Leyenda japonesa recogida
por Lafcadio Hearn en su antología Kwaidan. Versión de Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pexels.
A finales del siglo XIX
vivía en Japón un cazador llamado Sonjo, que una tarde se internó en el bosque
y se ocultó entre los arbustos que crecían a la vera del río Akanuma, con la
esperanza de cazar algunas aves silvestres antes de que cayera la noche. Entonces
pasó por allí una hermosa pareja de oshidoris o patos de los mandarines. En la
cultura japonesa esas aves simbolizan el amor y la fidelidad conyugal, pero eso
significaba muy poco para Sonjo, quien no dudó en dispararle una flecha al
macho, matándolo en el acto. En cambio, no pudo capturar a la hembra, que
consiguió esconderse entre los juncos.
Aquella noche Sonjo tuvo un
extraño sueño. Creyó ver que aparecía a su lado una hermosa mujer con lágrimas
en los ojos. Aquella misteriosa dama entonó con voz llorosa la letra de una
triste canción: “Bajo la luz del crepúsculo lo invité a reunirse conmigo. Pero
ahora su alma duerme sola en las tenebrosas orillas del río Akanuma. ¡Ay, no
puedo expresar tanto dolor!”
Tras terminar su cántico, la mujer se dirigió a Sonjo y le dijo con voz preñada de amargura: “Tú no sabes, ni puedes saber, cuánto mal me has hecho. Pero mañana, cuando te acerques a las orillas del Akanuma, lo sabrás. ¡Te aseguro que lo sabrás!” Dicho esto, la dama se sumió en un llanto desgarrador y su cuerpo se desvaneció en la nada.
Aquel extraño sueño seguía presente en el ánimo de Sonjo cuando se despertó a
la mañana siguiente. Recordando las misteriosas frases pronunciadas por la mujer del sueño, decidió acercarse a las orillas del río Akanuma, pues deseaba saber qué
significaban exactamente sus palabras. Cuando llegó allí, vio a la hembra oshidori nadando
sola sobre la superficie del río. Cuando ella vio al cazador, en vez de escapar
como había hecho la tarde anterior, miró a Sonjo de una forma muy extraña.
Luego se clavó el pico en su propio pecho, hasta desgarrarse la carne, y murió
desangrada ante la estupefacta mirada de Sonjo. Cuando este se hubo recuperado
de la impresión, sacó su cuchillo y se afeitó la cabeza usando las aguas del
río como espejo. Luego fue al pueblo, vendió sus armas y compró una túnica de
monje. Pasó el resto de su vida predicando el amor y la compasión hacia todo
ser vivo.