El caso de Dionisia, la madre amorosa


Aclaro que este cuento es altamente morboso y perturbador, no apto para menores de quince años ni para personas sensibles.

  Texto de Sara Lena. Imagen de Pinterest


Mis manos temblaron al tomar un folder de manos de Gustavo, el agente del departamento de homicidios. Estaba rotulado con un nombre que me resultaba muy familiar y se trataba del expediente de un extraño caso criminal, auténtico acertijo para todos los agentes que tenían asignada su resolución. La etiqueta decía: "El caso de Dionisia, la madre amorosa". A la víctima la conocí cuando ella apenas era una adolescente y yo estaba iniciándome en el servicio policial. Entonces me tocó sacarla de un lío muy grande, en el que varios de mis compañeros cayeron muertos al enfrentarse a tiros contra cierto cártel del crimen organizado. Aquella chica había tenido una infancia muy desgraciada, lo cual la había llevado a fugarse de su hogar con un hombre al que apenas conocía y de quien, aun así, se enamoró. Aquel hombre no solo la engañó, sino que además la vendió a un burdel de mala muerte, en el cual fue víctima de trata de blancas. Yo fui uno de los policías que la rescató de aquel inmundo lugar, así como a otras jovencitas que habían sufrido una suerte similar. Dionisia se ofreció a atestiguar en contra de los criminales y yo había sido asignado a su custodia como testigo protegido, así que la llevé a una casa de refugio, donde también estaba su familia. Fue allí donde me enamoré locamente de ella. Tiempo después un paso en falso puso fin a mi corta carrera de policía, después de haberme graduado con honores en la academia. Con el paso de los años terminé siendo un simple guardia de seguridad de un famoso centro comercial. Gustavo había sido mi compañero en aquella época y mi imprudencia casi le costó el puesto también a él, pero lo salvé confesando que mis faltas se debían exclusivamente a mi propia irresponsabilidad. Después de tantos años sin vernos hoy ha venido aquí para que lo ayudase a descifrar este misterioso caso y a capturar al culpable. En resumen, aquel expediente dice lo siguiente: «Doña Dionisia era la amorosa madre de Ezequiel, o más bien su alcahueta, pues en varias ocasiones lo habían llevado a la comisaría, detenido como sospechoso de algunos delitos que se le achacaban. Aquel chico realmente era un adolescente bastante perturbado, según rezaba el diagnóstico psicológico anexo. Pero su madre siempre se las arreglaba para pagarle la fianza. Resultaba curioso que se refiriera a su hijo de quince años como "su pequeño" y que en sus alegatos dijera en repetidas ocasiones que no podía permitir que su pequeño terminara en la cárcel, porque “quién sabe qué cosas malvadas podrían hacerle ahí dentro, lejos de su protección”. Ella fue interrogada en varias ocasiones y declaró que se sentía en la necesidad de protegerlo cuando sus vecinos lo denunciaban. A quienes hablaban mal de él los acusaba de ser unos traidores, lo cual daba lugar a constantes pleitos y querellas dentro de las instalaciones de la comandancia. Tales disputas ya eran habituales y bien conocidas por el personal de la comandancia, pero, de alguna forma que aún no se ha esclarecido del todo, Ezequiel siempre resultaba exonerado de los cargos que pesaban contra él. El origen de aquel comportamiento tal vez tenía que ver con el hecho de que Dionisia había crecido en un ambiente sumamente machista. Cuando era niña sus propios padres la maltrataban de formas impensables, según lo que ella declaró ante el psicólogo que se le había asignado de oficio, bajo el compromiso firmado de esforzarse para mejorar la conducta de su hijo. Su padre la golpeaba brutalmente, con el silencio cómplice de su madre, quien callaba porque temía perder a su marido (y, sobre todo, las grandes cantidades de dinero que él le daba). Constantemente se preguntaba si acaso no era obligación de todos los progenitores cuidar a sus hijos por encima de todo. Su infancia la había marcado duramente. A pesar de que ella siempre había guardado silencio sobre las injusticias que había sufrido, se juró a sí misma que protegería a su hijo con su vida y contra quien fuera necesario. Ezequiel pasó de ser sospechoso de venta de drogas, delito que jamás se le pudo comprobar legalmente, a ser objeto de serias acusaciones de violencia familiar en contra de su madre. El escándalo que el muchacho provocaba cada vez que llegaba a su hogar borracho o drogado alertaba a los vecinos sobre lo que ocurría en el interior del departamento que compartían únicamente madre e hijo. Pero, tras las múltiples humillaciones que recibieron de la víctima en su vano esfuerzo por protegerla, como era de esperar, un día los vecinos se cansaron de denunciar y entonces la situación se salió de control, pues no hubo nadie que detuviera a aquel muchacho en sus brutales ataques contra su progenitora. Varios policías acudieron al departamento alertados por el ruido, pero, al ver la dantesca escena que los esperaba allí, pensaron que habían llegado cuando ya no había nada que remediar. Daba la impresión de que hubieran entrado varias personas al lugar de los hechos, pues había demasiados objetos fuera de lugar. Ezequiel no estaba allí y doña Dionisia yacía inmóvil boca abajo sobre un gran charco de sangre, con múltiples moretones en el cuerpo que parecían a simple vista haber sido provocados por el bate de baseball que se encontraba al costado derecho de la víctima.

El informe que redactaron los peritos concordaba con la evidencia fotográfica que se había tomado del lugar de los hechos, indicaba que el cuerpo tenía severas evidencias de violencia pues el hueso del fémur derecho se había roto y las astillas salientes habían perforado la piel de la pierna. El hombro derecho se había dislocado. Numerosos trozos de cristal se habían incrustado en el rostro de la víctima. De su cabeza manaba un enorme chorro de sangre, durante la inspección la agente Margarita notó que aquella mujer aún respiraba. Pero la respiración de Doña Dionisia parecía muy débil, al igual que el resto de sus signos vitales, y era necesario actuar con rapidez para salvarle la vida. Cuando llegó la ambulancia, el paramédico declaró que aquella mujer aún estaba viva y empezó a estabilizarla con el escaso equipo que llevaba consigo. Por otra parte, los camilleros que lo acompañaban colocaron vendajes y torniquetes, y la subieron a la ambulancia tan rápido como les fue posible, pero poco antes de llegar al hospital el vehículo fue interceptado por un joven motociclista, que encañonó al conductor y lo obligó a abrir las puertas traseras del vehículo. A continuación, el joven subió y disparó sobre la paciente.

Cuando la policía se trasladó al lugar de los hechos, solo encontraron un superviviente. Este, un joven paramédico, declaró que, cuando aquel misterioso motorista se había acercado a la víctima, esta había abierto los ojos y le había dicho: —Ezequiel, te amo y siempre te protegeré. La respuesta del motorista había sido: —¿Igual que me protegiste de mi padrastro cuando abusaba de mí? Siempre lo supiste, madre, y te quedaste callada. Sabías del terror al que me sometía y del gran dolor que él me provocaba, cuando yo vivía en medio de un infierno que no parecía tener fin. No me quedó más remedio que hacer lo que hice, tuve que terminar con aquel cerdo porque tú no tuviste el valor de hacerlo. No me protegiste cuando más te necesité, y ahora su espectro me persigue y me obliga a cobrar venganza. Me dice que si tú hubieras tenido el valor de confrontarlo yo jamás habría tenido que asesinarlo. Desde aquel momento su voz está dentro de mi cabeza y me obliga a hacer cosas que no deseo. Yo también te amo, madre, pero él es más fuerte que yo. Según el testigo, a continuación aquel motorista había asesinado a la mujer y a sus compañeros de la Cruz Roja, mientras él se escondía en el asiento del copiloto, razón por la cual pudo escuchar, pero no ver, lo que había sucedido. Sin embargo, cuando la investigación continuó, la policía se dio cuenta de que aquella ambulancia había salido de la estación con un chófer y dos paramédicos, los mismos que habían aparecido sin vida dentro del vehículo. Aquel presunto paramédico que había prestado declaración desapareció sin dejar huella.» Para mí todo estaba claro. Ezequiel actuó solo, pero sus múltiples personalidades hacían sospechar la intervención de cómplices. De ser detenido y encontrado culpable, argumentará que actuó víctima de un ataque esquizofrénico, para así lograr una condena más benévola por el delito. Sin embargo, sospecho que el reporte de las huellas dactilares no coincidirá con las suyas, pues es un joven con un coeficiente intelectual bastante alto y seguramente habrá pensado cómo inculpar a otra persona. Pero, como aún es menor de edad, regresará al lugar de los hechos tratando de obtener recursos que le permitan independizarse. Se alejará de aquella ciudad en cuanto logre cumplir ese objetivo y se irá en busca de protección con el único familiar que le queda vivo, su verdadero padre. De alguna forma habrá descubierto mi secreto: que su padre soy yo. ©Autora: Sara Lena Tenorio

Este cuento es una ampliación del cuento "La madre amorosa", también de mi autoría y que pueden visitar en mi blog personal

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2 comentarios:

KIDIA dijo...

Felicitaciones, Sara, no dejas de sorprenderme con tus escritos. Trabajé durante años estos temas y tu relato es muy acertado en todos los aspectos o aristas que tienen estas temáticas. Gracias.
Vanessa

Sara dijo...

Muchísimas gracias por dejarme tu comentario, mi querida amiga. Estas temáticas son tan escabrosas porque son un reflejo de la realidad que se vive en muchos países, y que la sociedad habitualmente pretende ignorar o guardar en silencio. Me llevó muchos años de investigación para poder plasmar esta sencilla historia, que considero una de las más perturbadoras que he escrito por la simple razón de que se acerca a muchos casos reales.

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