CUATRO LECTURAS OSCURAS

 

Texto: Fontenla. Imagen: Carlos Miranda.

Empezamos por los cuentos de Edgar Allan Poe, escritor estadounidense del siglo XIX, considerado por muchos el mayor maestro de la narrativa fantástica. Si osas penetrar en los oscuros mundos de Poe, debes andar con cuidado, pues te tambalearás sobre el estrecho hilo que separa la vida de la muerte (La caída de la casa Usher, Ligeia…), investigarás los casos criminales más inquietantes (El doble crimen de la Rue Morgue, El escarabajo de oro…), te dejarás arrastrar por el romanticismo más morboso (Berenice, Morella...), lucharás contra las fuerzas más terribles de la Naturaleza (Manuscrito hallado en una botella, La caja oblonga…) y también conocerás a los siniestras fantasmas que acechan en las profundidades del corazón humano (El gato negro, El corazón delator…). Hay muchas ediciones de los cuentos de Poe en todas las lenguas y, siendo textos de dominio público, resulta fácil encontrarlos en Internet, donde puedes leerlos de forma legal y gratuita (algunos puedes encontrarlos en publicaciones anteriores de este mismo blog).

Mucho antes de que Stephenie Meyer alcanzara la fama con Crepúsculo, ya había historias donde el amor romántico convivía en perfecta simbiosis con la fantasía oscura. Entre esas historias podemos destacar una novela corta titulada Olalla, obra de Robert Louis Stevenson, el mágico autor escocés que también nos contó las aventuras de Jim Hawkins y las desventuras del Doctor Jekyll. Olalla se ambienta en un lugar agreste de España en los tiempos de las guerras napoleónicas. Un oficial británico, convaleciente tras haber resultado herido en la lucha contra los franceses, se establece en el ruinoso caserón de una vieja familia hidalga, que la gente del lugar teme y rechaza a causa de ciertas leyendas ancestrales. El oficial se enamora de Olalla, la hermosa hija de la dueña del caserón, pero no tardará en descubrir que la familia de su amada esconde un terrible secreto. Esta es la premisa argumental de una historia al mismo tiempo turbadora y dramática, que quizás no sea especialmente terrorífica, pero que te acompañará durante toda la vida, como el recuerdo de un hermoso sueño que nunca se hizo realidad (por cierto, la inspiración de Olalla vino precisamente de una experiencia onírica).

Dentro de la narrativa gallega hay muchos cuentos que se aproximan al género fantástico, a menudo tomando como referente la tradición ancestral de raíces celtas o latinas. Dentro de esas obras mi preferida es Á lus do candil (A la luz del candil en castellano), del entrañable escritor lucense Ánxel Fole. La magia de Fole, cuyo estilo se aleja de todo cultismo retórico, está precisamente en su capacidad para reproducir, fielmente los códigos de la narración oral, la cual, a fin de cuentas, es la madre de toda verdadera literatura. Por lo demás, los cuentos de Fole están profundamente enraizados en la tierra gallega (concretamente en la “tierra brava” de la sierra del Courel) y en el patrimonio fantástico del pueblo galaico, con sus brujas, sus lobos, sus duendes y sus frías noches invernales, durante las cuales se oye el lamento de los muertos entre los aullidos del viento, así como la voz de los ancestros en los cuentos que susurran los ancianos al amor de la lumbre.

Vamos a finalizar con una obra más moderna: Death Note, “manga” japonés creado por un misterioso autor que se hace llamar Tsugumi Ohba (tan misterioso que nadie conoce su verdadero nombre, su rostro y su sexo). Esta historia, a medio camino entre la fantasía oscura y la intriga policial, se basa en la leyenda japonesa de los shinigami o dioses del Más Allá, pero también en el mito de Fausto, el hombre que le vendió su alma al Diablo para hacer realidad sus deseos. El protagonista es Light Yagami, un joven estudiante muy inteligente pero poco sensible, que un buen día (lo de “bueno” es por decir algo) encuentra la libreta de un shinigami. No tarda en descubrir que esa libreta es mágica: basta con escribir en ella el nombre de una persona para que esta muera casi de inmediato. Entonces Light decide emplear el poder de la libreta, en principio para “limpiar” el mundo de criminales y malas personas, pero, como pasa siempre, la sensación de poder y la falta de empatía acaban convirtiendo a Light en un asesino mucho peor que sus víctimas. Su principal contrincante será L, un misterioso detective de inteligencia casi sobrehumana. Así comenzará un terrible enfrentamiento entre dos mentes frías e implacables, con la sangre y la muerte trágica como principales ingredientes.

Dedicado a Carlos Miranda.


EL DEMONIO DE LA PERVERSIDAD (EDGAR ALLAN POE)

 


Texto: Edgar Allan Poe, traducido por Francisco Javier Fontenla. 
Imagen: Carlos Miranda.

Es imposible que cualquier otro plan hubiera sido calculado de una forma más cuidadosa. Llevaba semanas e incluso meses planeando todos los detalles del asesinato. Había rechazado un millar de posibles métodos porque todos ellos acarreaban una posibilidad de ser descubiertos. Al final, mientras leía un libro de memorias francés, supe que una tal Madame Pilau había sufrido una indisposición casi mortal, a causa de una vela accidentalmente envenenada. Aquella idea empezó a agitar mi imaginación. Mi víctima solía leer en la cama y su dormitorio estaba pobremente ventilado. Pero no tengo por qué importunaros con detalles superfluos ni tampoco necesito explicaros con qué facilidad sustituí la vela de su habitación por otra que yo mismo había fabricado. A la mañana siguiente él fue hallado muerto en su propia cama y el forense dictaminó que su óbito se había debido a la “voluntad de Dios”.

Yo heredé sus bienes y todo transcurrió adecuadamente durante varios años. La idea de ser descubierto no me preocupaba en absoluto. Me había ocupado de destruir todos los indicios del crimen. No había ningún hilo por el cual pudieran declararme culpable, ni siquiera tenían motivos para sospechar de mí. Me sentía sumamente satisfecho con mi propia sensación de absoluta seguridad. Durante un largo de tiempo me acostumbré a vivir con ese sentimiento, el cual me procuraba más satisfacciones que las ganancias materiales brindadas por mi delito. Pero llegó una época en la cual esa agradable sensación se convirtió gradualmente en un pensamiento obsesivo, del que no podía librarme ni siquiera por un instante. Es bastante frecuente que atormente nuestros oídos y nuestra memoria el recuerdo de alguna canción cualquiera o de los más ramplones acordes de cualquier ópera. El malestar no sería menor si la canción o la ópera fueran meritorias. Del mismo modo, yo siempre estaba dándole vueltas a la misma idea en mi mente, repitiéndome a mí mismo “estoy a salvo”.

Un día, mientras deambulaba por las calles, me sorprendí a mí mismo murmurando a media voz aquella frase obsesiva. En un arranque de petulancia, la remodelé en los siguientes términos: “estoy a salvo, sí… siempre y cuando no cometa la necedad de confesar abiertamente”.

Inmediatamente después de haber mascullado aquellas palabras, sentí cómo un gélido escalofrío se apoderaba de mi corazón. Yo ya había tenido alguna experiencia con aquellos ataques de “perversidad”, cuya naturaleza no me resulta fácil explicar, y entonces recordé que nunca había sido capaz de resistir con éxito semejantes ataques. En aquel preciso momento empezó a atormentarme mi casual autosugestión de que quizás pudiera ser tan necio como para confesar mi crimen, tal como si dicho pensamiento fuera el fantasma de mi víctima, dispuesto a arrastrarme hacia el Infierno.

Al principio hice un esfuerzo para desembarazar mi alma de aquel pensamiento de pesadilla. Caminé con ímpetu y creciente rapidez por las calles, hasta que finalmente empecé a correr. Sentí un enloquecedor deseo de gritar. Cada nuevo pensamiento no servía más que para envolverme en un nuevo terror, hasta que comprendí que, si seguía pensando en mi situación, estaría perdido. Aún entonces intenté buscar algo de paz. Empecé a saltar como un loco por las calles atestadas de gente. Al final llamé la atención del populacho, que empezó a perseguirme. Entonces supe que el destino se cernía sobre mí. Si hubiera podido, me habría arrancado la lengua, pero entonces una voz ruda resonó en mis oídos, mientras una mano aún más ruda me agarraba por los hombros. Me giré, mientras boqueaba intentando respirar. Durante un momento sentí los tormentos de la asfixia, era como si además hubiera perdido la vista, el oído e incluso el raciocinio. Luego, según creo, algún demonio invisible debió de golpear mi espalda con su poderosa zarpa, obligándome a revelar el secreto que durante tanto tiempo había ocultado en el fondo de mi alma.

Dicen que hablé con voz clara, pero con marcado énfasis y apasionada celeridad, como si tuviera miedo de que alguien me interrumpiera antes de que hubiera podido pronunciar aquellas frases, breves pero explícitas, que me condenaban al patíbulo y al Infierno.

Tras haber dicho todo lo que hacía falta para condenarme, me desplomé sin sentido.

¿Para qué decir más? Hoy llevo encima estas cadenas y estoy aquí. Mañana seré libre… ¿pero dónde?


VAMPIROS REALES

Texto: Sabine Baring-Gould, traducido por Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

Michael Wagener relata una horrible historia acaecida en Hungría, suprimiendo el apellido de su protagonista, al tratarse de una persona ligada a cierta familia que aún goza de gran influencia en el país húngaro. Esta historia demuestra cómo un hecho trivial puede dar lugar a una pasión terrible y desproporcionada.

Elizabeth era amiga de vestirse bien para mayor deleite de su esposo e invertía la mitad de día en sus arreglos de tocador. En cierta ocasión, una de sus doncellas le dijo que había algo incorrecto en su atuendo y, como recompensa por esa observación, su ama, poco amiga de recibir semejantes críticas, le propinó una buena paliza. La sangre saltó de la nariz de la doncella y salpicó el rostro de la dama. Cuando se hubo limpiado las manchas de sangre, Elizabeth vio que su cutis se había vuelto mucho más blanco, transparente y hermoso en los puntos donde había recibido las salpicaduras.

Entonces Elizabeth tomó la determinación de bañarse en sangre humana para prolongar su belleza. Dos ancianas y un tal Fitzko la asistieron en su propósito. Este monstruo solía matar a sus desafortunadas víctimas, mientras las ancianas se ocupaban de recoger su sangre, en la cual Elizabeth se bañaba hasta las cuatro de la madrugada. Después de sus abluciones parecía más hermosa que antes.

Ella continuó con este hábito tras la muerte de su marido en el año 1604, con el fin de ganar nuevos pretendientes. Las desdichadas muchachas que eran atraídas al castillo con promesas de una buena colocación, eran encerradas en una celda, donde sus cuerpos eran golpeados hasta que se hinchaban. Con frecuencia Elizabeth torturaba ella misma a sus víctimas, a veces les cambiaba sus ropas cuando estaban empapadas de sangre y luego reanudaba sus crueldades. Los cuerpos hinchados eran posteriormente cortados con navajas. En ocasiones las chicas eran quemadas y luego descuartizadas, pero casi todas eran golpeadas hasta la muerte. Al final la crueldad de Elizabeth se hizo tan obsesiva que se dedicaba a clavarles agujas a quienes se sentaban a su lado en los carruajes, especialmente si eran personas de su mismo sexo. Una de sus sirvientas fue desnudada completamente, untada con miel y expulsada de su mansión. Cuando ella estaba enferma, no podía olvidar su sadismo y mordía a quienes se acercaban a su lecho de enferma, como si se hubiera convertido en una bestia salvaje.

Causó la muerte de un total de 650 muchachas, algunas de las cuales fueron asesinadas en el territorio neutral de Tscheita, donde ella había hecho construir una celda con ese propósito. Otras murieron en diferentes localidades. La muerte y la sed de sangre se habían convertido en verdaderas necesidades para ella.

Cuando finalmente los padres de las niñas desaparecidas ya no pudieron ser engatusados más tiempo, el castillo fue registrado y los indicios de los crímenes no tardaron en ser descubiertos. Sus cómplices fueron ejecutados y a ella la encerraron durante el resto de su vida*.

Otro caso igualmente llamativo es el del Mariscal de Retz. Se trataba de un hombre educado, erudito, cortesano y buen comandante militar. Pero repentinamente se apoderó de él un deseo de matar y destruir, mientras leía a Suetonio en su biblioteca. Se dejó llevar por el impulso, convirtiéndose en uno de los mayores monstruos de crueldad que el mundo haya engendrado**.

*Wagener y Baring-Gould creen ingenuamente que así terminó la historia de Elizabeth, pero Sara Lena y sus lectores sabemos que no fue exactamente así.

**Mientras que Elizabeth Báthory fue, junto con Vlad Tepes, la principal inspiración del mito de Drácula, Gilles de Retz, más pederasta e infanticida que vampiro, dio lugar a la leyenda del malvado Barbazul.

CUENTO ORIENTAL DE VAMPIROS

Texto: Leyenda oriental recogida por Sabine Baring-Gould. Traducción: Javier Fontenla. Imagen: Pixabay.

A principios del siglo XV vivía en Bagdad un anciano mercader, cuyos negocios le habían producido una gran fortuna y que tenía un único hijo, al cual amaba tiernamente. Resolvió casar a su vástago con la hija de otro mercader: una muchacha de considerable fortuna, pero carente de todo atractivo personal. Abul-Hassan, el hijo del mercader, vio un retrato de la dama y le pidió a su padre que aplazara la boda, pues necesitaba tiempo para hacerse a la idea. Pero lo que hizo fue enamorarse de otra muchacha, que era hija de un erudito, y no dejó en paz a su padre hasta que este le permitió casarse con su amada. El viejo mercader se resistió todo lo que pudo, pero, viendo que su hijo estaba resuelto a casarse con la hermosa Nadilla y que había rechazado completamente a la fea hija del mercader, hizo lo que suelen hacer los padres en semejantes circunstancias: dio su brazo a torcer.

La boda se celebró con gran esplendor y después vino una feliz luna de miel, que hubiera sido aún más dichosa de no ser por un pequeño detalle, que acabaría teniendo graves consecuencias. Abul-Hassan se percató de que su esposa abandonaba el lecho nupcial cuando pensaba que su esposo estaba dormido y no volvía hasta una hora antes del alba. Impelido por la curiosidad, una noche Hassan se hizo el dormido y vio cómo su esposa se levantaba para salir de la habitación, como hacía habitualmente. La siguió discretamente y vio cómo entraba en un cementerio. La luz lunar le mostró cómo se introducía en un sepulcro y decidió seguirla. Una vez dentro, se encontró con una escena espeluznante. Una horda de vampiros se había reunido con los despojos de las tumbas que habían violado y se estaban dando un festín con la carne de cadáveres largo tiempo enterrados*. Su propia esposa, que nunca cenaba en casa, estaba participando en el horrible banquete. Cuando pudo huir sin llamar la atención, Abul-Hassan volvió a su habitación.

No le dijo nada a su esposa hasta que a la noche siguiente llegó la hora de la cena. Ella se resistió a probarla y entonces él exclamó lleno de ira:

¡Claro, reservas tu apetito para tus banquetes con los vampiros!

Nadilla se quedó callada, palideció y tembló. Luego se dirigió a su alcoba sin pronunciar una sola palabra. A medianoche se levantó para atacar a su esposo con uñas y dientes. Lo hirió en la garganta y, tras abrirle una vena, intentó sorber su sangre, pero Abul-Hassan se levantó de un salto, la derribó y la mató de un golpe. La enterraron al día siguiente, pero tres días después, a medianoche, reapareció y atacó nuevamente a su esposo, en un segundo intento de chuparle la sangre. Él consiguió zafarse de ella y a la mañana siguiente abrió su tumba, quemó su cadáver y arrojó las cenizas al río Tigris**.

*El ghoul o vampiro de las leyendas árabes, además de beber sangre, es aficionado a comer restos de cadáveres humanos.

**Ecos de esta leyenda pueden apreciarse en el cuento "Vampirismus" del célebre autor alemán E. T. A. Hoffmann, quien en su versión elimina o reduce los elementos más fantásticos de la historia.

FALSAS CREENCIAS SOBRE LA MITOLOGÍA CLÁSICA

 

Texto: Javier Fontenla. Fuente de imagen: Pixabay.

Mito 1: Las sirenas eran hermosas mujeres submarinas con cola de pez.

En realidad, la imagen de las sirenas que todos conocemos -hermosa mujer con cola de pez- es relativamente moderna, pues en la mitología griega se describen como aves con cabeza de mujer (y, por supuesto, no viven en el fondo del mar, donde sus alas les resultarían inútiles, sino en las rocas de ciertas islas salvajes). La sirena pisciforme probablemente surgió tras el encuentro entre un manatí y un marinero con demasiada imaginación. Para que luego hablen de Disney…

Mito 2: Aquiles era invulnerable.

Se suele creer que el gran guerrero Aquiles era prácticamente indestructible, pues siendo niño su madre, la diosa Tetis, lo había sumergido en las aguas sagradas de la Estigia (desgraciadamente, lo había sujetado por el talón, de modo que esa parte de su anatomía siguió siendo vulnerable). Pero, en realidad, esa leyenda surgió en los últimos tiempos de la Antigüedad y es muy posterior a los poemas homéricos. En la Ilíada se dice que Aquiles es el más fuerte, rápido y valiente de los guerreros griegos, pero en ningún momento se menciona esa presunta invulnerabilidad, que, por otra parte, contradice la visión clásica del héroe como alguien que no teme desafiar a la Muerte (si el héroe fuera inmortal o invulnerable, ese desafío no existiría y, por tanto, sus hazañas carecerían de mérito). Por otra parte, tal como dice el propio Aquiles -o sea, Brad Pitt- en la película Troya, "si eso (que soy invulnerable) fuera cierto, no necesitaría armadura".

Mito 3: La historia de Ulises tiene un final feliz.

Ciertamente la parte de su historia que conocemos a través de la Odisea termina con un feliz reencuentro familiar, pero Homero no nos cuenta qué le pasa después. Según ciertas tradiciones, fue desterrado de Ítaca, como castigo por haber masacrado a los pretendientes de su esposa Penélope, y murió lejos de su querida isla natal. Dante también le atribuye un final trágico al héroe: según la Divina Comedia, naufragó mientras intentaba explorar el Atlántico y, para colmo de males, fue al Infierno como castigo por todos sus embustes. Tampoco faltan quienes dicen que Ulises acabó repudiando o incluso asesinando a la propia Penélope, como castigo por no haberle sido tan fiel como suele creerse. Según otra tradición, Teógono, hijo natural de Ulises y de la hechicera Circe, llegó a Ítaca en su busca, pero al encontrarlo lo mató por error. Posteriormente Teógono se casó con Penélope, su madrastra política, mientras que Telémaco, el hijo legítimo de Ulises y Penélope, se casó con Circe, madre de su hermanastro (para que luego hablen de las telenovelas...). 

Mito 4: La historia de Jasón y Medea tiene un final feliz.

Después de un largo y peligroso viaje, Jasón consiguió robar el Vellocino de Oro con la ayuda de su amante, la hechicera Medea. Una vez obtenida aquella valiosa reliquia, volvió a Grecia, para recuperar el trono que su malvado tío Pelías le había arrebatado siendo niño (una vez más intervino Medea, quien acabó con el usurpador haciendo que sus propias hijas lo descuartizaran). Pero la cosa no terminó ahí: Jasón y Medea habían tenido dos hijos, pero, cuando ella dejó de resultarle útil, él decidió repudiarla para casarse con la princesa Creúsa, quien le proporcionaría un matrimonio mucho más ventajoso. Entonces Medea, furiosa a causa de los celos, asesinó a Creúsa con una túnica envenenada y mató a sus propios hijos, para luego huir en un carruaje arrastrado por serpientes voladoras, dejando a Jasón hundido en la desesperación.

Mito 5: La historia de Hércules tiene un final feliz.

Hércules consiguió superar exitosamente las doce pruebas que le había encomendado Euristeo como medio para expiar sus pecados. Pero la cosa no termina ahí: una vez realizadas sus hazañas, Hércules se enamoró de la princesa Deyanira, pero el centauro Neso también se fijó en ella e intentó raptarla para violarla. Entonces Hércules mató al centauro, usando como arma una flecha envenenada con la sangre de la Hidra de Lerna. El moribundo Neso le dijo a Deyanira que guardara algo de su propia sangre y que se la suministrara a Hércules como ungüento amoroso. Pasado el tiempo, Deyanira pensó que Hércules ya no la amaba tanto como antes y, para evitar que la abandonara, le regaló una túnica teñida con la sangre de Neso. Pero esta se había vuelto tan venenosa como la de la Hidra y abrasó el cuerpo de Hércules, proporcionándole al héroe una muerte lenta y dolorosa, así como una venganza póstuma al astuto Neso.

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