Texto: Francisco Javier Fontenla. Fuente de imagen:
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Según la mitología griega, Lamia fue una reina legendaria de Libia, que mantuvo relaciones amorosas con Zeus y que por ese motivo sufrió el castigo de Hera, quien la convirtió en una entidad vampírica. Lamia vivió durante siglos en distintas ciudades de Grecia, dejando a su paso una estela de cadáveres desangrados. Todavía conservaba una apariencia atractiva, que aprovechaba para seducir a los jóvenes incautos, cuya sangre bebía después de haber satisfecho su lujuria.
Sus crímenes no finalizaron hasta que conoció a un filósofo corintio llamado Menipo, que se enamoró apasionadamente de ella. Lamia aceptó los requerimientos amorosos de Menipo, pues deseaba beber su sangre. Pero el mago Apolonio, maestro y amigo de Menipo, desconfiaba de aquella misteriosa mujer. Cuando se celebró el banquete nupcial, el sabio Apolonio acudió como invitado, pero lo primero que hizo fue acusar a Lamia de ser un vampiro. Según una tradición recogida por el escritor Filóstrato, le dijo a Menipo las siguientes palabras: “vives abrazado a una serpiente”. Lamia, sabiendo que no podía engañar a un hombre tan sabio como Apolonio, huyó adoptando la forma de una serpiente y desapareció para siempre.
Sin embargo, su leyenda permaneció viva en el recuerdo de los hombres e inspiró
a grandes poetas, como Goethe, Keats y Ashton Smith. Posiblemente su sombra
también se proyecta sobre los vampiros femeninos de la narrativa romántica,
como la Clarimonda de Teophile Gautier, la Ligeia de Edgar Allan Poe o la
Carmilla de Sheridan Le Fanu, todas ellas tan hermosas, enigmáticas y
siniestras como la propia Lamia. Junto con Lilith, el demonio femenino de las
leyendas hebreas, y con Lamashtu, la diosa maligna de la mitología mesopotámica,
Lamia es la tercera “L” de la mitología vampírica femenina.
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