ANIA, LA NIÑA DEL BOSQUE

 

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Carla era una niña muy imaginativa, a la cual le gustaba pasear por el bosque para estar sola con sus sueños y fantasías. Un día conoció allí a Ania, una chica solitaria y algo misteriosa, que pronto se convirtió en su mejor amiga. Ania no iba al colegio ni tenía otros amigos en la villa, pero parecía conocer todos los secretos de la Naturaleza y, mientras paseaban juntas por el bosque, le contaba a Carla muchas cosas sobre los animales y los árboles, cuentos de hadas y viejas leyendas que hasta los más ancianos habían olvidado. A veces Carla le prestaba su flauta y entonces Ania tocaba una música tan misteriosa como ella misma, en la cual parecían resonar los rumores de las hojas y los silbidos del viento.

Una noche la casa de Carla fue asaltada por una banda de atracadores, formada por dos hombres y una mujer, todos ellos bien armados. El padre de Carla, que trabajaba en el banco de la villa, fue encañonado por el líder de los asaltantes, quien le dijo:

Ahora vamos a ir los dos al banco y usted abrirá la oficina para mí. Mientras tanto, mis compañeros se quedarán aquí, “cuidando” de su mujer y de su hija. Si obedece todas mis órdenes, no tiene por qué pasarles nada malo, pero si se niega a colaborar o intenta cualquier tontería…

La mujer que formaba parte de la banda sacó un rollo de cinta adhesiva e hizo ademán de atar a las rehenes, pero Carla aprovechó una distracción de su captora para huir de la casa. Uno de los asaltantes salió en su persecución y creyó oír sus pasos entre la maleza, pero, cuando enfocó su linterna hacia el lugar de donde procedía el rumor, vio disgustado que solo se trataba de un animal salvaje. Su compañera le dijo:

Será mejor olvidarse de la niña y vigilar a la mujer. De todas formas, el pueblo está muy lejos y esa cría no podrá atravesar el bosque ella sola.

Mientras tanto, Carla temblaba de miedo escondida entre los helechos. Sabía que debía ir al pueblo para pedir ayuda, pero la noche era muy oscura y, tal como había dicho aquella mujer, no podría llegar a tiempo si nadie la ayudaba. Ya estaba a punto de echarse a llorar cuando sintió que había alguien a su lado. Pensó que se trataba de su perseguidor e intentó gritar, pero entonces oyó una voz dulce que ella conocía muy bien:

Tranquila, Carla. Soy Ania.

¡Ania! ¿Qué estás haciendo aquí a estas horas?

Eso no importa. Supe que estabas en problemas y vine aquí para ayudarte. Toma mi mano y sígueme. No tengas miedo, yo conozco bien el bosque y estoy acostumbrada a caminar de noche.

Carla y Ania se internaron juntas en la espesura, siguiendo un sendero medio devorado por los helechos. La primera estaba muerta de miedo y pensó que los robles, agitados por el viento nocturno, le hablaban en tono hostil, amenazándola con terribles castigos por invadir el santuario de los viejos espíritus del bosque. Durante un momento se sintió paralizada por el pánico, pero Ania la abrazó con fuerza y le dijo:

Carla, si quieres ayudar a tu familia, debes superar tus miedos y seguir adelante. En la vida siempre debemos proseguir nuestro camino… aunque nos cueste, aunque nos duela, aunque a veces tengamos que dejar atrás las cosas que amamos (a Ania se le quebró la voz cuando dijo estas últimas palabras, pero Carla estaba demasiado nerviosa para advertirlo).

Entonces los robles se callaron y Carla solo oyó el silbido del viento deslizándose entre las ramas. Pensó que todo había sido una ilusión y siguió adelante, sin soltar la mano de Ania. Aún sentía una vaga inquietud, pero se dijo a sí misma: “Ella tiene razón, no puedo ser una niña miedosa para siempre. Se lo debo a mi familia y también a Ania.”

Cuando llegaron al cuartel de la Guardia Civil, Ania se separó de Carla, diciendo que debía volver con su familia. Los agentes actuaron con rapidez y eficacia, de modo que todos los delincuentes fueron arrestados sin que los padres de Carla sufrieran el menor daño. Posteriormente el sargento la llevó a su casa y, cuando se despidieron, le dijo:

Has sido muy valiente, Carlita. Esta noche has dejado de ser una niña.

Mientras Carla caminaba por el jardín, se percató de que allí estaba Ania, que la miraba con una cara muy triste y lágrimas en los ojos. Le preguntó por qué estaba llorando y ella le respondió:

Como dijo ese hombre, esta noche has dejado de ser una niña y ya no podremos ser amigas nunca más. Yo no soy más que una loba del bosque y solo era una chica en tu imaginación de niña. Ahora todas tus fantasías infantiles se desvanecerán para siempre y mi recuerdo desaparecerá con ellas, como desaparecerá el de los espíritus del bosque. ¡Hasta siempre, querida Carla, y que seas muy feliz en tu vida!

Carla intentó abrazar a Ania, pero esta huyó al bosque y desapareció en la noche. En aquel mismo momento Carla olvidó todos sus recuerdos de Ania y se sintió muy triste sin saber por qué, mientras un aullido melancólico resonaba en el cielo nocturno.



OJOS DE GATO (MICRORRELATO FANTÁSTICO)

 

Cuando su querida gatita murió, la pequeña Ana hizo un hechizo para que sus espíritus estuvieran siempre juntos. Al enterarse, su abuela se enfadó mucho y la envió a un internado. Una vez en su nuevo colegio, Ana se hizo amiga de una niña llamada Carlota. Cierta noche la gobernanta oyó voces en la habitación de Ana y entró para llamarle la atención, pues las visitas nocturnas estaban terminantemente prohibidas. Pero cuando entró no vio a nadie más que a la propia Ana.

¿Se puede saber con quién estabas hablando hace un rato?

Con Carlota, que vino a visitarme.

¡Eso es imposible! ¡Duérmete ya y déjate de tonterías!

Nadie le había contado a Ana que Carlota había muerto pocas horas antes. Y tampoco nadie le había contado a la gobernanta que los gatos pueden ver a los muertos.

Texto: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


EL FANTASMA DEL BOSQUE (VERSIÓN EXTENDIDA)

 

Según la leyenda, en aquel bosque japonés acechaba el espíritu de un anciano sacerdote, que había muerto de tristeza tras perder a su única nieta y que desde entonces vagaba por la espesura durante las noches de invierno.

Cierto día una niña llamada Ayumi fue raptada por un desconocido, que se la llevó a una cabaña del bosque. El criminal encerró a su víctima y la dejó sola en la cabaña, mientras él volvía a la ciudad para comprar provisiones. Pero resulta que algunas tablas de la pared habían sido destrozadas en su parte inferior por los hocicos de los jabalíes, gracias a lo cual Ayumi consiguió huir. Sin embargo, su situación no había mejorado mucho, pues no podía acercarse a la carretera sin riesgo de que él volviera a capturarla, así que se vio obligada a atravesar el bosque.

Entonces se puso el sol y empezó a silbar un viento frío como el aliento de la muerte. Ayumi, perdida entre los árboles, sintió mucho miedo cuando la débil luz lunar le permitió distinguir una sombra que se acercaba a ella. Estuvo a punto de gritar, pero se contuvo al ver que aquella sombra no era su secuestrador ni tampoco un animal salvaje, sino un anciano andrajoso, que le dijo con una sonrisa en la boca:

No tengas miedo, pequeña. Te ayudaré a volver con tu familia.

Muchas gracias, ojisan. ¿Pero no es usted el fantasma del bosque?

Sí y no. Sí, porque así es como me llaman desde que vivo en el monte. Y no, porque todavía soy un hombre de carne y hueso.

¿Y entonces por qué dicen que es usted un fantasma?

Porque creen que tengo poderes mágicos. Cuando no quiero que alguien me moleste, me vuelvo invisible como un espíritu, usando una vieja técnica ninja que aprendí en mi juventud.

¿Pero es posible hacer eso?

Bueno, en todo caso es más posible que ver caminar a un muerto. ¿No crees?

Sí, tiene razón.

El viejo y Ayumi llegaron a la ciudad poco antes del amanecer. La niña quiso darle las gracias a su nuevo amigo, pero entonces se dio cuenta de que estaba sola. El anciano había desaparecido sin dejar más rastro que un papel, donde ponía: “Perdóname por marcharme sin despedirme, pero va a salir el sol y tengo que volver al Más Allá. En realidad, sí soy un fantasma, pero no te lo dije para que no me tuvieras miedo”. El fantasma no se marchó solo al Más Allá: el secuestrador de Ayumi había sufrido un ataque al corazón, tras haber visto a la niña caminando por el bosque en compañía de un esqueleto.

Texto: Francisco Javier Fontenla García. Imagen: Pixabay.


VAMPIROS Y FELINOS (MICRORRELATO)

Aquella noche Helene Belfort, la niña vampiro, vagaba por una tenebrosa calle de las afueras. La oscuridad era su refugio, pero también su maldición, y a  veces echaba de menos tener amigos con los que jugar. En realidad, antes de convertirse en vampiro había sido una niña introvertida, más amiga de leer o de tocar el piano que de relacionarse con los demás, pero los Piscis (Helene lo era) nunca han destacado por su coherencia. Entonces se encontró con un gatito abandonado, lo acarició y le dijo: “Tranquilo, no voy a hacerte daño, esta noche intentaré ser buena”. Pero veinticuatro segundos después: “Lo siento, gatito, no puedo resistir la sed”. Aquella noche Helene volvió a ejercer de vampiro (y de Piscis), pero podemos decir en su honor que no bebió la sangre del gatito, sino la de quienes lo habían abandonado.

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

LOS ÚLTIMOS RECUERDOS DEL AVENTURERO (MICRORRELATO)

Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. He hollado las tumbas donde reposa una dinastía maldita y he caminado entre los mausoleos de los reyes atlantes, cuyas criptas embrujadas custodian secretos más viejos que el mundo. He surcado mares prohibidos, donde el tiburón blanco se desliza entre los abismos, y he desembarcado en islas desconocidas, donde el Mal acecha bajo las ruinas de templos impíos. Me he sumergido en las tinieblas de los hipogeos estigios y he empuñado una espada cimeria, que despertó recuerdos olvidados en mi alma. En un país lejano he sostenido la mirada de una niña misteriosa, cuyos ojos eran carmesíes como las llamas del Infierno y tristes como los cielos del otoño. Mañana moriré, pero hoy recuerdo el ayer. ¿Pasado mañana cuántos ayeres recordaré?

Texto: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.


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