LA HISTORIA DE WALERYA (CUENTO FANTÁSTICO)

 

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

En cierta colonia griega del Asia Menor vivía una hechicera llamada Lagina, que ejercía sus funciones sacerdotales en el santuario de Hécate, aunque también adoraba en secreto a los dioses infernales, cuyo culto estaba prohibido. Lagina pensó que podría ganarse el favor de sus dioses ofreciéndoles en sacrificio una criatura de su propia sangre, así que una noche se disfrazó de cortesana y sedujo a un mercenario cimerio llamado Daurus. Nueve meses después Lagina dio a luz una niña de ojos azules, pero, debilitada por el parto, no tuvo fuerzas suficientes para llevarla al templo abandonado donde debía sacrificarla. Así pues, le ordenó a su vieja criada Antioclea que cometiera el infanticidio en su lugar, pero la anciana se apiadó de la niña y, en vez de sacrificarla, se la entregó a unos humildes pescadores, que la adoptaron y la criaron como su fuera su propia hija.

La pequeña Walerya creció pensando que era la hija de los pescadores. Quizás a causa de su sangre cimeria, desde la primera infancia manifestó un carácter bastante fuerte. En vez de jugar con las otras niñas, solía acompañar a los chicos y participar en sus juegos violentos. Viendo que era imposible retenerla en casa, sus padres adoptivos le cortaron el pelo y la vistieron con ropa de chico, para disuadir a los secuestradores de niñas, muy numerosos en los sórdidos barrios portuarios de la colonia.

Walerya se hizo amiga de un niño llamado Hecateo, que era el hijo de un famoso soldado y soñaba con igualar las hazañas de su padre. Los dos solían jugar juntos en los bosques próximos a la ciudad, luchando con espadas de madera, cazando pequeños animales o subiendo a los árboles más altos en busca de nidos.

Un día, cuando Walerya tenía doce años, quiso la casualidad que Lagina la sorprendiera robando manzanas en el jardín del templo de Hécate. La sacerdotisa lo tomó por un niño y le dijo:

-A ver, guapito, ¿no te han dicho tus papás que los niños buenos no roban?

Walerya, sin dejar de mordisquear la manzana que tenía en las manos, le dijo a Lagina:

-Yo soy una niña y me llamo Walerya.

-¡Vaya, es cierto! ¿Quiénes son tus padres?

Walerya, ingenuamente, le reveló a Lagina todo lo que ella misma sabía sobre su origen. La sacerdotisa la despidió amablemente e incluso le regaló algunas piezas de fruta, pero luego se dijo:

-Conozco de vista a los padres de esa cría y aquí hay algo que no cuadra. Si ellos tienen los ojos castaños, ¿cómo es posible que los de su hija sean azules? Y, si tenemos en cuenta su edad, podría ser…

Aquella misma tarde Lagina hizo torturar a Antioclea hasta que esta, enloquecida por el dolor, le reveló toda la verdad sobre Walerya.

Al día siguiente Hecateo y Walerya fueron a jugar al bosque, como hacían casi a diario, pero volvieron a la ciudad mucho más tarde de lo normal, cuando ya era noche cerrada. Resulta que se habían encontrado con un lobo y tuvieron que pasar toda la tarde en las ramas de un árbol, porque la fiera tardó mucho en marcharse. Cuando finalmente pudieron bajar, Hecateo le dijo a su amiga:

-Ya es muy tarde. Será mejor que te acompañe a tu casa, pues no es recomendable que una chica ande sola por la ciudad a estas horas.

Walerya, algo malhumorada, le dijo a su amigo que ella no necesitaba la protección de nadie, pero finalmente le permitió acompañarla. Cuando los dos amigos llegaron a la cabaña donde vivían los presuntos padres de Walerya, vieron con horror que estos yacían sobre sendos charcos de sangre. El viejo pescador aún vivía y le dijo a su hija adoptiva:

-Al caer la noche los sicarios de Lagina vinieron aquí en tu busca, hija mía. Como no te encontraron, nos torturaron para que les dijéramos dónde estabas.

-¿Pero por qué, papá? ¿Por qué nos odia tanto?

Con su último aliento el pescador le reveló a Walerya cuál era su verdadero origen y luego murió en sus brazos. La niña empezó a llorar, pero Hecateo la agarró y le dijo:

-Debes marcharte antes de que vuelvan. En la playa hay una barca. Con ella podrás ir a Cimeria para reunirte con tu verdadero padre.

La barca estaba custodiada por uno de los asesinos, pero Hecateo lo mató de una cuchillada. Tras una despedida tan breve como emotiva, los dos amigos se separaron para siempre.

Al día siguiente Lagina encontró el cadáver del sicario y se dijo:

-Solo el cuchillo del joven Hecateo dejaría unas heridas semejantes. La pequeña puta ha escapado, pero no importa. Algún día Hecateo y todos los suyos lo pagarán con sangre.

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