aniversario de su nacimiento, Artemisa fue
abandonada por sus padres en un bosque próximo a Lisboa. Ambos progenitores eran
ladrones itinerantes de la peor calaña y los cuidados que requería la niña
suponían un lastre para sus actividades delictivas. Hasta entonces la habían
conservado con ellos porque la mendicidad era otro de sus muchos oficios y los
recién nacidos siempre estimulan la caridad de las gentes piadosas (y también
la de otras gentes que quizás no eran tan piadosas, pero que no reparaban en
gastar una moneda con tal de ver los pechos de una madre joven y lozana
amamantando a su hija). Sin embargo, alimentar a una criatura que ya ha dejado
atrás la lactancia se había convertido en un gasto oneroso, superior a los
beneficios que obtenían pidiendo limosna en los pórticos de las iglesias.
Aquella misma noche dos oficiales de la guardia real encontraron a la
pequeña mientras recorrían el bosque siguiendo el rastro de unos bandoleros.
Aquellos hombres resolvieron entregársela a las monjas del convento más cercano
y, al cumplir los doce años, Artemisa fue enviada a la hacienda de los Cardoso,
una familia aristocrática que necesitaba renovar su numerosa servidumbre. Así
fue como empezó la peor época de su breve vida, pues, aunque había conocido
muchas privaciones y maltratos durante su estancia en el convento, esta había
sido un recorrido por los Campos Elíseos en comparación con lo que le aguardaba
en la hacienda.
Apenas cumplidos los veintidós años, la muchacha degolló al jefe de dicha
familia con la ayuda de uno de los guardias, que pertenecía en secreto a un
círculo clandestino de avezados nigromantes. Aquel hombre llevaba varios años
adoctrinándola discretamente y, como en medio de su maldad aún conservaba
ciertos valores morales, se indignó al presenciar los tormentos que sufría la
pobre criada a manos de sus arrogantes y lascivos señores. Entonces, además de
suministrarle un cuchillo bien afilado, le transmitió conocimientos esotéricos
para que, cuando llegase el momento idóneo, pudiera desatar una maldición
contra los descendientes de sus maltratadores.
Después de asesinar al señor Cardoso, la joven huyó de la finca para
integrarse formalmente en la cofradía de hechiceros. Pero solo permaneció un par
de años en ese grupo, porque, transcurrido ese plazo, aniquiló a todos sus
miembros (incluyendo a su mentor) en un ataque de ira. El detonante fue un intento
de violación por parte de otro neófito, lo cual revivió el recuerdo de los abusos padecidos en la casa de los Cardoso.
Cuando consiguió recuperar el control de su mente y de su magia, Artemisa
no sintió el menor remordimiento por la masacre que había cometido, pues un
odio ardiente, hijo del dolor y de la vergüenza, se había adueñado de todo su
ser, no permitiéndole otro vínculo con la realidad que un irrefrenable deseo de
venganza.
Pronto inició una guerra sin cuartel contra las clases pudientes del
reino, sin distinguir entre culpables e inocentes ni reparar en los “daños
colaterales” que sus acciones pudieran provocarle al pueblo llano. Como a lo
largo de su vida solo había conocido la crueldad y la lujuria, creía firmemente
que no se merecía el amor de nadie, ni siquiera el de aquellos padres que la
habían abandonado en un bosque infestado de alimañas (apenas podía recordar sus
rostros, pero también había tramado una cruenta venganza contra ellos).
Embriagada por el incesante furor de su guerra contra la Humanidad
entera, Artemisa olvidó cualquier otro sentimiento, incluso la prudencia, y un
día del año 1547 fue capturada por soldados de la guardia real. Aprovechando
que perdía todos sus poderes al amanecer y que se hallaba extenuada tras haber cometido
una nueva masacre, aquellos hombres la amarraron y se la entregaron a un
tribunal eclesiástico, que no tardó en dictar una sentencia de muerte en la
hoguera. Como declinó una última oportunidad para arrepentirse de sus culpas,
no le concedieron el privilegio de ser estrangulada y murió quemada viva a los
veintisiete años de edad, riendo a carcajadas mientras el fuego devoraba su
carne mortal.
Pero el espíritu de Artemisa no pasó mucho tiempo en el otro mundo.
Gracias a su profundo nexo con los seres de las tinieblas primordiales, pasó de
ser un alma en pena a convertirse en una poderosa entidad sobrenatural, que
gozaba aterrorizando a todos aquellos que tenían el infortunio de cruzarse en
su camino.
Una noche de otoño del año 1550 la hechicera Lagina, que se creía la
única señora de la noche en las tierras ibéricas, se internó en cierto bosque de
las Hurdes extremeñas, un agreste territorio situado entre los reinos de Portugal y de
Castilla, con el fin de realizar ciertos ritos de brujería. Entonces tuvo la
mala suerte de posar sus ojos sobre una silueta purpúrea, al mismo tiempo
silenciosa y amenazante, que se acercaba hacia ella en medio de las tinieblas.
Por primera vez en cientos de años, Lagina se vio paralizada por el
miedo y ni siquiera pudo formular uno de sus hechizos, pues aquel terror
paralizante la había privado incluso de la respiración. Desperdició todas sus
fuerzas intentando imponerse al poderío de Artemisa, la Cólera de La Noche,
pero pronto comprendió que se hallaba acorralada e impotente frente al poder de
aquella entidad espectral.
Entonces otra figura misteriosa, que llevaba varias horas siguiendo el
rastro de la bruja, surgió de las sombras, con la intención de matar a Lagina
mientras estaba indefensa. Sin embargo, Artemisa no podía permitir que nadie le
disputara una presa y, desatando una fuerza invisible, golpeó brutalmente al
recién llegado, haciendo que su cuerpo impactara contra el tronco de un
alcornoque. Pese a ser casi invulnerable, el vampiro Hecateo se quedó aturdido
durante algún tiempo, pues había sufrido un ataque excesivamente violento.
Mientras sus dos enemigos estaban distraídos luchando entre ellos,
Lagina consiguió recuperar el dominio de sus propios poderes, pero apenas
consiguió contrarrestar la terrible fuerza de Artemisa. Los más terribles
hechizos solo podían ralentizar unos instantes el implacable movimiento de
aquel espectro purpúreo, que no dejaba de acercarse a la aterrorizada hechicera,
lenta pero inexorablemente.
Para fortuna para la hermosa griega, el manto rosado de la aurora hizo su aparición en el firmamento antes de que Artemisa hubiera conseguido alcanzarla. Como ni los espectros ni los vampiros pueden hacer frente a la petulancia de Helios, tanto Artemisa como Hecateo se vieron obligados a huir. Ambos eran seres de las tinieblas, cuya única morada posible era la oscuridad de la noche. Así pues, le dejaron el camino libre a la hechicera más poderosa de Grecia, a la beldad de los infiernos mediterráneos… a Lagina, la hermosa sacerdotisa inmortal.
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