Texto: H. P. Lovecraft, adaptado por Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.
Angelo Ricci, Joe
Czanek y Manuel Silva tomaron la decisión de hacerle una visita al Anciano Siniestro.
Este era un hombre muy viejo, que vivía en una casa igualmente vetusta de Water
Street, cerca del puerto. Se decía que era muy rico y ese rumor había atraído
la atención de los señores Ricci, Czanek y Silva, quienes se dedicaban al noble
oficio de robar los bienes ajenos.
Los vecinos de
Kingsport decían muchas cosas sobre el Anciano Siniestro, cuya mala reputación
lo había protegido hasta entonces de recibir visitas indeseadas. Era
ciertamente un hombre extraño, que supuestamente había sido capitán de barco en
las Indias Orientales durante su lejana juventud. Pero era tan viejo que nadie
recordaba aquella época y muy pocos sabían cómo se llamaba realmente. Entre los
árboles de su jardín se veían extrañas piedras, semejantes a ídolos o monolitos
procedentes de algún siniestro templo oriental. Eso era suficiente para
espantar a los niños de la localidad, quienes, por lo demás, hubieran estado
encantados de romperle las ventanas a pedradas. Pero había otra cosa aún más inquietante.
Quienes habían osado espiar el interior de la casa desde las ventanas decían
que había muchas botellas sobre una mesa y que dentro de cada botella había un
péndulo. El Anciano Siniestro hablaba con las botellas y les daba nombres como
Jack, Cicatriz, Tom el Largo, Joe el Español, Peters o Ellis. Y entonces los
péndulos de las botellas empezaban a vibrar, como si estuvieran respondiendo a
sus palabras.
Quienes habían sido
testigos de aquellas peculiares conversaciones no se acercaban de nuevo a
aquella casa maldita. Pero Ricci, Czanek y Silva no eran oriundos de Kingsport,
sino forasteros ignorantes de las leyendas locales, y solo veían en el Anciano Siniestro
un vejestorio inofensivo, que necesitaba un bastón para caminar y cuyas manos
temblaban penosamente. En el fondo sentían cierta pena por aquel pobre
individuo, al que sus vecinos temían y que no podía caminar por la calle sin
que le ladrasen los perros. Pero había que pensar en los negocios y para un
buen ladrón era un objetivo irresistible: nada menos que un anciano indefenso,
que no tenía cuenta en el banco y que pagaba todas sus compras con viejas
monedas de plata y oro español, algunas de las cuales superaban los dos siglos
de antigüedad.
Así pues, eligieron la
noche del once de abril para visitar al anciano. Los señores Ricci y Silva se
ocuparían de entrar en su casa, mientras el señor Czanek los aguardaba dentro
de su vehículo en Ship Street, preparado para ponerse en marcha si la policía
aparecía de repente.
Tal como habían
planeado, los señores Ricci y Silva llegaron a Water Street, adonde daba la
puerta delantera de la casa. Aunque no les gustó ver aquellas extrañas piedras
bajo la luz de la luna, tenían otras cosas en las que pensar y no se dejaron
influir por supersticiones. Lo único que les daba miedo era que les resultara
difícil hacer hablar al Anciano Siniestro, pues los viejos lobos de mar suelen
ser bastante testarudos y seguramente no querría revelarles dónde guardaba su
tesoro. De todos modos, los señores Ricci y Silva sabían cómo hacer hablar a
sus víctimas. Y, aunque el viejo intentara gritar, no les sería demasiado
difícil silenciarlo. Así pues, se acercaron a una ventana iluminada y oyeron la
voz del Anciano Siniestro, que estaba hablando con su colección de botellas.
Entonces se cubrieron la cara con sendas máscaras y llamaron a la puerta.
Al señor Czanek se le
hizo muy larga la espera, mientras se hallaba dentro de su vehículo junto a la
puerta trasera de la casa en Ship Street. Era más sensible que sus compañeros y
no le gustó oír gritos procedentes de la casa. Pensó que sus camaradas estaban
siendo demasiado violentos con aquel pobre anciano. Miró nervioso la estrecha
puerta en medio de la alta pared de piedra. Consultó su reloj varias veces,
preguntándose por qué los demás estaban tardando tanto en salir. Quizás el
anciano había muerto antes de revelar dónde guardaba su oro, obligando a sus
asesinos a realizar un minucioso registro de las habitaciones. Fuera como
fuera, al señor Czanek no le gustaba nada esperar tanto tiempo en aquel lugar
siniestro. Entonces oyó un leve sonido y vio cómo se abría la puerta trasera.
Esperaba que la luz del único farol de la calle le mostrara a sus compañeros
saliendo de la casa con el botín. Pero no vio lo que esperaba: quien había
salido de la casa era el Anciano Siniestro, que caminaba lentamente con su
bastón en la mano y una extraña sonrisa en el rostro. Hasta entonces el señor
Czanek había ignorado el color de sus ojos: entonces pudo ver que eran
amarillos.
Es sabido que hasta el
incidente más trivial puede llamar la atención en una ciudad pequeña. Por eso
los vecinos de Kingsport estuvieron hablando durante mucho tiempo de tres
cadáveres horriblemente mutilados, que aparecieron flotando en el mar a la
mañana siguiente. Parecía que los hubieran cosido a navajazos y que luego los
hubieran pisoteado brutalmente. Alguien relacionó aquellos cadáveres con un
vehículo abandonado que apareció en Ship Street. Y algunos vecinos recordaron
haber oído gritos inhumanos durante la noche anterior. Pero al Anciano Siniestro
no le interesaban aquellos rumores. Era un hombre de naturaleza reservada,
especialmente desde que se sentía viejo y débil. Además, un viejo capitán de
barco seguramente habría visto cosas mucho más extrañas durante los lejanos
días de su olvidada juventud.
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