Annie sentía cómo su pobre alma infantil se disolvía en la pálida nada del olvido, como un copo de nieve fundiéndose sobre las aguas de una charca fría y oscura. La muerte no perdona a nadie, ni siquiera a las niñas inocentes que apenas habían empezado a vivir. Pero la muñequita de trapo que sostenía entre sus manos trémulas parecía decirle, con sus tristes ojos negros: “no tengas miedo, Annie, tu espíritu siempre vivirá dentro de mí”. Annie murió, pero desde entonces los ojos de su muñequita brillan con un misterioso resplandor y le dicen, a quien sepa interpretar sus miradas, que en el trapo también puede vivir un alma.
Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.
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