LA VIDA ANTERIOR (CHARLES BAUDELAIRE)

Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Hace mucho tiempo yo vivía bajo vastos pórticos que los soles marinos teñían con mil llamas y cuyos pilares, enhiestos y majestuosos, hacían parecer basálticas cavernas cuando caía la noche. Las olas, que hacían oscilar los reflejos del firmamento, mezclaban de forma solemne y mística los acordes de su rica música con los colores del crepúsculo reflejados en mis ojos. Fue allí donde viví entre voluptuosas calmas, rodeado por el azul, por las olas, por los esplendores y por esclavos desnudos, impregnados de aromas, que refrescaban mi frente con sus palmas, y cuyo único afán era profundizar el doloroso secreto que me hacía languidecer.

Texto original:

J’ai longtemps habité sous de vastes portiques
Que les soleils marins teignaient de mille feux,
Et que leurs grands piliers, droits et majestueux,
Rendaient pareils, le soir, aux grottes basaltiques.

Les houles, en roulant les images des cieux,
Mêlaient d’une façon solennelle et mystique
Les tout-puissants accords de leur riche musique
Aux couleurs du couchant reflété par mes yeux.


C’est là que j’ai vécu dans les voluptés calmes,
Au milieu de l’azur, des vagues, des splendeurs
Et des esclaves nus, tout imprégnés d’odeurs,

Qui me rafraîchissaient le front avec des palmes,
Et dont l’unique soin était d’approfondir
Le secret douloureux qui me faisait languir.


EL INVENTO DEL CAPITÁN WALTON (CUENTO)

Una oscura noche del año 1851 un forastero entró en la taberna de cierta aldea británica. Casi todos los parroquianos se habían retirado a sus casas, con la única excepción de un anciano andrajoso, que bebía con la triste avidez de quienes intentan ahogar sus penas en alcohol. El recién llegado no pidió ninguna bebida, pero le entregó al tabernero unas cuantas monedas a cambio de su discreción. Luego se sentó enfrente del anciano y le dijo en voz baja:

Me gustaría hablar con usted, capitán Walton. Le ruego que deje de beber y haga el favor de escucharme.

He fracasado como escritor y como marinero. Yo también le ruego algo, Lord Raven: que no me obligue a fracasar como borracho.

La borrachera es, sin duda, un noble oficio, querido Walton. Pero, mientras la ginebra no sea gratuita, necesitará dinero para practicarlo.

Lord Raven depositó sobre la mesa una buena cantidad de guineas. Al ver las monedas, Walton pareció olvidarse de su embriaguez y dijo:

—¿Qué quiere usted de mí?

Según mis informes, usted fue la última persona que habló con el célebre doctor Víctor Frankenstein antes de su trágica muerte. Me consta que aún conserva su diario. Pero creo que eso no fue lo único que le entregó Frankenstein antes de morir. ¿Verdad que también tiene su libro de notas?

Así es.

Y, habiendo sido usted en otros tiempos un hombre de gran curiosidad científica, es de suponer que lo habrá estudiado detenidamente durante todos estos años.

No lo niego. Pero aún no ha respondido a mi pregunta. ¿Qué diablos quiere usted de mí?

Ahora mismo se lo diré. Como bien ha dicho, es algo que atañe al Diablo.

Extracto de una carta enviada por el doctor Abraham Marcius a Sir Robert Hodgson. Dicha carta fue escrita varios días después del encuentro entre Lord Raven y el capitán Walton:

“Me place comunicarle que por fin mis colaboradores y yo hemos dado muerte al vampiro que atormentaba por las noches a su hija Evelyn. Conseguimos localizarlo mientras dormía en la cripta de cierta abadía abandonada, situada en las afueras de Londres. Pudimos localizar su refugio gracias al testimonio de un pastor, que la noche anterior había salido al campo en busca de una oveja perdida y, por pura casualidad, se fijó en el carruaje del vampiro, que se dirigía hacia la abadía con una llamativa carga de ataúdes. Suponemos que el monstruo pensaba distribuir esos féretros por distintos puntos de la capital, para tener refugios alternativos en caso de que uno de ellos fuera localizado y neutralizado. Esta misma mañana penetramos en la cripta de la abadía y una estela de sangre nos llevó al ataúd donde dormía el vampiro, al que eliminamos clavándole una estaca en el corazón. Posteriormente incineramos sus restos mortales y arrojamos las cenizas al Támesis. Puede decirle a su hija que desde hoy ya no tendrá ningún motivo para temer la puesta del sol. Y, por supuesto, también podrá deshacerse de las flores de ajo que habíamos colocado en su dormitorio y cuyo olor, según creo, no echará de menos.”

El vampiro Hecateo, alias Lord Raven, sonrió cuando acabó de leer la carta que había encontrado en el escritorio de Sir Robert, mientras se dirigía al cuarto de la bella e indefensa Evelyn. Pensó:

Definitivamente, fue una buena idea pedirle a Walton que me ayudara a fabricar un hombre artificial como el de Frankenstein, pero con rasgos semejantes a los míos. Por lo que pone aquí, el imbécil de Marcius pensó que los ataúdes estaban vacíos. Claro, él no podía imaginar que contenían la materia prima necesaria para la fabricación del homúnculo. Y tampoco se imagina que no me mató a mí, sino a un simple simulacro. En fin, mañana se enterará, cuando el furibundo Sir Robert le comunique que su hija ha sido agraciada con otra de mis visitas nocturnas.

Texto: Javier Fontenla, basado en la obra Frankenstein de Mary Shelley. Imagen: Pixabay.

XELA (CUENTO)

 

Xela era una niña que vivía con Laura, su madre viuda, en una casita del bosque. Pese a ser guapa, amable y estudiosa, no tenía muchos amigos, pues casi todos sus compañeros de clase pensaban que estaba loca o era una especie de bruja. Eso se debía a que Xela aseguraba que en ocasiones podía ver y oír a los espíritus del bosque, así como a las almas de los muertos. La única persona que creía en ella era su amigo Javier, un niño al que le gustaba mucho la fantasía. Como también le gustaba Xela, el cinco de marzo (día de su cumpleaños) le regaló una antología de los cuentos de Lovecraft. No tuvo éxito, pues ella, pese a ser bastante aficionada a la lectura, solo leyó un par de relatos y luego se olvidó del libro. Le dijo a su madre:

Ese escritor no sabía nada de magia.

Mientras tanto, un peligroso presidiario había conseguido huir de la cárcel, llevándose consigo una pistola eléctrica que le había arrebatado a un guardia después de golpearlo.

Aquel mismo día Laura y Xela estaban en la cocina de su casa, pelando patatas para hacer una tortilla. Laura creyó oír algo y le dijo a su hija:

Creo que el gato del vecino ha vuelto a entrar en casa. Voy a ver si consigo echarlo antes de que haga otro estropicio.

Laura salió tranquilamente de la cocina, pero entonces apareció el prófugo, que la agarró y la amenazó con su pistola. Xela, al ver a su madre en peligro, intentó reaccionar, pero el intruso le dijo:

Quieta y calladita, nena, si no quieres que tu mamá sufra por tu culpa. Ahora vais las dos a ser buenas chicas y a hacer todo lo que yo os diga.

Comprendiendo que no tenían más remedio que obedecer, madre e hija se sometieron a las órdenes del intruso. Este las ató a ambas con unos cordones y luego fue en busca de cinta aislante para amordazarlas. Pero, mientras estaba distraído registrando los cajones, Xela, que de algún modo había conseguido liberarse de sus ligaduras, se acercó a él sin hacer ruido, le arrebató la pistola y lo dejó fuera de combate con una descarga. Luego ató al criminal antes de que se recuperara y liberó a su madre. Cuando ya estuvo más tranquila, Laura le preguntó a Xela:

¿Cómo pudiste desatarte en tan poco tiempo?

La niña sonrió y le dijo a su madre:

Fue muy fácil, mamá. Gracias a un cuento del libro de Lovecraft, conocí a un gran mago del siglo XX llamado Harry Houdini, cuyo espíritu me dio unas lecciones rápidas de escapismo. Hoy he aprendido algo: que incluso los libros que no nos gustan pueden sernos útiles en alguna ocasión.

Y Laura también aprendió que su hija realmente podía comunicarse con los muertos.

Texto: Javier Fontenla. Fuente de imagen: Pixabay-Darksouls.

¿ES FRANKENSTEIN UNA NOVELA FEMINISTA?

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay. Advertencia: como es lógico, en este artículo resulta inevitable incluir algunos "spoilers" de la novela.

Sabemos que Mary Shelley (al igual que su madre, la pensadora Mary Wollstonecraft) fue una temprana feminista, lo cual nos lleva a plantearnos la siguiente cuestión: ¿Frankenstein puede considerarse una novela feminista? A simple vista, parece que no. Los tres personajes más importantes de la novela (Víctor, la criatura sin nombre, el capitán Walton) son de sexo masculino, mientras que los personajes femeninos (Elizabeth, Justine, etc.) apenas son algo más que víctimas pasivas de las circunstancias. Sin embargo, el trágico destino de esas mujeres puede implicar una críptica (y, en cierto modo, sarcástica) rebelión contra el tratamiento que recibían los personajes femeninos en la novela inglesa de la época. Dejando aparte a Jane Austen, los escritores de novelas sentimentales del siglo XVIII presentaban mujeres virtuosas y modositas que, tras muchos sufrimientos, alcanzaban la felicidad como premio por sus buenas cualidades, que siempre incluían la sumisión a las normas sociales y a los criterios masculinos (títulos como Pamela o la virtud recompensada, de Richardson, son bastante elocuentes en ese sentido). Pues bien, en la novela de Mary Shelley las mujeres también son bondadosas, cariñosas, sumisas y resignadas, piensan más en los demás (o sea, en los hombres) que en sí mismas y asumen con mansedumbre las peores jugarretas del Destino. ¿Y qué recompensa reciben por sus virtudes? Siempre una muerte trágica y prematura: la madre de Víctor fallece a causa de una enfermedad contraída mientras cuidaba abnegadamente a su familia, Justine es ejecutada por un crimen que no había cometido (sin que Víctor, que estaba convencido de su inocencia, hiciera demasiado por salvarla) y Elizabeth paga con su propia vida por los errores de su esposo, en los cuales ella no tenía ninguna responsabilidad. 

El único personaje femenino que muestra cierta rebeldía es un personaje secundario y algo desconectado de la trama principal. Me refiero a la joven musulmana Safi, que desafía la voluntad de su padre para ir en busca de su amado Félix (puede establecerse cierto paralelismo entre su historia y los problemas que tuvo Mary con su propio padre, el filósofo ácrata William Godwin, a raíz de las relaciones amorosas que ella mantuvo con Percy Shelley cuando este aún estaba casado con Harriet, su primera esposa). Sin embargo, incluso la rebeldía de Safi tiene un punto de abnegación y "sacrificio por amor" (pasa de ser una joven rica a vivir pobremente con la familia de Félix en una humilde cabaña del bosque y, en todo caso, sigue dependiendo de un hombre).

A otro personaje femenino (el monstruo femenino que estaba fabricando Víctor para satisfacer los requerimientos de su primera criatura) ni siquiera se le da la oportunidad de existir: la mujer-monstruo es destruida antes de nacer y de poder hacer cualquier cosa, buena o mala. Sufre el desprecio de Víctor, que da por hecho que va a ser malvada, e incluso el del propio monstruo, quien da por hecho que, de haber nacido, ella lo hubiera amado y habría asumido su plan de huir a la selva sudamericana, como si no pudiera tener otros sentimientos ni otros proyectos que los que a él mismo le convenían. 

Como conclusión, podemos decir que, si bien sería exagerado calificar Frankenstein de “novela feminista” en el sentido más estricto y reivindicativo del término, en sus páginas subyace una protesta de la autora contra el desprecio que sufrían las mujeres (y en buena medida siguen sufriendo) tanto en la sociedad como en la literatura de la época.


AMIGOS (CUENTO)


Texto: Francisco Javier Fontenla García. Fuente de imagen: Pixabay.

Hace muchos años apareció en un pueblo de Rusia una misteriosa niña, que tocaba su flauta con mágica dulzura. Los aldeanos, conmovidos por el hechizo de la música, se olvidaron por un momento de sus problemas cotidianos y dejaron volar sus almas hacia el reino de lo ideal. La niña no dejó de tocar hasta que se puso el sol. Entonces sus oyentes se retiraron a sus hogares, no sin antes regalarle a la niña unas cuantas monedas, que ella agradeció con una sonrisa y una graciosa reverencia. Luego se acercó a un mendigo que se hallaba sentado en el portal de la iglesia. Se trataba de un hombre alto, cuyo rostro siempre permanecía oculto por un aparatoso vendaje. No era oriundo del pueblo, sino un vagabundo que nunca pasaba demasiado tiempo en el mismo sitio. Según sus propias palabras, su cara había quedado desfigurada durante la guerra contra Polonia.

Cuando estuvo cerca del mendigo, la muchachita le dijo con una voz tan dulce como su música:

Toma estas monedas.

El hombre la miró extrañado y protestó:

-No puedo aceptarlas, señorita. Ese dinero es suyo, usted se lo ha ganado con su maravillosa música.

Pero tú las necesitas más que yo. Tómalas, por favor.

Tanto insistió la niña que el mendigo terminó aceptándolas. Luego le preguntó:

¿Pero cómo piensas comprar comida si regalas tu dinero?

La niña le guiñó un ojo y sonrió:

Eso no importa, yo me conformo con poco.

De todas formas, deberías comer algo. ¿Por qué no te quedas conmigo y compartimos la cena? Si no te da vergüenza, claro.

Por supuesto que no. Será un honor compartir el pan con un héroe de guerra.

Bueno, en realidad yo no soy ningún héroe. Ni siquiera he luchado en la guerra. Lo de mi cara… es algo de lo que no me gusta hablar.

No te preocupes. Yo también tengo mis secretos.

Pero seguro que los tuyos no son tan terribles como los míos. He cometido tantos pecados que quizás debería haberme suicidado. Pero no quiero morir sin antes haber redimido mis culpas con buenas acciones.

Eso está bien. Además, no es necesario buscar la muerte. Generalmente, es ella la que te encuentra a ti cuando llega el momento.

Un grito de terror rompió la paz del crepúsculo. Unos niños que jugaban en las afueras del pueblo habían sido acorralados por una manada de lobos. Entonces la niña de la flauta empezó a tocar su instrumento y los lobos huyeron al bosque. Pero los aldeanos, en vez de darle las gracias, le dijeron:

­¿Quién eres tú? ¿Acaso eres una bruja?

Ella no mostró ningún miedo y respondió tranquilamente:

Si fuera una bruja, no habría salvado a vuestros hijos.

Las palabras de la niña solo sirvieron para enardecer los ánimos. Rápidamente se formó un coro de voces enfurecidas:

¡Claro que eres una bruja! Nos has hechizado a todos con tu música para robarnos el alma.

¡Por supuesto! Si fueras una niña normal, no le habrías regalado las monedas al mendigo. Lo que pasa es que tú no necesitas el dinero, porque te alimentas de sangre humana.

¡Cierto! Esta noche matarás a nuestros hijos. Por eso no podías permitir que los lobos se los llevaran.

Los campesinos, tan enfurecidos como asustados, agarraron piedras para lapidar a la niña, que se limitó a contemplarlos en silencio y con cara triste. Pero entonces el mendigo se interpuso y les dijo, amenazándolos con su bastón:

¡Le romperé la cabeza a quien ose tocar a esta niña!

Los aldeanos recularon asustados por la ira del mendigo, pero uno de ellos disparó sobre él, matándolo en el acto. La niña lo miró con tristeza y le retiró las vendas del rostro, que era demasiado monstruoso para ser humano. Sin embargo, ella no mostró ninguna repugnancia, sino que le dijo en voz baja:

Lo sabía, tú eras la criatura del doctor Frankenstein. Durante más de un siglo has vagado solo por el mundo, escondiéndote de los hombres. Desde esta noche vagarás conmigo para siempre.

Dicho esto, aquella niña sacó su flauta y la tocó con mayor dulzura que nunca. Entonces aparecieron doce luciérnagas, que empezaron a trazar círculos de luz en el gélido aire nocturno. Una pared de fuego surgió entre la niña y los campesinos, que huyeron a sus casas, completamente aterrorizados y definitivamente convencidos de que aquella muchacha era una bruja (o quizás la Muerte en persona). Cuando todos se fueron, aquella misteriosa niña se marchó de allí acompañada por las luciérnagas, que no dejaban de danzar en torno a ella. Pero estas ya no eran doce, sino trece.

(Un cariñoso recuerdo para Mary Shelley, creadora del doctor Frankenstein y de su inmortal aunque aquí muera criatura sin nombre.)


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