Una oscura noche del año 1851 un forastero entró en la taberna
de cierta aldea británica. Casi todos los parroquianos se habían retirado a sus
casas, con la única excepción de un anciano andrajoso, que bebía con la triste
avidez de quienes intentan ahogar sus penas en alcohol. El recién llegado no
pidió ninguna bebida, pero le entregó al tabernero unas cuantas monedas a
cambio de su discreción. Luego se sentó enfrente del anciano y le dijo en voz
baja:
—Me gustaría hablar con usted, capitán Walton. Le ruego que deje
de beber y haga el favor de escucharme.
—He fracasado como escritor y como marinero. Yo también le ruego algo, Lord Raven: que no me obligue a fracasar como borracho.
—La borrachera es, sin duda, un noble oficio, querido Walton.
Pero, mientras la ginebra no sea gratuita, necesitará dinero para practicarlo.
Lord Raven depositó sobre la mesa una buena cantidad de guineas.
Al ver las monedas, Walton pareció olvidarse de su embriaguez y dijo:
—¿Qué quiere usted de mí?
—Según mis informes, usted fue la última persona que habló con
el célebre doctor Víctor Frankenstein antes de su trágica muerte. Me consta que
aún conserva su diario. Pero creo que eso no fue lo único que le entregó
Frankenstein antes de morir. ¿Verdad que también tiene su libro de notas?
—Así es.
—Y, habiendo sido usted en otros tiempos un hombre de gran
curiosidad científica, es de suponer que lo habrá estudiado detenidamente
durante todos estos años.
—No lo niego. Pero aún no ha respondido a mi pregunta. ¿Qué
diablos quiere usted de mí?
—Ahora mismo se lo diré. Como bien ha dicho, es algo que atañe
al Diablo.
…
Extracto de una carta enviada por el doctor Abraham Marcius a
Sir Robert Hodgson. Dicha carta fue escrita varios días después del encuentro
entre Lord Raven y el capitán Walton:
“Me place comunicarle que por fin mis colaboradores y yo hemos
dado muerte al vampiro que atormentaba por las noches a su hija Evelyn.
Conseguimos localizarlo mientras dormía en la cripta de cierta abadía abandonada,
situada en las afueras de Londres. Pudimos localizar su refugio gracias al
testimonio de un pastor, que la noche anterior había salido al campo en busca
de una oveja perdida y, por pura casualidad, se fijó en el carruaje del
vampiro, que se dirigía hacia la abadía con una llamativa carga de ataúdes.
Suponemos que el monstruo pensaba distribuir esos féretros por distintos puntos
de la capital, para tener refugios alternativos en caso de que uno de ellos
fuera localizado y neutralizado. Esta misma mañana penetramos en la cripta de
la abadía y una estela de sangre nos llevó al ataúd donde dormía el vampiro, al
que eliminamos clavándole una estaca en el corazón. Posteriormente incineramos
sus restos mortales y arrojamos las cenizas al Támesis. Puede decirle a su hija
que desde hoy ya no tendrá ningún motivo para temer la puesta del sol. Y, por
supuesto, también podrá deshacerse de las flores de ajo que habíamos colocado
en su dormitorio y cuyo olor, según creo, no echará de menos.”
El vampiro Hecateo, alias Lord Raven, sonrió cuando acabó de
leer la carta que había encontrado en el escritorio de Sir Robert, mientras se
dirigía al cuarto de la bella e indefensa Evelyn. Pensó:
—Definitivamente, fue una buena idea pedirle a Walton que me
ayudara a fabricar un hombre artificial como el de Frankenstein, pero con
rasgos semejantes a los míos. Por lo que pone aquí, el imbécil de Marcius pensó
que los ataúdes estaban vacíos. Claro, él no podía imaginar que contenían la
materia prima necesaria para la fabricación del homúnculo. Y tampoco se imagina
que no me mató a mí, sino a un simple simulacro. En fin, mañana se enterará,
cuando el furibundo Sir Robert le comunique que su hija ha sido agraciada con
otra de mis visitas nocturnas.
Texto: Javier Fontenla, basado en la obra Frankenstein de Mary Shelley. Imagen: Pixabay.
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