Aún después de la muerte


Autora Marisela Riquelme, diseño de imagen de la autora a partir de una foto de Pixabay. Este cuento fue seleccionado para participar en el concurso: "cuentos y poemas de amor oscuro".


          Las estaciones de cada año, pasaban tan rápido como el soplo del viento en su rostro, sentada en aquella banca solitaria contemplando el sombrío anochecer, el aroma de la tierra mojada y el rocío de cada mañana, que hacía recordar los días junto  a su gran amor.  Sentía que el campo sin él ya no era el mismo, aunque percibía su presencia; como si transitara aún por cada rincón de la casa.

         Una noche fría de invierno, María Inés despertó con el cacareo de las gallinas y el espectáculo de los patos en el corral, con la lentitud que ya cargaban sus años, salió a observar y halló tres patos muertos y dos gallinas desplumadas en el gallinero, se dijo;         —Debe ser un perro—, seguro es uno de los perros del Segundo, viejo necio; siempre deja sus perros sueltos.         —Pobres de mis avecitas—, con gran sentimentalismo las observó. Luego fue a la bodega trajo carretilla y pala, puso las aves en el interior y fue a cavar un hoyo cerca del corral de las ovejas y ahí las enterró. Durante el día todo estuvo normal, pero al caer la noche nuevamente un ruido grotesco la despertó, cuando llegó al corral de las aves, había dos gallinas heridas. Se dijo; —¡Perro desgraciado ya veras!   Parecía dominarla una posesión, tomó el rifle de su esposo fallecido y en su falta de cordura en medio de la noche caminó, llegó hasta la casa de Segundo, tocó a la puerta y nadie salió; al parecer no había nadie en casa, excepto sus perros. Levantó el rifle y disparó a uno que dormía al lado de un arbusto, luego una bala atravesó los órganos de otro que ladraba, mientras hubo un tercero que quiso escapar y no alcanzo a matar, pero que hirió en una de sus patas traseras. 

         Esa noche retorno a su casa después de la matanza, —respiro profundo—, sin sentir una gota de arrepentimiento. Entro a la casa y dejo el rifle bajo su cama.   Al otro día se levantó temprano, estaba dando comida a las aves cuando apareció Segundo con su familia en una camioneta roja y pregunto:

         —Buenos días María, ¿anoche usted escuchó nada extraño? ayer no estábamos en la casa y un desgraciado mató a dos de mis perros, el único que se escapó fue el Choco, pero igual le dieron en la pata. 

        —No le puedo creer Segundo, es que la gente esta tan mala.  No sentí nada, me tome una pastilla para los dolores y desperté hoy por la mañana. 

        —Que cosas María, antes este lugar era tan tranquilo. Ya me marcho, seguiré preguntando por ahí si alguien vio algo.

       —Hasta luego, Segundo. Espero encuentren al culpable. Cuando la camioneta aceleró, el corazón de la anciana volvió a su lugar. Siguió con sus labores, más distraída que nunca. Paso toda la tarde sentada en su banca, con la mirada perdida y alarmada pensando que en cualquier momento podría ser descubierta, comenzó a vencerla el sueño ya anocheciendo, cuando nuevamente sintió a las gallinas y a los patos alborotados, se acercó y halló un pato tendido fuera del corral.  —Desorientada tan solo se dijo; —¡Ese perro que quedo vivo debe ser! —Suspiro—, y entro a su casa, mientras pensaba qué hacer.

       A la noche siguiente decidió sorprender al perro, escondiéndose tras de un árbol cerca del gallinero. Las gallinas y los patos ya estaban dormidos y las ovejas en el corral.  Esperó hasta que un ruido fatídico la estremeció, entre las ramas algo se movió, con aquella noche sin luna, la oscuridad evitó identificar al animal.  Fue tanto el susto, que un fuerte dolor en el pecho la afligió, perdiendo el equilibrio y en su inconciencia le pareció observar un animal de silueta oscura y de ojos color turquesa por su lado pasar y estando tendida creyó sentir su respiración.  Cuando despertó, el frío atravesaba sus huesos y decidió entrar. Esa noche no pudo dormir, trataba de entender si era realidad o un sueño lo que presenció.  Al otro día siguió con la inquietud y tomó una decisión, iría tras de aquel animal, pero su plan se frustró, tras el frío intenso de la noche anterior, comenzó con una fiebre amenazante, además un dolor de huesos que, impedía levantarse. 

       Pasó una semana y su situación empeoró, la soledad, el abandono y enfermedad, la hizo sentir que ya se acercaba su muerte, tan solo ansiaba ese momento, para ir al encuentro con su amado. Era un día martes, se encontraba en un estado de debilitamiento total, ya no comía, sentía un frío que transcendía hasta su alma, pero aquella noche en su delirio tomó el rifle y fue en busca del animal; avanzo hasta la salida de la casa y ahí estaba, en sus cuatro patas, parado a metros frente a ella, no era un perro, si no un espécimen extraño; similar a un zorro, pero con matices grises y franjas doradas, unos ojos deslumbrantes y grandes, como el color del mar, que centelleaban escalofriantemente.  Ella temió, ya que el animal se acercó con rapidez. Pensando que quería atacarla, jaló del gatillo y le dio un tiro, que atravesó su pecho y con su vida acabó. La anciana hizo un último intento por llegar hasta él, se detuvo enfrente y puso su mano sobre la espalda del espécimen que yacía tendido. Observó con detalle el color tan especial y único de aquellos ojos que quedaron abiertos, sin duda era él, se vinieron a su mente cincuenta años de recuerdos, de amor, amistad y complicidad, lleno de alegrías y tristezas, risas y caminatas por el campo, días y noches de abrazos que, hasta el último soplo perduraron, —un golpe violento atacó su corazón, deteniendo poco a poco su respiración y fue cayendo al lado de su eterno y gran amor, solo se oyó un murmullo:

     —Eras tu mi amor… —y un eco silencioso inundó aquel lugar.

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