Texto: Javier Fontenla. Imagen: The Turtle Dove, pintura de Sophie G. Anderson, tomada de Wikimedia Commons.
Durante mucho tiempo
la muñequita estuvo sola y olvidada en un cuarto vacío, hasta que los dueños de
la casa decidieron deshacerse de ella, pues solo servía para revivir recuerdos
tristes. Arrancaron de su vestido una vieja tarjeta de felicitación, donde aún
podía leerse “para Annie, feliz cumpleaños”, y se la regalaron a un vecino
pobre, que vivía de vender objetos de segunda mano en los mercadillos
callejeros.
Como se acercaban las
fiestas navideñas, un hombre andaba buscando regalos para sus dos niñas. A su
hija mayor, que se llamaba Sarai, le regaló un móvil, pero a la pequeña Amanda
le compró una muñequita de trapo que encontró en un puesto de la calle. Ni él
mismo podría explicar por qué eligió aquella vieja muñeca de segunda mano en
vez de una nueva. Quizás fue porque aquella tarde caía una ligera llovizna
sobre la ciudad y las gotas que resbalaban sobre las mejillas de la muñequita
parecían lágrimas, como si aquel pobre juguete llorara de soledad. Lo cierto es
que Amanda aceptó encantada aquella muñeca, a la cual, con inocencia infantil,
adjudicó rápidamente un nombre de persona: Annie. Cuando sus padres le
preguntaron por qué había escogido aquel nombre, Amanda, muy seria, les
respondió que no lo había elegido ella, sino que se lo había dicho la misma
muñeca. Y además añadió que Annie le contaba muchas cosas de cuando ella
todavía no era una muñeca de trapo, sino una niña de carne y hueso, como la
misma Amanda. Entonces sus padres sonrieron y no dijeron nada, pues sabían que
su hija era una niña muy fantasiosa. Por el contrario, Sarai (que iba a cumplir
trece años y, por tanto, ya se consideraba mayor) no perdía ocasión de burlarse
de su hermanita, a la cual llamaba tonta por hablar con muñecas. Así comenzaron
muchas peleas entre las dos niñas, a menudo acompañadas de mutuos lanzamientos
de ropa y de otras muestras de hostilidad, que los sufridos padres tenían que
detener riñendo seriamente a ambas contendientes. La madre, preocupada, le
sugirió a su marido que sería mejor deshacerse de Annie, para que Amanda dejara
de imaginar cosas raras. Pero a él le pareció una idea muy cruel y se limitó a
encoger los hombros sin decir nada.
Una fría tarde otoñal,
mientras las niñas estaban solas en la casa, entró un ladrón forzando la
puerta. Sarai, que estaba estudiando en su cuarto y de paso escuchando música
con los auriculares, no se enteró de nada. Amanda, que se hallaba en el salón
jugando (y quizás hablando) con Annie, sí que advirtió la presencia del intruso,
pero este la atrapó y le tapó la boca con la mano. Entonces sonó un grito que
se oyó en todo el edificio. El ladrón, asustado, soltó a Amanda y huyó de la
casa a toda prisa, no sin antes darle un buen empujón a la sorprendida Sarai,
quien había salido de su cuarto para ver qué pasaba. Amanda aseguró que había
sido Annie quien había gritado al verla en peligro, pero, naturalmente, nadie
le hizo caso. Harto ya de tantas fantasías, su padre, aunque de mala gana,
decidió deshacerse de la muñeca. Mientras Amanda estaba en la escuela, agarró a
Annie y la abandonó en un vertedero de las afueras. Aquella noche cayó un
fuerte aguacero sobre la ciudad y una riada arrastró a la pobre muñequita hacia
el olvido. Antes de que desapareciera para siempre, unas gotas de lluvia, o
quizás lágrimas, resbalaron sobre sus tristes mejillas de trapo. Pero allí ya
no había nadie para verlas.
2 comentarios:
Un cuento fabuloso, como todas las obras del maestro Fontela.
Lo primero que me llamó la atención fue el nombre del cuento con la imagen y luego, cuando fue leyendo las primeras lineas no pude soltarlo. Una historia bastante curiosa que deja bastante a la imaginación y como reflexión. Sin duda, su estilo es magnífico y en algún momento me encantaría tener todas estas narraciones en digital o papel porque son muy adictivas.
Muchas gracias por tu comentario, Marisela, me alegra mucho que te haya gustado, pues es uno de mis cuentos más queridos. :)
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