Texto: Charles Nodier, traducido por Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.
Dos caballeros de Malta tenían
un esclavo, que se vanagloriaba de poder invocar a los demonios y hacer que
estos le revelaran el paradero de las cosas mejor escondidas. Así pues, sus
amos lo llevaron a un castillo donde se decía que había tesoros ocultos. El
esclavo se quedó solo, realizó sus invocaciones y entonces apareció un demonio,
que le mostró un tesoro oculto dentro de las paredes. El esclavo intentó
apoderarse de él, pero entonces el demonio devolvió el cofre a su escondite.
Eso sucedió más de una vez y el esclavo, harto de sus vanos esfuerzos, fue a
decirles a los caballeros qué había pasado. Como se sentía muy cansado, les
pidió que le dieran un poco de licor. A continuación, volvió al lugar donde se
hallaba el tesoro.
Algún tiempo después los caballeros
oyeron un ruido y bajaron a la cripta del tesoro, donde encontraron al esclavo
muerto. Sobre su cuerpo se veían numerosas heridas, que juntas presentaban la
forma de una cruz. Había tantas que no era posible tocar el cuerpo del esclavo
sin rozar alguna. Los caballeros llevaron su cadáver a la costa y lo arrojaron
al mar con una enorme piedra atada al cuello, para que nadie conociera nunca la
verdad de los hechos.
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