LA ALQUIMIA DEL DOLOR (BAUDELAIRE)

 



Adaptación: Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Hay quienes hablan al mundo con amor y quienes le hablan con dolor. Hay quienes ven mañanas cristalinas y hay quienes escuchan los susurros del gusano. Misterioso Hermes, que guías mis esfuerzos, gracias a ti soy el más triste de los alquimistas, el reflejo de Midas. Convierto el hermoso oro en hierro oxidado, para mí el paraíso es un infierno. Veo cadáveres amados entre las nubes e imagino torres de ataúdes en las riberas del cielo.

Texto original:

L’un t’éclaire avec son ardeur,
L’autre en toi met son deuil, Nature!
Ce qui dit à l’un : Sépulture!
Dit à l’autre: Vie et splendeur!

Hermès inconnu qui m’assistes
Et qui toujours m’intimidas,
Tu me rends l’égal de Midas,
Le plus triste des alchimistes;

Par toi je change l’or en fer
Et le paradis en enfer;
Dans le suaire des nuages

Je découvre un cadavre cher,
Et sur les célestes rivages
Je bâtis de grands sarcophages.

EL TESORO DEL DIABLO (CHARLES NODIER)

 

Texto: Charles Nodier, traducido por Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Dos caballeros de Malta tenían un esclavo, que se vanagloriaba de poder invocar a los demonios y hacer que estos le revelaran el paradero de las cosas mejor escondidas. Así pues, sus amos lo llevaron a un castillo donde se decía que había tesoros ocultos. El esclavo se quedó solo, realizó sus invocaciones y entonces apareció un demonio, que le mostró un tesoro oculto dentro de las paredes. El esclavo intentó apoderarse de él, pero entonces el demonio devolvió el cofre a su escondite. Eso sucedió más de una vez y el esclavo, harto de sus vanos esfuerzos, fue a decirles a los caballeros qué había pasado. Como se sentía muy cansado, les pidió que le dieran un poco de licor. A continuación, volvió al lugar donde se hallaba el tesoro.

Algún tiempo después los caballeros oyeron un ruido y bajaron a la cripta del tesoro, donde encontraron al esclavo muerto. Sobre su cuerpo se veían numerosas heridas, que juntas presentaban la forma de una cruz. Había tantas que no era posible tocar el cuerpo del esclavo sin rozar alguna. Los caballeros llevaron su cadáver a la costa y lo arrojaron al mar con una enorme piedra atada al cuello, para que nadie conociera nunca la verdad de los hechos.


LA HISTORIA DE HECATEO

 


Texto: Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Mi historia comenzó hace miles de años en una olvidada colonia griega de Asia Menor. Fue en aquella vieja ciudad donde yo, Hecateo, alcancé los más elevados honores militares y el amor de la hermosa Casandra. Pero mi amada esposa no tardó en morir a causa de una misteriosa enfermedad, quizás hereditaria, y solo quedó para consolarme mi hija Eos, una niña tan bella y amable como lo había sido su madre. Ni aun entonces terminaron mis cuitas, pues antes de llegar a la pubertad Eos empezó a mostrar los primeros síntomas de la dolencia que se había llevado a su madre. Mi hija era una niña de cuerpo delicado, que no podría resistir mucho tiempo los embates de aquella implacable enfermedad, contra la cual nada podían hacer los remedios de los galenos ni las preces de los sacerdotes. Entonces decidí recurrir a una medida desesperada y una noche, tras decirles a mis criados que iría como peregrino al templo de Apolo, volví a la ciudad disfrazado de mendigo y entré en la cárcel por un pasadizo secreto. Una vez dentro, golpeé al carcelero y abrí la celda donde se hallaba confinada Lagina, una sacerdotisa que había sido condenada a muerte por brujería. Se decía que acudía por las noches a un templo abandonado en medio del desierto, donde los demonios, a cambio de su pleitesía, le habían revelado muchos secretos prohibidos. Cuando entré en el calabozo Lagina me dijo, sin mostrar ningún temor hacia mi espada:

-¿Habéis venido a ejecutarme en persona o acaso debo esperar algún favor de vos, noble Hecateo?

-Eso solo depende de ti, bruja. Sabes que mi hija está enferma. Si me juras que usarás tu magia para curarla, te ayudaré a escapar. Pero si no…

-De acuerdo, general. Os juro por las aguas del Infierno que atenderé a vuestra hija. Pero para curarla necesito reunir ciertos ingredientes, que solo yo conozco. Si me facilitáis la fuga, mañana a esta misma hora os entregaré el remedio en la cripta del templo embrujado.

Yo confié en la palabra de Lagina, pues ni siquiera la peor de las hechiceras sería capaz de traicionar un juramento proferido en nombre del Infierno. La ayudé a huir y pasé el día siguiente orando en un santuario de las montañas, pues había cometido un grave pecado liberando a Lagina y necesitaba el improbable perdón de los dioses. Luego me dirigí al lugar donde ella me había citado. Durante el trayecto me encontré con una manada de lobos hambrientos, que se disputaban rabiosamente un amasijo de carroña. Pero yo iba armado y apenas les presté atención. Una vez en el templo, bajé a la cripta y me encontré con Lagina, quien, fiel a su palabra, me aguardaba allí, hermosa y sonriente. Le pregunté dónde estaba el remedio que me había prometido y ella me señaló un pequeño cofre, instándome a que lo abriera con mis propias manos. Pero cuando lo abrí me quedé helado de horror al ver que dentro se hallaba la cabeza, lívida y ensangrentada, de mi querida hija Eos. Lagina me dijo entre carcajadas:

-Os juré que atendería a vuestra hija y he cumplido mi palabra. Ahí tenéis su cabeza, por el resto de su cuerpo podéis preguntarles a los lobos del desierto. ¡Pero no os daré la oportunidad de hacerlo!

Aprovechando que estaba paralizado por el dolor, Lagina huyó de la cripta, dejándome encerrado antes de que pudiera agarrarla para vengarme.

Tras varias horas de postración espiritual, durante las cuales solo fui capaz de llorar y maldecir, recobré en parte mi presencia de ánimo y me pregunté cómo podría huir de mi encierro. No ignoraba que las criptas de los templos solían tener pasadizos secretos, que permitían la huida de los sacerdotes en caso de asedio. Tras una larga búsqueda, encontré el acceso a una galería subterránea y caminé durante mucho tiempo por aquel interminable pasadizo, sin más guía que la mortecina luz de mi antorcha. Finalmente llegué a una siniestra cripta funeraria, donde las momias de los antiguos sacerdotes yacían en sendos nichos de piedra. Entonces aquellos cadáveres milenarios se irguieron, animados por algún infernal remedo de la vida humana, y se abalanzaron sobre mí para beber mi sangre. Decapité a uno de ellos con mi espada y entonces su sangre negra roció mi rostro, pero yo estaba demasiado nervioso para prestar atención a ese detalle. Sabiendo que no podría vencer a todos aquellos cadáveres vivientes, escapé del pasadizo y busqué a los lobos que había visto en las cercanías del templo. Para unos lobos hambrientos mis terroríficos perseguidores solo eran amasijos de carne muerta, que fueron rápidamente despedazados. Yo conseguí esquivar la refriega encaramándome sobre una roca, donde me mantuve en reposo hasta el alba. Pero cuando salió el sol sus rayos me cegaron, obligándome a buscar cobijo en una tenebrosa gruta. Entonces comprendí que la sangre del vampiro me había convertido en un nuevo ser de las tinieblas y que mi destino sería deambular entre las tinieblas por toda la eternidad. Pero me sirvió de consuelo saber que también tendría toda la eternidad para vengarme de Lagina.

EL ANCIANO SINIESTRO (H. P. LOVECRAFT)

 


Texto: H. P. Lovecraft, adaptado por Francisco Javier Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Angelo Ricci, Joe Czanek y Manuel Silva tomaron la decisión de hacerle una visita al Anciano Siniestro. Este era un hombre muy viejo, que vivía en una casa igualmente vetusta de Water Street, cerca del puerto. Se decía que era muy rico y ese rumor había atraído la atención de los señores Ricci, Czanek y Silva, quienes se dedicaban al noble oficio de robar los bienes ajenos.

Los vecinos de Kingsport decían muchas cosas sobre el Anciano Siniestro, cuya mala reputación lo había protegido hasta entonces de recibir visitas indeseadas. Era ciertamente un hombre extraño, que supuestamente había sido capitán de barco en las Indias Orientales durante su lejana juventud. Pero era tan viejo que nadie recordaba aquella época y muy pocos sabían cómo se llamaba realmente. Entre los árboles de su jardín se veían extrañas piedras, semejantes a ídolos o monolitos procedentes de algún siniestro templo oriental. Eso era suficiente para espantar a los niños de la localidad, quienes, por lo demás, hubieran estado encantados de romperle las ventanas a pedradas. Pero había otra cosa aún más inquietante. Quienes habían osado espiar el interior de la casa desde las ventanas decían que había muchas botellas sobre una mesa y que dentro de cada botella había un péndulo. El Anciano Siniestro hablaba con las botellas y les daba nombres como Jack, Cicatriz, Tom el Largo, Joe el Español, Peters o Ellis. Y entonces los péndulos de las botellas empezaban a vibrar, como si estuvieran respondiendo a sus palabras.

Quienes habían sido testigos de aquellas peculiares conversaciones no se acercaban de nuevo a aquella casa maldita. Pero Ricci, Czanek y Silva no eran oriundos de Kingsport, sino forasteros ignorantes de las leyendas locales, y solo veían en el Anciano Siniestro un vejestorio inofensivo, que necesitaba un bastón para caminar y cuyas manos temblaban penosamente. En el fondo sentían cierta pena por aquel pobre individuo, al que sus vecinos temían y que no podía caminar por la calle sin que le ladrasen los perros. Pero había que pensar en los negocios y para un buen ladrón era un objetivo irresistible: nada menos que un anciano indefenso, que no tenía cuenta en el banco y que pagaba todas sus compras con viejas monedas de plata y oro español, algunas de las cuales superaban los dos siglos de antigüedad.

Así pues, eligieron la noche del once de abril para visitar al anciano. Los señores Ricci y Silva se ocuparían de entrar en su casa, mientras el señor Czanek los aguardaba dentro de su vehículo en Ship Street, preparado para ponerse en marcha si la policía aparecía de repente.

Tal como habían planeado, los señores Ricci y Silva llegaron a Water Street, adonde daba la puerta delantera de la casa. Aunque no les gustó ver aquellas extrañas piedras bajo la luz de la luna, tenían otras cosas en las que pensar y no se dejaron influir por supersticiones. Lo único que les daba miedo era que les resultara difícil hacer hablar al Anciano Siniestro, pues los viejos lobos de mar suelen ser bastante testarudos y seguramente no querría revelarles dónde guardaba su tesoro. De todos modos, los señores Ricci y Silva sabían cómo hacer hablar a sus víctimas. Y, aunque el viejo intentara gritar, no les sería demasiado difícil silenciarlo. Así pues, se acercaron a una ventana iluminada y oyeron la voz del Anciano Siniestro, que estaba hablando con su colección de botellas. Entonces se cubrieron la cara con sendas máscaras y llamaron a la puerta.

Al señor Czanek se le hizo muy larga la espera, mientras se hallaba dentro de su vehículo junto a la puerta trasera de la casa en Ship Street. Era más sensible que sus compañeros y no le gustó oír gritos procedentes de la casa. Pensó que sus camaradas estaban siendo demasiado violentos con aquel pobre anciano. Miró nervioso la estrecha puerta en medio de la alta pared de piedra. Consultó su reloj varias veces, preguntándose por qué los demás estaban tardando tanto en salir. Quizás el anciano había muerto antes de revelar dónde guardaba su oro, obligando a sus asesinos a realizar un minucioso registro de las habitaciones. Fuera como fuera, al señor Czanek no le gustaba nada esperar tanto tiempo en aquel lugar siniestro. Entonces oyó un leve sonido y vio cómo se abría la puerta trasera. Esperaba que la luz del único farol de la calle le mostrara a sus compañeros saliendo de la casa con el botín. Pero no vio lo que esperaba: quien había salido de la casa era el Anciano Siniestro, que caminaba lentamente con su bastón en la mano y una extraña sonrisa en el rostro. Hasta entonces el señor Czanek había ignorado el color de sus ojos: entonces pudo ver que eran amarillos.

Es sabido que hasta el incidente más trivial puede llamar la atención en una ciudad pequeña. Por eso los vecinos de Kingsport estuvieron hablando durante mucho tiempo de tres cadáveres horriblemente mutilados, que aparecieron flotando en el mar a la mañana siguiente. Parecía que los hubieran cosido a navajazos y que luego los hubieran pisoteado brutalmente. Alguien relacionó aquellos cadáveres con un vehículo abandonado que apareció en Ship Street. Y algunos vecinos recordaron haber oído gritos inhumanos durante la noche anterior. Pero al Anciano Siniestro no le interesaban aquellos rumores. Era un hombre de naturaleza reservada, especialmente desde que se sentía viejo y débil. Además, un viejo capitán de barco seguramente habría visto cosas mucho más extrañas durante los lejanos días de su olvidada juventud.


Calaverita a la muerte - Peter Winchester

Texto de Peter Winchester. Diseño de imagen de Sara Lena, 
usando imagen proporcionada por el autor.

Calaverita a la muerte


Un dos de noviembre la muerte a México llegó,

 pues quería estar en la celebración.


Entre los altares se puso a observar, los adornos,

 las flores, velas, comida y todo lo demás.


Por su camino a muchos de los muertos reconoció, 

pues anteriormente se los llevó.


Muy alegre se puso a disfrutar, 

de una serenata que al panteón llevaron a un familiar.


Los difuntos la invitaron a probar, 

distintos platillos como;

 mole, tamales, enchiladas

 y una calaverita de azucar

 como postre para saborear.


Muy satisfecha la muerte terminó, 

y para el próximo año,

 regresar prometió.


Autor: Peter Winchester 

Fanpage: https://www.facebook.com/ellegadodesaralenayfontenla



Entrada destacada

Sara Lena Tenorio

Mi nombre es Sara Lena, nací un día de primavera en la ciudad de México, soy autora de dos libros que forman una saga que, aunque ya está p...