Mostrando entradas con la etiqueta Fantasía. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Fantasía. Mostrar todas las entradas

LA HISTORIA DE EOS

 


Texto: Javier Fontenla. Autor del collage pictórico: Carlos Miranda, a partir de cuadros de Jules-Louis-Philippe Coignet y J. W. Waterhouse.

Esto sucedió en una época olvidada de la Antigüedad. Entonces vivía en Asia Menor un poderoso guerrero llamado Hecateo, cuya esposa Casandra había muerto a causa de una misteriosa enfermedad. Poco después del funeral, Eos, la única hija del matrimonio, empezó a mostrar síntomas de la misma enfermedad que había matado a su madre. Un día Hecateo, desesperado, abandonó la ciudad, supuestamente para ir en peregrinaje al templo de Apolo, donde rezaría por la curación de su amada hija.

Lagina, una bruja que odiaba a Hecateo y a toda su familia, aprovechó la ausencia del guerrero para vengar una vieja afrenta. Se puso en contacto con unos rufianes y les dijo:

-Raptad a la niña mientras su padre está fuera y llevadla a la lejana Cólquide. A su rey le encantará tener como esclava a la hija del general que le ha infligido tantas derrotas.

-Sí, pero cuando su padre se entere irá a buscarla.

-No podrá, pues le he tendido una trampa mortal. Y antes de acabar con él le haré creer que su hija está muerta, para que la desesperación anule sus facultades.

Lagina robó el cadáver de una niña fallecida pocos días antes y usó la magia para alterar sus rasgos, haciéndolos idénticos a los de Eos. A la noche siguiente le mostró el cadáver a Hecateo y le aseguró que ella misma había asesinado a su hija, dando así inicio a una venganza que duraría siglos. Pero esa es la historia de Hecateo y aquí estamos contando la de Eos.

La pobre muchacha fue encerrada en la bodega de un barco, que partió rumbo a la lejana Cólquide.  Pero durante el trayecto la nave fue atacada por unos piratas especialmente feroces, cuyo líder era una mujer llamada Deyanira. Cuando esta encontró a Eos, le preguntó:

-¿Qué hace una chiquilla como tú en un barco como este? ¿Eres una esclava?

Aunque débil y asustada, Eos no había perdido su orgullo y respondió:

-¡Yo no soy ninguna esclava! Estoy aquí porque esos hombres me secuestraron, pero no se hubieran atrevido a hacerlo si mi padre hubiera estado conmigo. Me llamo Eos y soy la hija del general Hecateo.

Muchos años antes Hecateo le había salvado la vida a Deyanira, quien podía ser despiadada, pero no desagradecida. Le dedicó a Eos una sonrisa y le dijo:

-En ese caso, te devolveré a tu casa lo antes posible. Y además lo haré gratis.
Ignorando las protestas de sus subordinados, que sin duda hubieran preferido usar a Eos como mercancía, Deyanira ordenó poner rumbo a la ciudad donde vivía Hecateo, una vez que los vientos fueron favorables. Pero al llegar allí supo que el general había desaparecido misteriosamente durante su viaje de peregrinación. En la ciudad se daba por hecho que había muerto y el nuevo líder del ejército era uno de sus rivales más enconados. Deyanira pensó:

-No le haría ningún favor a Eos devolviéndola a esta ciudad, donde ya no tiene ningún pariente vivo. Además, el nuevo general del ejército sería capaz de matarla solo porque lleva la sangre de su viejo enemigo. Será mejor que me la lleve conmigo.

Eos lloró durante días al saber que había perdido a su padre, pero Deyanira, generalmente poco maternal, la trató con mucho cariño y finalmente consiguió que la aceptara como amiga. Aunque el paso del tiempo consiguió aliviar en parte la tristeza de Eos, no sucedió lo mismo con el mal que la aquejaba, pues este era cada vez más fuerte y todo parecía indicar que la niña no viviría mucho tiempo.
Mientras tanto, uno de los piratas decidió robar un precioso colgante que Eos siempre llevaba consigo, incluso cuando dormía. La niña lo había heredado de su madre, a quien se lo había regalado su “querida amiga” Lagina con ocasión de su matrimonio. Aquella joya tenía como adorno una extraña piedra preciosa, distinta de todas las gemas conocidas y que sin duda alcanzaría un buen precio en los mercados de Asia. Mientras Deyanira y sus compañeros dormían tras una noche de borrachera, el pirata entró furtivamente en el camarote de Eos. Su idea era amordazar a la niña, arrancarle el colgante del cuello y huir del barco en un bote antes de que los demás se despertaran. Tal como había planeado, le tapó la boca a Eos para ahogar sus gritos y le palpó el pecho en busca del colgante. Pero entonces fue él quien emitió un sonoro grito, que despertó a toda la tripulación del barco. El pirata, viéndose acorralado, intentó huir llevándose a Eos como rehén, pero sus fuerzas le fallaron y se desplomó pálido como un muerto. Cuando Deyanira se acercó para rematarlo, vio que una enorme araña se había adherido a su antebrazo derecho y que le estaba chupando la sangre con avidez, hinchándose a medida que absorbía el preciado jugo. Tras aplastar a la araña y poner fin a la agonía del traidor, Deyanira abrazó a la asustada Eos para tranquilizarla. Y entonces comprendió que la niña nunca había estado enferma: aquella araña, que de día parecía una piedra preciosa, se despertaba por las noches para suministrarle pequeñas dosis de veneno mientras dormía, tal como había hecho antes con su madre. Cuando el pirata tocó al arácnido, este, furioso o asustado, le propinó una picadura más profunda y prolongada de lo habitual, cuyos efectos fueron fulminantes.

Al día siguiente Deyanira y Eos, ya recuperada del susto, emprendieron un largo viaje hacia la costa cimeria, donde algunos años después la muchacha se casó con el hijo de su protectora, dando inicio a una larga estirpe de grandes héroes.


PARA LEER AL ANOCHECER (CHARLES DICKENS)

 

Texto original: Charles Dickens. Adaptación: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Esto fue lo que contó el mensajero alemán:

Yo había sido contratado por cierto caballero inglés, ya entrado en años y soltero, que pensaba hacer un viaje por mi patria. Se llamaba James y tenía un hermano gemelo, cuyo nombre era John y que tampoco se había casado. Entre ambos hermanos existía un profundo afecto y ambos colaboraban en sus negocios, aunque no vivían juntos. El señor James vivía en Poland Street, mientras que el señor John tenía su residencia en Epping Forest.

El señor James y yo estábamos preparándonos para emprender nuestro viaje cuando recibimos la visita del señor John, que deseaba pasar con nosotros la última semana antes de nuestra partida. Pero dos días después le dijo a su hermano:

-No me siento demasiado bien, así que mejor me vuelvo a mi casa, donde mi ama de llaves sabrá cuidarme. Si me recupero a tiempo, volveré aquí antes de que te marches. De lo contrario, serás tú quien tendrás que visitarme a mí.

Los dos hermanos se despidieron y el señor John volvió a su casa.

A la segunda noche después de su marcha el señor James entró en mi dormitorio con un candil, se sentó junto a mi cama y me dijo que algo no iba bien, con una extraña expresión en su rostro.

-Wilhelm, a ti puedo decirte esto, pues tú procedes de un país donde los hechos misteriosos suelen tomarse en serio. Acabo de ver al fantasma de mi hermano. Yo estaba sentado en mi cama, pues no podía dormir, cuando él entró en mi cuarto vestido de blanco, me miró, luego dirigió su mirada a unos papeles que se hallaban sobre mi escritorio y salió atravesando la puerta. No estoy loco y no le concedo ninguna existencia objetiva a ese fantasma. Creo que se trata de un síntoma de que estoy enfermo y de que me vendría bien una sangría.

Me vestí apresuradamente y le dije al señor James que no se preocupase, pues yo mismo iría en busca del médico. Entonces oímos que alguien llamaba a la puerta. Fuimos a la habitación del señor James, que estaba situada en la parte frontal del edificio, y abrimos una ventana para ver qué pasaba. Alguien preguntó desde la calle:

-¿Es usted el señor James?

-Así es. ¿Y tú no eres Robert, el criado de mi hermano?

-Sí, señor. Lamento decirle que el señor John está muy enfermo… al mismo borde de la muerte, según nos tememos. Quiere que usted vaya a verlo, así que le ruego que venga conmigo sin pérdida de tiempo. He traído un carruaje.

El señor James y yo nos miramos el uno al otro. Él me dijo:

-Wilhelm, esto es extraño. Me gustaría que vinieras conmigo.

Lo ayudé a vestirse y fuimos rápidamente a Epping Forest. Acompañé al señor James cuando este entró en la alcoba de su hermano, que estaba tumbado en la cama. A su lado se hallaban la vieja ama de llaves y otros criados, que no se habían movido de allí desde la hora de la sobremesa. El señor John tenía puesto un pijama blanco y miró a su hermano, tal como había hecho el fantasma. Cuando el señor James llegó a la vera de su cama, el señor John se incorporó lentamente y le dijo estas palabras:

-James, tú me has visto antes, esta misma noche. ¡Y lo sabes!

Dicho esto, murió.


El enigma de la cueva (autores del grupo El legado)


Texto realizado por varios autores del grupo, El legado, en ejercicio de "El cadáver exquisito", organizado por Kcriss. Corregido por Kcriss, Sara Lena y Javier Fontenla. Imagen editada por Sara Lena.



Se encontró Kcriss caminando muy tranquilo por el bosque, cuando de pronto un rayo de luz surcó el cielo oscuro y entonces se dijo: “¿Es un pájaro, es un avión, es un murciélago o tal vez un vampiro o Superman? Luego escuchó una voz terrorífica que gritó: “No, Kcriss. Soy tú, Evelyn”. Después de decir esto, soltó una carcajada maquiavélica que despertó ecos en todo el bosque.


Kcriss se escondió temeroso en una cueva que encontró cerca. Tembloroso y casi sin poder respirar, se adentró rápidamente en ella. Ni siquiera se percató de lo oscuro que estaba. Cuando estuvo un poco más tranquilo, de repente vio un par de luces que provenían de la pared de la cueva. Una vez más, el corazón se le quería salir del pecho. Huyó de allí como un relámpago y tras él salió una figura indescriptible, la cual le gritó con una voz perturbadora: 

—“Corre, Kcriss, corre. Soy Carlos y te voy a comer”.


Kcriss salió de la cueva aterrorizado, mirando hacia atrás, pues Carlos lo perseguía con un hacha en mano y la boca llena de sangre.


—"Déjame en paz", le gritaba Kcriss.

 Pero este tropezó con una roca cayendo al suelo, mientras que Carlos se acercaba con los ojos fuera de sus órbitas, loco por beber la sangre de su presa.


—“Soy un hueso duro de roer, y ni la bruja ha podido mi sonrisa cambiar y, a pesar de sus hechizos, lo que seguramente fue irse de la risa a orinar”, dijo Carlos al mirar a Kcriss, y pudo fuego por sus ojos vomitar. 


—“No les temo porque un látigo fuerte tengo, para domar a esos demonios que me quieren conquistar ya su averno llevar. Contestó Kcriss. 

Luego estiró su negra lengua para lamer a su adversario y su sangre succionar. Ahora ya no sé qué irá a pasar. 


Carlos se dijo a si mismo en voz alta: 

—Por ahora he tenido que borrar lo escrito, pero no por desobediente, sino por temor a la represalia que la bruja puede hacer en defensa de su amigo Kcriss.” 

El terror en los ojos de Kcriss se podía ver a kilómetros de distancia. Todos pensaban que era por algún hechizo, pero no, todo era consecuencia del humilde, aunque también ambicioso, pedido que una pastora llamada Diana, le hizo a sus feligreses en un culto.


La bruja no habia hechizado a nadie. Sin embargo, Carlos se había convertido en un monstruo. Había inhalado un extraño gas verde que provenía de adentro de la cueva. Kcriss intentó no lamer la sangre de aquella cosa que antes fuera Carlos, pero algo estaba muy mal para ambos, había un aroma que lo arrojaba a actuar en contra de su voluntad, era algo hipnótico, algo fuera de este mundo.


De pronto se oyó un pataleo, o tal vez un aleteo que golpeó contra alguien aparentemente humano, que, en frenético estertor, acompañaba al cuerpo de Evelyn, ya que una fuerte poción probaba, para ver si de esa forma a Kcriss domaba, porque su alma indomable reclamaba la dureza de la bruja y del hechizo para dominar las tierras negras de donde él provenía.


Era demasiado tarde para Kcriss, pues Carlos ya había dejado en su cuerpo rastros de sangre infectada. Por sus costados salían protuberancias semejantes a garras, que iban destrozando poco a poco sus costillas, mientras sus huesos crujían. Sus gritos desgarradores se escucharon por todo aquel tenebroso bosque, pues Carlos había convertido al indefenso Kriss en un monstruo como él. Solo faltaba que encontraran a la bruja, quien habia ido a la cueva para buscar respuestas.


El monstruoso Carlos se bebía la sangre de sus víctimas. Apoderarse él sabía de las joyas y riquezas que a ellas arrancaba, para pagar el pasaporte y así poder ir al encuentro de la maga sombría, ya que ese era su lema, La Maga Sara Lena.


La bruja Evelyn ya se le había adelantado al infame Carlos, pues había invocado a la bruja mayor, Sara Lena, pidiéndole ayuda para su amado Kcriss, quien se estaba transformado en un horrible ser, pero Carlos intervino a Sara, y ella lo tiró al piso a fuerza de golpes. Luego lo hechizó y lo dejó paralizado por unos segundos.


Para sorpresa de todos, ocurrió lo impreso, una vieja poción de Evelyn se había derramado y Sara, con sus ojos enamorados de intensa mirada, succionó la cordura de ese monstruo, que ahora se transformaba en un nuevo ser ante la mirada de su amada.


Esto no fue bien visto ni aceptado por el amigo de la bruja mayor, que, haciendo honor a su nombre, sacó de faja la famosa daga. Kcriss, dirigiéndose al transformado Carlos, la daga le enterraba en medio de su garganta y cercenaba su yugular para poderlo matar.

Sangre negra ahora corria y salpicaba todo a su alrededor. Una especie de cortina de humo cegaba toda la escena, haciéndola mucho más misteriosa, sobre todo por estar allí la diosa Sara Lena, que cualquier cosa sorprendente podría hacer para ella misma satisfacerse.


Sara Lena tomó de la cintura a Carlos, quien, en medio de todo aquel caos y ya muy cerca de la muerte, miró a su amada. En sus ojos llenos de lágrimas se reflejó aquel ser que una vez había sido humano y, con su corazón a punto de apagarse, acarició el bello rostro de la diosa Sara y con su último suspiro le dijo cuánto la amaba.

Era un legado que ella continuaría, pues su amado la había dejado sola. Ella, culpándose por su muerte, juró vengarse de Kcriss y de toda su descendencia.


Todos los allí presentes vivían con terror el momento, lo que no sabían es que todo era un mundo ficticio creado por los más oscuros sueños de ella, la diosa Sara Lena, y que el crear y soñar aquellos mundos de locura y terror eran parte de su “Legado”.


Un quejido desde el Más Allá retumbaba sobre la muralla fría de la necrópolis santa y claramente maldecía el momento inoportuno en que Kcriss lo había matado, o al menos eso parecía, porque lo que en verdad sucedió era que Carlos, por gracia de su amada Sara Lena, en un dios se había transformado. Ahora, ya sintiéndose apaciguado, un poder de fuego y muerte a Sara Lena había pasado.


El monstruo que había convertido a Carlos en esa horripilante criatura se encontraba también en la cueva. Kcriss no lo había visto, porque al distinguir los ojos luminosos en la pared había salido despavorido. Tampoco la bruja lo percibió cuando fue a buscar las respuestas que no halló. Aquel monstruo vigilaba muy de cerca los movimientos de todas sus víctimas. Kcriss tan solo era uno más de los que habían caído entre sus garras, siendo atrapado por Carlos, quien había sido su primera víctima. Ninguno imaginó el poder que este le había transferido a Kcriss, al succionar su sangre y transformarlo en otro de ellos. Aquel monstruo en verdad era poderoso.


El inocente Kcriss sintió en su interior que algo le calcinaba la carne y hacía hervir sus venas. Aquel dolor lo transformó en el ángel vengador, tenebroso y receloso, convirtiéndolo en el custodio de la gema que protegía la entrada al portal de la diosa Sara Lena. Sus ojos como llamas de fuego y azufre eran, capaces de calcinar con su mirada a cualquier ser que por delante de él pasara. Con su cola en punta terminada, hería en el pecho a su víctima, que, paralizada con el veneno de ese aguijonazo, a su merced quedó. Kcriss empezóa si vivo lo dejaba, su corazón sacaba o su alma succionaba. Su fuerza a cada rato aumentaba, haciéndolo ver cada vez más grande y poderoso.Sus orejas, en forma de sierras dentadas, vapores mercuriales expulsados, que al contacto con la piel esta ardia o solamente al contacto con el aire del oxigeno explotaba.


Evelyn, la bruja, desde lejos gozaba, viendo cómo todo su ardid había logrado el mundo de Sara Lena trastocar. Sus pócimas potentes a todos volvían dementes y ella, presurosa entre las sombras andaba, protegida por su capa y volando en su escoba.

—¡Ja, ja, ja! —Las espantosas carcajadas de Evelyn se escuchaban en medio de la noche, mientras iba en busca de su bienamado Kcriss.


Nadie sabía que aquella bruja no era la verdadera Evelyn, pues esta yacía inerte en el piso de la cueva, donde la luz de unos monstruosos ojos la manifiesta inmóvil. Su poder era grande, pero necesitaba la ayuda de la diosa Sara Lena y del dios Carlos para poder volver a la vida. Su cuerpo estaba cubierto de una llama verde que poco a poco la iba consumiendo en un sueño eterno, de donde jamás despertaría si no la encontraran pronto.


Kcriss, convertida en una criatura infernal, pudo sentir el dolor de la bruja Evelyn, quien sabía que él no podía ayudarla porque ya su humanidad no existía. 

Mientras, Sara Lena, loca por la ira, buscaba a su amado y no lo podía encontrar, pues este, aunque convertido en un dios, yacía en un sueño tan profundo como el de la bruja Evelyn, pues otro monstruo repugnante de la misma estirpe lo sometía. Aquella inquietante hipnosis, inconscientemente los conectaría de alguna manera.



Kcriss, después de soportar un dolor intenso en todo su ser a causa del poder que lo invadía, se levantó, irguió su cabeza y sobresalió a su alrededor en busca de Evelyn, pero no la halló. Su olfato se había agudizado, así que comenzó a caminar siguiendo el rastro de su aroma. A medida que avanzaba y no la encontré, su furia aumentaba de forma insospechada. Llegó a un lugar donde por fin sintió muy leve su exquisito olor, lo cual apaciguó su ira. Dando grandes pasos llegó hasta donde yacía su cuerpo. De nuevo se encontró en aquella cueva donde todo había comenzado. Entro en el oscuro lugar y llego hasta el final. Allí, detrás de una roca, estaba el cuerpo de Evelyn. Con gran fuerza golpeó y golpeó la roca hasta destrozarla.Tomó el frágil y pálido cuerpo inerte y, llevándolo afuera, lo depositó sobre una piedra plana que encontró en el lugar, muy parecido a un altar. Mientras la observaba, gemía de dolor y tristeza. De repente su cuerpo se vio envuelto en llamas. Abrazó a Evelyn con delicadeza, hasta que fue consumida por el fuego. Kcriss lloraba inconsolable al observar lo que quedó de ella. Se despidió con su mirada puesta en ella antes de continuar su camino.

Cuando había dado unos pasos, escuchó que algo detrás de él se movía. Giró su cabeza para ver qué se trató. No podía creer lo que sus ojos estaban contemplando. Evelyn resurgía de las cenizas como el ave fénix.


Cuando Kcriss vio a su amada resurgir de las cenizas, su ira se calmó poco a poco y su corazón latía con rapidez. 

Evelyn sus alas de fuego extendía y con una sonrisa en los labios miraba a su amado. Con sus ojos le agradecía que la salvara de ese eterno sueño en el que estaba sumergida.

Pero, sin saberlo Kcriss, Evelyn había adquirido un poder infinito ahora y el destino la elegía para que despertara al dios Carlos, con el fin de que este pudiera encontrar a su amada diosa y sacarla de la oscuridad en la cual yacía presa. El destino había escogido a la bruja Evelyn ya su amado Kcriss para sacrificarse por el amor eterno de los grandes dioses.


No se cree que Evelyn había olvidado lo pasado. Ella era una brujita demente, téngnalo ustedes presente, y devorará a su amado, a quien hasta ahora no ha llamado. Pero déjenme ver, él se llama Javier. Pobre de ti, Kcriss, una mala pasada te han jugado, en la bruja había confiado. Ahora por tu esfuerzo, valentía y coraje, la diosa Sara y el dios Carlos te premiarán con una flama para que felizmente cortejes a la verdadera dueña de tu corazón, a quién imaginabas campesina y resultó ser la reina Diana.


Mientras todo parecía arreglarse en la superficie del planeta, nuevas complicaciones estaban a punto de emerger. En lo más profundo de aquella cueva, la oscuridad del Mictlán a una poderosa alma recluía, pero aquella trampa no sería suficiente para retener a la misteriosa Sara Lena, quien albergaba planos más negros que el ambiente que la abrazaba. El aroma a pecado ya muerte, que se escurría por las terregosas paredes, hacían más profundas su agonía e incertidumbre. Se vio perdida, tras sentir toda esperanza de resurgimiento completamente perdida, y escuchó a Kcriss confabulando al imaginarla rendida. Aquel deseo de venganza fue la brújula que del más profundo abismo la liberó.En cuanto su alma con su cuerpo humano se reunió, la tierra tembló, al reconocer que su legado había recuperado y que a sus enemigos ella jamás había perdonado. Y ahora, con todo aquel poder establecido, no dejaría piedra sobre piedra, ni cabeza sobre cuello de quienes a ella oa su amado probablemente lastimado. ¡Que tiemblen todos los mortales, porque el poder de la noche se ha desatado!


Cuando Kcriss ya había perdido toda esperanza de poder enfrentarse a la magia oscura de Sara Lena, sucedió algo inesperado: súbitamente la oscuridad desapareció y Sara Lena dejó de ser una malvada bruja retornada del Mictlán para volver a ser la maga sabia y benévola que todos conocemos . En realidad, todo había sido una pesadilla colectiva provocada por un hechizo. Una vez recuperada su auténtica personalidad, Sara Lena les reveló a Kcriss ya todos sus compañeros del grupo quién era la mente maestra detrás del hechizo que había manipulado sus mentes: Helene Belfort, la niña vampiro francesa que aparece en los relatos de Fontenla.Esta había empleado la magia vampírica para invocar a los lémures de las pesadillas y arrojarlos sobre todos los latinoamericanos de gran corazón, para confundir sus sentidos, oscurecer sus almas y evitar que sus ingentes ondas de energía positiva hicieran vibrar las cuerdas del destino a favor de la selección argentina. Pero Fontenla no había sido hechizado, pues ni es latinoamericano ni tiene un gran corazón ni le gusta el fútbol. Sabiendo que sus compañeros del otro lado del Atlántico estaban siendo víctimas de una conspiración mágica, el sábado 17 por la tarde Fontenla se sumergió en las tenebrosas catacumbas horas de París y caminó durante por criptas desconocidas, entre ratas y osamentas humanas, hasta que encontró el cubil de helena.Una vez allí, le ofreció a la niña vampiro su propia sangre (pero solo medio litro, porque si no podría bajarle la tensión) a cambio de que anulara los efectos del sortilegio. Helene estaba hambrienta, pues invocar a los lémures había consumido casi toda su energía, y emitió la oferta diciendo “vale, a fin de cuentas seguro que mañana los franceses ganamos igual”. Tras proferir esa aseveración patriótica, hundió sus afilados colmillos en la garganta de Fontenla.



Pobre Fontenla, fue engañado también. El poder de ese gran mago blanco le ha hecho creer que Helene era la del engaño. Ni Argentina ni Francia desvelan al mago poderoso, pero sí el empeño y la pasión que este grupo, quejumbroso ya veces hasta monstruoso, ha colocado en sus actos convertidos en relatos, sacados de sus oscuros pensamientos para diversión del lector, que desprevenido no ha sentido la presion de los colmillos de esa nena llamada Helene, para darle gusto a Fontenla y bajarle la tension. A la postre y contra las creencias de Helene, los "Bleus" se marcharon sin la copa, pero de consolación el goleador si fue un francés.

 Bueno, amigos, esta ha sido una bella función y un agradable paso por la cueva, donde humanos calaveras, ratas, arañas y serpientes se han divertido con la mente de todos los aquí presentes.


Oscar Rivera "Kcriss", Evelyn J. Morales, Carlos Julio, Diana Torres, Sara Lena Tenorio y Javier Fontenla


LA COLINA DE ZAMAN (H. P. Lovecraft)


Texto: H. P. Lovecraft. Traducción: Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

La enorme colina se hallaba tan cerca de la vieja aldea que sus precipicios empezaban donde terminaba la calle principal. Verde, elevada y cubierta de bosque, su mirada tenebrosa se cernía sobre el campanario que se alzaba junto a la curva de la carretera. Durante dos siglos habían circulado rumores sobre lo que sucedía en aquella prominencia embrujada. Se hablaba de ciervos y pájaros extrañamente mutilados, de niños desaparecidos cuyas familias habían perdido para siempre. Un día el cartero no encontró la aldea donde solía estar, ni sus edificios ni sus habitantes volverían a ser vistos nunca más. Hubo vecinos de Aylesbury que se acercaron para satisfacer su curiosidad, pero todos llamaron loco al cartero, quien aseguraba haber visto en la gran colina ojos famélicos y fauces abiertas.


EL LIBRO / LA PERSECUCIÓN (H. P. LOVECRAFT)

 


Autor: H. P. Lovecraft (1890-1937). Adaptación: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

El lugar era oscuro y polvoriento, un rincón perdido en un dédalo de viejas callejas portuarias, perdidas entre extraños aromas procedentes de ultramar y brumas esparcidas por el viento de poniente. Unos ventanucos romboidales, opacados por el humo y la escarcha, apenas dejaban entrever los libros amontonados desde el suelo hasta el techo, vestigios de una vieja sabiduría que agonizaba a precio de saldo, como las hojas de un árbol marchito. Entré, como impulsado por un sortilegio, arrebaté a las telarañas el volumen más cercano y lo hojeé al azar, estremeciéndome al leer aquellas misteriosas palabras que parecían reservar algún ominoso arcano para quien tuviera la audacia de descubrirlo. Después, mientras buscaba algún viejo y taimado vendedor, solo encontré el eco de una carcajada.

...

Salí con el libro debajo de mi abrigo y caminé con pasos apresurados por las viejas calles portuarias, sin dejar de volver la cabeza para mirar atrás, impulsado por la desconfianza. Me sentí espiado por las furtivas y sombrías ventanas de los edificios que me rodeaban, pensé en los secretos que podían ocultar y añoré una clara visión del cielo azul. Nadie me había visto robar el libro, pero en mi perturbado cerebro seguían resonando los ecos de una risa diabólica. Eso me hizo pensar en tenebrosos mundos de pura maldad, que se ocultaban entre las páginas del volumen cuya posesión había codiciado. El camino se volvió extraño, las paredes adoptaron un aspecto enloquecedor... y oí cómo me seguían los pasos de un ser invisible.


Textos originales (fuente: wikisource).

I. The Book

The place was dark and dusty and half-lost
In tangles of old alleys near the quays,
Reeking of strange things brought in from the seas,
And with queer curls of fog that west winds tossed.
Small lozenge panes, obscured by smoke and frost,
Just shewed the books, in piles like twisted trees,
Rotting from floor to roof - congeries
Of crumbling elder lore at little cost.

I entered, charmed, and from a cobwebbed heap
Took up the nearest tome and thumbed it through,
Trembling at curious words that seemed to keep
Some secret, monstrous if one only knew.
Then, looking for some seller old in craft,
I could find nothing but a voice that laughed.

II. Pursuit

I held the book beneath my coat, at pains
To hide the thing from sight in such a place;
Hurrying through the ancient harbor lanes
With often-turning head and nervous pace.
Dull, furtive windows in old tottering brick
Peered at me oddly as I hastened by,
And thinking what they sheltered, I grew sick
For a redeeming glimpse of clean blue sky.

No one had seen me take the thing - but still
A blank laugh echoed in my whirling head,
And I could guess what nighted worlds of ill
Lurked in that volume I had coveted.
The way grew strange - the walls alike and madding -
And far behind me, unseen feet were padding.

EL TESORO DEL DIABLO (CHARLES NODIER)

 

Texto: Charles Nodier, traducido por Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Dos caballeros de Malta tenían un esclavo, que se vanagloriaba de poder invocar a los demonios y hacer que estos le revelaran el paradero de las cosas mejor escondidas. Así pues, sus amos lo llevaron a un castillo donde se decía que había tesoros ocultos. El esclavo se quedó solo, realizó sus invocaciones y entonces apareció un demonio, que le mostró un tesoro oculto dentro de las paredes. El esclavo intentó apoderarse de él, pero entonces el demonio devolvió el cofre a su escondite. Eso sucedió más de una vez y el esclavo, harto de sus vanos esfuerzos, fue a decirles a los caballeros qué había pasado. Como se sentía muy cansado, les pidió que le dieran un poco de licor. A continuación, volvió al lugar donde se hallaba el tesoro.

Algún tiempo después los caballeros oyeron un ruido y bajaron a la cripta del tesoro, donde encontraron al esclavo muerto. Sobre su cuerpo se veían numerosas heridas, que juntas presentaban la forma de una cruz. Había tantas que no era posible tocar el cuerpo del esclavo sin rozar alguna. Los caballeros llevaron su cadáver a la costa y lo arrojaron al mar con una enorme piedra atada al cuello, para que nadie conociera nunca la verdad de los hechos.


LA HISTORIA DE HECATEO

 


Texto: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Mi historia comenzó hace miles de años en una olvidada colonia griega de Asia Menor. Fue en aquella vieja ciudad donde yo, Hecateo, alcancé los más elevados honores militares y el amor de la hermosa Casandra. Pero mi amada esposa no tardó en morir a causa de una misteriosa enfermedad, quizás hereditaria, y solo quedó para consolarme mi hija Eos, una niña tan bella y amable como lo había sido su madre. Ni aun entonces terminaron mis cuitas, pues antes de llegar a la pubertad Eos empezó a mostrar los primeros síntomas de la dolencia que se había llevado a su madre. Mi hija era una niña de cuerpo delicado, que no podría resistir mucho tiempo los embates de aquella implacable enfermedad, contra la cual nada podían hacer los remedios de los galenos ni las preces de los sacerdotes. Entonces decidí recurrir a una medida desesperada y una noche, tras decirles a mis criados que iría como peregrino al templo de Apolo, volví a la ciudad disfrazado de mendigo y entré en la cárcel por un pasadizo secreto. Una vez dentro, golpeé al carcelero y abrí la celda donde se hallaba confinada Lagina, una sacerdotisa que había sido condenada a muerte por brujería. Se decía que acudía por las noches a un templo abandonado en medio del desierto, donde los demonios, a cambio de su pleitesía, le habían revelado muchos secretos prohibidos. Cuando entré en el calabozo Lagina me dijo, sin mostrar ningún temor hacia mi espada:

-¿Habéis venido a ejecutarme en persona o acaso debo esperar algún favor de vos, noble Hecateo?

-Eso solo depende de ti, bruja. Sabes que mi hija está enferma. Si me juras que usarás tu magia para curarla, te ayudaré a escapar. Pero si no…

-De acuerdo, general. Os juro por las aguas del Infierno que atenderé a vuestra hija. Pero para curarla necesito reunir ciertos ingredientes, que solo yo conozco. Si me facilitáis la fuga, mañana a esta misma hora os entregaré el remedio en la cripta del templo embrujado.

Yo confié en la palabra de Lagina, pues ni siquiera la peor de las hechiceras sería capaz de traicionar un juramento proferido en nombre del Infierno. La ayudé a huir y pasé el día siguiente orando en un santuario de las montañas, pues había cometido un grave pecado liberando a Lagina y necesitaba el improbable perdón de los dioses. Luego me dirigí al lugar donde ella me había citado. Durante el trayecto me encontré con una manada de lobos hambrientos, que se disputaban rabiosamente un amasijo de carroña. Pero yo iba armado y apenas les presté atención. Una vez en el templo, bajé a la cripta y me encontré con Lagina, quien, fiel a su palabra, me aguardaba allí, hermosa y sonriente. Le pregunté dónde estaba el remedio que me había prometido y ella me señaló un pequeño cofre, instándome a que lo abriera con mis propias manos. Pero cuando lo abrí me quedé helado de horror al ver que dentro se hallaba la cabeza, lívida y ensangrentada, de mi querida hija Eos. Lagina me dijo entre carcajadas:

-Os juré que atendería a vuestra hija y he cumplido mi palabra. Ahí tenéis su cabeza, por el resto de su cuerpo podéis preguntarles a los lobos del desierto. ¡Pero no os daré la oportunidad de hacerlo!

Aprovechando que estaba paralizado por el dolor, Lagina huyó de la cripta, dejándome encerrado antes de que pudiera agarrarla para vengarme.

Tras varias horas de postración espiritual, durante las cuales solo fui capaz de llorar y maldecir, recobré en parte mi presencia de ánimo y me pregunté cómo podría huir de mi encierro. No ignoraba que las criptas de los templos solían tener pasadizos secretos, que permitían la huida de los sacerdotes en caso de asedio. Tras una larga búsqueda, encontré el acceso a una galería subterránea y caminé durante mucho tiempo por aquel interminable pasadizo, sin más guía que la mortecina luz de mi antorcha. Finalmente llegué a una siniestra cripta funeraria, donde las momias de los antiguos sacerdotes yacían en sendos nichos de piedra. Entonces aquellos cadáveres milenarios se irguieron, animados por algún infernal remedo de la vida humana, y se abalanzaron sobre mí para beber mi sangre. Decapité a uno de ellos con mi espada y entonces su sangre negra roció mi rostro, pero yo estaba demasiado nervioso para prestar atención a ese detalle. Sabiendo que no podría vencer a todos aquellos cadáveres vivientes, escapé del pasadizo y busqué a los lobos que había visto en las cercanías del templo. Para unos lobos hambrientos mis terroríficos perseguidores solo eran amasijos de carne muerta, que fueron rápidamente despedazados. Yo conseguí esquivar la refriega encaramándome sobre una roca, donde me mantuve en reposo hasta el alba. Pero cuando salió el sol sus rayos me cegaron, obligándome a buscar cobijo en una tenebrosa gruta. Entonces comprendí que la sangre del vampiro me había convertido en un nuevo ser de las tinieblas y que mi destino sería deambular entre las tinieblas por toda la eternidad. Pero me sirvió de consuelo saber que también tendría toda la eternidad para vengarme de Lagina.

EL ANCIANO SINIESTRO (H. P. LOVECRAFT)

 


Texto: H. P. Lovecraft, adaptado por Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Angelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva tomaron la decisión de hacerle una visita al Anciano Siniestro. Este era un hombre muy viejo, que vivía en una casa igualmente vetusta de Water Street, cerca del puerto. Se decía que era muy rico y ese rumor había atraído la atención de los señores Ricci, Czanek y Silva, quienes se dedicaban al noble oficio de robar los bienes ajenos.

Los vecinos de Kingsport decían muchas cosas sobre el Anciano Siniestro, cuya mala reputación lo había protegido hasta entonces de recibir visitas indeseadas. Era ciertamente un hombre extraño, que supuestamente había sido capitán de barco en las Indias Orientales durante su lejana juventud. Pero era tan viejo que nadie recordaba aquella época y muy pocos sabían cómo se llamaba realmente. Entre los árboles de su jardín se veían extrañas piedras, semejantes a ídolos o monolitos procedentes de algún siniestro templo oriental. Eso era suficiente para espantar a los niños de la localidad, quienes, por lo demás, hubieran estado encantados de romperle las ventanas a pedradas. Pero había otra cosa aún más inquietante. Quienes habían osado espiar el interior de la casa desde las ventanas decían que había muchas botellas sobre una mesa y que dentro de cada botella había un péndulo. El Anciano Siniestro hablaba con las botellas y les daba nombres como Jack, Cicatriz, Tom el Largo, Joe el Español, Peters o Ellis. Y entonces los péndulos de las botellas empezaban a vibrar, como si estuvieran respondiendo a sus palabras.

Quienes habían sido testigos de aquellas peculiares conversaciones no se acercaban de nuevo a aquella casa maldita. Pero Ricci, Czanek y Silva no eran oriundos de Kingsport, sino forasteros ignorantes de las leyendas locales, y solo veían en el Anciano Siniestro un vejestorio inofensivo, que necesitaba un bastón para caminar y cuyas manos temblaban penosamente. En el fondo sentían cierta pena por aquel pobre individuo, al que sus vecinos temían y que no podía caminar por la calle sin que le ladrasen los perros. Pero había que pensar en los negocios y para un buen ladrón era un objetivo irresistible: nada menos que un anciano indefenso, que no tenía cuenta en el banco y que pagaba todas sus compras con viejas monedas de plata y oro español, algunas de las cuales superaban los dos siglos de antigüedad.

Así pues, eligieron la noche del once de abril para visitar al anciano. Los señores Ricci y Silva se ocuparían de entrar en su casa, mientras el señor Czanek los aguardaba dentro de su vehículo en Ship Street, preparado para ponerse en marcha si la policía aparecía de repente.

Tal como habían planeado, los señores Ricci y Silva llegaron a Water Street, adonde daba la puerta delantera de la casa. Aunque no les gustó ver aquellas extrañas piedras bajo la luz de la luna, tenían otras cosas en las que pensar y no se dejaron influir por supersticiones. Lo único que les daba miedo era que les resultara difícil hacer hablar al Anciano Siniestro, pues los viejos lobos de mar suelen ser bastante testarudos y seguramente no querría revelarles dónde guardaba su tesoro. De todos modos, los señores Ricci y Silva sabían cómo hacer hablar a sus víctimas. Y, aunque el viejo intentara gritar, no les sería demasiado difícil silenciarlo. Así pues, se acercaron a una ventana iluminada y oyeron la voz del Anciano Siniestro, que estaba hablando con su colección de botellas. Entonces se cubrieron la cara con sendas máscaras y llamaron a la puerta.

Al señor Czanek se le hizo muy larga la espera, mientras se hallaba dentro de su vehículo junto a la puerta trasera de la casa en Ship Street. Era más sensible que sus compañeros y no le gustó oír gritos procedentes de la casa. Pensó que sus camaradas estaban siendo demasiado violentos con aquel pobre anciano. Miró nervioso la estrecha puerta en medio de la alta pared de piedra. Consultó su reloj varias veces, preguntándose por qué los demás estaban tardando tanto en salir. Quizás el anciano había muerto antes de revelar dónde guardaba su oro, obligando a sus asesinos a realizar un minucioso registro de las habitaciones. Fuera como fuera, al señor Czanek no le gustaba nada esperar tanto tiempo en aquel lugar siniestro. Entonces oyó un leve sonido y vio cómo se abría la puerta trasera. Esperaba que la luz del único farol de la calle le mostrara a sus compañeros saliendo de la casa con el botín. Pero no vio lo que esperaba: quien había salido de la casa era el Anciano Siniestro, que caminaba lentamente con su bastón en la mano y una extraña sonrisa en el rostro. Hasta entonces el señor Czanek había ignorado el color de sus ojos: entonces pudo ver que eran amarillos.

Es sabido que hasta el incidente más trivial puede llamar la atención en una ciudad pequeña. Por eso los vecinos de Kingsport estuvieron hablando durante mucho tiempo de tres cadáveres horriblemente mutilados, que aparecieron flotando en el mar a la mañana siguiente. Parecía que los hubieran cosido a navajazos y que luego los hubieran pisoteado brutalmente. Alguien relacionó aquellos cadáveres con un vehículo abandonado que apareció en Ship Street. Y algunos vecinos recordaron haber oído gritos inhumanos durante la noche anterior. Pero al Anciano Siniestro no le interesaban aquellos rumores. Era un hombre de naturaleza reservada, especialmente desde que se sentía viejo y débil. Además, un viejo capitán de barco seguramente habría visto cosas mucho más extrañas durante los lejanos días de su olvidada juventud.


UN HOMBRE QUE VIVÍA JUNTO A UN CEMENTERIO (M. R. JAMES)

 

Texto: M. R. James. Adaptación: Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Había una vez un hombre que vivía junto a un cementerio. Su casa, hecha de piedra y de ladrillo, daba por un lado a la calle y por el otro al cementerio. Antes había pertenecido al párroco, pero cuando este contrajo matrimonio decidió mudarse a otro edificio más espacioso, pues a su esposa no le agradaba ver las tumbas desde la ventana de su dormitorio. Tras la mudanza del clérigo se había establecido allí John Poole, un viudo de edad avanzada, que tenía fama de avaro. También tenía reputación de morboso, porque le gustaba contemplar los entierros desde su casa.

En aquella época (esto sucedió en los tiempos de la reina Isabel Tudor) era frecuente inhumar a los difuntos en plena noche, bajo la luz de las antorchas. En cierta ocasión enterraron allí a una anciana que gozaba de pocas simpatías en la villa. Se decía de ella que era una bruja y que se ausentaba de su hogar en ciertas noches señaladas, como la de San Juan o la de Difuntos. Tenía los ojos rojizos y presentaba un aspecto tan repulsivo que incluso los mendigos temían acercarse a su casa. Sin embargo, había donado una generosa cantidad de dinero a la parroquia. Fue enterrada envuelta en un sudario, sin ningún ataúd, y solo asistieron a su funeral unas pocas personas (sin contar a John Poole, que observaba la ceremonia desde su casa). Antes de que los sepultureros la cubrieran de tierra, el párroco arrojó algo metálico a su tumba y murmuró: “que tu dinero te acompañe al Infierno”. A la mañana siguiente los feligreses de la parroquia se sorprendieron de lo mal que habían trabajado los sepultureros, pues la tierra que cubría la tumba parecía revuelta.

Durante los días siguientes John Poole ofreció un aspecto bastante peculiar, pues parecía al mismo tiempo satisfecho y preocupado. Olvidando su vieja avaricia, empezó a frecuentar la taberna por las tardes. Algunos parroquianos le oyeron decir que había heredado algún dinero y que pensaba mudarse a otra casa. El herrero le dijo:

No me extraña que usted quiera irse de esa casa. Yo, en su lugar, me pasaría toda la noche imaginando cosas extrañas. Por ejemplo, que la vieja bruja Wilkins salía de su tumba y entraba en la casa por la ventana. Aunque supongo que usted ya está acostumbrado a ese ambiente, señor Poole. ¿Alguna vez ha visto en el cementerio algo extraño, como esos fuegos fatuos que decía ver la esposa del clérigo?

No, nunca he visto esas luces.

Tras dar esa desganada respuesta, el señor Poole pidió otra bebida y se retiró a su hogar cuando la tarde ya estaba muy avanzada.

Aquella noche empezó a soplar en torno a su casa un viento fuerte, cuyo aullido le impidió conciliar el sueño. Se irguió de su lecho y se acercó a una alacena situada en un extremo del dormitorio. Agarró un objeto metálico y lo introdujo en un bolsillo de su camisón. Luego se acercó a la ventana para echarle un vistazo al cementerio.

Vio que algo con forma humana emergía de la tierra, en un punto del cementerio que John Poole conocía bastante bien. Nada más ver aquello, Poole buscó refugio entre las ropas de su cama.

Oyó que algo rozaba el alféizar de su ventana y, venciendo su miedo, dirigió su mirada hacia allí. ¡Ay! Una cabeza putrefacta se interponía entre sus ojos y la luz de la luna. Había algo dentro de su habitación. Fragmentos de tierra seca se desprendieron sobre el pavimento. Una voz desagradable murmuró: “¿Dónde está?” Luego empezaron a oírse pasos vacilantes, como los que daría alguien que caminara con dificultad. Aquel ser rebuscaba por los rincones, debajo de las sillas y en el hueco de la alacena, cuya madera chirrió al sufrir el arañazo de sus largas uñas. La figura se acercó a la cama, alzó los brazos y chilló de forma horrible:

¡TÚ ME LO HAS ROBADO!

(M. R. James no quiso contarnos lo que pasó a continuación entre John Poole y el fantasma de la bruja, pero resulta fácil imaginárselo.)


Entrada destacada

Sara Lena Tenorio

Mi nombre es Sara Lena, nací un día de primavera en la ciudad de México, soy autora de dos libros que forman una saga que, aunque ya está p...