OJOS DE GATO (MICRORRELATO FANTÁSTICO)

 

Cuando su querida gatita murió, la pequeña Ana hizo un hechizo para que sus espíritus estuvieran siempre juntos. Al enterarse, su abuela se enfadó mucho y la envió a un internado. Una vez en su nuevo colegio, Ana se hizo amiga de una niña llamada Carlota. Cierta noche la gobernanta oyó voces en la habitación de Ana y entró para llamarle la atención, pues las visitas nocturnas estaban terminantemente prohibidas. Pero cuando entró no vio a nadie más que a la propia Ana.

¿Se puede saber con quién estabas hablando hace un rato?

Con Carlota, que vino a visitarme.

¡Eso es imposible! ¡Duérmete ya y déjate de tonterías!

Nadie le había contado a Ana que Carlota había muerto pocas horas antes. Y tampoco nadie le había contado a la gobernanta que los gatos pueden ver a los muertos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL FANTASMA DEL BOSQUE (VERSIÓN EXTENDIDA)

 

Según la leyenda, en aquel bosque japonés acechaba el espíritu de un anciano sacerdote, que había muerto de tristeza tras perder a su única nieta y que desde entonces vagaba por la espesura durante las noches de invierno.

Cierto día una niña llamada Ayumi fue raptada por un desconocido, que se la llevó a una cabaña del bosque. El criminal encerró a su víctima y la dejó sola en la cabaña, mientras él volvía a la ciudad para comprar provisiones. Pero resulta que algunas tablas de la pared habían sido destrozadas en su parte inferior por los hocicos de los jabalíes, gracias a lo cual Ayumi consiguió huir. Sin embargo, su situación no había mejorado mucho, pues no podía acercarse a la carretera sin riesgo de que él volviera a capturarla, así que se vio obligada a atravesar el bosque.

Entonces se puso el sol y empezó a silbar un viento frío como el aliento de la muerte. Ayumi, perdida entre los árboles, sintió mucho miedo cuando la débil luz lunar le permitió distinguir una sombra que se acercaba a ella. Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo al ver que aquella sombra no era su secuestrador ni tampoco un animal salvaje, sino un anciano andrajoso, que le dijo con una sonrisa en la boca:

No tengas miedo, pequeña. Te ayudaré a volver con tu familia.

Muchas gracias, ojisan. ¿Pero no es usted el fantasma del bosque?

Sí y no. Sí, porque así es como me llaman desde que vivo en el monte. Y no, porque todavía soy un hombre de carne y hueso.

¿Y entonces por qué dicen que es usted un fantasma?

Porque creen que tengo poderes mágicos. Cuando no quiero que alguien me moleste, me vuelvo invisible como un espíritu, usando una vieja técnica ninja que aprendí en mi juventud.

¿Pero es posible hacer eso?

Bueno, en todo caso es más posible que ver caminar a un muerto. ¿No crees?

Sí, tiene razón.

El viejo y Ayumi llegaron a la ciudad poco antes del amanecer. La niña quiso darle las gracias a su nuevo amigo, pero entonces se dio cuenta de que estaba sola. El anciano había desaparecido sin dejar más rastro que un papel, donde ponía: “Perdóname por marcharme sin despedirme, pero va a salir el sol y tengo que volver al Más Allá. En realidad, sí soy un fantasma, pero no te lo dije para que no me tuvieras miedo”. El fantasma no se marchó solo al Más Allá: el secuestrador de Ayumi había sufrido un ataque al corazón, tras haber visto a la niña caminando por el bosque en compañía de un esqueleto.

Texto: Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.


VAMPIROS Y FELINOS (MICRORRELATO)

Aquella noche Helene Belfort, la niña vampiro, vagaba por una tenebrosa calle de las afueras. La oscuridad era su refugio, pero también su maldición, y a  veces echaba de menos tener amigos con los que jugar. En realidad, antes de convertirse en vampiro había sido una niña introvertida, más amiga de leer o de tocar el piano que de relacionarse con los demás, pero los Piscis (Helene lo era) nunca han destacado por su coherencia. Entonces se encontró con un gatito abandonado, lo acarició y le dijo: “Tranquilo, no voy a hacerte daño, esta noche intentaré ser buena”. Pero veinticuatro segundos después: “Lo siento, gatito, no puedo resistir la sed”. Aquella noche Helene volvió a ejercer de vampiro (y de Piscis), pero podemos decir en su honor que no bebió la sangre del gatito, sino la de quienes lo habían abandonado.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DEL AVENTURERO (MICRORRELATO)

Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. He hollado las tumbas donde reposa una dinastía maldita y he caminado entre los mausoleos de los reyes atlantes, cuyas criptas embrujadas custodian secretos más viejos que el mundo. He surcado mares prohibidos, donde el tiburón blanco se desliza entre los abismos, y he desembarcado en islas desconocidas, donde el Mal acecha bajo las ruinas de templos impíos. Me he sumergido en las tinieblas de los hipogeos estigios y he empuñado una espada cimeria, que despertó recuerdos olvidados en mi alma. En un país lejano he sostenido la mirada de una niña misteriosa, cuyos ojos eran carmesíes como las llamas del Infierno y tristes como los cielos del otoño. Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. ¿Pasado mañana cuántos ayeres recordaré?

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


LA MUÑEQUITA

Annie sentía cómo su pobre alma infantil se disolvía en la pálida nada del olvido, como un copo de nieve fundiéndose sobre las aguas de una charca fría y oscura. La muerte no perdona a nadie, ni siquiera a las niñas inocentes que apenas habían empezado a vivir. Pero la muñequita de trapo que sostenía entre sus manos trémulas parecía decirle, con sus tristes ojos negros: “no tengas miedo, Annie, tu espíritu siempre vivirá dentro de mí”. Annie murió, pero desde entonces los ojos de su muñequita brillan con un misterioso resplandor y le dicen, a quien sepa interpretar sus miradas, que en el trapo también puede vivir un alma.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

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