Autor: Edgar Allan Poe. Adaptación: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.
Una vez, en el más
verde de nuestros valles, se alzaba un hermoso palacio custodiado por ángeles
benévolos, un luminoso palacio dominado por el Rey Pensamiento. Nunca los
serafines habían desplegado sus alas sobre un edificio la mitad de bello. Había
estandartes áureos, gloriosos y dorados, que flotaban y ondeaban sobre sus
tejados (esto sucedió hace mucho tiempo) y los dulces soplos de la brisa besaban
sus pálidas paredes, expandiendo alígeras fragancias. Los peregrinos que
atravesaban aquel valle feliz veían, a través de las luminosas ventanas,
espíritus que se movían melodiosamente al ritmo de un laúd bien templado,
danzando alrededor del trono donde se sentaba el rey, envuelto en su propia
gloria. La puerta del palacio era hermosa y a través de ella entraban, ondeando
y brillando, oleadas de Ecos, cuya única misión era cantar, con voces de
extraordinaria belleza, el talento y la sabiduría de su rey. Pero seres
malignos, envueltos en ropajes fúnebres, asaltaron el reino del monarca (¡lamentémonos,
pues jamás la aurora volverá a brillar sobre su desolación!) y la gloria que floreció
en su palacio es solo una historia olvidada de los tiempos pasados. Ahora
quienes viajan por el valle ven, a través de las ventanas enrojecidas, vastas
formas que se mueven extrañamente al son de una música discordante, mientras
una horrible hueste se precipita a través de la pálida puerta, como un río
enloquecido, y ríe… mas ya no sonríe.
Texto original (incluido en el relato La caída de la Casa Usher):
THE HAUNTED PALACE.
In the greenest of our valleys
By good angels tenanted,
Once a fair and stately palace—
Radiant palace—reared its head.
In the monarch Thought's dominion—
It stood there!
Never seraph spread a pinion
Over fabric half so fair!
Banners yellow, glorious, golden,
On its roof did float and flow,
(This—all this—was in the olden
Time long ago,)
And every gentle air that dallied,
In that sweet day,
Along the ramparts plumed and pallid,
A wingéd odour went away.
Wanderers in that happy valley,
Through two luminous windows, saw
Spirits moving musically,
To a lute's well-tunéd law,
Round about a throne where, sitting
(Porphyrogene!)
In state his glory well befitting,
The ruler of the realm was seen.
Was the fair palace door,
Through which came flowing, flowing, flowing,
And sparkling evermore,
A troop of Echoes, whose sweet duty
Was but to sing,
In voices of surpassing beauty,
The wit and wisdom of their king.
But evil things, in robes of sorrow,
Assailed the monarch's high estate.
(Ah, let us mourn!—for never morrow
Shall dawn upon him desolate!)
And round about his home the glory
That blushed and bloomed,
Is but a dim-remembered story
Of the old time entombed.
And travellers, now, within that valley,
Through the red-litten windows see
Vast forms, that move fantastically
To a discordant melody,
While, like a ghastly rapid river,
Through the pale door
A hideous throng rush out forever
And laugh—but smile no more.
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