Según la leyenda, en aquel bosque
japonés acechaba el espíritu de un anciano sacerdote, que había muerto de
tristeza tras perder a su única nieta y que desde entonces vagaba por la
espesura durante las noches de invierno.
Cierto día una niña llamada Ayumi fue
raptada por un desconocido, que se la llevó a una cabaña del bosque. El
criminal encerró a su víctima y la dejó sola en la cabaña, mientras él volvía a
la ciudad para comprar provisiones. Pero resulta que algunas tablas de la pared
habían sido destrozadas en su parte inferior por los hocicos de los jabalíes,
gracias a lo cual Ayumi consiguió huir. Sin embargo, su situación no había
mejorado mucho, pues no podía acercarse a la carretera sin riesgo de que él
volviera a capturarla, así que se vio obligada a atravesar el bosque.
Entonces se puso el sol y empezó a
silbar un viento frío como el aliento de la muerte. Ayumi, perdida entre los
árboles, sintió mucho miedo cuando la débil luz lunar le permitió distinguir
una sombra que se acercaba a ella. Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo al
ver que aquella sombra no era su secuestrador ni tampoco un animal salvaje,
sino un anciano andrajoso, que le dijo con una sonrisa en la boca:
—No tengas miedo, pequeña. Te ayudaré a
volver con tu familia.
—Muchas gracias, ojisan. ¿Pero no es
usted el fantasma del bosque?
—Sí y no. Sí, porque así es como me
llaman desde que vivo en el monte. Y no, porque todavía soy un hombre de carne
y hueso.
—¿Y entonces por qué dicen que es usted
un fantasma?
—Porque creen que tengo poderes mágicos.
Cuando no quiero que alguien me moleste, me vuelvo invisible como un espíritu,
usando una vieja técnica ninja que aprendí en mi juventud.
—¿Pero es posible hacer eso?
—Bueno, en todo caso es más posible que
ver caminar a un muerto. ¿No crees?
—Sí, tiene razón.
El viejo y Ayumi llegaron a la ciudad
poco antes del amanecer. La niña quiso darle las gracias a su nuevo amigo, pero
entonces se dio cuenta de que estaba sola. El anciano había desaparecido sin
dejar más rastro que un papel, donde ponía: “Perdóname por marcharme sin despedirme,
pero va a salir el sol y tengo que volver al Más Allá. En realidad, sí soy un
fantasma, pero no te lo dije para que no me tuvieras miedo”. El fantasma no se
marchó solo al Más Allá: el secuestrador de Ayumi había sufrido un ataque al
corazón, tras haber visto a la niña caminando por el bosque en compañía de un
esqueleto.
Texto: Francisco Javier Fontenla García.
Imagen: Pixabay.