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SANGRE EN LOS ANDES

 

Hace algunos años, cuando aún éramos estudiantes universitarios, mi prima Ángela y yo aprovechamos la festividad de Todos los Santos para hacerle una visita a nuestro tío abuelo don Faustino, que era misionero franciscano en una aldea de los Andes. Con nosotros llegó Eva Mourelos, una chica muy guapa y simpática que, según nos contó ella misma, había sido enviada a la misión por una prestigiosa ONG médica de inspiración católica. Se decidió que los hombres dormiríamos en la casa parroquial, mientras que las chicas lo harían en un viejo almacén, donde se habían instalado dos camas para ellas. Ángela y Eva estuvieron de acuerdo, pues habían hecho buenas migas y estaban encantadas de compartir habitación. 

Los indios del lugar temían a una hechicera de las montañas llamada María Humala, que según la leyenda salía de su cueva durante la Noche de Difuntos en busca de sangre humana, pero a nosotros las supersticiones locales no nos quitaban el sueño. Sin embargo, la mañana del dos de noviembre advertí que Ángela estaba muy pálida y que habían aparecido unas extrañas marcas violáceas en su cuello. Ella no recordaba nada, pero era posible que algún murciélago hematófago le hubiera chupado la sangre mientras dormía. Eva, al verme preocupado, me prometió que en lo sucesivo cerraría a cal y canto las ventanas del almacén, para que no se repitieran incidentes semejantes.

A la medianoche siguiente me despertó un ruido procedente del exterior. Entonces me levanté procurando no despertar a don Faustino, que dormía como un bendito, cogí mi linterna y salí a echar un vistazo. El causante del ruido había sido un tigrillo o gato montés sudamericano, que huyó a la selva nada más verme. Respiré aliviado y antes de volver a mi lecho decidí acercarme al almacén, para comprobar si Eva había cumplido su promesa de cerrar las ventanas. Cuando llegué allí, vi que la puerta estaba abierta de par en par. Ángela yacía inconsciente sobre su cama, pálida como una muerta y con el cuello ensangrentado, mientras que Eva había desaparecido sin dejar rastro. Mi prima se recuperó gracias a los cuidados que le prodigó don Faustino, pero todos sus recuerdos de aquella noche se habían desvanecido para siempre. En cuanto a Eva, nunca más volvimos a saber de ella. Los indios creen que la bruja María Humala entró en el almacén, desangró a Ángela mientras dormía y raptó a Eva para devorarla en su gruta, pero yo tengo otra teoría aún más inquietante. He dicho que no volvimos a saber de Eva, pero en realidad nunca habíamos sabido de ella nada más que lo que había querido contarnos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LA CASA ENCANTADA

 

Cuando empecé a trabajar como profesor de secundaria, fui destinado al instituto de cierta villa gallega, en cuyas inmediaciones se erguían las ruinas de una vieja casa señorial, conocida en el lugar como "la casa encantada". El Día de Fieles Difuntos, mientras hacía la guardia de recreo en el patio, se me acercó Ana Vázquez, una niña algo misteriosa que siempre parecía triste y apenas hablaba con nadie. Pensé que iba a preguntarme alguna duda relacionada con la asignatura de Lengua, pero cuando estuvo a mi lado me dijo en voz baja, como si quisiera confiarme un secreto:
Javi, sé que vives cerca de la casa encantada. Por favor, nunca entres allí de noche, especialmente en estas fechas, y, si lo haces, no apagues la luz. Las tinieblas son peligrosas.
Yo intenté pedirle explicaciones, pero entonces sonó el timbre y Ana se fue corriendo a su clase. No volví a verla en toda la mañana y me pasé el resto del día pensando en sus extrañas palabras. Si ella no me hubiera dicho nada, seguramente nunca se me habría ocurrido visitar aquel viejo caserón, pero yo siempre he sido muy amigo de hacer lo contrario de lo que me dicen (Poe atribuía esa actitud al “demonio de la perversidad”, aunque quizás “estupidez” sería un término más adecuado), así que al anochecer fui allí para curiosear un poco. Cuando penetré en el lóbrego interior del edificio sin más iluminación que la linterna de mi móvil, me encontré con Iria, una atractiva compañera del instituto, que estaba llorando desconsolada en un rincón. Según me contó ella misma, había ido al caserón en busca de soledad tras reñir con su novio. Yo intenté consolarla, una cosa llevó a otra y poco después estábamos los dos cariñosamente abrazados. Entonces ella me pidió que apagara la linterna, pues, si alguien veía la luz desde la calle, podría entrar para echar un vistazo y arruinar nuestra intimidad. Yo hice lo que me pedía y entonces sentí cómo su suave piel adquiría un repulsivo tacto viscoso, mientras su dulce voz se convertía en una diabólica carcajada. Yo salí corriendo de aquella casa maldita y, aunque todo se quedó en un susto y unos cuantos arañazos, no me detuve para tomar aliento hasta que estuve bien lejos de allí. 
Aún hoy ignoro qué había realmente en la casa encantada, pero sí sé que no volveré allí para averiguarlo. Quizás Ana hubiera podido decirme algo, pero no quise quedar como un tonto delante de una alumna, así que decidí olvidarme del tema y pensar que todo había sido un mal sueño. Tal vez solo fue eso, pero todas las noches, durante las horas más oscuras de la madrugada, vuelvo a oír esa risa malévola que me persigue desde entonces.
Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

EL FANTASMA DEL BOSQUE NEVADO (CUENTO)

 

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay-Kellepics.

Ayumi era una chica japonesa de catorce años, más bien tímida, que al salir del instituto solía tomar el metro para volver a su casa, situada en las afueras de la ciudad. Una fría noche de invierno la estación estaba casi desierta, salvo por unos jóvenes de mal aspecto y por dos ancianos sin hogar que dormían arrimados a las paredes. Los chicos se enteraron de que Ayumi iba sola y empezaron a molestarla, pero entonces uno de los vagabundos despertó y los amenazó con una espada de madera, como las que se emplean en el arte del kendo. Los gamberros huyeron y Ayumi le dio las gracias al vagabundo, que dijo llamarse Temura.

Ayumi le dijo:

Me gusta su espada, Temura-San. Mi hermano mayor también es bueno en kendo, pero a mí mis padres no me dejan practicar artes marciales, porque piensan que son cosa de chicos.

El señor Temura suspiró y dijo a su vez:

Ya veo. Pensar que las niñas siempre deben ser princesas es un error muy común, que a veces tiene malas consecuencias. Escucha, Ayumi-chan: ahora que empiezan las vacaciones de invierno, ¿quieres que te enseñe algo de kendo? Podríamos practicar en el bosque, sin que se enteren tus padres.

Ayumi aceptó. Aquella misma noche entró en el cuarto de su hermano y le dijo con voz inocente:

—Onii-chan (hermanito), ¿podrías prestarme tu espada de kendo? Es que mis amigas y yo queremos hacer un cosplay del manga Takeda Yousuke no bouken (Las aventuras del ronin Yosuke Takeda) y necesitamos armas de la época de los samuráis.

Últimamente el hermano de Ayumi había abandonado la práctica del kendo para centrarse en sus estudios, así que no tuvo ningún inconveniente en prestarle su espada. Durante los días siguientes Ayumi se inició en la práctica del kendo, bajo las sabias directrices del bondadoso señor Temura. Como era una chica sana y atlética (formaba parte del club de gimnasia rítmica del instituto), solo le faltaba algo de destreza y no tardó en adquirla. 

Pero una tarde Ayumi, que ya era una buena espadachina, no encontró al señor Temura cuando llegó al bosque. Lo buscó por todas partes, pero no pudo encontrarlo. Aun así, siguió yendo al bosque todas las tardes, con la esperanza de que su maestro volviera algún día.

Fue entonces cuando unas niñas que jugaban al escondite en el bosque volvieron aterrorizadas a sus casas y aseguraron que habían visto un fantasma. Como es natural, casi nadie se tomó en serio sus palabras y, como su miedo era demasiado evidente para ser fingido, sus padres pensaron que las había asustado algún animal salvaje con la silueta deformada por la niebla. De todas formas, este extraño suceso hizo que la gente recordara una vieja leyenda, recogida por un erudito en su libro sobre el folclore local. Muchos años antes, en el santuario del bosque vivía un sacerdote con su nieta, que era una muchacha muy hermosa, pero de frágil salud. Como no tenía dinero para comprar medicinas, el sacerdote, que era experto en artes marciales, viajó a la ciudad para participar en un torneo y, a pesar de su avanzada edad, obtuvo los mayores premios gracias a su destreza. Mientras él estaba en la ciudad, unos hombres asaltaron el santuario y violaron a su nieta. Esta, traumatizada, dejó de hablar y de comer, hasta que murió aquel mismo invierno, mientras los primeros copos de nieve caían sobre el bosque y teñían de blanco el tejado del templo. El sacerdote, sintiéndose culpable por haberla dejado sola, se suicidó. Según la leyenda, su fantasma volvía al bosque cuando caían las nieves del invierno. Y, si entonces encontraba alguna niña sola y desamparada, pensaba que era su nieta y se la llevaba al Más Allá, para así aliviar su soledad.

Pero Ayumi no creía en fantasmas y siguió yendo al bosque por las tardes, aunque cada día tenía menos esperanzas de reencontrarse con su querido maestro. Una tarde vio unas huellas recientes sobre la nieve e, impulsada por la curiosidad, las siguió hasta llegar a una choza situada en lo más profundo del bosque. Aquella cabaña parecía abandonada desde hacía muchos años, pero de todas formas Ayumi decidió penetrar en su interior para refugiarse del frío. Nada más entrar, vio que en el suelo había varias mochilas llenas de dinero, sin duda el botín de un robo reciente. Entonces apareció el ladrón, que llevaba el rostro cubierto con una máscara espantosa, de la cual se servía para espantar a posibles intrusos. Aquel individuo intentó agarrar a Ayumi, pero esta, a pesar del susto, no se dejó atrapar. Recordando las enseñanzas de Temura-San, consiguió esquivar al criminal y propinarle un doloroso golpe en el vientre. Luego huyó de la choza, dejando a su adversario postrado por el dolor.

Días después, al volver del instituto, Ayumi fue abordada por uno de los viejos vagabundos que se refugiaban en la estación. Este le dijo:

Vi tu foto en el periódico, eres la chica que ayudó a la policía a encontrar al atracador del banco. No me sorprende: ya me pareciste muy valiente cuando tú sola hiciste huir a unos vándalos.

Muchas gracias, pero eso no es cierto. Quien se enfrentó a ellos fue Temura-San, el hombre que entonces dormía con usted en la estación.

¿Temura-San? Jamás había oído ese nombre. Y aquella noche aquí solo dormía yo.

Cuando llegó a su casa, Ayumi buscó su ejemplar del libro donde se narraba la leyenda del sacerdote fantasma. Tachó la última línea y la corrigió escribiendo con un lápiz:

“Y, si encontraba alguna niña sola y desamparada, hacía por ella lo que no había podido hacer por su nieta.”



LEYENDA ÁRABE DE VAMPIROS

Texto: Sabine Baring-Gould. Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

A principios del siglo XV vivía en Bagdad un anciano mercader, cuyos negocios le habían proporcionado una gran fortuna y que tenía un único hijo, al cual amaba tiernamente. Resolvió casar a su vástago con la hija de otro mercader: una muchacha de considerable fortuna, pero carente de todo atractivo personal. Abul-Hassan, el hijo del mercader, vio un retrato de la dama y le pidió a su padre que aplazara la boda, pues necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Pero lo que hizo fue enamorarse de otra muchacha, que era hija de un erudito, y no dejó en paz a su padre hasta que este le permitió casarse con su amada. El viejo mercader se resistió todo lo que pudo, pero, viendo que su hijo estaba resuelto a casarse con la hermosa Nadilla y que había rechazado completamente a la fea hija del mercader, hizo lo que suelen hacer los padres en semejantes circunstancias: dio su brazo a torcer.

La boda se celebró con gran esplendor y después vino una feliz luna de miel, que hubiera sido aún más dichosa de no ser por un pequeño detalle, que acabaría teniendo graves consecuencias. Abul-Hassan se percató de que su esposa abandonaba el lecho nupcial cuando pensaba que su esposo estaba dormido y no volvía hasta una hora antes del alba. Impelido por la curiosidad, una noche Hassan se hizo el dormido y vio cómo su esposa se levantaba para salir de la habitación, como hacía habitualmente. La siguió discretamente y vio cómo entraba en un cementerio. La luz lunar le mostró cómo se introducía en un sepulcro y decidió seguirla. Una vez dentro, se encontró con una escena espeluznante. Una horda de vampiros se había reunido con los despojos de las tumbas que habían violado y se estaban dando un festín con la carne de cadáveres largo tiempo enterrados*. Su propia esposa, que nunca cenaba en casa, estaba participando en el horrible banquete. Cuando pudo huir sin llamar la atención, Abul-Hassan volvió a su habitación.

No le dijo nada a su esposa hasta que a la noche siguiente llegó la hora de la cena. Ella se resistió a probarla y entonces él exclamó lleno de ira:

¡Claro, reservas tu apetito para tus banquetes con los vampiros!

Nadilla se quedó callada, palideció y tembló. Luego se dirigió a su alcoba sin pronunciar una sola palabra. A medianoche se levantó para atacar a su esposo con uñas y dientes. Lo hirió en la garganta y, tras abrirle una vena, intentó sorber su sangre, pero Abul-Hassan se levantó de un salto, la derribó y la mató de un golpe. La enterraron al día siguiente, pero tres días después, a medianoche, reapareció y atacó nuevamente a su esposo, en un segundo intento de chuparle la sangre. Él consiguió zafarse de ella y a la mañana siguiente abrió su tumba, quemó su cadáver y arrojó las cenizas al río Tigris**.

*El ghoul o vampiro de las leyendas árabes, además de beber sangre, es aficionado a comer restos de cadáveres humanos.

**Ecos de esta leyenda pueden apreciarse en el cuento "Vampirismus" del célebre autor alemán E. T. A. Hoffmann, quien en su versión elimina o reduce los elementos más fantásticos de la historia.


EL PACTO (CUENTO)

Texto: Javier Fontenla, basado en la novela Drácula de Bram Stoker. Imagen: Pixabay.

Aquella noche Marlene, una hermosa niña de catorce años, se acercó a un viejo cementerio, abandonado desde hacía muchos años. Allí se encontró con un hombre de aspecto aterrador, cuya palidez espectral contrastaba con la fúnebre negrura de sus ropajes y con el fuego infernal de sus pupilas. Pese a ser una niña valiente, Marlene no pudo reprimir un estremecimiento al comprender que se hallaba ante Drácula, el príncipe de los vampiros. Aunque Drácula había sido destruido a finales del siglo XIX, tal como lo contó Bram Stoker en su famosa novela, una vez cada cien años podía volver de la tumba durante la Noche de Walpurgis. El vampiro estaba sediento de sangre tras un siglo de ayuno, pero no se atrevió a atacar a Marlene, pues esta llevaba en la mano un crucifijo de plata. Entonces la miró con rabia y le dijo:

¿Qué buscas aquí, niña?

Quiero ofrecerte un pacto. Te dejaré beber mi sangre si antes haces algo por mí.

¿A qué te refieres?

Hace cosa de un año el general Oleg Bazarov se hizo con el poder en toda Rusia y le declaró la guerra a Occidente. Sus misiles arrasaron nuestras ciudades y mataron a toda mi familia. Ahora sus tropas están terminando el trabajo y destruirán el mundo si nadie las detiene. Pero solo tú podrías hacerlo.

Drácula examinó a Marlene con ojos inquisitivos y dijo:

Creo que aceptaré tu propuesta, pues deseo beber tu sangre y, por otra parte, no me interesa que los mortales se destruyan entre ellos. Esta misma noche mataré a ese Bazarov, pero luego volveré por ti. Te advierto que, si intentas huir de mí incumpliendo tu promesa, te convertirás en una perjura y tu crucifijo ya no podrá protegerte. En ese caso, te buscaré y luego no solo beberé tu sangre, sino que además te daré la peor de las muertes imaginables.

No te preocupes, te prometo que estaré esperándote aquí mismo. De todas formas, prefiero morir desangrada antes que ser torturada y violada por los soldados de Bazarov.

Drácula le dedicó una fría sonrisa a Marlene y, tras convertirse en murciélago, se marchó volando hacia el este.

Cerca de Odesa se hallaba la base militar desde la cual el general Bazarov tiranizaba a su pueblo y coordinaba la destrucción de Occidente. Allí se sentía a salvo, mientras sus enemigos y sus propios hombres morían en los campos de batalla de toda Europa, pues las medidas de seguridad de aquella base eran virtualmente perfectas.

Los centinelas vieron, aterrorizados, cómo una nube negra que vagaba por el cielo nocturno se convertía en un ejército de murciélagos. No tardó en cundir el pánico en toda la base, mientras aquellos murciélagos atacaban a los guardias con una saña infernal. Se ordenó cerrar las puertas del búnker antes de que entraran los murciélagos, aunque ello supusiera abandonar a los soldados que se hallaban en el exterior. Unos guardias estaban intentando cerrar la puerta trasera cuando apareció ante ellos un hombre demacrado, que llevaba uniforme de coronel. El recién llegado les dijo con un tono al mismo tiempo autoritario y suplicante:

¡Maldita sea, déjenme entrar! Ustedes no pueden impedirle la entrada a alguien de mi rango.

Los soldados dejaron entrar al caporal y luego cerraron la puerta, justo a tiempo para impedir que los murciélagos penetraran en el búnker. Entonces Drácula se quitó el uniforme que le había arrebatado a una víctima de los murciélagos y se encaminó hacia el corazón del búnker, dejando atrás los cadáveres desangrados de unos cuantos soldados. No tardó mucho en atrapar al general Bazarov, que se quedó paralizado de terror cuando el vampiro clavó en él su mirada hipnótica y le dijo:

Ahora usted se halla bajo mi poder, así que va a hacer todo lo que yo le mande: primero va a ordenar una retirada general de sus tropas, que esta misma noche deberán volver a Rusia sin causar más daños en los países invadidos. Y luego se pegará un tiro en la cabeza.

Tras asegurarse de que Bazarov había cumplido sus órdenes, Drácula volvió al cementerio y se presentó ante Marlene. Entonces esta le dijo:

Pronto podrás beber mi sangre, pero te ruego que antes me permitas devolver esta cruz a la iglesia donde la encontré. No está lejos de aquí y te juro que habré vuelto antes del alba.

Drácula asintió y dijo:

Está bien. Después de todo, no me gustaría que esa maldita cruz se quedara tirada cerca de mi tumba. Puedes irte, pero no tardes en volver o iré a buscarte.

Marlene no tardó en volver, ya sin el crucifijo. Cuando la vio a su merced, Drácula hizo ademán de hincar sus colmillos en el cuello de la indefensa niña. Pero se detuvo en el último momento, tras percibir un olor desagradable, y gritó furioso:

¡Te has untado el cuello con agua bendita! ¿Por eso querías ir a la iglesia, pequeña tramposa?

Marlene se mantuvo serena y respondió:

No soy una tramposa. Yo le ofrezco mi sangre, tal como le había prometido. No es culpa mía si ahora usted decide rechazarla.

Esto solo atrasa tu destino. Cuando se seque el agua…

Para entonces ya será de día.

Drácula advirtió que se acercaba el amanecer y, sabiéndose vencido, dejó que Marlene se marchara sin hacerle daño. Luego volvió a su tumba con una sonrisa en los labios. En realidad, él siempre había sabido cuál era el plan de Marlene, pero un caballero no puede exigirle nada a una dama en apuros. Lo que pasa es que, cuando el caballero es un vampiro, debe disimular para no manchar su diabólica reputación.


EL VIEJO CAPITÁN (CUENTO)

 

Nos hallamos en cierta localidad portuaria de Nueva Inglaterra hacia el año 1920. La solitaria casa del Viejo Capitán rara vez recibía visitas, pero aquella tarde un joven escritor llamó a su puerta. Aunque poca gente conocía íntimamente al Viejo Capitán, se decía que había vivido muchas experiencias extraordinarias a lo largo de su ajetreada vida. El joven escritor quería entrevistarse con él, guiado por la esperanza de que pudiera sugerirle el germen de alguna historia interesante. Afortunadamente, el anciano resultó ser una persona mucho más amable de lo que su visitante se había imaginado. Al joven escritor también le agradó descubrir que la casa estaba llena de gatos, pues él, al igual que su vetusto anfitrión, sentía cierta debilidad por los pequeños felinos. El Viejo Capitán no solo los trataba con cariño, sino que además hablaba con ellos como si pudieran entenderlo y les daba nombres de persona, que al parecer se correspondían con los de sus antiguos compañeros de navegación. Tras rehusar un vaso de ginebra y aceptar un té con pastelillos, el escritor le pidió al anciano que le hiciera un breve resumen de su vida. El capitán sonrió y dijo:

Lo cierto es que he vivido bastantes aventuras emocionantes. Nací en el seno de una familia distinguida, pero la Guerra Civil y el cólera aunaron sus esfuerzos para dejarme huérfano a una edad muy temprana. Por ese motivo tuve que dejar la escuela y embarcarme como grumete cuando aún no había cumplido los doce años. Durante mi larga vida como marinero he navegado por lugares remotos y extraños. Nunca me he casado, pero sí he mantenido relaciones amorosas con varias mujeres de distintas razas. Curiosamente, a los veinticinco años, siendo ya primer oficial de un barco mercante, aún era completamente virgen. Entonces los monzones nos obligaron a buscar cobijo en cierta isla oriental, habitada por una tribu de costumbres matriarcales. Por algún motivo le caí en gracia a la princesa de la isla, que era una chica tan bella como caprichosa. Intentó seducirme, pero yo, que en aquella época aún no estaba acostumbrado a tratar con mujeres, rechacé sus intentos con cierta brusquedad. Aquella noche encontré una cobra entre las ropas de mi cama y comprendí que la había ofendido. Al día siguiente le ofrecí mis disculpas a la princesa y me excusé diciéndole que estaba casado (como “prueba” de ello le mostré una vieja foto de mi madre). Ella no debió de quedar muy satisfecha con mis explicaciones, pues mientras dormía la siesta encontré una araña venenosa en mi cama. Finalmente accedí a acostarme con la princesa y al anochecer encontré un hermoso gatito jugando en mi camarote. Aquel cachorro pertenecía a una especie endémica de la isla y poseer uno se consideraba un gran honor entre los nativos. Comprendí que la princesa por fin había quedado satisfecha y acepté su regalo con verdadero placer. Poco después abandoné la isla y no volví a verla nunca más. Por lo que sé, murió hace algunos años y hoy gobierna la isla su hija mayor, de quien se dice que tiene los ojos azules. A veces he sentido la tentación de visitarla, pero nunca me he atrevido, pues no me gustaría tener que elegir entre cometer un incesto o encontrarme con otro bicho venenoso en mi cama. En cuanto al gato, fue mi mejor amigo durante los doce años que vivió. Todos los felinos de mi casa son descendientes suyos y han heredado sus cualidades.

En aquel punto la narración del anciano marinero fue interrumpida por las sirenas de un vehículo policial. Pocos segundos después el comisario en persona llamó a la puerta del Viejo Capitán, quien aquella tarde recibió más visitas de las que solía recibir en un año entero. El comisario se dirigió a él en voz alta, pues ignoraba la presencia del joven escritor:

Capitán, varias niñas han desaparecido misteriosamente mientras jugaban en el bosque y, a juzgar por ciertos indicios, cabe pensar que han sido raptadas. Mis hombres ya están peinando la zona, pero le agradeceríamos que nos prestase su ayuda una vez más.

El comisario se marchó y entonces el joven escritor se dirigió al anciano:

Disculpe mi ignorancia, capitán, pero no acierto a comprender cómo podría usted ayudar en este asunto.

En realidad, serán mis gatos quienes harán el trabajo. Olvidé decirle que poseen cualidades fuera de lo normal. Mientras esperamos su retorno, le contaré cómo descubrí en Arabia las ruinas de una ciudad sin nombre o, si lo prefiere, le hablaré de los vestigios prehistóricos que encontré durante mi última visita al África central.

En el interior de una fábrica abandonada tres niñas atadas, amordazadas e indefensas se hallaban a merced del maníaco que las había raptado. Aquel psicópata ya estaba a punto de degollarlas cuando creyó oír un sonido extraño procedente del exterior. Salió del edificio armado con un cuchillo, pero nunca más volvió. En cambio, diez minutos después entraron en la fábrica varios gatos, que se relamían y bostezaban como si se hubieran dado un buen banquete. Los felinos rompieron a mordiscos las ataduras de las niñas, que huyeron de allí a toda prisa, sin prestarle atención a un esqueleto que yacía entre los arbustos, sin una sola brizna de carne sobre sus huesos.

Aquella noche el Viejo Capitán despidió al joven escritor y le dijo:

Espero que haya obtenido algún provecho literario de nuestro encuentro, señor Lovecraft.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

EL AVATAR

 

Texto de Francisco Javier Fontenla, basado en clásicos de la novela policial. Imagen de Pixabay.

Hans Larsen era un adolescente norteamericano de carácter sencillo y buen corazón, aunque en las profundidades de su Yo había algo que ni él mismo comprendía. Cuando Hans era pequeño, sus padres lo habían llevado a la consulta de un prestigioso psicólogo, con la esperanza de que este le curase su terrible fobia a los perros. Aquel psicólogo lo hipnotizó para ayudarlo a recordar el hecho traumático que le había provocado aquella fobia, pero el resultado fue sorprendente: al parecer, aquel suceso no había tenido lugar en la vida actual de Hans, sino en otra vida anterior. Y, desde entonces, el muchacho empezó a tener extraños sueños, durante los cuales recordaba cosas que, aparentemente, no le habían sucedido a él, sino a sus avatares de épocas pasadas.

Por otra parte, Hans estaba secretamente prendado de Lucy, una atractiva compañera de clase que destacaba en el club de teatro, y, como buen enamorado tímido, había adquirido la costumbre de pasear solo por lugares agrestes. Una tarde estival, mientras caminaba por el campo, encontró un cadáver ensangrentado. Cuando se acercó para echar un vistazo, le pareció que se trataba de Martha Howard, la adinerada madre adoptiva de Lucy. Como le daba miedo quedarse allí, salió corriendo en busca de ayuda, pero resbaló y cayó por un terraplén. Al caer se llevó un golpe en la cabeza, que despertó a una de sus identidades del pasado. Entonces tuvo lugar una extraña conversación dentro de su mente:

¡Ay, qué dolor de cabeza! Me siento como si me hubiera pegado el monstruo de la Rue Morgue.

¡Oiga! ¿Quién es usted y qué está haciendo dentro de mi cabeza?

-Soy tu Yo de hace doscientos años. Me presento: mi nombre es Augusto Dupin, caballero y detective. ¿No has leído los relatos que me dedicó mi desdichado cronista y amigo Edgar Allan Poe?

Pues no.

¡Típica ignorancia de un joven del siglo XXI! En fin, será mejor que busquemos a los agentes de la ley.

Hans tuvo que caminar hasta la ciudad, pues allí su móvil no tenía cobertura. Tras examinar el cadáver, la policía ratificó que se trataba, efectivamente, de la señora Martha Howard. John Howard, segundo marido de la víctima y padrastro de Lucy, hubiera sido un sospechoso ideal, pues la muerte de su mujer le proporcionaba una sustanciosa herencia. Pero tenía una buena coartada, pues estaba jugando al golf con unos amigos cuando Hans descubrió el cadáver. Y, según el forense, la víctima llevaba poco tiempo muerta, por lo que no hubiera podido asesinarla antes de ir al campo de golf.

Cuando Hans volvió a la ciudad, se encerró en su cuarto, tras pedirles a sus padres que no lo molestaran, con la excusa de que estaba muy afectado. Entonces volvió a oír en su mente la voz de Monsieur Dupin:

Creo que ya he resuelto el caso. Examinando atentamente tus recuerdos, descubrí un elemento discordante en la escena del crimen. Me refiero a las moscas.

Pues yo no recuerdo que allí hubiera ninguna mosca.

¡Ese es precisamente el elemento discordante! Estamos en verano y un cadáver abandonado en medio del campo tendría que haberlas atraído rápidamente. De hecho, cuando la policía llegó allí había bastantes por los alrededores, pero cuando viste el cuerpo por primera vez no había ni una sola. Eso me sugiere una idea que, con un poco de suerte, podremos corroborar en breve.

Aquella misma noche John Howard y su hijastra Lucy abandonaron la comisaría, tras reconocer el cadáver y prestar declaración. Cuando llegaron al parking subterráneo, la muchacha besó con pasión a su padrastro y le dijo:

—¡Felicidades, John! Gracias al imbécil de Hans, tu plan ha salido perfectamente.

Sí, cariño. Ya tengo los documentos falsos y los billetes que nos permitirán huir del país antes de que tengan pruebas contra nosotros.

Pero entonces alguien que se hallaba oculto tras una columna se plantó delante de ellos y les dijo:

Buenas noches, soy el imbécil del que hablaban.

Lucy gritó, sorprendida y furiosa:

¡Hans! ¿Qué haces aquí?

¿No es obvio, guapa? Espiaros para comprobar que mis sospechas (es decir, las sospechas de Monsieur Dupin) eran ciertas. Ya lo veo claro: una buena actriz, que conocía mis costumbres y los sitios por donde solía pasear, se hizo pasar por su madre muerta, para darle una coartada a su cómplice. Mientras yo corría en busca de ayuda, te largaste sin ser vista por nadie. Usted, Mister Howard, mató a su esposa cuando volvió de jugar al golf y se la llevó al lugar donde yo había encontrado a Lucy, pensando que no me daría cuenta del cambiazo. Pero en eso se equivocó completamente. Por cierto, he grabado en mi móvil lo que acaban de decir y también les he hecho una foto muy comprometedora.

Howard, furioso, se arrojó sobre Hans, pero este, aprovechando los conocimientos de “savate” (boxeo francés) transmitidos por Monsieur Dupin, esquivó fácilmente su acometida y le propinó un fuerte golpe en la mandíbula, que lo dejó sin sentido. Hecho esto, Hans le dijo a la sorprendida Lucy:

¿Cómo pudiste ayudar al asesino de la mujer que te adoptó cuando te quedaste huérfana?

Ella no me recogió por caridad, sino para lavar su mala conciencia por haber provocado la ruina de mis verdaderos padres. Yo, en cambio, lo hice todo por amor. Si tú me amaras de verdad, lo entenderías y me dejarías escapar.

Yo quizás lo haría, Lucy. Pero dentro de mi mente hay alguien que tiene otras ideas al respecto.

Mientras la muchacha y su padrastro eran detenidos por la policía, Hans volvió solo a su casa. Viendo que estaba muy triste, Dupin le dijo:

Consuélate, hombre. En el fondo siempre has sabido que esa chica no era buena para ti, ¿verdad?

Aun así, yo la amaba… pese a que hace quinientos años hizo que sus perros me devoraran por haberla visto desnuda.

LA INSPIRACIÓN (CUENTO)

 

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Un día del año 1830 cierta prostituta fue estrangulada en las afueras de Nueva York. Varios testigos vieron huir al asesino, pero no pudieron distinguir su rostro, aunque advirtieron que iba uniformado como los cadetes de West Point. Las investigaciones efectuadas por los agentes de la ley dejaron constancia de que aquel día todos los cadetes tenían una coartada irrefutable, con solo dos excepciones. Uno de los posibles sospechosos era el joven Jack Marlowe, muchacho de buena familia y expediente intachable. El otro era un individuo de costumbres disolutas y mente algo desequilibrada, al que sus escasos amigos solían llamar Eddy. Con semejantes antecedentes, no es de extrañar que este último se convirtiera en el blanco de todas las sospechas. O, mejor dicho, de casi todas, pues uno de sus compañeros había hecho buenas migas con él y creía en su inocencia. Así pues, Robert Reynolds decidió investigar el caso por su cuenta, para echarle una mano a su amigo Eddy antes de que alguien decidiera ahorcarlo.

Aquella noche consiguió salir de la academia sin que su fuga fuera advertida y se acercó a la ciudad, concretamente al depósito de cadáveres. Tras sobornar al guardia, examinó el cadáver de la desdichada prostituta y, tras hacerse con una buena lupa, examinó atentamente las marcas que los dedos asesinos habían dejado en su cuello. Tras una larga observación, se guardó la lupa en el bolsillo y se dijo:

A juzgar por la posición de las marcas, quien asesinó a esta desgraciada debía de tener unas manos bastante grandes. Las de Eddy son más o menos como las mías (lo sé porque nos hemos echado unos cuantos pulsos). Las de Marlowe no sé cómo serán, nunca me he fijado en ese detalle. Pero él es un hombre bastante alto y fuerte, así que lo lógico sería pensar que tiene unas manos grandes.

Pero aquel era un indicio demasiado vago para satisfacer a Reynolds. Además, Marlowe no era de los que frecuentan la compañía de las prostitutas y, desde luego, no estaba loco. ¿Qué razón podía tener para matar a una desconocida? Entonces Reynolds decidió acercarse al barrio donde se había cometido el crimen y, tras otro soborno, pudo hablar con una compañera de la víctima. Esta no tenía ni idea de quién podía haber estrangulado a la pobre Betty, así que Reynolds optó por preguntarle directamente:

¿Le habló alguna vez su amiga de un cadete llamado Marlowe?

La apenada prostituta caviló en silencio durante unos segundos y luego dijo:

Creo que no. Recuerdo que hace pocos días Betty mencionó a un tal Marlowe, con el cual se había acostado varias veces. Pero, por lo que dijo de él, debía de ser un pez más gordo que un simple cadete. Además, lo mencionó precisamente para decir que había muerto.

Como aquella línea de investigación parecía cerrada, Reynolds se despidió de la prostituta con una generosa propina y volvió a West Point antes de que alguien notara su ausencia. Una vez allí, buscó a un veterano ordenanza llamado Seymour. Este era un hombre astuto, que, sin ser amigo de nadie, conocía los entresijos de todo el mundo. Normalmente era un tipo discreto, pero Reynolds obtuvo el placer de su conversación a cambio de unos cuantos dólares. Tras asegurarse de que nadie los escuchaba, le preguntó:

Seymour, ¿sabe si recientemente ha fallecido algún pariente del cadete Marlowe?

En efecto. Y me extraña que usted lo haya descubierto, porque es un asunto del cual se ha hablado muy poco por estos lares. El hermano mayor de Marlowe murió la semana pasada, después de que se disparara por accidente la pistola que estaba limpiando. Ya sabe: la típica tontería que se cuenta para ocultar un suicidio.

¿Y qué motivo podía tener ese hombre para suicidarse?

Según tengo entendido, iba a casarse con una señorita de alta alcurnia, pero el compromiso se rompió bruscamente pocos días antes de la boda. Al parecer, ese individuo quiso comer entremeses antes del banquete nupcial y hubo un entremés que no mantuvo la boca cerrada. No sé si me entiende.

Reynolds entendía perfectamente y pensó que la pobre Betty había sido un entremés demasiado parlanchín. Si el hermano de Jack Marlowe se había suicidado por culpa de sus habladurías, entonces ya había un móvil para el asesinato. El cadete Marlowe podía ser un hombre irreprochable en muchos aspectos, pero en varias ocasiones había manifestado un carácter arrogante y vengativo, incapaz de perdonar.

Tras unas palabras de Reynolds con el jefe de policía, se procedió al arresto de Jack Marlowe, quien consiguió escapar antes del interrogatorio. Aquella fuga se consideró un indicio evidente de culpabilidad y así Eddy dejó de ser sospechoso. Este abrazó a su amigo Reynolds con lágrimas en los ojos y le dijo:

¡Muchas gracias, Robert! No sabes cuánto te debo.

No exageres, Eddy. De todas formas, no había ninguna prueba contra ti.

No me refiero a eso. Ya sabes que quiero ser escritor cuando abandone esta maldita academia. Y tú me has inspirado la creación de un nuevo género literario.

Varios años después Eddy, cuyo nombre completo era Edgar Allan Poe, creó la literatura de misterio.


EL ORIGEN DE LA NOVELA POLICIAL

 

Decía el escritor mexicano Alfonso Reyes que la novela policial debe considerarse el género de nuestra época, pues es el que tiene más lectores y el de aparición más reciente. Pero el propio Reyes admitía que, pese a ser un género literario nacido en tiempos modernos, tenía antecedentes que se remontaban a los mismos orígenes de la literatura.

Incluso en el Antiguo Testamento el profeta Daniel ejerce de detective en varias ocasiones, que podemos resumir aquí.

Un día el rey Nabucodonosor de Babilonia le dijo que los ídolos de cierto santuario cobraban vida por la noche para comerse los alimentos que recibían como ofrenda. Pero Daniel entró en el santuario y dejó el suelo cubierto de ceniza. A la mañana siguiente entró acompañado por el rey y vio huellas en el suelo. Estas llevaban a un habitáculo, del cual los sacerdotes del templo salían por las noches para robar las ofrendas y comérselas, engañando así a los devotos.

En otra ocasión dos viejos verdes difamaron a una mujer llamada Susana, a la cual acusaron de haber cometido un grave pecado bajo la sombra de un árbol. Daniel interrogó a los dos ancianos por separado, pero, en vez de centrarse en el presunto pecado de Susana, lo que hizo fue preguntarle a cada uno de ellos bajo qué especie de árbol había tenido lugar el pecado. Como no hubo concordancia en las respuestas, Daniel descubrió que los viejos mentían y, en vez de castigar a Susana, les dio su merecido a ambos difamadores.

Otro detective antiguo fue el sabio griego Arquímedes. Según una conocida tradición, aplicó su famoso principio para descubrir que una corona, presuntamente hecha de oro puro, en realidad había sido fabricada combinando distintos metales. Al tener estos una densidad diferente de la que correspondía al oro puro, era posible advertir el engaño cuando se sumergía la corona en un recipiente lleno de agua.

En el campo literario la narrativa policial no aparece como género hasta bien entrado el siglo XIX, pero anteriormente ya se escribían historias que tenían como punto de partida un crimen misterioso. Por ejemplo, podemos recordar “El sapo”, cuento del italiano Giovanni Boccaccio (siglo XIV). Este relato nos habla de un hombre que muere súbitamente tras meterse una hierba en la boca, mientras estaba en el campo con su novia y unos amigos. Estos acusan a la chica de asesinato y el juez, para reconstruir los hechos, le ordena a la acusada que se meta una hierba semejante en la boca. Entonces la pobre muchacha muere rápidamente, igual que su presunta víctima. Después se descubre que el causante de ambas muertes había sido un sapo, que estaba escondido debajo de la tierra y que desde allí transmitía su veneno a las hierbas del campo. El cuento finaliza con los ciudadanos quemando al sapo y con la rehabilitación póstuma de la desdichada joven.

En el siglo XVIII aparecen obras que, sin pertenecer estrictamente a la literatura policial, reflejan un interés más o menos morboso por el mundo del crimen, como las biografías de célebres delincuentes escrituras por el no menos célebre Daniel Defoe.

Pero es en el año 1841 cuando nace la novela policíaca tal como la conocemos hoy, con todos sus elementos básicos. Poco después de que dos excelentes precursores llamados Balzac y Dickens hubieran publicado obras con elementos de intriga (“Un affaire tenebreuse” y “Barnaby Rudge”, respectivamente), el maestro Edgar Allan Poe creó la semilla del género: “Los crímenes de la Rue Morgue”, novela corta que presenta al caballero francés Auguste Dupin, primer detective amateur de la literatura universal. Esta obra presenta por primera vez elementos que el género repetirá hasta convertirlos en tópicos: el crimen misterioso cometido en un cuarto cerrado, el amigo del detective que narra la historia, el examen del lugar de los hechos en busca de indicios, el jefe de policía con poca cabeza, el inocente injustamente acusado, los testimonios contradictorios y el carácter excéntrico del detective, que en ocasiones llega a ser, como diría El canto del loco, “un poquito insoportable”. Claro que también faltan otras cosas, como el nutrido grupo de sospechosos e incluso el criminal propiamente dicho (pues finalmente el responsable de las muertes resultará ser… bueno, mejor evitemos spoilers). Pero todo eso llegará poco después, con Wilkie Collins y, sobre todo, con Sherlock Holmes: el inmortal detective de sir Arthur Conan Doyle, creado en buena medida a imagen y semejanza de un personaje real (cierto profesor Bell), pero que sin duda también le debe mucho al Dupin de Poe.

Texto de Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.

DOS EN UNO (CUENTO)

 

Cuando era pequeña, Amanda Martins tenía el poder de comunicarse con las almas de los muertos y, como vivía en la ciudad de Baltimore (Maryland, EE. UU.), se hizo amiga del fantasma de Edgar Allan Poe, que solía deambular por las calles donde había pasado sus últimos momentos de vida. Cuando llegó a la pubertad, Amanda perdió sus facultades paranormales, pero el fantasma de Poe siguió cuidándola sin que ella lo supiera.

Un día de verano Amanda fue a la playa con sus compañeros de clase, pero desgraciadamente el agua estaba llena de algas, que le daban mucha grima. Como no le apetecía bañarse en esas circunstancias, propuso dar un paseo por la costa, pero solo Joel, su mejor amigo, quiso acompañarla. Tras una larga caminata, los dos amigos llegaron a un lugar solitario y agreste, frecuentado únicamente por cuervos y aves marinas. Pero de pronto aparecieron unos desconocidos, que anestesiaron a los muchachos con una granada de gas somnífero y se llevaron a Amanda. El espíritu de Poe, que andaba por allí (o mejor dicho volaba, pues había poseído a un cuervo), entró en el cuerpo de Joel y lo ayudó a despertarse. Entonces tuvo lugar un curioso diálogo en el cerebro del muchacho:

¡Oiga! ¿Quién es usted y qué está haciendo dentro de mi cabeza?

Pues soy Edgar Allan Poe. ¿Es que nunca has oído hablar de mí?

Bueno, sí, estudio Literatura… ¿Pero usted no murió hace doscientos años?

Mejor dejemos esos detalles para otra ocasión. Ahora lo importante es rescatar a Amanda.

Sí, pero usted está muerto y yo tengo catorce años. No somos los Vengadores precisamente.

No importa. Tú confía en mi experiencia.

Amanda había sido capturada por los sicarios de Klaus Nessler, un peligroso delincuente experto en ocultismo. Cuando vio a Amanda, le dijo:

Encantado de conocerte, querida. Tengo entendido que puedes hablar con los muertos. Y yo quiero conocer todos los secretos que los hechiceros de la Antigüedad se llevaron a la tumba.

Pues me temo que se va a quedar con las ganas. Hace tiempo que perdí mis poderes.

Vamos a comprobar si eso es cierto.

Nessler llamó a su nieta Magda, una niña de diez años que tenía el poder de la telepatía, y le ordenó infiltrarse en los pensamientos de su prisionera. Magda clavó sus fríos ojos azules en las pupilas de Amanda, realizó una exploración de su mente y le dijo a su abuelo:

Dice la verdad. Ya no nos sirve para nada.

Nessler suspiró apesadumbrado y dijo:

Es una lástima. Pero quizás todavía podamos sacarle alguna utilidad a esta señorita. Su padre es agente del FBI, lo cual la convierte en una valiosa rehén.

Los sicarios de Nessler ataron a Amanda, le taparon la boca con cinta adhesiva e hicieron ademán de introducirla en un vehículo todoterreno, pero entonces apareció Joel-Poe (llamémoslo así). Nessler lo encañonó con una pistola y le dijo:

Dame una buena razón para que no te mate.

Mientras Nessler profería sus amenazas, tuvo lugar otra conversación mental en la cabeza del muchacho:

Oiga, señor Poe. Usted ya está muerto y todo esto le parecerá muy divertido, pero este cuerpo es mío y no quiero que lo conviertan en un colador.

Tú tranquilo, déjame hablar a mí.

Entonces Joel-Poe se dirigió a Nessler con aparente tranquilidad (para ser más exactos, fue Poe quien habló con la voz de Joel):

Mientras seguía su rastro, encontré por casualidad el tesoro del capitán Kidd. Le daré las señas exactas si deja en paz a mi amiga.

¡No me hagas reír! Ni un niño pequeño se creería esa bola.

Si no se fía de mis palabras, dígale a la señorita aquí presente que use sus poderes para leer mis pensamientos.

Nessler le susurró a Magda:

Cariño, introdúcete en la mente de ese imbécil y comprueba si lo que dice es verdad o un farol.

Magda hizo lo que le había dicho su abuelo, pero al entrar en la mente de Poe se encontró con todos los horrores creados por su morbosa imaginación e, incapaz de resistir el susto, sufrió un desmayo fulminante. Nessler, enfurecido, le gritó a Joel-Poe:

¿Qué le has hecho a mi nieta? ¡Cúrala o te mataré!

Si me mata, su nieta se quedará así para siempre y terminará en un manicomio En cambio, si nos deja en paz, pronto se recuperará sin la menor secuela. Le doy mi palabra de caballero de Virginia.

¿Caballero de Virginia? ¡Tú sí que deberías estar en un manicomio!

Ya me han llamado loco muchas veces, pero yo estoy de pie y su nieta no. Elija de una vez.

Nessler dudó durante unos segundos y eso aparentemente estuvo a punto de arruinar el plan de Poe, pues Magda ya había empezado a mostrar signos de recuperación. Pero, mientras todo el mundo estaba pendiente de Joel-Poe, Amanda había aplicado unos trucos que le había enseñado su padre para desatarse (en realidad, Poe había contado con eso desde el primer momento) y hacerse con una de las granadas de gas somnífero que Nessler guardaba en su vehículo. Usando el gas, Amanda dejó a toda la banda fuera de combate.

Una vez reducidos los criminales, Amanda y Joel (ya solo Joel) se fundieron en un cálido abrazo, bajo la mirada cómplice de un espíritu que los observaba desde el cielo.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

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